"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

domingo, 21 de julio de 2013

La seriedad en la vida

Se trata de tomar en serio la vida, precisamente para que nunca nos falten la alegría y el optimismo. 
Con las veces que hablamos de la alegría y del optimismo en nuestros mensajes, estaría bonito que viniera hoy a decirles que no, que eso de la alegría y el optimismo lo vamos a dejar de lado para anunciar a los cuatro vientos que queremos una verdadera conversión, y vamos a ser en adelante unas personas muy serias... Pues, miren qué casualidad. Hoy he tenido esta ocurrencia: hablar de la seriedad, y hablar de la seriedad en serio...

Todos ustedes, han adivinado a la primera que no se trata de vivir con caras largas, labios caídos y ojos tristones, aptos para la caricatura que de nosotros trazaría un buen dibujante para hacer reír a cualquiera..., sino todo lo contrario. 

Se trata de tomar en serio la vida, precisamente para que nunca nos falten la alegría y el optimismo, porque la seriedad de la vida es lo único que nos garantiza una vida valiosa y feliz. 

Son muchas las veces que se nos habla y hablamos de moralidad, de lo que está bien y debemos hacer. 

Lo mismo que hablamos de la inmoralidad, de lo que está mal, hasta el punto de constituir un peligro grave de perdición. 

Podemos y debemos preocuparnos de la moralidad y de la inmoralidad, pues toda cautela es poca cuando se trata de ganar o perder la vida para siempre. 

Sin embargo, hacemos poco hincapié en otro punto que influye decisivamente en nuestra existencia, como es la seriedad, y que está muy relacionada con la moralidad. 

Seriedad quiere decir tomarse la vida como se debe, con sentido de responsabilidad, valorando todas nuestras acciones y cumpliendo todas nuestras obligaciones. 

Es darse cuenta de que hay cosas que no valen la pena, y tan ligeras que sólo preocupan a personas de poca sensatez. 

Nosotros, que nos juzgamos y queremos ser hombres y mujeres de valer, queremos ser personas serias, aunque estemos riendo todo el día, sabiendo que nuestra alegría no es otra cosa que la manifestación de una conciencia en paz porque cumplimos bien todo nuestro deber. 

Un hombre tan serio y tan sensato como Ignacio de Loyola nos dio unas lecciones plásticas e inolvidables sobre la seriedad de la vida. Las leí una vez en su historia, y no las he olvidado nunca. A lo mejor nos pueden servir, una y otra anécdota, ocurridas en aquella primera comunidad de la Compañía en Roma. Digo este detalle para entender mejor lo que vamos diciendo.


La primera nos cuenta lo ocurrido con un joven novicio que estaba siempre alegre. Un compañero lo acusa ante el Fundador y superior de que procedía siempre con muy poca seriedad. En presencia del acusador, San Ignacio llama al culpable, y le dice:

-Te acusan de muy poca seriedad en tu vida. ¿Sabes lo que debes hacer en adelante? Yo siempre te veo de muy buen humor, hijo mío, y me alegro de ello. Así te quiero ver siempre. El que se ha consagrado a Dios no tiene ningún motivo de tristeza, sino de alegría.

No hay por qué decir que el muchacho siguió más contento que nunca...


La segunda anécdota tiene un cariz bien distinto. Un Hermano cumplía sus oficios domésticos de manera algo descuidada. San Ignacio de Loyola no era un hombre para medianías, y llama al que trabajaba con tan poca diligencia. 
- Oiga, Hermano, ¿usted, por qué y por quién trabaja? 
El Hermano responde con toda naturalidad y convencido:
- Padre, yo trabajo siempre por Dios y para su gloria. 
Aquí le esperaba Ignacio, que le avisa muy serio y con pocas bromas:
- ¿Por Dios y para su gloria, y hace las cosas mal? Si me dijera que las hace por el Padre Ignacio, le perdonaría. Pero si dice que las hace así por Dios, le voy a poner una buena penitencia.

Cosas de Santos... E Ignacio de Loyola es uno de los hombres más equilibrados que tenemos en el calendario. Con dos casos tan familiares como éstos, aprendemos lo que es la seriedad en la vida. No se trata de tristeza, sino de alegría, pero con un gran sentido de responsabilidad en todo lo que hacemos. Es lo que decimos con esa frase ya hecha: Tomar la vida en serio, tan distinta de tomar la vida a la ligera...

Nos ponemos ahora a pensar en nosotros mismos, y nos hacemos varias preguntas. 

¿Se toma la vida en serio cuando uno se divierte alocadamente en una discoteca?... No parece que haya mucha seriedad en eso. 
¿Está triste y deja de ser feliz el que ha pasado la noche del sábado en casa o amigablemente distraído y cumple después escrupulosamente con la Misa dominical?... Pareciera una vida muy aburrida. 

Sin embargo, los dos puntos de arranque en la comparación --la discoteca y la Misa-- nos dan la respuesta adecuada. En la una hay mucha diversión y poca alegría, porque hay poca seriedad. En la otra hay mucha poca diversión y mucha felicidad, porque hay mucha seriedad. 

