"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

lunes, 20 de julio de 2015

De verdad, ¿no tengo tiempo?

Si abrimos el corazón, sí hay tiempo, mucho tiempo, para ayudar, para acompañar, para servir, para amar.

Un niño invita a su padre o a su madre a jugar un rato. ¿Respuesta? “No tengo tiempo”. Luego el padre o la madre dedican más de dos horas al chat.

Un joven llama por teléfono a su amigo. Quiere desahogarse, ser escuchado. Después de 5 minutos, del otro lado escucha: “Mira, ahora estoy muy ocupado y no tengo tiempo para seguir. Si quieres, otro día hablamos”. Luego, el amigo “muy ocupado”, se sienta en un sofá para matar la tarde con un videojuego.

La esposa le pide al esposo salir de compras. Él le dice que no tiene tiempo. Luego, le llaman sus amigos para ir a jugar golf. Y va.

Las situaciones son muchas. Los motivos para decir “no tengo tiempo” cambian de persona a persona. Unos, realmente válidos, indican que tenemos urgencias inderogables: si hay un familiar enfermo tenemos que ir al hospital y por eso decimos “no tengo tiempo” a quien nos pida algo en este momento. Otros, menos válidos (a veces fútiles) simplemente nacen de nuestras preferencias, gustos, planes personales.

Si preferimos un rato de televisión en vez de escuchar a un anciano que quiere ser atendido, no digamos “no tengo tiempo”. Seamos sinceros, y digamos, al otro y a nosotros mismos, que preferimos descansar en vez de ese gesto hermoso pero a veces difícil de ofrecer oídos, corazón y tiempo a quien nos lo pide.

Sólo cuando seamos sinceros y determinemos con claridad dónde se nos escapa el tiempo, qué gustos nos atan a banalidades o a cosas serias pero no imprescindibles, cómo perdemos momentos preciosos de la propia vida en asuntos que satisfacen provisionalmente pero luego nos dejan descontentos y vacíos, podremos tener el valor de reorientar nuestras preferencias.

Si, además, abrimos el corazón a las luces de Dios, si dejamos purificar el alma de avaricias y perezas que nos atan al mundo y a la carne, descubriremos que sí hay tiempo, mucho tiempo, para ayudar, para acompañar, para servir, para amar, sobre todo a quienes viven a nuestro lado.

Por: P. Fernando Pascual LC 




domingo, 19 de julio de 2015

El atardecer de la vida

La vida es un instante que pasa y no vuelve. Comienza con un fresco amanecer; y como un atardecer sereno se nos va.  

El sol se despedía del Imperio Tré. El vasallo caminaba junto a la anciana del molino amarillo. Iban conversando sobre la vida.
- ¿Qué cosa es lo que más te gusta de la vida, anciana?

La viejecilla del molino amarillo se entretenía en lanzar los ojos hacia el ocaso.
- Los atardeceres –respondió.

El vasallo preguntó, confundido:
- ¿No te gustan más los amaneceres? Mira que no he visto cosa más hermosa que el nacimiento del sol allá, detrás de las verdes colinas de Tré.
Y reafirmándose, exclamó:
- ¿Sabes? Yo prefiero los amaneceres.

La anciana dejó sobre el piso la canastilla de espigas que sus arrugadas manos llevaban. Dirigiéndose hacia el vasallo, con tono de voz dulce y conciliador, dijo:
- Los amaneceres son bellos, sí. Pero las puestas de sol me dicen más. Son momentos en los que me gusta reflexionar y pensar mucho. Son momentos que me dicen cosas de mí misma.
- ¿Cosas? ¿De ti misma...? – inquirió el vasallo. No sabía a qué se refería la viejecilla con aquella frase.

Antes de cerrar la puerta del molino amarillo, la anciana añadió:
- Claro. La vida es como un amanecer para los jóvenes como tú. Para los ancianos, como yo, es un bello atardecer. Lo que al inicio el precioso, al final llega a ser plenamente hermoso. Por eso prefiero los atardeceres... - ¡mira!

La anciana apuntó con su mano hacia el horizonte. El sol se ocultó y un cálido color rosado se extendió por todo el cielo del Imperio Tré. El vasallo guardó silencio. Quedó absorto ante tanta belleza.

