"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 14 de octubre de 2017

María, discípula y maestra



La mujer de la palabra y el silencio

Entre las numerosas páginas del beato Santiago Alberione sobre María, existe un opúsculo, María discípula y maestra, de 1959, por tanto anterior al Concilio, pero que contiene algunas intuiciones muy hermosas de valor permanente. En él, como escribía el padre Juan Roatta, uno de los mejores conocedores de nuestro fundador, María “se presenta como una sencilla síntesis de opuestos, a la luz de Dios: es la esclava del Señor y la reina de los apóstoles; es discípula y maestra, virgen y madre...” En ese equilibrio, la ve como el perfecto instrumento de Dios y, por tanto, como el gran ideal para el desarrollo de la personalidad y para la eficacia de la misión apostólica.

María, maestra
 
La Virgen “fue la que más cerca estuvo de su Hijo y, al mismo tiempo, la que hizó más que nadie por darlo al mundo”, escribía el beato Santiago Alberione. Y hacía este razonamiento: “Se dice: a Jesús por María; pues también se podrá decir: a Jesús Maestro por María Maestra... Jesús es el único Maestro; María es maestra por participación”. En realidad, María no escribió ningún libro, ni tuvo una cátedra para enseñar, ni se dedicó a predicar... Y, sin embargo, fue maestra y formadora de Jesús y de la Iglesia, de los apóstoles y de todos los cristianos. ¿En qué sentido?

Para el beato Santiago Alberione, María es maestra porque ha dado al mundo a Jesucristo Maestro, la Verdad por antonomasia. Ella es, según san Epifanio, “el Libro sublime que ha propuesto al mundo la lectura del Verbo”. María es maestra por la santidad de su ejemplo; si queremos configurarnos con Cristo, el camino más fácil es María, Libro que contiene todas las virtudes: la fe (“Dichosa tú que has creído”, Lc 1,45); la esperanza (“Haced lo que él os diga”, Jn 2,5); el amor (“Hágase en mí según tu palabra”, Lc 1,38); por la eficacia de sus oraciones; por la autoridad de sus consejos, pues es la llena de gracia y sabiduría. María “predica no con palabras, sino encarnando al Verbo, escribiendo un Libro con su propia sangre”, concluía Alberione.

Pero María es maestra por ser discípula, por estar totalmente abierta a la escucha y a la participación en el destino de su Hijo muerto y resucitado. En ella, escucha y seguimiento, están íntimamente unidos, como elementos indisolubles del verdadero discipulado.

María, discípula
 
La autoridad del magisterio de María se debe, pues, a su perfecto discipulado con relación al Verbo, al que ella, con su “hágase” ha dado un cuerpo. Hasta tal punto que la verdadera grandeza de María no estriba tanto en su maternidad ni en otros privilegios, cuanto en haber sido fiel y fecunda escuchadora de la palabra de Dios. Jesús mismo lo reconoce cuando, ante el grito de la mujer entusiasmada por sus palabras, responde: “Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11,27). María es la primera en seguir a Jesús en su misión, compartiendo sus opciones, y así se convierte en la perfecta discípula del Señor.

Además, ella es la mujer de la escucha de la voluntad de Dios expresada en los acontecimientos, que conserva y medita en su corazón (cf Lc 11,27-28; 2,19; 2,51). Su fe no era simple adhesión intelectual, sino experiencia vital. Lo afirma Juan Pablo II en la Catechesi tradendae: “Ella fue la primera de sus discípulos: primera en el tiempo, pues ya al encontrarlo en el templo, recibe de su Hijo adolescente unas lecciones que conserva en su corazón; la primera, sobre todo, porque nadie ha sido enseñado por Dios con tanta profundidad. Madre y a la vez discípula, decía de ella san Agustín, añadiendo atrevidamente que esto fue para ella más importante que lo otro” (n. 73).

Decía Pablo VI que ponernos a su escuela nos “obliga a dejarnos fascinar por ella, por su estilo evangélico, por su ejemplo educador y transformante: es una escuela que nos enseña a ser cristianos”.