El tomar en serio la vida es una fuente de paz, de alegría, de bienestar. La persona se da cuenta de que la vida vale la pena vivirse, porque se realiza y se llena las manos, ¡algo tan distinto de mirarlas vacías!... 

El cristiano, consagrado en el Bautismo a Dios para llevar una vida en todo conforme a la de Jesucristo, es el hombre más alegre a la vez que el cumplidor más fiel de todas sus obligaciones. 

Seriedad y alegría. Cara de cielo y brazos de bronce. Sabe trabajar y sabe reír. Nadie aprovecha la vida como el cristiano serio, tan formal en todo como feliz en cada uno de sus pasos....


Autor: Pedro García, misionero claretiano.

sábado, 20 de julio de 2013

Eucaristía y compromiso de caridad

El cuerpo de Cristo en la Eucaristía se identifica con el cuerpo necesitado de nuestros hermanos. 


La eucaristía tiene que ser fuente de caridad para con nuestros hermanos. Es decir, la eucaristía nos tiene que lanzar a todos a practicar la caridad con nuestros hermanos. Y esto por varios motivos.

¿Cuándo nos mandó Jesús "amaos los unos a los otros", es decir, cuándo nos dejó su mandamiento nuevo, en qué contexto? En la Última Cena, cuando nos estaba dejando la eucaristía. Por tanto, tiene que haber una estrecha relación entre eucaristía y el compromiso de caridad.

En ese ámbito cálido del Cenáculo, mientras estaban cenando en intimidad y Jesús sacó de su corazón este hermoso regalo de la eucaristía, en ese ambiente fue cuando Jesús nos pidió amarnos. Esto quiere decir que la eucaristía nos une en fraternidad, nos congrega en una misma familia donde tiene que reinar la caridad.

Hay otro motivo de unión entre eucaristía y caridad. ¿Qué nos pide Jesús antes de poner nuestra ofrenda sobre el altar, es decir, antes de venir a la eucaristía y comulgar el Cuerpo del Señor? "Si te acuerdas allí mismo que tu hermano tiene una queja contra ti, deja allí tu ofrenda, ante el altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y después vuelve y presenta tu ofrenda" (Mt 5, 23-24).

Esto nos habla de la seriedad y la disposición interior con las que tenemos que acercarnos a la eucaristía. Con un corazón limpio, perdonador, lleno de misericordia y caridad. Aquí entra todo el campo de las injusticias, atropellos, calumnias, maltratos, rencores, malquerencias, resquemores, odios, murmuraciones. Antes de acercarnos a la eucaristía tenemos que limpiarnos interiormente en la confesión. Asegurarnos que nuestro corazón no debe nada a nadie en todos los sentidos.

En este motivo hay algo más que llama la atención. Jesús nos dice que aún en el caso en que el otro tuviera toda la culpa del desacuerdo, soy yo quien debo emprender el proceso de reconciliación. Es decir, soy yo quien debo acercarme para ofrecerle mi perdón.

¿Por qué este motivo? 

Mi ofrenda, la ofrenda que cada uno de nosotros debe presentar en cada misa (peticiones, intenciones, problemas, preocupaciones, etc.) no tendría valor a los ojos de Dios, no la escucharía Dios si es presentada con un corazón torcido, impuro, resentido, lleno de odio. 

Ahora bien, si presentamos la ofrenda teniendo en el corazón esta voluntad de armonía, será aceptada por Dios como la ofrenda de Abel y no la de Caín. Éste era agricultor, y le ofrecía a Dios su ofrenda con corazón desviado y lleno de envidia y resentimiento al ver que su hermano Abel era más generoso y agradable a Dios, pues le presentaba generosamente las primicias de su ganado.

Y hay otro motivo de unión entre eucaristía y compromiso de caridad. En el discurso escatológico, es decir cuando Jesús habló de las realidades últimas de nuestra vida: muerte, juicio, infierno y cielo, habló muy claro de nuestro compromiso con los más pobres. 

Jesús en la eucaristía nos dice "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros". Y aquí, en este discurso solemne, nos pide que ese cuerpo se iguale con el prójimo más pobre, y por eso mismo es un cuerpo de Jesús necesitado que tenemos que alimentar, saciar, vestir, cuidar, respetar, socorrer, proteger, instruir, aconsejar, perdonar, limpiar, atender.

San Juan Crisóstomo tiene unas palabras impresionantes: "¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No permitas que Él esté desnudo y no lo honres sólo en la Iglesia con telas de seda, para después tolerar, fuera de aquí, que ese mismo cuerpo muera de frío y de desnudez".

Él que ha dicho "Esto es mi cuerpo", ha dicho también "me habéis visto con hambre y no me habéis dado de comer" y "lo que no habéis hecho a uno de estos pequeños, no me lo habéis hecho a Mí".