La vida es un instante que pasa y no vuelve. Comienza con un fresco amanecer; y como un atardecer sereno se nos va. De nosotros depende que el sol de nuestra vida, cuando se despida del cielo llamado “historia”, coloreé con hermosos colores su despedida. Colores que sean los recuerdos bonitos que guarden de nosotros las personas que vivieron a nuestro lado.



sábado, 18 de julio de 2015

¿Cuáles son mis actitudes frente a María?

¡Oh, María, yo te quiero decir, hoy y siempre: tú eres mi victoria, tú eres mi paz, mi seguridad! 


¿Qué actitudes debo de tomar de frente a la Santísima Virgen?

En primer lugar, gloriarme en Ella como me glorío en Cristo. Decía San Pablo que Cristo en la cruz es el culmen de todo: “Líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz de Jesucristo”.

También podemos decir de modo semejante ¿cuál es tu gloria más grande, oh, Niña Eterna? Tu imagen más maravillosa con tu hijo muerto en tus brazos aquel Viernes Santo, Santísimo. Yo también digo: "Líbreme Dios de gloriarme si no es en María Santísima, con su hijo muerto en los brazos, aquel Viernes Santo”.

Si quiero muchísimo a la Santísima Virgen, tengo que querer muchísimo a Jesús, a quien llevó en sus brazos de niño, al que tuvo muerto sobre sus rodillas, al que Ella ama más que a sí misma. Por eso, no hay peligro en amar mucho a la Santísima Virgen y que esto pueda ir en perjuicio del amor a Jesucristo. Todo lo contrario: Ella es un camino hacia Cristo, ella lo sabe, ella lo quiere, para ella es su máxima gloria: llevarnos a Cristo. Y, por eso, uno que se empeña en amar a María, acabará amando a Jesús, por necesidad.

Segundo, ser un niño. Si yo tuviera alma de niño me llevaría mil veces mejor con Cristo, con mi madre y con los hombres, y, aún, conmigo mismo. Cuanto más sencillo sea con la Santísima Virgen más nos vamos a entender. A veces le he preguntado, le he pedido que me dé un conocimiento y un amor muy grande hacia Jesús. La respuesta que me dio fue tan sencilla, que tardé mucho tiempo en saber que venía de Ella. Yo me esperaba una respuesta grandiosa, solemne. La respuesta fue ésta: "Sé como un niño y ten una fe viva y operante". Es decir, si te dicen que Él es Dios, créelo; si te dicen que murió crucificado por ti, créelo; si te dicen que está en la Eucaristía por amor a ti, acéptalo y créelo como un niño, con fe viva y operante.

Si la Santísima Virgen me dice que sea un niño con Jesús, ¿qué tengo que ser con Ella? Un niño eterno. En el orden espiritual soy como un niño, no soy más que eso. Por tanto, comportarme con María como un niño impotente, inexperto, pero confiado.

Tercero, amar y confiar. “¡Oh, Madre, somos otros niños Jesús que corren a tu encuentro, que quieren amarte como Él y ser amados por ti! ¡Oh, María, yo te quiero decir, hoy y siempre: tú eres mi victoria, tú eres mi paz, mi seguridad! “ Y esto lo debe de decir cada sacerdote, cada cristiano, si de veras quiere a María como madre.

Resucitar es sentir la alegría del triunfo de Cristo en mi corazón. “Jesucristo, Tú eres mi victoria.” Pero, también sentir el triunfo de María Santísima en su Asunción. “ ¡Madre bendita, tú también eres mi victoria! Y así como me alegro del triunfo de Cristo resucitado, me alegro del triunfo tuyo, Madre mía, en tu Asunción al cielo. Es también mi triunfo, porque es el triunfo de mi madre. Cuando un hijo tuyo te toma en serio, todas las cosas se vuelven posibles.” Esas cosas que uno piensa a veces: ¿podré? ¿Me curaré, algún día, de esa enfermedad? ¿Podré superar esa tentación alguna vez? ¿Podré lograr esas metas apostólicas?

Esas cosas que uno considera imposibles, o muy difíciles, se hacen posibles cuando se toma en serio, en serio, a María Santísima. Por ejemplo, vencer todas las tentaciones, conquistar las metas difíciles y, sobre todo, llegar al cielo.

Quiero arriesgarme del todo con la mujer más maravillosa del mundo, la madre más tierna, la reina más poderosa: María. Es una gran diferencia tener una madre como tú, una gran diferencia. A veces se nos ve a los cristianos tristes, desorientados, desanimados, como niños huérfanos. ¿Dónde está tu madre? ¿Quién es? ¿Cómo se llama? Cuando estoy enojado, desanimado o impaciente, al mirar tu rostro, al contemplar tus ojos, al mirar tu sonrisa, se me va el enojo, el desaliento y la impaciencia, Madre.