Reina de los Apóstoles
 
Y nos enseña también a ser apóstoles, ya que “apostolado es hacer lo que hizo María: dio a Jesús al mundo, a Jesús Maestro, camino, verdad y vida. Dando a Jesús camino nos ha dado la moral cristiana; dándonos a Jesús verdad nos ha dado la dogmática; y dándonos a Jesús vida nos ha dado la gracia”, escribía el beato Santiago Alberione. Y describía al apóstol como “quien lleva a Dios en la propia alma y lo irradia a su alrededor; es un santo que acumuló tesoros y comunica de su abundancia a los hombres... transpira a Dios por todos los poros con sus palabras, obras, oraciones, gestos y actitudes, en público y en privado, en todo su ser.” Y continúa: “En grado sumo y con semejanza inigualable, este es el rostro de María”.

Cuanto mayor sea la adhesión a Cristo, mayor será la capacidad de compromiso. De ahí la importancia de la comunión con él en el itinerario hacia la madurez de la fe, que va transformando la vida en entrega y servicio. No hay que olvidar que la vida grita más fuerte que las palabras y las obras. El apóstol auténtico, primero es y luego actúa, es “testigo antes que maestro”, diría Pablo VI.
Hoy hay tal vez excesivo ruido y poco silencio; demasiadas palabras, pero poca comunicación de vida.

“Palabra y silencio –concluye el mensaje del santo padre para la Jornada de las comunicaciones sociales–. Aprender a comunicar quiere decir aprender a escuchar, a contemplar, además de hablar, y esto es especialmente importante para los agentes de la evangelización: silencio y palabra son elementos esenciales e integrantes de la acción comunicativa de la Iglesia, para un renovado anuncio de Cristo en el mundo contemporáneo. A María, cuyo silencio escucha y hace florecer la Palabra, confío toda la obra de evangelización que la Iglesia realiza a través de los medios de comunicación social”.

Viviendo la dimensión mariana, los creyentes estaremos en condiciones de dejarnos formar en el misterio del Cristo, para que la palabra del Señor se cumpla en nosotros como se cumplió en María, y para poder darlo de manera integral a un mundo que tanto lo necesita, utilizando para ello todos los medios a nuestro alcance.
Por: P. José Antonio Pérez, ssp | Fuente: zenit.org




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viernes, 13 de octubre de 2017

El que no recoge conmigo, desparrama



Cuidado con los pecados de omisión

Hay, lo sabemos, pecados activos y pasivos, es decir los pecados de acción y los de omisión. La mayoría de la gente que pretende ser buena porque “no le hace mal a nadie”, tampoco le hace mucho bien a alguien. ¡Cuidado con los pecados de omisión!

Lamentablemente entre “los buenos”, hay muchos que se mantienen al margen, en la butaca, ni siquiera en la retaguardia, ante las luchas contra el mal, que avanza ferozmente, el de los enemigos del Cristo.
Los ataques contra el matrimonio y la familia, buscando imponer su redefinición para destruir su esencia, por ejemplo. Esto es muy claro, y quienes defendemos estas instituciones naturales del hombre, bendecidas por Dios, lo decimos al mundo, para que quien quiera oír oiga. El silencio es complicidad.

Lo mismo sucede con el respeto al derecho primigenio a la vida, que está bajo ataque. Por una parte, enormes, gigantescos esfuerzos por no sólo despenalizar el aborto, al no considerarlo como un crimen, un homicidio, sino promoviendo su práctica. Lo mismo sucede con la eutanasia, que cada vez está sujeta a grandes esfuerzos políticos para imponerla a enfermos terminales, inclusive hasta a bebés que no pueden expresar su deseo de vivir, como ya sucede en algunos países “civilizados”.

La cultura de la muerte, al ser aceptada como forma de lucha política y de dominio, se ve justificada al nivel de matar atrozmente a quienes no piensan como los asesinos. Es el caso del “estado islámico”, que no solamente tiene muchos individuos acabando con cristianos y musulmanes moderados, está destruyendo pueblos enteros. Pero además, está reclutando personas en otros países, para que los acompañen en la comisión del genocidio con torturas.

