"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

viernes, 5 de agosto de 2016

Cada ser humano escribe una historia imborrable



Cada opción crea un poco de bien en el mundo

Juan tuvo un sueño profundo y muy vivo. Se encontraba en un valle inmenso. Desde todas las direcciones posibles, llegaban millones de personas: hombres y mujeres, adultos y niños, jóvenes y ancianos, trabajadores y desocupados, ricos y pobres, santos declarados, santos anónimos, pecadores convertidos y pecadores desalmados.

La muchedumbre crecía por minutos. Desde lo alto apareció un Cordero que dominaba con su presencia todo el valle. Un ángel tocó la trompeta, y se hizo un silencio dramático. Otro ángel llegó con una lista enorme, y empezó a leer nombres.

Algunos de esos nombres eran bien conocidos: Sócrates, Cicerón, Francisco de Asís, Adolf Hitler, Madre Teresa de Calcuta. Otros indicaban a personas desconocidas por la mayoría de los presentes.

Cuando se pronunciaba un nombre, el llamado pasaba al frente, a la vista de todos. Los que eran desconocidos avanzaban en medio de un silencio más o menos tenso. Los “famosos” suscitaban aplausos o gritos de condena entre grupos numerosos de personas.

El ángel de la lista gritó dos nombres: Adán y Eva. Se hizo un silencio sepulcral. Por la parte izquierda, de muy lejos, avanzaron dos figuras humanas. La multitud prorrumpió en un murmullo confuso y dividido. Unos querían aplaudir: “¡Son nuestros primeros padres!” Otros querían condenar: “¡Por vuestra culpa vino el pecado y todo tipo de males entre los hombres!” Otros querían abrazarlos: “¡Cristo vino al mundo porque Dios fue fiel al amor que os tenía y, en vosotros, a todos los hombres!”

Juan despertó. No había valle, ni multitud, ni Cordero, ni ángeles, ni trompetas. Sintió que estaba solo. Se preguntó, como pocas veces había hecho antes, qué diría él cuando tuviese la ocasión de encontrarse con Adán y con Eva.

Pero luego su mente se llenó de otras preguntas: “¿qué dirán los demás cuando escuchen mi nombre? ¿Cuántos no sentirán un poco de rabia al recordar todas las injusticias que cometí sobre ellos? ¿O habrá tal vez muchos que, agradecidos, empezarán a aplaudir, porque les ayudé, les serví, les acompañé en un momento difícil de sus vidas?”

Juan se daba cuenta de que ninguno de sus actos era indiferente. Cada ser humano escribe una historia imborrable. Cada opción crea un poco de bien en el mundo, o aumenta el mal que parece dominar en tantos corazones humanos y que hace sufrir a millones de niños hambrientos, pobres, abandonados.

Es fácil señalar a Adán y Eva y ver en ellos, en nuestros primeros padres, el origen del mucho mal que hace llorar al mundo. Es más correcto no condenar una historia que ya ha sido perdonada, para dedicarnos, desde el lugar de cada uno, a construir un mundo un poco mejor.

Juan ha llegado a la moraleja del sueño. Este día irá a trabajar con otro espíritu. Regañará a los hijos con más cariño (casi ni se sentirán regañados). Hará más feliz a la esposa al ayudar en los mil trabajos de la casa. Y en la noche, todos juntos, rezarán.

Desde la casa de Juan (hay muchos juanes y juanas en el mundo) un poco de buena levadura está cambiando, sin que lo sepan muchos, la cara triste de un planeta necesitado de esperanza.
Por: P. Fernando Pascual LC

jueves, 4 de agosto de 2016

Vive el momento presente ... para la eternidad



El valor de nuestro tiempo se lo damos nosotros. Todos los instantes de nuestra vida son aprovechables.

El hecho de ser, de estar presentes en esta vida, de poder disponer de un tiempo que se nos da, trae consigo una responsabilidad de infinitas dimensiones que muchas veces no queremos o no sabemos aquilatar.

Estamos conscientes de que solo el presente, el momento presente nos pertenece. El pasado lo vivimos, si, pero se nos fue como agua entre las manos dejándonos tan solo la humedad perfumada de un grato recuerdo o de un triste llanto. Se nos fue como el viento que pasa y pasa para no regresar jamás. Los instantes, las horas, los años vividos se fueron y no volverán. El futuro es tan incierto como el más grande de los misterios. Indescifrable e impenetrable

No nos pertenece el mañana, ni siquiera el próximo minuto, que tan solo será nuestro si alcanzamos a vivirlo. ¿Y qué hacemos con nuestro tiempo? Ese, el del momento presente, el que Dios nos está regalando gota a gota, hora tras hora, día tras día... ¿Cómo empleamos nuestro tiempo.? A veces dejamos transcurrir esas horas, horas que no volveremos a tener, sin hacer nada, con una dejadez tonta, con un desperdicio imperdonable y falto de cordura.