Y cuanto más incapaz me sienta por falta de cualidades, de tiempo y experiencia, más me debo lanzar. Eso es fe y confianza y amor. Lo otro es la vanidad de siempre, el mirarme a mí, y a mi barca y a mis redes, y no a Cristo Omnipotente y a María, omnipotencia suplicante. La diferencia de Pedro. Primero dijo: "Toda la noche he tirado mis redes y no he sacado ni un pez". Lo segundo: "En tu nombre echaré las redes". Las redes llenas de peces: ésa es la diferencia. Y no crean que Jesús se enoja porque uno tira las redes, también, en nombre de María Santísima. Jesús sonreirá de gusto, de emoción, al ver que no sólo confiamos en Él y tiramos las redes en su nombre, sino que también confiamos en María, su madre y la nuestra, y en su nombre, en el nombre de Ella, echamos también nuestras redes. En nombre de María también se llenarán nuestras redes de peces. No te quiero perder, madre mía. El día que te pierda, estaré perdido. Ese día sí estaré perdido.

Y cuando se juntan muchos contratiempos -que eso nos suele suceder en nuestra vida- podemos recordarnos a nosotros mismos, o recordar a otros, quién es la causa de nuestra alegría. Si realmente creemos en esto que decimos diariamente en las letanías del rosario, debería siempre asomarse a nuestro rostro una sonrisa eterna, una paz permanente, una fortaleza continua, aún en medio del dolor y del sufrimiento. ¡Oh, María, tú eres mi salvación! ¡Contigo sí me atrevo! ¡Contigo sí puedo! ¡Contigo voy al fin del mundo! Esto lo tenemos que decir, lo tenemos que gritar, a todos aquellos enemigos que nos desafían: llámese mundo, llámese demonio, llámese la carne; que nos desafían a que no llegaremos a santos, y no llegaremos a realizar grandes cosas en el apostolado. Hay que profundizar la confianza en Ella hasta sentir en las venas, en el cuerpo, en el alma toda, una seguridad y un valor absolutos. Yo sé que una Mujer me llevará al cielo, me obtendrá la gracia de la santidad, el valor de los mártires, el celo de los apóstoles.

Como San Pablo, yo también, y tú, podemos decir: "todo lo puedo en Cristo, que me conforta". Pero también podemos y debemos decir: "todo lo puedo en María, que me fortalece". Si tengo a María Santísima, si tengo a Cristo, y creo que me aman muchísimo y lo pueden todo, no debo temer, andar asustado, inquieto, derrumbado: jamás.

Se ha hablado de que el sacerdote ha perdido su identidad. Su identidad es ser otro Cristo en la tierra. ¿Ustedes creen que a María Santísima se le puede olvidar el rostro de su Hijo? ¿Ustedes creen que María Santísima ha perdido, o desconoce, la identidad del sacerdote, cuando ve en él la imagen, el rostro, de su propio hijo? ¿Quién nos ha dicho que el sacerdote ha perdido su identidad? Si la lleva impresa en su alma a fuego.

¿Se puede o no se puede con María? ¿Se puede o no se puede en la Iglesia resolver los grandes problemas, las grandes reformas? ¿Se puede o no se puede con María? Se pudo al inicio, porque Ella puso a rezar a la Iglesia. Ella obtuvo la venida del Espíritu Santo que transformó a aquellos hombres de cobardes en valientes, de tímidos en leones, de hombres incapaces -humanamente hablando- en apóstoles que lograron realmente la conversión de aquel mundo pagano. Hoy, la Iglesia también puede si toma en serio a María Santísima. Ella es, por providencia de Dios, la que volverá a pisar, a aplastar, la cabeza de Satanás que se ha metido dentro de la misma Iglesia.

Por eso, si hoy queremos triunfar, individualmente como cristianos, como sacerdotes, y conjuntamente como Iglesia, tenemos que tomar muy en serio en nuestra vida, en nuestra oración, en nuestro apostolado, a quien aplastó la cabeza de la serpiente: a María Santísima.

Por: P Mariano de Blas



Si está leyendo esta entrada desde Facebook,  por favor, de un  “Me Gusta”  a esta página para ello pinche aquí.


viernes, 17 de julio de 2015

Y tú, ¿dónde vas? ¡Seguramente al lugar equivocado!