Este último caso es una buena muestra de la increíble pasividad de “los buenos que no hacen mal a nadie”. El mundo se vio muy lento en sorprenderse ante tales crímenes, y además los poderosos política y militarmente se tardaron mucho en reaccionar para defender y atender a los perseguidos y refugiados.

¿Cómo es posible que las voces de alarma se vieran perdidas ante la indiferencia del mundo? Los crímenes son demasiados atroces para permanecer indiferentes. Pero así ha sido. Por muchas partes se levantan voces, carteles y mantas para exigir que aparezcan con vida los 43 de Ayotzinapa en México, pero ante matanzas de miles de cristianos en Nigeria, el mundo mira para otro lado, ni siquiera ha sido noticia más que por unos días, u horas.

Ante el crimen del aborto, que es tema diario noticioso, la mayoría de la “gente buena” no hace absolutamente nada. Peor aún, al no tomarse la pequeña molestia de reflexionar que la vida inicia con la concepción ?algo absolutamente cierto científicamente?, piensan y dicen que es cuestión de un supuesto derecho a elegir. No se toman tampoco el trabajo de pensar que la elección es de matar o no matar a un nonato.

La eutanasia es un tema mucho menos presente en los noticiarios, pero a quienes les parece un asunto muy lejano a sus vidas, sigue sin importarle su difusión y defensa, y hasta su imposición legal en ciertos casos. Si matan a niños por eutanasia en Bélgica pues… allá ellos, piensan (si acaso se toman el trabajo de pensar en eso). De esta forma, con su pasividad, su omisión, no están sus voces presentes en la defensa de la vida: con el silencio no recogen, desparraman.

Dijo el Señor:
"El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama". Muy graves, muy determinantes frases. El pecado de omisión es el de no recoger con el Señor, es desparramar. No defender la vida, la familia, el matrimonio y la correcta sexualidad, no enseñar a los hijos estos valores, es desparramar, es tirar por la borda lo que Dios ha enseñado.

Lo mismo sucede con las injusticias del mundo, las que están cerca de nosotros y las que están lejos. Las que afectan a nuestro prójimo más próximo y a los hermanos que están lejos. Ya en la llamada “aldea global”, todos los hombres son nuestro prójimo (en francés, las palabras prójimo y próximo son la misma). Todos están cercanos.

Recoger con el Señor es sembrar con Él Su palabra, es hacer las buenas obras que son la voluntad del Padre. Como cristianos es nuestro deber difundir el evangelio, no quedarnos callados. Es predicar la Verdad y defenderla, no sentarnos a pensar que eso del aborto, por ejemplo es una barbaridad… y seguir viendo la televisión o el Facebook. Yo soy bueno y que el mundo ruede. No piensan que ese rodar eventualmente puede aplastarlos.

La frase es lapidaria: o estás CON Él o estás CONTRA Él, porque no participar en su prédica y en su obrar nos pone contra Jesús. Aquí no hay medias tintas, la indiferencia y la inacción son desparramar en vez de recoger.

Hagamos todos entonces algo para estar con Él, sobre todo en la palabra y en el ejemplo, para no desparramar su enseñanza y su mandato. No permanezcamos indiferentes y omisos ante los ataques, cada vez más fuertes y a escala mundial, en contra de la vida, la familia y el matrimonio, así como ante la práctica de la injusticia.

Colaboremos con el Señor a recoger más almas para Él, dejemos la pasividad atrás, ante la necesidad imperiosa de predicar su palabra. No dejemos que los predicadores del mal nos dejen callados en nuestro confort.
¡Estemos con Él, no contra Él!
Por: Salvador I. Reding Vidaña




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jueves, 12 de octubre de 2017

La perseverancia en la oración



El cristiano debe orar y orar con fe

Sin fe a quien orar. Sin fe para qué orar. Y sin orar cómo mantener la fe; pero con la oración renace la fe como en primavera echan brotes los árboles y se entreabren los capullos.

1. Iniciamos hoy la Eucaristía orando con la antífona de entrada: "Inclina el oído y escucha mis palabras, guárdame como a las niñas de tus ojos; a la sombra de tus alas escóndeme" (Salmo 16, 6). Pidiéndole a Dios que nos guarde con el cuidado y la delicadeza con que cuidamos las pupilas de nuestros propios ojos.