Pensemos frecuentemente en esto: el gran tesoro del tiempo lo tenemos en nuestras manos. Es el momento presente el que no se nos puede ir sin darle su valor y de muchos presentes hacemos nuestro pasado y también estamos haciendo un puente hacia ese futuro que está por llegar. Ese puente que nos va a conducir a la eternidad.

El valor de nuestro tiempo se lo damos nosotros. Si empleamos ese tiempo en crecer espiritualmente, en ser mejores, en ir limando las aristas de nuestro carácter y temperamento con las que lastimamos a los que nos rodean, ese tiempo será rico, lleno de paz y de alegría.

Será de un extraordinario valor si no lo usamos con la avaricia de vivirlo para nosotros solos, sin que generosamente se lo obsequiemos a los demás. Así ese tiempo jamás será un desperdicio y cuando nos hayamos ido siempre habrá alguien que nos recordará porque llevará en su vida el regalo de nuestro tiempo, el regalo de nuestra propia existencia.

Todos los instantes de nuestra vida son aprovechables.

No los malgastemos en críticas malsanas, en chismes, en arropar rencores, en maldecir con envidia la suerte de otros, en herir de obra o de palabra, en lastimar sentimientos o menospreciar al más débil

Por el contrario, valoremos y amemos esos instantes presentes para vivirlos con intensidad, con profundidad, haciéndolos fecundos dándoles su justo valor enriquecidos por la fe y la confianza en Dios y repartiéndolos siempre entre nuestros semejantes.

Somos dueños de nuestro tiempo, pero no olvidemos que daremos cuenta de él cuando ese tiempo se termine y empiece la ETERNIDAD
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Por: Ma Esther De Ariño


miércoles, 3 de agosto de 2016

Cristo, lo que el hombre de hoy y de siempre espera



¿Tú, Cristo, eres capaz de llenar de alegría mi vida, de gozo mi corazón, de ilusión mi caminar?

Los hombres de todos los tiempos se han preguntado una y otra vez por la felicidad, aunque tal vez nunca comprendieran qué es realmente eso de la felicidad. Y se han dedicado siempre a buscarla por todos los conductos y todos los medios. Han elaborado teorías tan variopintas que entre unas y otras se dan profundas contradicciones. Y, siempre al final, se tiene la impresión de que no se acaba de acertar: ni la vida fácil, ni el estudio de la filosofía, ni el dinero, ni la fama, ni el progreso, ni muchas otras cosas son capaces de llenar el corazón infinito del hombre. Por ello, es que muchos seres humanos al vuelto los ojos hacia la figura de Cristo y le han preguntado si él puede de veras llenar el corazón humano de paz y de gozo. Hoy se lo queremos preguntar nosotros.

¿Eres tú, Cristo, lo que el hombre de hoy y de siempre espera? Todos sabemos por la historia que Jesús era un hombre excepcional, pero eso no basta para llenar el corazón humano. Juan Bautista envió a Cristo una legación para preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro? (Mt 11,3). Éste es el interrogante que siempre se plantea el ser humano. Cristo responde afirmativamente a la pregunta de Juan Bautista, explayándose sobre sus propias obras que constituyen la prueba ineludible de los tiempos mesiánicos. Él, por tanto, afirma que es lo que el hombre de antaño, de hoy, y de mañana ha esperado, espera y esperará.

¿Tú, Cristo, puedes llenar siempre el corazón humano, infinito por su propia capacidad? Jesús no sólo fue un hombre perfecto, sino que era por antonomasia Dios Perfecto. En su condición de Dios, Jesús puede garantizarnos a los seres humanos su capacidad infinita en el tiempo y en la eternidad de llenar el corazón humano.

¿Quién en esta vida nos puede asegurar que nos querrá siempre? ¿Qué en esta vida nos podrá certificar que nos agradará siempre? ¿Qué en esta vida nos podrá vender la mentira de que siempre nos llenará de satisfacción? Todo, y todo lo que no sea Dios, es caduco, no podrá nunca asegurarnos un estado de felicidad infinita. Basta ver cómo se derrumban las esperanzas que tantos seres humanos han construido esperándolo todo de ellas. Sólo Cristo permanece.