Buscamos satisfacciones en este mundo, soñamos con algo, y cuando lo alcanzamos, la alegría dura un instante.

¿Dónde vas?. Increíblemente, después de una vida junto a Jesús y Su Madre, Pedro necesitó de este empujón final del Señor para animarse a invertir sus pasos, y volver a Roma para entregarse al martirio final. ¿Dónde ibas, Pedro?. ¿Que hubiera sido de tu vida luego, si Jesús no te hubiera marcado el camino?. Pedro, la cabeza de nuestra amada iglesia, nos mostró siempre cómo se lucha contra nuestras propias flaquezas para finalmente triunfar y glorificar a Dios, haciendo Su Voluntad.

Buscamos y buscamos satisfacciones en este mundo. Soñamos con algo, y cuando lo alcanzamos, la alegría dura un instante y nuevamente nos sentimos vacíos. Sea un título, un bien material, conocer un lugar, e incluso un hijo o una pareja. Cuando esas cosas están en nuestros sueños nos motivan e impulsan para adelante. Pero cuando finalmente las alcanzamos sentimos una felicidad pasajera, y luego, a buscar otra meta para perseguir. ¡Y eso en el mejor de los casos!. Cuando esos sueños no se hacen realidad, nos frustramos, deprimimos, nos sentimos vacíos, fracasados en la vida.

¿Dónde vamos?. Alguien me preguntó hace poco tiempo: ¿Te llena Dios realmente la vida cuando lo descubres?. ¡Allí está el secreto!. Nada tiene sentido sin Dios, sólo Dios le pone sentido a nuestra vida. El detiene nuestra carrera, nuestra búsqueda desenfrenada, y nos dice:

Yo soy a quien estabas buscando, sin Mi nada tiene sentido. Ámame, descubre cual es Mi Voluntad respecto de tu misión en la vida, y encontrarás la paz verdadera.

En ese momento se acaban las fantasías terrenales, los falsos ídolos que construimos y adoramos: el dinero, el estatus, nuestra posición en la sociedad, nuestra forma de vida. Jesús toma entonces el lugar central dentro nuestro y hace que todo lo demás gire alrededor de Su Voluntad. Si trabajo, deseo hacerlo agradando a Dios, si educo a mis hijos, deseo formarlos en el amor a Dios, si hago un viaje, busco el modo de crecer en mi fe a través de los lugares que visito. En todo descubro la mano de Dios que me pone las oportunidades de crecer en el amor a El a cada instante.

Jesús, ese día, se apareció a Pedro con la Cruz sobre su hombro. Ya había resucitado y ascendido a los Cielos. Pedro huía de Roma ante la amenaza de ser arrestado por defender al Señor. Jesús le dijo entonces: "¿dónde vas Pedro?. Si tú te marchas, yo tengo que tomar tu lugar, con mi Cruz a cuestas". Pedro, sintiéndose morir por ver a Jesús de ese modo, dio media vuelta a sus pasos y volvió a Roma aceptando ser crucificado en nombre de Cristo.

Y tú, ¿dónde vas?.


Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org


Si está leyendo esta entrada desde Facebook,  por favor, de un  “Me Gusta”  a esta página para ello pinche aquí.

jueves, 16 de julio de 2015

La Virgen del Carmen Madre de todos

Llevar el Escapulario de la Virgen del Carmen es ponerse, como ella, un vestido nuevo, el ropaje de la fe, de la alegría... 

Muchas son las advocaciones con las que invocamos a María. La Virgen del Carmen ha sido una de las devociones más populares durante setecientos años. Muchos cristianos se han sentido protegidos por María con el Escapulario. El escapulario es un signo especial de la protección de María, madre y hermana nuestra. El Escapulario del Carmen nos compromete a vivir como María, a ser personas orantes, a estar abiertos a Dios y a las necesidades de los hermanos.

María fue la favorecida de Dios, la "llena de gracia". Sabía que el Señor estaba con ella, sentía su presencia. Dios se había fijado en su humildad y cuidaba de ella. Estaba arropada por la fuerza de Dios. No podía temer a nada ni a nadie. María conocía el corazón de Dios, sabía de su infinita misericordia. Por eso, lo alababa y adoraba. Vivía de Dios, con Dios y para Dios.