Comenzamos pues, orando en el día de la ORACIÓN.

Cuando Amalec atacó a los israelitas en Rafidín, Moisés mandó a Josué que con unos hombres de Israel se defendieran mientras él permanecía en la cima del monte con el bastón maravilloso en la mano.

Mientras Moisés tenía la mano con el bastón en alto, vencía Israel. Si la bajaba, vencía Amalec. Aarón y Jur colocaron una piedra para que Moisés se sentara, mientras uno y otro le sostenían los brazos en alto (Éxodo 17, 8).

Escena emocionante que nos alienta a ayudar a los hombres y a las mujeres a quienes Dios ha llamado para que oren por el pueblo, para facilitarles su misión imprescindible si queremos que el mundo no perezca.

2. Reproduzcamos la escena: Josué y sus hombres empuñan las armas. Moisés con las manos alzadas y con la vara milagrosa levantada, suplica. Aarón y Jur, solícitos, facilitan la acción implorante de Moisés. Pero el autor de la victoria es Dios. Este es un acontecimiento de salvación, en el cual, como entonces, el que lo puede hacer todo, quiere necesitar ayudantes.

Moisés orante es figura de la Iglesia en acto de súplica, de alabanza maravillada, de gratitud, de ternura de esposa, de amor filial. La Iglesia debe orar.

El ministerio de intercesión de la Iglesia es insustituible. Si la Iglesia deja de orar el mundo perderá el equilibrio, irá cayendo y va cayendo. Porque así como Moisés es figura de la Iglesia, del pueblo de Dios salvado, Amalec es la figura del mal, de la injusticia, de la opresión de los pobres, de la esclavitud y pérdida de todas las libertades.

Si se deja la oración avanzan las dudas, reina la confusión sobre los valores, se pierde el norte y se ofusca la mente, el hombre ya no sabe dónde está, ni a dónde va, se olvida de que es criatura, y quiere erigirse en su propio dios, o convertir en dioses a las criaturas.

3. Amalec es el juez injusto, que ni teme a Dios ni a los hombres, vencido por la oración constante de la pobre viuda, que, porque era pobre, no podía sobornar al juez, a quien no le importaba ni Dios, ni los hombres, ni la justicia, sino su provecho y medro personal. Pero lo que no pudo por su desvalimiento, la infeliz viuda, lo consiguió por su insistencia.

4. De todas las opresiones del mundo es en parte, responsable la Iglesia, desde el Papa hasta el último niño candoroso de primera comunión. Por eso hay que cultivar y estimular la oración de la Iglesia, y en lugar preeminente, la oración de los hombres de Dios, de los consagrados, las consagradas, que son nuevos Moisés. Pero también de las familias.

Hay que fomentar la oración en familia, al comienzo del trabajo, antes y después de comer. A veces se siente vergüenza de hacerlo, porque nos parece que eso indica debilidad y como menos hombría y, sobre todo, menos modernidad y de progreso. Parece que el hombre ha de crecer a costa de Dios. Como si el recurso a Dios testificara la debilidad y minusvalía del hombre, cuando es lo contrario.

En la unión con Dios, que la oración establece, es el hombre el que sale ganando, como quien se une a un sabio, o a un rico poderoso. Se hacen de la misma opinión y gozan de sus riquezas y poder. De los primeros cristianos en Roma, decían los paganos: "son hombres que oran". "¿Saben orar nuestros cristianos hoy?". Es una pregunta que se hacía ya Pablo VI, angustiado.

5. Pero no basta rezar, hay que rezar con fe, "si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: Vete de aquí allá y se trasladaría; nada os sería imposible" (Mt 17,19). "Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" (Lucas 18, 1). Jesús veía lo difícil que es mantener esa fe viva, esa confianza en Dios Padre que vela por nosotros, y por eso enseñó esta parábola, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse.

La oración pues, está en función de la fe. Orar para tener fe. Y tener fe para orar. Lo importante es la fe, que respira por la oración. Si la fe no respira, se muere. La crisis de la oración es consecuencia de la crisis de fe, y la falta de fe produce el decaimiento en la oración. Sin fe, a quién orar, para qué orar.

