"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Los talentos



¿Qué hacemos con nuestros dones?

No creo que la parábola de los talentos, (Mateo 25, 14-30; Lucas 19,11-28), se relacione con el mundo financiero. Ni creo que se preste a una utilización pedagógico-moral, en el sentido de que hay que negociar con los talentos, las capacidades, la inteligencia y la voluntad. Porque pienso que aquí no se trata de dones naturales y mucho menos de dones materiales. Mas bien me parece que Cristo se refiere a aquellas riquezas sobrenaturales que Él mismo nos ha dejado al irse. El oro, las riquezas son sus dones, sus gracias.

Con esto no queremos decir que un artista no deba desarrollar su genio y que cada uno de nosotros no deba hacer funcionar la fantasía y poner a trabajar las capacidades naturales de las que está dotado. Pero no es necesario referirse a la parábola para llegar a estas conclusiones de sentido común.

Aquí se trata del hombre nuevo, del hombre redimido en Cristo. Se trata de su capacidad de aprovechar y hacer trabajar los dones recibidos: su fe, su esperanza, su caridad, su apertura a la palabra de Dios, su vida de oración, su disponibilidad al Espíritu, su amor mismo que caracteriza nuestra relación con Cristo.

Y la pregunta es, entonces: ¿Qué hemos hecho? ¿Y qué estamos haciendo? ¿Dónde hemos sembrado la palabra, a quién hemos contagiado con nuestra fe, a que personas hemos puesto en pie con nuestra esperanza, cuánto amor y amistad hemos dado, de qué actos de coraje nos hemos hecho protagonistas bajo la fuerza del Espíritu?

Cualquier ambiente puede convertirse en lugar donde “se negocie” este oro, estos dones. Hasta los bancos - en la parábola se dice preci-samente que hay que dirigirse a los banqueros. Sí, un cristiano puede y debe entrar también en un banco. Para difundir la palabra, para dar testimonio, naturalmente. No para depositar lingotes de oro. No existen situaciones y lugares cerrados a la presencia cristiana.

El espectáculo más deprimente es el que ofrece un cristiano que esconde su talento, que enmascara su fe, disimula su pertenencia a Cristo, sepulta la palabra sofocándola bajo un montón de palabrería, no la deja convertirse en vida, en amor, en grito de justicia y de verdad.

No se trata de guardar, sino de sembrar. La rendición de cuentas ha de hacerse sobre los frutos. No es cuestión de una simple restitución. El dinero guardado intacto se convierte en motivo de condenación, no en elemento de salvación.

Ningún cristiano puede presentarse ante su Señor y decir, como el siervo negligente y holgazán: “Aquí tienes lo tuyo. No lo he tocado para nada. No lo he malversado”. El discípulo fiel tiene que anunciar: “Ha cambiado todo gracias a tu don. Lo tuyo se ha hecho mío, se ha hecho nuestro, se ha hecho de todos”.

Y el “y escondí en tierra tu talento”” ¿acaso no es el miedo al riesgo, el riesgo de creer, el riesgo de luchar, el riesgo de trabajar por el Reino y, sobre todo, el riesgo de amar? Quien ama tiene derecho a exigir mucho. Dios tiene derecho a pedir riesgo, coraje, responsabilidad.

La relación con Dios no es una relación servil, reducida a una miserable contabilidad de números. Siendo una relación de amor, la contabilidad puede ser solamente desproporcionada y ajena a los cálculos razonables.

Queridos hermanos, el Evangelio de hoy nos pide no esperar la vuelta del Señor cruzados de brazos, sino nos invita a trabajar fielmente con los dones recibidos, para que produzcan frutos abundantes, maravillosos. Cuidémonos, por eso, de no ser descalificados al final de nuestra vida por el Juez Divino como siervos flojos, inútiles, cobardes o indiferentes.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer




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martes, 21 de noviembre de 2017

Jesús en nuestro camino



¿A qué te compromete caminar con Jesús?

Dios continúa llamando a lo largo de toda la historia. Dios continúa haciéndose camino: JESUS ES NUESTRO CAMINO.