Concibió y dio a luz a su hijo, "el Hijo del Altísimo" a quien puso por nombre Jesús, Salvador de cada pueblo y de todos aquellos que creen en él. En su vientre había llevado a Jesús y facilitó que estuviera en su corazón durante toda su vida.

María fue una mujer sencilla. Se ubicó entre los socialmente considerados inferiores, entre los que no tienen ni voz ni voto. Todos los necesitados tenían cabida en su corazón. Sin demora ni tardanza se puso en camino para atender a su pariente Isabel, para llevarle al Dios de la vida, para asistirla y ayudarla.

María tiene muchos títulos. Entre todos ellos, todos hermosos y grandes, sobresale el de ser Madre de Cristo y Madre nuestra. María es Madre de la Iglesia. Como dice Pablo, sufre por ella dolores de parto hasta ver a Cristo formado en cada uno de los creyentes. Ella cuida de sus hijos, como buena madre, durante la vida y en la hora de la muerte. Ella ayuda a caminar con Jesús y a esperar hasta el final.

María estuvo junto a su hijo en todos los momentos de su vida. En las alegrías y, sobre todo, en el momento de la cruz. Lo acompañó hasta la tragedia final del Calvario. Ella, la Dolorosa, también está cercana a nuestras penas y sufrimientos cotidianos. Los pobres, los enfermos, los que sufren, alcanzan de María la fuerza y ayuda para sobrellevar con fe una vida plagada de dificultades.

La historia y la leyenda nos han mostrado a la Virgen del Escapulario siempre cercana a todos aquellos que, viviendo momentos difíciles y amargos, han acudido a ella pidiendo su protección.

Llevar el Escapulario de la Virgen del Carmen es ponerse, como ella, un vestido nuevo, el ropaje de la fe, de la alegría...

Sí, hemos sido revestidos de Cristo y, como María, debemos permanecer fieles a Dios hasta el final.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro 



Si está leyendo esta entrada desde Facebook,  por favor, de un  “Me Gusta”  a esta página para ello pinche aquí.



miércoles, 15 de julio de 2015

Dios te ama a ti, te ha creado

Porque Dios quiere amar a otros, te ha creado a ti, tal como eres, para que tú les lleves su amor 

Vino a Roma una amiga de la familia. Este beso es de parte de tus padres. Y me han dicho que si necesitas algo me lo digas para comprártelo. El amor no se detiene a causa de las distancias y cuando tiene una oportunidad trata de manifestarlo de algún modo, incluso con emisarios. Mientras contemplaba y escuchaba a mi paisana, entendí perfectamente que mis papás me decían: te queremos mucho y nos preocupamos de ti.

Algo parecido ocurre con Dios y el amor que Él tiene por los hombres. No sé si lo habías pensado alguna vez. Por eso te lo digo: tú y tu vida, es un esfuerzo de amor por parte de Dios. El Señor quiere amar y por eso te ha creado a ti. Pero, ¡atentos! En ti, el amor de Dios se expresa en un doble sentido. Porque Dios te ama a ti, te ha creado. Pero a la vez, porque Dios quiere amar a otros, te ha creado a ti, tal como eres, para que tú les lleves el amor que Él les tiene.

Esto es lo que San Juan Pablo II decía: "Movido por el principio de haber sido creado a imagen de Dios, hombre y mujer, el creyente puede reconocer el misterio del rostro trinitario de Dios, que lo crea poniendo en él el sello de su realidad de amor y comunión" (31 de mayo 2001). Vamos a explicar estas palabras del Papa.

¿Cómo es Dios? Dios es "amor y comunión". Para que se pueda amar es necesario que exista algo que sea amado, algo diverso del que ama.

¿Correcto? Pero, a la vez, el amor crea unión entre el amante y el amado. Es decir, para amar se requiere ser diverso de otro y, al mismo tiempo, el amor busca la unión. En realidad esto es lo que llamamos el misterio de la Santísima Trinidad: siendo tres personas son, por el amor, una sola realidad.

La siguiente pregunta que se debe responder es ¿cómo eres tú? Si tú has sido creado para expresar el amor de Dios, y para amar es necesario ser diverso de lo que se ama, resulta que tú has sido creado diverso, diverso de todos. Pero la principal diversidad es ser "hombre y mujer". Es cierto que tú, si eres varón, eres diverso también de cualquier otro hombre, pero sobre todo eres diferente de cualquier mujer. Lo mismo se aplica a la mujer: cada una de ellas, aunque diversas entre sí, son más diferentes respecto de cualquier hombre.