Te dejo unas líneas para tu reflexión: "Pasé hambre por ti, y ahora la padezco otra vez. Tuve sed por ti en la Cruz y ahora me abrasa en los labios de mis pobres, para que, por aquella o por esta sed, traerte a mí y por tu bien hacerte caritativo. Por los mil beneficios de que te he colmado, ¡dame algo!...No te digo: arréglame mi vida y sácame de la miseria, entrégame tus bienes, aun cuando yo me vea pobre por tu amor. Sólo te imploro pan y vestido y un poco de alivio para mi hambre. Estoy preso. No te ruego que me libres. Sólo quiero que, por tu propio bien, me hagas una visita. Con eso me bastará y por eso te regalaré el cielo. Yo te libré a ti de una prisión mil veces más dura. Pero me contento con que me vengas a ver de cuando en cuando. Pudiera, es verdad, darte tu corona sin nada de esto, pero quiero estarte agradecido y que vengas después de recibir tu premio confiadamente. Por eso, yo, que puedo alimentarme por mí mismo, prefiero dar vueltas a tu alrededor, pidiendo, y extender mi mano a tu puerta. Mi amor llegó a tanto que quiero que tú me alimentes. Por eso prefiero, como amigo, tu mesa; de eso me glorío y te muestro ante todo el mundo como mi bienhechor" (San Juan Crisóstomo, Homilía 15 sobre la epístola a los Romanos). 

Estas palabras son muy profundas. Este cuerpo de Cristo en la eucaristía se iguala, se identifica con el cuerpo necesitado de nuestros hermanos. Y si nos acercamos con devoción y respeto al cuerpo de Cristo en la eucaristía, mucho más debemos acercarnos a ese cuerpo de Cristo que está detrás de cada uno de nuestros hermanos más necesitados.

Quiera el Señor que comprendamos y vivamos este gran compromiso de la caridad para que así la eucaristía se haga vida de nuestra vida.


Autor: P. Antonio Rivero LC.

viernes, 19 de julio de 2013

Eucaristía y soledad

¡No dejemos solo a Jesús en la Eucaristía! Que siempre tengamos la delicadeza con Él de visitarlo durante el día. 
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Solemos pensar que la soledad es una situación humana dolorosa y triste de la que hay que huir a como dé lugar. Sin embargo, el hombre puede convertirla en una situación fecunda para el alma. Así la soledad no se convertirá en un oscuro túnel, sino en una oportunidad bella para el encuentro con Dios.

Hay varios tipos de soledad.

·  Soledad física, la ausencia total de compañía humana que puede sufrir una persona en determinadas circunstancias, o la ausencia momentánea o definitiva por haber muerto determinada persona que nos resultaba muy querida. ¡Cuántas veces Jesús aquí, en la eucaristía, sufre esta soledad física, cuando nadie lo visita! Pienso en aquellas iglesias cerradas, o en las abiertas, donde apenas entra un vivo. 

Ya Jesús en su vida terrena sufrió esta soledad en Getsemaní y en el Calvario. María también experimentó esta soledad física al perder a su Hijo en el templo, y después en la Cruz. 

¡No dejemos solo a Jesús en la eucaristía! Que siempre tengamos la delicadeza con Él de visitarlo durante el día. Él sufre y experimenta esta soledad y yo puedo hacerle más llevadero ese sentimiento humano. Podemos llenar esta soledad de Cristo con nuestra compañía íntima.

·  Existe también la soledad psicológica, que consiste en sentir o percibir que las personas que nos rodean no están de acuerdo con nosotros o no nos acompañan con su espíritu. ¡Cuántas veces Jesús aquí, en la eucaristía, sufre también esta soledad! Percibe que alguno de nosotros no está de acuerdo con su mensaje, hace lo contrario de lo que Él enseña, en su Evangelio. O están sí, pero fríos, inactivos, inconscientes, distraídos, dispersos. Por lo mismo están en otra cosa. 

Ya en su vida terrena Jesús sufrió esta terrible soledad psicológica. ¡Cuántos de los que lo acompañaban no estaban de acuerdo con Él y discutían: fariseos, saduceos, jefes. O incluso sus mismos apóstoles no lo acompañaban en todo. Tenían otros anhelos y ambiciones muy distintas a los de Jesús. 

María también experimentó esta soledad psicológica, sobre todo en la pasión y muerte de su Hijo. Se daba cuenta de que la mayoría no había captado como Ella la necesidad de la muerte de Jesús. ¿Dónde están los curados? ¿Dónde están los frutos de la predicación de mi Hijo? ¡Ni siquiera los Apóstoles captaron el sentido de la misión de su Hijo! Hagamos más suave esta soledad de Jesús teniendo en nuestro corazón esos mismos sentimientos.

Está también la soledad espiritual, que es la que experimenta el alma frente a las propias responsabilidades en las relaciones con Dios. Es la soledad que uno siente frente a Dios; es la soledad de quien sabe que sólo él y nadie más que él debe responder un "sí" o un "no" libres ante Dios. 

Aquí en la eucaristía Jesús sufre también esta soledad. Solo Él sabe que debe quedarse aquí para siempre. Debe afrontar solo Él todos los agravios, sacrilegios, profanaciones. Él sabe y sólo Él, quien debe estar vigilante las veinticuatro horas del día, los treinta días del mes, los doce meses del año. ¡Él tiene que responder!, nadie puede sustituirlo. Independientemente que le hagamos caso o no. En su vida terrena Jesús experimentó esta soledad espiritual. Hasta parecía que su mismo Padre lo dejó solo. Y María misma sufrió esta soledad.