"Con la vivacidad que es propia de tus años, con el entusiasmo generoso de tu corazón, caminemos al encuentro de Cristo: sólo El es el camino, la verdad y la vida; sólo El es la solución de todos tus problemas; sólo El es la verdadera salvación del mundo, sólo El es la esperanza de la humanidad"

Con el Nuevo Testamento y, si es posible, de modo personal, en lugar silencioso y como enfrentándose cara a cara la palabra de Jesús, leer con calma y sin prisa algunos pasajes en que Jesús se hace camino.

1. Mt 19, 16-30: La respuesta al joven rico

"Se acercó a Jesús uno y le dijo: Maestro ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? El le dijo: ¿por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno solo es bueno: si quieres entrar en la vida guarda los mandamientos... Dijo el joven: todo esto lo he guardado. ¿Qué me queda aún? Dijo Jesús: si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, tendrás así un tesoro en el cielo, y ven y sígueme. Al oír esto, el joven se fue triste porque tenía muchos bienes...

Los discípulos se quedaron estuperfactos y dijeron: ¿quiénes, pues, podrán salvarse? Mirándolos, Jesús les dijo: para los hombres, imposible, más para Dios todo es posible"


2. Lc 5,1-11: El encuentro con Pedro y sus compañeros

Un día subió Jesús a la barca de Simón y le dijo: "rema mar adentro y echa las redes para pescar" Simón respondió: Maestro, hemos estado toda la noche trabajando sin pescar nada; pero ya que tu me lo mandas, echaré las redes, Así lo hicieron, y pescaron peces, que las redes amenazaban con romperse...

Tanto él como sus ayudantes estaban pasmados de la pesca que acaban de hacer. Lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, compañeros de Simón.

Pero Jesús dijo a Simón: "no temas, desde hoy en adelante, serás pescador de hombres"

Entonces llevaron sus barcas a tierra, lo dejaron todo y le siguieron.


3. Lc 19,1-10: "Baja que quiero hospedarme en tu casa"

"Había allí un hombre llamado Zaqueo. Hacía por ver a Jesús, pero a causa de la muchedumbre no podía, porque era de poca estatura. Corriendo adelante, se subió a un sicómoro para verle, pues había de pasar por allí. Cuando llegó a aquel sitio, Jesús, levantó los ojos y le dijo: Zaqueo, baja pronto, porque hoy me hospedaré en tu casa, el bajó a toda prisa y le recibió con alegría... Dijo a Jesús: hoy ha venido la salud a tu casa"


4. Lc 4,1-45 "Encuentro con la samaritana

Jesús fatigado del camino, se sentó junto a la fuente. "Llega una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dice: "dame de beber"... Le dice la mujer samaritana: "¿cómo tu, siendo judío, me pides de beber a mi, mujer samaritana?" Porque no se tratan judíos y samaritanos. Le respondió Jesús y dijo: si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tu le pedirías a El y El te daría a ti agua viva".

Sin programas, con el pretexto de un poco de agua para beber, Jesús ha llamado y ha tenido una respuesta.

Una VIDA ha entrado en otra vida.

La samaritana ha creído en El y ha dejado que su llamada fuera abriendo nuevos caminos. Jesús ha entrado en su vida y, con su amor, la ha caminado.

Quien se encuentra con Jesús, encuentra en Él un CAMINO, un modo nuevo e insospechado de vida una invitación y una ayuda para seguirlo.

También hoy y cada uno de nosotros puede experimentar este encuentro con Jesús.

¿A qué te compromete caminar con Jesús?

¿Qué situaciones, qué cosas, qué estilo de vida debería dejar para caminar como Abraham, Samuel, Zaqueo, Pedro, la Samaritana?
Por: Pbro. Luis Santiago Flores Lucio | Fuente: www.iglesiapotosina.org




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lunes, 20 de noviembre de 2017

¿Qué quieres que haga por ti? Señor, que vea”



Uno de los modos de meditar la palabra de Dios es poniéndonos nosotros mismos en el lugar de alguno de los personajes que el pasaje nos presenta. Hoy quisiera que nos colocáramos en los zapatos del ciego.

Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5: “Recuerda de dónde has caído, y arrepiéntete”
Salmo 1 “El Señor protege al justo”
San Lucas 18, 35-43 “¿Qué quieres que haga por ti? Señor, que vea”
 Uno de los modos de meditar la palabra de Dios es poniéndonos nosotros mismos en el lugar de alguno de los personajes que el pasaje nos presenta. Hoy quisiera que nos colocáramos en los zapatos del ciego. Así, sintamos la inseguridad que provoca la oscuridad, la turbación que provocan los ruidos desconocidos, el miedo que da el avanzar en tinieblas. ¿Qué se siente estar ciego?
Hay quienes llevan su ceguera con mucha dignidad y hasta optimismo. Conozco personas que nos adelantan en superación, servicios y atención, a pesar de su ceguera. Pero con frecuencia la ceguera produce dependencia, imposibilidad y marginación. Desde allí, junto con el ciego, preguntemos qué es el ruido que se oye, por qué los pasos de tanta gente. “Es Jesús”. ¿Qué sentimos en nuestro corazón cuando escuchamos que Jesús pasa a nuestro lado y estamos sumidos en la oscuridad? ¿Por qué no nos unimos al grito de angustia que profiere aquel ciego? “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”. Estoy ciego, estoy perdido en mis oscuridades, no encuentro el camino y las personas que deberían apoyarme, me piden que calle, que no hable, que no exija mis derechos, que no estorbe. “Jesús, tú ten compasión de mí”.
Tú no puedes callarme, tú me escuchas y atiendes, tú me permites acercarme. Oigo tus palabras: “¿Qué quieres que haga por ti?” Señor, tengo una larga lista de cosas que quisiera pedirte. Hay muchas cosas que no entiendo: el mal, el pecado, la injusticia, la violencia… pero lo que más me duele es mi propia oscuridad, mi propio pecado y mi propia maldad. Señor, que vea. Señor, que haya luz en mi interior que me permita tener esperanza y fortaleza para la lucha de cada día. Señor ilumina mis tinieblas para descubrir tu camino de fraternidad y de  amor.
Señor rompe las barreras que me impiden descubrir en cada rostro un hermano, y en cada hombre y mujer tu propio rostro. Señor, que vea.
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo Coadjutor de la Diocesis de San Cristobal de la Casas | Fuente: Diocesis de San Cristóbal de Las Casas




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domingo, 19 de noviembre de 2017

Esconder los talentos



Meditación. Los talentos que Dios concede

Los talentos, es decir, los dones de la vida, aquello que somos, los podemos considerar como una fortuna. Pero haremos bien en no olvidar nuestra responsabilidad: del uso que hagamos de ellos dependerá nuestra salvación.

Así lo manifiesta el Evangelio. Al siervo negligente lo condena no por lo que hizo, sino por lo que dejó de hacer. No porque perdió el dinero, sino porque no lo usó: y a ese siervo inútil, arrojadle a las tinieblas. En el juicio final, no acusa a los que están a su izquierda de haberle golpeado, insultado o robado. Cristo no les reprocha alguna acción deshonesta que hayan cometido. Sólo les echa en cara el bien que no le hicieron: cuando no lo hicisteis a mis hermanos, tampoco a mí me lo hicisteis.

Malvado llama Cristo al siervo perezoso. ¿Por qué?

Porque el talento que había recibido no le pertenecía. Era de Dios. El mismo lo confiesa: Señor, aquí tienes tu talento. A él le correspondía administrarlo conforme al deseo de su dueño.

Pero es que, además, cuando Dios concede a alguien un talento, está pensando en todos aquellos a quienes beneficiará cuando ese talento produzca. De ahí que el pecado de omisión, el no producir intereses con el talento recibido, se convierta en un auténtico robo, en traición a los hermanos para quienes estaba destinado.

Nos escandaliza y duele la traición de Judas. La Iglesia naciente chorreó sangre y se estremeció en sus cimientos ante ella. Pero salió victoriosa por la fidelidad militante y operosa de los once apóstoles. Si éstos no hubieran trabajado hasta la muerte por el triunfo de la Iglesia, ¿no hubieran sido ellos los auténticos traidores, mil veces más culpables que el mismo Judas?

Nuestra tarea como cristianos es similar a la de los once. Dios en su designio misterioso ha querido ligar la salvación de los hombres a nuestra fidelidad y a nuestro celo apostólico de cada cristiano. Ahí está el gran talento que coloca con cuidado en nuestras manos. ¡Qué misterio de bondad por parte de Dios pero qué inmensa responsabilidad para cada uno de nosotros!