Todavía está en boga una cierta tendencia a la igualdad entre hombres y mujeres. Es cierto que la igualdad es un valor que se debe defender, pero la verdadera riqueza humana consiste en ser diversos.

Si todos fuéramos iguales, ¿qué podría yo dar al otro y que podría recibir de él? En cambio con la riqueza de las diferencias siempre tengo algo que dar y algo que recibir. Por lo mismo es la diversidad lo que ofrece una dignidad y un valor a cada persona: ¿de qué serviría yo si no tengo nada que dar al otro? y ¿qué valor tendrían los demás si no tienen nada que darme? Por ello, nos decía el Papa "cuando se pierde de vista el principio de la creación del hombre como varón y mujer, se ofusca la singular dignidad de la persona humana y se abre el camino a una amenazadora cultura de la muerte". Si el otro no tiene nada que ofrecerme ¿para qué le voy a mantener en vida?

Decíamos que tú eres un esfuerzo de amor por parte de Dios. Por ello te ha creado diverso de los demás, y es en "la experiencia del amor rectamente entendido (entre hombre y mujer) que cada ser humano está llamado a tomar conciencia de los factores constitutivos de la propia humanidad: razón, cariño, libertad". ¿Qué quiere decir el Papa con estas palabras?

Él vuelve a afirmar que sólo en el matrimonio entre un hombre y una mujer se puede realizar la dignidad plena del ser humano. En efecto, la unión matrimonial no es simplemente una unión pasional. Se contrae matrimonio después de una recto conocimiento de las diferencias del uno y del otro. No es la pasión sino la razón quien descubre lo que uno puede dar y puede recibir del otro. No es la pasión lo que mueve a hacer el amor, sino el amor lo que busca el cariño y el afecto tal como el otro lo necesita y a recibirlo tal como el otro sabe darlo. La duración del amor no depende de la pasión y del egoísmo, sino de la libertad que ha optado por la persona amada por encima de cualquier otra persona y circunstancia.

Recuérdalo muy bien: tú eres un esfuerzo de amor por parte de Dios. Y donde primero lo tienes que vivir es en tu vida personal, matrimonial, familiar. Ama a los demás como Dios los ama.


Por: P. Juan Carlos Ortega Rodriguez 





Si está leyendo esta entrada desde Facebook,  por favor, de un  “Me Gusta”  a esta página para ello pinche aquí.

martes, 14 de julio de 2015

Jesús no tiene buena memoria

Jesús no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona, sino que olvida que ha perdonado.

Detenido en 1975 por su condición de obispo y encarcelado durante 13 años en las cárceles del Vietcong, nueve de ellos en completo aislamiento, en el año 2000 Juan Pablo II encarga a monseñor Van Thuan impartir los ejercicios espirituales de Cuaresma ante la curia vaticana.

Al comienzo de los mismos, monseñor Van Thuan relata cómo a pesar de las duras condiciones de su prisión, su esperanza inquebrantable en Jesús despierta la admiración e incomprensión de sus compañeros de prisión y guardianes. He aquí el admirable testimonio que dio sobre su seguimiento a Jesús.

En la cruz, durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (Lc 23, 42). Si hubiera sido yo, le habría contestado: «No te olvidaré, pero tus crímenes tienen que ser expiados, al menos, con 20 años de purgatorio». Sin embargo Jesús le responde: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Él olvida todos los pecados de aquel hombre.

Algo análogo sucede con la pecadora que derramó perfume en sus pies: Jesús no le pregunta nada sobre su pasado escandaloso, sino que dice simplemente: «Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor» (Lc 7, 47).

La parábola del hijo pródigo nos cuenta que éste, de vuelta a la casa paterna, prepara en su corazón lo que dirá: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros» (Lc 15, 1819). Pero cuando el padre lo ve llegar de lejos, ya lo ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo abraza, no le deja tiempo para pronunciar su discurso, y dice a los siervos, que están desconcertados: «Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado» (Lc 15, 22-24).

Jesús no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona, y perdona a todos, sino que incluso olvida que ha perdonado.

Por: Monseñor Francois-Xavier Nguyen van Thuan 



Si está leyendo esta entrada desde Facebook,  por favor, de un  “Me Gusta”  a esta página para ello pinche aquí.




lunes, 13 de julio de 2015

¿Soy culpable de mí mismo?

Necesito abrir los ojos ante mi situación actual y verla con realismo y con esperanza.