Aunque es verdad que a veces la situación de soledad puede dar la impresión de tristeza o sufrimiento, tengamos la seguridad de que dicha soledad está llena de Dios, si la unimos a la soledad de Cristo.


¿Cómo deberíamos vivir esta soledad?

·  Con amor y confianza. Dios es nuestra compañía segura; con serenidad. No tiene que ser soledad angustiosa, turbada, sino serena.
·  Debemos vivir la soledad también con reflexión. Es un momento para reflexionar más, rezar más. Nos capacitaría para después salir con más riqueza y repartirla a los demás.

Oración

Jesucristo Eucaristía, no queremos dejarte solo aquí en el Sagrario. Queremos hacer de tu Sagrario, nuestro lugar de recreación, de gozo profundo, de compañía íntima. Queremos llenar tu soledad con la música deliciosa y serena de nuestro corazón.

¡Qué pobres serían nuestras vidas sin tu compañía!


Autor: P Antonio Rivero LC.

jueves, 18 de julio de 2013

La muerte es el comienzo de la vida

Si vivo bien, con ayuda de Dios, moriré bien. Según se vive, así se muere. 


Comencemos por decir hoy que hay muertes preciosas. Es una muerte maravillosa la de quien puede decir en ese momento: "He cumplido mi misión". Una muerte así es el comienzo de la vida verdadera. Es propiamente entonces cuando se nace. Por eso en el Martirologio, el libro donde se narra la vida de los santos y mártires, no se hace constar el día de su nacimiento, sino el de su muerte, como el verdadero día de su nacimiento, su "dies natalis".

La muerte para los buenos brilla como una estrella de esperanza. Sus frutos son la paz, el descanso, la vida. Con esta paz y serenidad murió Juan XXIII: "¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!.", decía en su lecho de muerte. Un muchacho decía a la hora de su muerte: "¡Qué bueno ha sido Dios conmigo, por haberme concedido vivir 17 años!"; y moría ofreciendo su vida por sus padres y por los que lo habían formado. 

Otro decía: "No sé por qué lloran". Aquel joven moría pidiendo perdón a todos, incluso a su novia, pero la novia tuvo un gesto y unas palabras muy oportunas: "No tengo de qué perdonarte, y te lo digo delante del sacerdote, porque desde que te conocí soy más buena". ¿Lo podrías decir tú de tu novio o de tu novia?

Preguntémonos ahora la cosa más importante: ¿Cómo será mi muerte? He aquí lo importante, no el cuándo sino el cómo voy a morir. Es decir, en qué disposiciones. Aunque no podemos fijar el día, el lugar, la forma externa de morir, sí podemos fijar el cómo. Podemos preverlo: se muere según se vive. Si se vive bien, lo normal es que se muera bien; si se vive mal, lo normal es que se muera mal, si Dios no pone remedio. Si vivo bien, con su ayuda moriré bien; si vivo mediocremente, moriré como un mediocre; si vives santamente, no lo dudes, morirás como un santo.

Si desde hoy te decides a ser un buen hombre, seguro que morirás como un buen hombre, y nunca te arrepentirás; pero, si dejas ese asunto para más adelante, lo dejas para nunca. No se puede improvisar la hora de la muerte. Los dos ladrones que iban a morir, estaban al lado del Redentor, pero sólo uno de los dos compañeros de suplicio de Jesús se convirtió.

Comenta San Agustín: "Hubo un buen ladrón, para que nadie desespere; pero sólo uno, para que nadie presuma y se confíe". Hay que ser lógicos y aprovechar el tiempo. El que pasó, ya pasó, pero el que queda por delante hay que aprovecharlo con avaricia. Si muriera esta noche, ¿estaría preparado?; ¿tendría mis manos llenas, vacías o medio vacías? ¿Estaré preparado el día de mí muerte? Esta es la gran pregunta. 

Podríamos terminar estas reflexiones con las palabras de un gran hombre, que todos los días medita sobre la muerte como maestra de vida: "Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume bien o mal, y no hay posible ahorro: los años son esos, y no más. Y la eternidad es lo que sigue a esta vida. Gastarnos por Dios y por amor a nuestros hermanos en Dios es lo razonable y seguro."

Según se vive, así se muere. Si esto es así: de los que viven santamente estamos seguros que morirán santamente. Pero de los que viven en pecado podemos estar seguros que morirán impenitentes.


Autor: P Mariano de Blas.

miércoles, 17 de julio de 2013

EL PAPA BUENO Y EL PAPA GRANDE

Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Bueno y Grande son dos adjetivos que podrían situarse junto al nombre de los papas que he conocido. He aprendido a amarlos a todos porque representan a Cristo. Pero cuando el sensus fidei, la nariz católica del Pueblo de Dios lo dice de alguien en particular, no dudo de que tiene un sentido. Es muy natural llamar a Juan XXIII el Papa Bueno y otorgar el título de Grande a Juan Pablo II, unidos porque se ha comunicado conjuntamente la canonización de ambos, otro gesto de Francisco, el Papa Sencillo.