Finalmente, ¿Tú, Cristo, eres capaz de llenar de alegría mi vida, de gozo mi corazón, de ilusión mi caminar con ese Evangelio en donde sólo los pobres, los mansos, los misericordiosos, los perseguidos van a ser felices? Y Cristo nos asegura que sí, que Él es capaz de llenar nuestras vidas con todo esto que el mundo desprecia y rechaza, porque los bienaventurados del mundo moderno son los poderosos, los dominadores, los ricos, los vengativos, los iracundos, los reconocidos, los que ríen. Es tremendo ver cómo se puede concebir de forma tan distinta la felicidad, pero ya la historia va dando de sobra la razón al Evangelio. Porque del Evangelio han salido los hombres felices, en paz, llenos de ilusión y esperanza. De las teorías del mundo moderno han salido las depresiones, las ansiedades, las angustias, la tristeza.

En conclusión, aceptemos a Cristo con ilusión, como la esperanza que se coloca por encima de cualquier otra esperanza, como la promesa que hace realidad lo más apetecido por el ser humano, como la certeza de un futuro lleno de sentido y de gozo. Cristo, Hijo de Dios, Perfecto Dios y Perfecto Hombre es la medida del corazón humano.
Por: P. Juan P. Ferrer

martes, 2 de agosto de 2016

Ponerme entre tus manos



Te dejaré entonces guiar mis pasos, sostener mi corazón, curar mis heridas, perdonar mis pecados.

Un momento de pausa. El sol inicia su caída. La noche avanza con prisas. Llega el tiempo necesario para descansar. El camino no termina. Dejo para mañana el inicio de una nueva etapa.

¿Qué ha sido de este día? ¿Qué pude sembrar? ¿Qué recibí? ¿Dónde estuvo anclado mi corazón? ¿Hacia dónde dirigí mi mirada?

Hoy avancé entre dudas y certezas, alegrías y penas. Tuve ratos de luz y momentos de oscuridad. El camino sigue allí, y mañana tendré que reemprender la marcha.

Las noticias a mi alrededor hablan de guerras y de crímenes, de injusticias y de hambres, de pecados y de angustias. El mundo no consigue esa felicidad que tanto anhela.

Mientras, hombres y mujeres desconocidos levantan sus manos y dirigen una oración al Dios que hizo el cielo y la tierra, que nos sueña y nos espera, que nos perdona y nos salva.

Mi vida pende de un hilo frágil. Hoy tomé decisiones, inicié proyectos, fracasé y empecé de nuevo. La salud me sostuvo, pero mañana puede llegar ese accidente tan temido. O, Dios lo quiera, esa ayuda que viene de lo alto y limpia las heridas de mi alma.

No hay certezas en este mundo inquieto. Sólo puedo mirar al cielo y descubrir, más allá de las tinieblas, la belleza del hogar en el que el Padre espera a cada uno de sus hijos.

Ante el camino que me espera necesito, simplemente, ponerme entre tus manos, abandonarme a tu Amor. Te dejaré entonces guiar mis pasos, sostener mi corazón, curar mis heridas, perdonar mis pecados. Permitiré que seas ese Amigo íntimo que escucha y aconseja, que acaricia y que levanta, que salva y que acompaña

Por: P. Fernando Pascual LC

lunes, 1 de agosto de 2016

Confío en Ti, Señor



Espero en Ti porque eres fiel a tus promesas. Tú cumples siempre. El hombre casi nunca. Por eso tengo la certeza de tus promesas.

Confío en Ti, porque eres completamente de fiar. Eres la misericordia sin orillas ni fronteras. Misericordia que ha perdonado, perdona y seguirá perdonando.

Cuanto necesito de esa misericordia y bondad, yo que soy tan pecador. Espero en Ti porque eres la misericordia infinita. Si yo supiera, si yo creyera que tu bondad y misericordia no tienen medida, me sentiría para siempre seguro y tranquilo. Si eres la misericordia infinita, haz que sea también infinita mi confianza.

Todo lo perdonas, aun los más horrendos pecados, si hay un poco de arrepentimiento y humildad. No cabe desesperanza en el corazón de los más grandes pecadores. El perdón de Dios siempre es mayor.

Espero en Ti porque eres fiel a tus promesas. Tú cumples siempre. El hombre casi nunca. Por eso tengo la certeza de tus promesas. Un día las disfrutaré de seguro. Mientras alimento mi esperanza.