Cada decisión deja una huella: en mi vida, en la de los seres cercanos, en otros corazones que no conozco pero que, de modos misteriosos, quedan bajo la influencia de mis actos.

Con el pasar del tiempo, las decisiones configuran un mosaico. Como enseñaba san Gregorio de Nisa, en cierto sentido somos padres de nosotros mismos a través de nuestros actos.

¿Qué imagen he trazado en mi alma? ¿Hacia dónde está dirigida mi mirada? ¿Qué busco, qué sueño, qué temo, qué lloro, qué me causa alegría? ¿Hacia dónde oriento el cincel cada vez que plasmo la estatua de mi vida?

Si los defectos dominan mi corazón, siento pena. Surge entonces la pregunta: ¿soy culpable de mí mismo? ¿Son mis decisiones las que me llevaron a esta situación de apatía, de tibieza, de orgullo, de envidia, de rencores?

En ocasiones busco la culpa fuera de mí. Incluso tal vez tenga algo de razón: hay personas que me han herido profundamente, que un día llegaron a provocar esa angustia o ese odio que me carcome a todas horas. Pero en otras ocasiones tengo que reconocerlo: la culpa es completamente mía.

Necesito abrir los ojos ante mi situación actual y verla con realismo y con esperanza. Sobre todo, necesito aprender a leer mi vida desde un corazón que me conoce como nadie: el corazón de Dios.

A Él puedo preguntarle si soy culpable de mí mismo, si me he dañado tontamente, si he permitido que me ahoguen asuntos insustanciales, si me he encerrado en un pesimismo dañino.

Luego, desde el diagnóstico del Médico divino, podré abrirme a su gracia para curar mi voluntad, para orientar mis pensamientos a un mundo nuevo y bello, para dar pasos concretos que me permitan perdonar y pedir perdón.

Será posible, entonces, que esa libertad con la que tantas veces he hecho daño, a otros y a mí mismo, empiece a ser usada para construir una vida nueva, desde la luz del Espíritu Santo y con la meta que embellece todo: amar a Dios y a los hermanos.


Por: P. Fernando Pascual LC 



Si está leyendo esta entrada desde Facebook,  por favor, de un  “Me Gusta”  a esta página para ello pinche aquí.



domingo, 12 de julio de 2015

Raíces profundas y resistentes

Cuentos
Siempre habrá una tempestad en algún momento de nuestras vidas, porque, queramos o no, la vida no es muy fácil. 



Tiempo atrás, yo era vecino de un médico, cuyo "hobby" era plantar árboles en el enorme patio de su casa. A veces observaba, desde mi ventana, su esfuerzo por plantar árboles y más árboles, todos los días.

Lo que más llamaba mi atención, entretanto, era el hecho de que él jamás regaba los brotes que plantaba. Noté después de algún tiempo, que sus árboles estaban demorando mucho en crecer.

Cierto día, resolví entonces aproximarme al médico y le pregunté si él no tenía recelo de que las plantas no creciesen, pues percibía que él nunca las regaba. Fue cuando, con un aire orgulloso, él me describió su fantástica teoría.

Me dijo que, si regase sus plantas, las raíces se acomodarían en la superficie y quedarían siempre esperando por el agua fácil, que venía de encima. Como él no las regaba, los árboles demorarían más para crecer, pero sus raíces tenderían a migrar para lo más profundo, en busca del agua y de las varias nutrientes encontradas en las capas más inferiores del suelo.

Así, los árboles tendrían raíces profundas y serían más resistentes a las intemperies. Y agregó que él frecuentemente daba unas palmadas en sus árboles, con un diario doblado, y que hacía eso para que se mantuviesen siempre despiertas y atentas. Esa fue la única conversación que tuvimos con mi vecino.

Tiempo después fui a vivir a otro país, y nunca más volví a verlo.

Varios años después, al retornar del exterior, fui a dar una mirada a mi antigua residencia. Al aproximarme, noté un bosque que no había antes.
¡¡Mi antiguo vecino, había realizado su sueño!!.

Lo curioso es que aquel era un día de un viento muy fuerte y helado, en que los árboles de la calle estaban arqueados, como si no estuviesen resistiendo al rigor del invierno. Entretanto, al aproximarme al patio del médico, noté cómo estaban sólidos sus árboles: prácticamente no se movían, resistiendo estoicamente aquel fuerte viento.