No omitamos, pues, ni la más pequeña ocasión para hacer el bien. Cuesta poco y da mucho fruto saludar con una sonrisa al vecino, felicitar al compañero de trabajo cuando le ha salido bien su tarea, defender al Papa en una conversación, visitar a tal enferma que se encuentra enferma o sola...

Valoremos nuestros talentos. Seamos conscientes de las inmensas oportunidades que Dios nos da durante el día para colaborar con Él en la extensión de su Reino. Así podremos escuchar de sus labios aquellas otras palabras tan consoladoras: "Animo, siervo bueno y fiel..."

Gracias, Señor, por los talentos que me has dado y la confianza que me muestras. Lucharé con celo por hacerlos fructificar. Pero sin angustia: lo esencial para Ti no es la cantidad conseguida, sino el amor y el esfuerzo.
Por: P. José Luis Richard




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sábado, 18 de noviembre de 2017

Sin la oración, la fe se tambalea



El Papa explica cómo la oración nos ayuda a conservar la fe y la confianza en Dios.

Ciudad del Vaticano (AICA): “¡La oración no es una varita mágica! Ésta nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad”, expresó el papa Francisco, en la audiencia general del pasado miércoles, 25 de mayo 2016, continuando su ciclo de catequesis sobre la misericordia en la Sagrada Escritura. El Papa recordó que “es necesario orar siempre sin desanimarse”; por lo tanto, no se trata de orar algunas veces, solo cuando tengo ganas¨. ¨No, subrayó Francisco, Jesús nos enseña que se necesita orar siempre sin desanimarse¨.
“¡La oración no es una varita mágica! Ésta nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad”, expresó el papa Francisco

El pontífice reflexionó sobre la necesidad de rezar siempre, sin desfallecer, porque la oración mantiene la fe y la relación con Dios. Para explicarlo recurrió a la parábola de la viuda y el juez que narra el evangelio de san Lucas.

Las viudas, los huérfanos y los extranjeros eran los grupos más desvalidos de la sociedad; los derechos que la ley les otorgaba podían ser pisoteados fácilmente porque, siendo en general personas solas e indefensas, no contaban con nadie que hiciera valer sus razones. Los jueces, según la tradición bíblica, debían ser hombres temerosos de Dios, imparciales e incorruptibles. Pero el juez al que recurre la viuda de la parábola para tener justicia no lo era, “ni temía a Dios, ni respetaba a nadie”, dice el texto. La única arma de la mujer es su perseverancia, su importunar al alto personaje para que la escuche. Y lo consigue. Al final, el juez accede a sus peticiones, no porque esté movido por la misericordia, ni porque se lo dicte la conciencia; simplemente admite: "Como esta viuda me importuna constantemente, le haré justicia para que no me moleste más”.

“De esta parábola -dijo Francisco- Jesús saca una doble conclusión: si la viuda, con su insistencia consiguió obtener de un juez injusto lo que necesitaba, cuanto más Dios que es nuestro padre, bueno y justo, hará justicia a los que se lo pidan con perseverancia y además sin tardar. Por eso, Jesús nos exhorta a rezar "sin desfallecer". Todos atravesamos por momentos de fatiga y desánimo, especialmente cuando nuestras oraciones parecen ineficaces. Pero Jesús nos asegura que a diferencia del juez injusto Dios responde con prontitud a sus hijos, aunque esto no quiere decir que lo haga en el tiempo y la forma que nos gustaría. ¡La oración no es una varita mágica! Ayuda a mantener la fe en Dios y confiar en Él, incluso cuando no entendemos su voluntad”.

Jesús mismo, que rezaba tanto, sirve de ejemplo. “El objeto de la oración -explicó el Papa- pasa al segundo plano porque lo que importa por encima de todo es la relación con el Padre. Esto es lo que hace la oración: transforma el deseo y lo moldea según la voluntad de Dios, cualquiera que sea, porque quien reza aspira en primer lugar a la unión con Dios que es amor misericordioso”.

La parábola termina con una pregunta: "Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe en la tierra?". “Y con esta pregunta estamos todos advertidos: no hay que desistir de la oración, incluso si no es correspondida. La oración mantiene la fe, sin ella la fe se tambalea, dijo el Papa al final de su catequesis.