        Podría pensarse en una bondad del Papa Juan derivada de sus grandes encíclicas sociales, o de la convocatoria del Concilio Vaticano II con el que buscaba una notable mejora de la Iglesia, un mayor diálogo con el mundo, una mejor relación entre  la fe y la razón. Pero posiblemente pensamos que no fue por ninguno de esos motivos. Con Machado, podríamos decir que fue un hombre bueno en el buen sentido de la palabra, tanto que va a ser canonizado, lo que significa que, ayudado por la gracia de Dios, se ha identificado con Cristo ejercitando las virtudes  heroicamente.

         No puedo olvidar aquello que dijo a san Josemaría en la inicial audiencia que le concedió: La primera vez que oí hablar del Opus Dei me dijeron que era una institución imponente que hacía mucho bien. La segunda vez, que era una institución imponentísima que hacía muchísimo bien. Estas palabras entraron por mis oídos, pero... el cariño por el Opus Dei se quedó en mi corazón.

        Juan Pablo II el Grande. También podría pensarse en su largo pontificado, en los cientos de miles de kilómetros recorridos, sus catorce encíclicas, las Jornadas Mundiales de la Juventud y de la Familia, el Catecismo, los sínodos convocados, su fuerza comunicadora, etc. Pero pienso que este papa no se le llama Grande por eso o, en todo caso, es una partecita de su grandeza.

        Juan Pablo II es Grande porque es un campeón de la santidad, que mostró en el atentado sufrido, en la salud y en las duras enfermedades padecidas. Él comprendió muy bien algo dicho por Pablo VI: que el fruto más precioso del concilio último había sido el solemne recuerdo de la llamada a la santidad para todos en todas las tareas honradas. Como sus predecesores, quizá por eso entendió muy bien a san Josemaría, considerado precursor del  concilio, justamente por haber predicado desde el 2 de octubre de 1928, con una especial luz de Dios, esa misma idea sencilla, que no sé si captamos a fondo.


        Lo recogía la estampa que se ha utilizado para pedir  que fuera introducido en el número de los santos: "Él, confiando totalmente en tu infinita misericordia (de Dios) y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo".

En vacaciones...la vida interior... ¿qué?

No olvidemos, porque estamos de vacaciones, todo el esfuerzo que hicimos para mejorar día con día cuando estábamos en tiempo de trabajo 


Sería interesante preguntarnos si la vida interior puede o debe tener vacaciones.

Primero partiremos de lo que significa o encierra la palabra: vacación.

Vacación es la suspensión del trabajo o del estudio durante algún tiempo y este tiempo de asueto, descanso y recreo que siempre ha sido sumamente necesario para el hombre, lo es mucho más para el hombre de nuestros días. Y al decir el hombre nos referimos también a la mujer y a los pequeños y grandes estudiantes que llevan un tiempo largo y sostenido en sus quehaceres y trabajos.

El periodo de vacaciones es muy saludable para la mente y para el cuerpo pues la rutina y el esfuerzo de la vida diaria pueden llegar a sumirnos en el estrés y por lo tanto al menor rendimiento de nuestras capacidades. Todo esto lo sabemos y está muy bien hasta ahí, pero.. ¿y la vida interior... el espíritu?

Decididamente es otra parte de la que sabemos se compone el hombre y no puede entrar en vacaciones. El enemigo acecha, siempre está alerta... él no tiene vacaciones. 

Darle vacaciones a nuestra vida interior sería empezar a perder terreno en la batalla del bien contra el mal.

Nuestro espíritu se nutre de la oración, de la meditación, de la cercanía de los Sacramentos y de la presencia de Dios.

Estamos de acuerdo que el cambio en nuestro modo de vivir por vacaciones hará un poco distinto lo habitual pero hemos de procurar dar en todo momento un lugar preponderante a esta parte íntima de nuestro ser.

Hemos de acrecentar el deseo de orar, de elevar nuestra alma al Creador al contemplar una puesta de sol, quizá el mar, quizá la montaña. ¿Quién no puede encontrar, si quiere, un momento para darle gracias a Dios por el lindo día de campo, de viaje, de museos, de alegre diversión, de descanso, de encuentro con amigos o familiares distantes y pedirle nos siga bendiciendo y aumentando nuestra fe, en el siguiente día?

¿Quién no puede, si se lo propone, cumplir con el precepto de la Misa los domingos y tratar de buscar la palabra adecuada, la semilla buena, dejada caer como al azar, para que más tarde germine en el alma de quien tuvimos la ocasión de tratar en un viaje, o en una reunión?

Las vacaciones de nuestro espíritu son un mayor acercamiento a Dios. Ahí se robustece, ahí cobra mayor vigor.

No olvidemos, porque estamos de vacaciones, todo el esfuerzo que hicimos para mejorar día con día cuando estábamos en tiempo de trabajo, por el contrario, empeñemos en obtener, donde quiera que estemos, un mejoramiento y superación en nuestra vida interior y el recuerdo de, que por donde pasamos, intentamos dejar una huella de luz para los demás.


Autor: Ma. Esther De Ariño.

martes, 16 de julio de 2013

La Virgen del Carmen ...y el escapulario

El escapulario no salva por sí solo como si fuera algo mágico o de buena suerte, ni es una excusa para evadir las exigencias de la vida cristiana. 
El próximo 16 de Julio (hoy) recordaremos a Nuestra Señora del Carmen. Reflexionemos hoy un poco sobre esta advocación y las grandes promesas de su escapulario.