Qué efecto curioso, pensé...
Las adversidades por las cuales aquellos árboles habían pasado, llevando palmaditas y habiendo sido privados de agua, parecía que los había beneficiado de un modo que el confort y el tratamiento más fácil jamás lo habrían conseguido.

Todas las noches, antes de ir a acostarme, doy siempre una mirada a mis hijos. Observo atentamente sus camas y veo cómo ellos han crecido.

Frecuentemente rezo por ellos. En la mayoría de las veces, pido para que sus vidas sean fáciles, para que no sufran las dificultades y agresiones de éste mundo... He pensado, entretanto, que es hora de cambiar mis ruegos.

Ese cambio tiene que ver con el hecho de que es inevitable que los vientos helados y fuertes nos alcancen. Sé que ellos encontrarán innumerables dificultades y que, por tanto, mis deseos de que las dificultades no ocurran, han sido muy ingenuos. Siempre habrá una tempestad en algún momento de nuestras vidas, porque, queramos o no, la vida no es muy fácil.

Al contrario de lo que siempre he hecho, rezaré para que mis hijos crezcan con raíces profundas, de tal forma que puedan retirar energía de las mejores fuentes, de las más divinas, que se encuentran siempre en los lugares más difíciles.

Pedimos siempre tener facilidades, pero en verdad lo que necesitamos hacer es pedir para desenvolver raíces fuertes y profundas, de tal modo que cuando las tempestades lleguen y los vientos helados soplen, resistamos bravamente, en vez de que seamos subyugados y barridos por el viento.

sábado, 11 de julio de 2015

En vacaciones...la vida interior... ¿qué?

No olvidemos, porque estamos de vacaciones, todo el esfuerzo que hicimos para mejorar día con día cuando estábamos en tiempo de trabajo 

Sería interesante preguntarnos si la vida interior puede o debe tener vacaciones.

Primero partiremos de lo que significa o encierra la palabra: vacación.

Vacación es la suspensión del trabajo o del estudio durante algún tiempo y este tiempo de asueto, descanso y recreo que siempre ha sido sumamente necesario para el hombre, lo es mucho más para el hombre de nuestros días. Y al decir el hombre nos referimos también a la mujer y a los pequeños y grandes estudiantes que llevan un tiempo largo y sostenido en sus quehaceres y trabajos.

El periodo de vacaciones es muy saludable para la mente y para el cuerpo pues la rutina y el esfuerzo de la vida diaria pueden llegar a sumirnos en el estrés y por lo tanto al menor rendimiento de nuestras capacidades. Todo esto lo sabemos y está muy bien hasta ahí, pero.. ¿y la vida interior... el espíritu?

Decididamente es otra parte de la que sabemos se compone el hombre y no puede entrar en vacaciones. El enemigo acecha, siempre está alerta... él no tiene vacaciones.

Darle vacaciones a nuestra vida interior sería empezar a perder terreno en la batalla del bien contra el mal.

Nuestro espíritu se nutre de la oración, de la meditación, de la cercanía de los Sacramentos y de la presencia de Dios.

Estamos de acuerdo que el cambio en nuestro modo de vivir por vacaciones hará un poco distinto lo habitual pero hemos de procurar dar en todo momento un lugar preponderante a esta parte íntima de nuestro ser.

Hemos de acrecentar el deseo de orar, de elevar nuestra alma al Creador al contemplar una puesta de sol, quizá el mar, quizá la montaña. ¿Quién no puede encontrar, si quiere, un momento para darle gracias a Dios por el lindo día de campo, de viaje, de museos, de alegre diversión, de descanso, de encuentro con amigos o familiares distantes y pedirle nos siga bendiciendo y aumentando nuestra fe, en el siguiente día?

¿Quién no puede, si se lo propone, cumplir con el precepto de la Misa los domingos y tratar de buscar la palabra adecuada, la semilla buena, dejada caer como al azar, para que más tarde germine en el alma de quien tuvimos la ocasión de tratar en un viaje, o en una reunión?

Las vacaciones de nuestro espíritu son un mayor acercamiento a Dios. Ahí se robustece, ahí cobra mayor vigor.

No olvidemos, porque estamos de vacaciones, todo el esfuerzo que hicimos para mejorar día con día cuando estábamos en tiempo de trabajo, por el contrario, empeñemos en obtener, donde quiera que estemos, un mejoramiento y superación en nuestra vida interior y el recuerdo de, que por donde pasamos, intentamos dejar una huella de luz para los demás.


Por: Ma. Esther De Ariño