6. Si creemos en la humanidad y en la divinidad verdaderas de Jesús, que es nuestro Salvador, que nos introduce en la fe, en el conocimiento de Dios y de su adoración, hacemos nuestra oración confiada en su nombre, y es escuchada por su reverencia. Y lo primero que conseguirá la oración humilde y perseverante y tenaz, será nuestra conversión, y nuestra entrega al amor, a la bondad, a la paz y a la justicia.

Porque no dirigimos nuestra oración a un Dios tapagujeros, que alimenta la teoría de la alienación, sino a un Padre que nos transforma en hijos y que nos hace semejantes a Él en su compromiso con el mundo y con los hombres, y nos participa su misericordia, su amor y su justicia. La oración, al convertirnos, transforma el mundo de selvático en humano, y de humano lo hace divino.

Así se comienza la mejora del mundo por donde debe comenzar: por el cambio del corazón de la persona, que es lo que está más a nuestro alcance, pero es lo más difícil, porque cambiar de costumbres es morir. Y se prefiere más hacer planes y proyectos y pronunciar discursos y escribir libros, que cambiar de vida porque es más comprometedor. Si se comienza la casa por el tejado, nunca habrá casa.

La oración nos conduce al detalle de calzarnos unas zapatillas de paño, antes de pretender cubrir el planeta de moqueta. Lo que Santa Teresa diría: “hacer castillos en el aire”.

7. Cuando me pregunto quién vendrá a ayudarme en la tribulación, y en el combate para ser mejor, escucho al salmista: "Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?, el auxilio me viene del Señor, que es un guardián que no duerme ni reposa, y no permitirá que resbalen nuestros pies" (Salmo 120).

8. Después de haber sido enseñados por la sagrada Escritura, reprendidos, corregidos y educados por ella (2 Timoteo 3,14), como Palabra de Dios viva y eficaz, que juzga los deseos e intenciones del corazón (Hebreos 4,12), ofreceremos el santo Sacrificio de la muerte y resurrección de Jesús al Padre, y comeremos su cuerpo para su glorificación y nuestro provecho y de toda la santa Iglesia.
Por: P. Jesús Martí Ballester




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miércoles, 11 de octubre de 2017

El Padrenuestro



Explicación oraciones
Explicación de las partes del Padrenuestro

Uno de sus discípulos le pidió a Jesús que los enseñara a orar y Él lo hizo, enseñándoles la oración del Padrenuestro. Es así como Jesús nos regaló esta oración siendo la oración cristiana fundamental, la que todos nos sabemos, grandes y chicos, la que rezamos en la casa, en el colegio, en la Misa. A esta oración también se le llama “Oración del Señor” porque nos la dejó Cristo y en esta oración pedimos las cosas en el orden que nos convienen. Dios sabe que es lo mejor para nosotros. A través del Padrenuestro vamos a hablar con nuestro Padre Dios. Se trata de vivir las palabras de esta oración, no solo de repetirlas sin fijarnos en lo que estamos diciendo. El Padrenuestro está formado por un saludo y siete peticiones.

Saludo

PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN E L CIELO. Con esta pequeña frase nos ponemos en presencia de Dios para adorarle, amarle y bendecirle.

¡PADRE! : Al decirle Padre, nosotros nos reconocemos como hijos suyos y tenemos el deseo y el compromiso de portarnos como hijos de Dios, tratar de parecernos a Él. Confiamos en Dios porque es nuestro Padre.

PADRE “NUESTRO”: Al decir Padre Nuestro reconocemos todas las promesas de amor de Dios hacia nosotros. Dios ha querido ser nuestro Padre y Él es un Padre bueno, fiel y que nos ama muchísimo. “Padre Nuestro” porque es mío, de Jesús y de todos los cristianos.

“QUE ESTÁS EN EL CIELO”: El cielo no es un lugar sino una manera de estar. Dios está en los corazones que confían y creen en Él. Dios puede habitar en nosotros si se lo permitimos. Dios no está fuera del mundo, sino que su presencia abarca más allá de todo lo que podemos ver y tocar.