Texto completo de la catequesis del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La parábola evangélica que apenas hemos escuchado (Cfr. Lc 18, 1-8) contiene una enseñanza importante: «que es necesario orar siempre sin desanimarse» (v. 1). Por lo tanto, no se trata de orar algunas veces, cuando tengo ganas. No, Jesús dice que se necesita «orar siempre sin desanimarse». Y pone el ejemplo de la viuda y el juez.

El juez es un personaje poderoso, llamado a emitir sentencias basándose en la Ley de Moisés. Por esto la tradición bíblica exhortaba que los jueces sean personas timoratas de Dios, dignas de fe, imparciales e incorruptibles (Cfr. Ex 18,21). Nos hará bien escuchar esto también hoy, ¡eh! Al contrario, este juez «no temía a Dios ni le importaban los hombres» (V. 2). Era un juez perverso, sin escrúpulos, que no tenía en cuenta a la Ley pero hacía lo que quería, según sus intereses. A él se dirige una viuda para obtener justicia. Las viudas, junto a los huérfanos y a los extranjeros, eran las categorías más débiles de la sociedad. Sus derechos tutelados por la Ley podían ser pisoteados con facilidad porque, siendo personas solas e indefensas, difícilmente podían hacerse valer: una pobre viuda, ahí, sola, nadie la defiende, podían ignorarla, incluso no hacerle justicia; así también el huérfano, así el extranjero, el migrante. ¡Lo mismo! En aquel tiempo era muy fuerte esto. Ante la indiferencia del juez, la viuda recurre a su única arma: continuar insistentemente en fastidiarlo presentándole su pedido de justicia. Y justamente con esta perseverancia alcanza su objetivo. El juez, de hecho, en cierto momento la compensa, no porque es movido por la misericordia, ni porque la conciencia se lo impone; simplemente admite: «Pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme» (v. 5).

De esta parábola Jesús saca una doble conclusión: si la viuda ha logrado convencer al juez deshonesto con sus pedidos insistentes, cuanto más Dios, que es Padre bueno y justo, «hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche»; y además no «les hará esperar por mucho tiempo», sino actuará «rápidamente» (vv. 7-8).

Por esto, Jesús exhorta a orar “sin desfallecer”. Todos sentimos momentos de cansancio y de desánimo, sobre todo cuando nuestra oración parece ineficaz. Pero Jesús nos asegura: a diferencia del juez injusto, que Dios escucha rápidamente a sus hijos, aunque esto no significa que lo haga en los tiempos y en los modos que nosotros quisiéramos. ¡La oración no es una varita mágica! ¡No es una varita mágica! Ésta nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad. En esto, Jesús mismo – ¡que oraba tanto! – nos da el ejemplo. La Carta a los Hebreos recuerda que – así dice – «Él dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión» (5,7). A primera vista esta afirmación parece inverosímil, porque Jesús ha muerto en la cruz. No obstante la Carta a los Hebreos no se equivoca: Dios de verdad ha salvado a Jesús de la muerte dándole sobre ella la completa victoria, pero ¡el camino recorrido para obtenerla ha pasado a través de la misma muerte! La referencia a la súplica que Dios ha escuchado se refiere a la oración de Jesús en el Getsemaní. Invadido por la angustia oprimente, Jesús pide al Padre que lo libere del cáliz amargo de la pasión, pero su oración está empapada de la confianza en el Padre y se encomienda sin reservas a su voluntad: «Pero – dice Jesús – no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39). El objeto de la oración pasa a un segundo plano; lo que importa antes de nada es la relación con el Padre. Es esto lo que hace la oración: transforma el deseo y lo modela según la voluntad de Dios, cualquiera que esa sea, porque quien ora aspira ante todo a la unión con Dios, que es Amor misericordioso.

La parábola termina con una pregunta: «Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?» (v. 8). Y con esta pregunta estamos todos advertidos: no debemos desistir de la oración aunque no sea correspondida. ¡Es la oración que conserva la fe, sin ella la fe vacila! Pidamos al Señor una fe que se haga oración incesante, perseverante, como aquella de la viuda de la parábola, una fe que se nutre del deseo de su llegada. Y en la oración experimentamos la compasión de Dios, que como un Padre va al encuentro de sus hijos lleno de amor misericordioso. ¡Gracias!. (Traducción del italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)+
Por: Renato Martinez | Fuente: http://www.aica.org/ 




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