Los carmelitas tienen, entre otros, el mérito de haber llevado esta advocación mariana a todos los estratos del pueblo cristiano. 

En el siglo XII algunos eremitas se retiraron al Monte Carmelo, con San Simón Stock. 

La Virgen Santísima prometió a este santo un auxilio especial en la hora de la muerte a los miembros de la orden carmelitana y a cuantos participaran de su patrocinio llevando su santo escapulario. 

Los Carmelitas han sido conocidos por su profunda devoción a la Santísima Virgen. Ellos interpretaron la nube de la visión de Elías (1 Reyes 18, 44) como un símbolo de la Virgen María Inmaculada. Ya en el siglo XIII, cinco siglos antes de la proclamación del dogma, el misal Carmelita contenía una Misa para la Inmaculada Concepción.


La estrella del Mar y los Carmelitas.

Los marineros, antes de la edad de la electrónica, dependían de las estrellas para marcar su rumbo en el inmenso océano. De aquí la analogía con La Virgen María quien como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo.

Por la invasión de los sarracenos, los Carmelitas se vieron obligados a abandonar el Monte Carmelo. Una antigua tradición nos dice que antes de partir se les apareció la Virgen mientras cantaban el Salve Regina y ella prometió ser para ellos su Estrella del Mar. Por ese bello nombre conocían también a la Virgen porque el Monte Carmelo se alza como una estrella junto al mar.


Los Carmelitas y la Virgen del Carmen se difunden por Europa.

La Virgen Inmaculada, Estrella del Mar, es la Virgen del Carmen, es decir a la que desde tiempos remotos allí se venera. Ella acompañó a los Carmelitas a medida que la orden se propagó por el mundo. A los Carmelitas se les conoce por su devoción a la Madre de Dios, ya que en ella ven el cumplimiento del ideal de Elías. Incluso se le llamó: "Los hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo". En su profesión religiosa se consagraban a Dios y a María, y tomaban el hábito en honor ella, como un recordatorio de que sus vidas le pertenecían a ella, y por ella, a Cristo.


¿Qué es el Escapulario carmelita?

Los seres humanos nos comunicamos por símbolos. Así como tenemos banderas, escudos y también uniformes que nos identifican. Las comunidades religiosas llevan su hábito como signo de su consagración a Dios.

Los laicos no pueden llevar hábito, pero los que desean asociarse a los religiosos en su búsqueda de la santidad pueden usar el escapulario. La Virgen dio a los Carmelitas el escapulario como un hábito miniatura que todos los devotos pueden llevar para significar su consagración a ella. Consiste en un cordón que se lleva al cuello con dos piezas pequeñas de tela color café, una sobre el pecho y la otra sobre la espalda. Se usa bajo la ropa. Junto con el rosario y la medalla milagrosa, el escapulario es uno de los mas importantes sacramentales marianos.

Dice San Alfonso Ligorio, doctor de la Iglesia: "Así como los hombres se enorgullecen de que otros usen su uniforme, así Nuestra Señora Madre María está satisfecha cuando sus servidores usan su escapulario como prueba de que se han dedicado a su servicio, y son miembros de la familia de la Madre de Dios."


El escapulario es un sacramental.

Un sacramental es un objeto religioso que la Iglesia haya aprobado como signo que nos ayuda a vivir santamente y a aumentar nuestra devoción. Los sacramentales deben mover nuestros corazones a renunciar a todo pecado, incluso al venial.

El escapulario, al ser un sacramental, no nos comunica gracias como hacen los sacramentos. Las gracias nos vienen por nuestra respuesta de amor a Dios y de verdadera contrición del pecado, lo cual el sacramental debe motivar.


¿Cómo surgió el escapulario?

La palabra escapulario viene del Latín "scapulae" que significa "hombros". Originalmente era un vestido superpuesto que cae de los hombros y lo llevaban los monjes durante su trabajo. Con el tiempo se le dio el sentido de ser la cruz de cada día que, como discípulos de Cristo llevamos sobre nuestros hombros. Para los Carmelitas particularmente, pasó a expresar la dedicación especial a la Virgen Santísima y el deseo de imitar su vida de entrega a Cristo y a los demás.


La Virgen María entrega el escapulario el 16 de julio de 1251.

En el año 1246 nombraron a San Simón Stock general de la Orden Carmelita. Este comprendió que, sin una intervención de la Virgen, a la orden le quedaba poco tiempo. Simón recurrió a María poniendo la orden bajo su amparo, ya que ellos le pertenecían. En su oración la llamó "La flor del Carmelo" y la "Estrella del Mar" y le suplicó la protección para toda la comunidad.

En respuesta a esta ferviente oración, el 16 de julio de 1251 se le aparece la Virgen a San Simón Stock y le da el escapulario para la orden con la siguiente promesa: 

"Este debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los Carmelitas: quien muera usando el escapulario no sufrirá el fuego eterno"

Aunque el escapulario fue dado a los Carmelitas, muchos laicos con el tiempo fueron sintiendo el llamado de vivir una vida mas comprometida con la espiritualidad carmelita y así se comenzó la cofradía del escapulario, donde se agregaban muchos laicos por medio de la devoción a la Virgen y al uso del escapulario. La Iglesia ha extendido el privilegio del escapulario a los laicos.