La confianza tan necesaria... Las penas son grandes a veces y la esperanza no alcanza. Él nos ha dicho: Confiad totalmente en Mí. Nuestra mente nos dice: No saldrás del hoyo. Así piensan los que se suicidan.

Jesús dice: No os preocupéis... Nuestro refrigerador vacío, la tarjeta vencida, los pagos de la casa sin hacer, la falta de trabajo, no tienes remedio...

La mente y los ojos ven, constatan y deciden en consecuencia. No hay remedio. La fe no constata, se fía de un ser omnipotente e infinitamente misericordioso y elige confiar a pesar de todas las evidencias.

Realmente para Dios el resolver mis problemas es de risa. No le cuesta nada, nada. Y pensar que sólo depende de que yo haga un acto de fe y confianza. Jesús en Ti confío.

Todo lo obtendréis... Reto a cada uno de mis oyentes a que tengan esta clase de fe que mueve montañas. La fe mueve montañas, sí, pero solo las que uno se atreve a mover.

Les decía que para los que no tienen trabajo, y sí muchas deudas empiecen a dar algo de lo que todavía tienen, que pidan por los más necesitados que ellos. Y se llevarán la gran sorpresa, Pero esto sólo lo harán los que tienen confianza en Dios.

Problemas de un esposo, hijo o hija que está tercamente alejado de Dios…Oren con confianza inquebrantable de que Dios les concederá la gracia pedida. Pero deben superar la gran prueba: el no ver resultados durante un tiempo o incluso el ver que la situación empeora. Confiar significa continuar orando con la misma seguridad. Y el milagro llegará. Ha llegado ya para muchos y muchas que han orado con esa confianza.

En el evangelio no hay ni un caso de enfermedad o necesidad que no haya sido atendido cuando Cristo encontró una fe como ésa. La siro fenicia... El Centurión y su siervo... La hemorroísa... El leproso...

Problemas duros: Mi hijo está en la cárcel, estoy en quiebra económica, mi matrimonio anda naufragando... alguien de mi familia se fue a otra religión, o anda muy alejado de Dios…Esas personas tienen un reto magnífico, valiente: La confianza mayor que el problema.

La misma confianza que tienes en Dios, tenla en María Santísima. Si vosotros que sois malos dais buenas cosas a vuestros hijos... cuanto más vuestro padre celestial... Si vosotros que sois malos dais buenas cosas a vuestros hijos, cuanto más vuestra madre Celestial...

¿Crees que Ella no puede, crees que Ella no quiere...? El amor que Ella te tiene es como para darte todas las cosas del mundo, con más razón la pequeña cosa que le pides. Problema de confianza, siempre es problema de confianza.

¿Cómo se adquiere la confianza? Pidiéndosela a Dios y a María Santísima y ejercitándola en pequeños y repetidos actos de confianza. Confío en que me ayudarás a tener hoy qué comer, cómo pagar mis deudas, como conseguir trabajo, cómo lograr que mi hijo o hija regrese al buen camino...

Hay, además, una fórmula secreta para obtener cosas que uno necesita: y consiste en dar.

Parece contradictoria pues, si no tengo, qué voy a dar. Siempre el más pobre puede dar algo de lo que tiene. Al dar algo parece empobrecerse de momento, pero hay una ley que se cumple siempre: el que da, recibe. Claro, al que no está acostumbrado a ese modo de proceder o no lo ha experimentado, le cuesta creerlo. Pero yo le reto a que haga la prueba.

Muchos y muchas de Uds. han dado un ejemplo de esto: comprometerse con una ofrenda de amor mensual sin saber si van tener. Pueden estar seguros que se cumplirá lo del profeta Elías con la viuda de Sarepta: No faltará la harina ni el aceite en tu casa hasta que Dios mande la lluvia del cielo... Y así sucedió. Los que han hecho anteriormente la experiencia, lo saben.

Por eso las y los que se han decidido a colaborar en esta obra de evangelización no sólo ayudan económicamente, alargando la vida de Guadalupe radio, sino que han hecho un gran acto de valentía y de confianza en Dios.

Dejo en tus manos, Señor, mi vida entera: Mi pasado, mi presente y mi futuro. También el día de mi muerte. Yo no sé cuándo será ni cómo pero no importa. Me importa que lo sepan las dos personas que más me aman en este mundo, Tú y tu Madre santísima que es también mía. Por eso no tengo miedo a la muerte.
Por: P Mariano de Blas LC