Las siete peticiones

Después de ponernos en presencia de Dios, desde nuestro corazón diremos siete peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras son para dar gloria al Padre, son los deseos de un hijo que ama a su Padre sobre todas las cosas. Las cuatro últimas le pedimos su ayuda, su gracia.

1.SANTIFICADO SEA TU NOMBRE: Con esto decimos que Dios sea alabado, santificado en cada nación, en cada hombre. Depende de nuestra vida y de nuestra oración que su nombre sea santificado o no. Pedimos que sea santificado por nosotros que estamos en Él, pero también por los otros a los que todavía no les llega la gracia de Dios. Expresamos a Dios nuestro deseo de que todos los hombres lo conozcan y le estén agradecidos por su amor.
Expresamos nuestro deseo de que el nombre de Dios sea pronunicado por todos los hombres de una manera santa, para bendecirlo y no para blasfemar contra él. Nos comprometemos a bendecir el nombre de Dios con nuestra propia vida.

2.VENGA A NOSOTROS TU REINO: Al hablar del Reino de Dios, nos referimos a hacerlo presente en nuestra vida de todos los días, a tener a Cristo en nosotros para darlo a los demás y así hacer crecer su Reino; y también nos referimos a que esperamos a que Cristo regrese y sea la venida final del Reino de Dios.
Cristo vino a la Tierra por primera vez como hombre y nació humildemente en un establo. En el fin del mundo, cuando llegue la Resurrección de los muertos y el juicio final, Cristo volverá a venir a la Tierra, pero esta vez como Rey y desde ese momento reinará para siempre sobre todos los hombres. Se trata de ayudar en la Evangelización y conversión de todos los hombres. Hacer apostolado para que todos los hombres lo conozcan, lo amen.
Pedimos el crecimiento del Reino de Dios en nuestras vidas, el retorno de Cristo y la venida final su Reino.

3.HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO: La voluntad de Dios, lo que quiere Dios para nosotros es nuestra salvación, es que lleguemos a estar con Él.
Le pedimos que nuestra voluntad se una a la suya para que en nuestra vida tratemos de salvar a los hombres. Que en la tierra el error sea desterrado, que reine la verdad, que el vicio sea destruido y que florezcan las virtudes.

4.DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA: Al decir “danos” nos estamos dirigiendo a nuestro Padre con toda la confianza con la que se dirige un hijo a un padre.
Al decir “nuestro pan” nos referimos tanto al pan de comida para satisfacer nuestras ncesidades materiales como al pan del alma para satisfacer nuestras necesidades espirituales. En el mundo hay hambre de estos dos tipos, por lo que nosotros podemos ayudar a nuestros hermanos necesitados.

5. PERDONA NUESTRAS OFENSAS COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN.
PERDONA NUESTRAS OFENSAS: Los hombres pecamos y nos alejamos de Dios, por eso necesitamos pedirle perdón cuando lo ofendemos. Para poder recibir el amor de Dios necesitamos un corazón limpio y puro, no un corazón duro que no perdone los demás.
COMO TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN: Este perdón debe nacer del fondo del corazón. Para esto necesitamos de la ayuda del Espíritu Santo y recordar que el amor es más fuerte que el pecado.

6. NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN
El pecado es el fruto de consentir la tentación, de decir sí a las invitaciones que nos hace el demonio para obrar mal. Le pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce hacia el pecado, hacia el mal. El Espíritu Santo nos ayuda a decir no a la tentación. Hay que orar mucho para no caer en tentación.

7. Y LÍBRANOS DEL MAL
El mal es Satanás, el ángel rebelde. La pedimos a Dios que nos guarde de las astucias del demonio. Pedimos por los males presentes, pasados y futuros. Pedimos estar en paz y en gracia para la venida de Cristo.

AMÉN: Así sea.

Como te das cuenta, al rezar el Padrenuestro, le pides mucha ayuda a Dios que seguramente Él te va a dar y al mismo tiempo te comprometes a vivir como hijo de Dios.
Por: Catholic.net | Fuente: Catholic.net




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