Explicación de la Promesa:

Muchos Papas, santos como San Alfonso Ligorio, San Juan Bosco, San Claudio de la Colombiere, y San Pedro Poveda, tenían una especial devoción a la Virgen del Carmen y llevaban el escapulario. Santos y teólogos católicos han explicado que, según esta promesa, quien tenga la devoción al escapulario y lo use, recibirá de María Santísima a la hora de la muerte, la gracia de la perseverancia en el estado de gracia (sin pecado mortal) o la gracia de la contrición (arrepentimiento). Por parte del devoto, el escapulario es una señal de su compromiso a vivir la vida cristiana siguiendo el ejemplo perfecto de la Virgen Santísima.


El escapulario tiene 3 significados:

·  El amor y la protección maternal de María: El signo es una tela o manto pequeño. Vemos como María cuando nace Jesús lo envuelve en un manto. La Madre siempre trata de cobijar a sus hijos.

Envolver en su manto es una señal muy maternal de protección y cuidado. Señal de que nos envuelve en su amor maternal. Nos hace suyos. Nos cubre de la ignominia de nuestra desnudes espiritual.

Vemos en la Biblia:

-Dios cubrió con un manto a Adán y Eva después de que pecaron. (manto - signo de perdón)

-Jonás le dio su manto a David: símbolo de amistad -Elías dio su manto a Eliseo y lo llenó de su espíritu en su partida.

-S. Pablo: revístanse de Cristo: vestirnos con el manto de sus virtudes.

·  Pertenencia a María: Llevamos una marca que nos distingue como sus hijos escogidos. El escapulario se convierte en el símbolo de nuestra consagración a María.

Consagración: ´pertenecer a María´ es reconocer su misión maternal sobre nosotros y entregarnos a ella para dejarnos guiar, enseñar, moldear por Ella y en su corazón. Así podremos ser usados por Ella para la extensión del Reino de su Hijo.

-En 1950 Papa Pío XII escribió acerca del escapulario: "que el escapulario sea tu signo de consagración al Inmaculado Corazón de María, lo cual estamos particularmente necesitando en estos tiempos tan peligrosos". Quien usa el escapulario debe ser consciente de su consagración a Dios y a la Virgen y ser consecuente en sus pensamientos, palabras y obras. Dice Jesús: "Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera". (Mt 11:29). El escapulario simboliza ese yugo que Jesús nos invita a cargar, pero que María nos ayuda a llevar. El escapulario es un signo de nuestra identidad como cristianos, vinculados íntimamente a la Virgen María con el propósito de vivir plenamente nuestro bautismo. Representa nuestra decisión de seguir a Jesús por María en el espíritu de los religiosos pero adaptado a la propia vocación, lo que exige que seamos pobres, castos y obedientes por amor. 

Al usar el escapulario constantemente estamos haciendo silenciosa petición de asistencia a la Madre, y ella nos enseña e intercede para conseguirnos las gracias para vivir como ella, abiertos de corazón al Señor, escuchando su Palabra, orando, descubriendo a Dios en la vida diaria y cercanos a las necesidades de nuestros hermanos, y nos está recordando que nuestra meta es el cielo y que todo lo de este mundo pasa. En la tentación, tomamos el escapulario en nuestras manos e invocamos la asistencia de la Madre. Kilian Lynch, antiguo general de la Orden dice: "No lleguemos a la conclusión de que el escapulario está dotado de alguna clase de poder sobrenatural que nos salvará a pesar a pesar de lo que hagamos o de cuanto pequemos...Una voluntad pecadora y perversa puede derrotar la omnipotencia suplicante de la Madre de la Misericordia." 


·  El suave yugo de Cristo: "Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mi, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana". (Mt 11:29-30)

-El escapulario simboliza ese yugo que Jesús nos invita a cargar pero que María nos ayuda a llevar.

Quién lleva el escapulario debe identificarse como católico sin temor a los rechazos y dificultades que ese yugo le traiga.

Se debe vivir lo que significa

El escapulario es un signo de nuestra identidad como católicos, vinculados de íntimamente a la Virgen María con el propósito de vivir plenamente según nuestro bautismo. Representa nuestra decisión de seguir a Jesús por María en el espíritu de los religiosos pero adaptado a la propia vocación. Esto requiere que seamos pobres (un estilo de vida sencillo sin apegos materiales), castos y obedientes por amor a Dios.

En momentos de tentación, tomamos el escapulario en nuestras manos e invocamos la asistencia de la Madre, resueltos a ser fieles al Señor. 

Ella nos dirige hacia el Sagrado Corazón de su Hijo Divino y el demonio es forzado a retroceder vencido.

Imposición del Escapulario:

El primer escapulario debe ser bendecido por un sacerdote e impuesto por él mientras dice:

"Recibe este escapulario bendito y pide a la Virgen Santísima que por sus méritos, lo lleves sin ninguna mancha de pecado y que te proteja de todo mal y te lleve a la vida eterna"


¿Puede darse el escapulario a quien no es católico?

Sí. El escapulario es signo de la Maternidad Espiritual de María y debemos recordar que ella es madre de todos. Muchos milagros de conversión se han realizado en favor de buenos no-católicos que se han decidido a practicar la devoción al escapulario. 


Conversiones.

Un anciano fue llevado al Hospital de San Simón Stock en la ciudad de Nueva York, inconsciente y moribundo. La enfermera al ver al paciente con el Escapulario Carmelita llamó a un sacerdote. Mientras rezada las oraciones por el moribundo, éste recobró el conocimiento y dijo: "Padre, yo no soy católico". "¿Entonces, ¿por qué está usando el Escapulario Carmelita?", preguntó el sacerdote. "He prometido a mis amigos usarlo", explicó el paciente. "Además rezo un Ave María diariamente." "Usted se está muriendo" replicó el sacerdote. "¿Quiere hacerse católico?" ´Toda mi vida lo he deseado", contestó el moribundo. Fue bautizado, recibió la Unción de los Enfermos antes de fallecer en paz. 


Alerta contra abusos:

El escapulario NO salva por sí solo como si fuera algo mágico o de buena suerte, ni es una excusa para evadir las exigencias de la vida cristiana. Mons. Kilian Lynch, antiguo general de la Orden Carmelita nos dice: "No lleguemos a la conclusión que el escapulario está dotado de alguna clase de poder sobrenatural que nos salvará a pesar a pesar de lo que hagamos o de cuanto pequemos... Una voluntad pecadora y perversa puede derrotar la ´omnipotencia suplicante´ de la madre de la misericordia."

Los Papas y Santos han muchas veces alertado acerca de no abusar de la promesa de nuestra madre como si nos pudiéramos salvar llevando el escapulario sin conversión. El Papa Pío XI nos advierte: "aunque es cierto que la Virgen María ama de manera especial a quienes son devotos de ella, aquellos que desean tenerla como auxilio a la hora de la muerte, deben en vida ganarse dicho privilegio con una vida de rechazo al pecado y viviendo para darle honor."

Vivir en pecado y usar el escapulario como ancla de salvación es cometer pecado de presunción ya que la fe y la fidelidad a los mandamientos es necesaria para todos los que buscan el amor y la protección de Nuestra Señora.

San Claude de la Colombiere advierte: "Tu preguntas: ¿y si yo quisiera morir con mis pecados?, yo te respondo, entonces morirás en pecado, pero no morirás con tu escapulario."


Oración a la Virgen del Carmen

Súplica para tiempos difíciles

"Tengo mil dificultades:
ayúdame.
De los enemigos del alma:
sálvame.
En mis desaciertos:
ilumíname.
En mis dudas y penas:
confórtame.
En mis enfermedades:
fortaléceme.
Cuando me desprecien:
anímame.
En las tentaciones:
defiéndeme.
En horas difíciles:
consuélame.
Con tu corazón maternal:
ámame.
Con tu inmenso poder:
protégeme.
Y en tus brazos al expirar:
recíbeme.
Virgen del Carmen, ruega por nosotros.
Amén."


Autor: Archidiócesis de Madrid.

lunes, 15 de julio de 2013

El tren de la vida

Nuestra vida es como un viaje en tren, llena de embarques y desembarques, de accidentes en el camino, de sorpresas, con subidas y bajadas. 


Un día, lleno de luz y brillo, leía un libro que comparaba la vida con un viaje en tren. Era una metáfora extremadamente interesante ya que interpretaba correctamente lo que quería expresar. Ella decía algo así como las siguientes humildes palabras: 

Nuestra vida es como un viaje en tren, llena de embarques y desembarques, de pequeños accidentes en el camino, de sorpresas agradables, de alertas falsas y verdaderas, con algunas subidas y bajadas tristes, con subidas y bajadas de alegría. Cuando nacemos y subimos al tren, encontramos dos personas queridas, nuestros padres, que nos harán conocer el "Gran" viaje hasta alguna parte del camino. Lamentablemente, ellos en alguna estación se bajarán para no volver a subir más. Quedaremos huérfanos de su cariño, protección y afecto. Pero a pesar de esto, nuestro viaje continuará. 

Conoceremos a otras interesantes personas, durante la larga travesía. Subirán nuestros hermanos, amigos y amores. Muchos de ellos sólo realizarán un corto paseo, otros estarán siempre a nuestro lado compartiendo alegrías y tristezas. 

En el tren también viajarán personas que andarán de vagón en vagón para ayudar a quien lo necesite. Muchos se bajarán y dejarán recuerdos imborrables. Otros en cambio viajarán ocupando asientos, sin que nadie perciba que están allí sentados. Es curioso ver como algunos pasajeros a los que queremos, prefieren sentarse alejados de nosotros, en otros vagones. Eso nos obliga a realizar el viaje separados de ellos. Pero eso no nos impedirá, con alguna dificultad, acercarnos a ellos. Lo difícil es aceptar que a pesar de estar cerca, no podremos sentarnos juntos, pues muchas veces otras son las personas que los acompañan. 

Este viaje es así, lleno de atropellos, sueños, fantasías, esperas, llegadas y partidas. Sabemos que este tren sólo realiza un viaje: el de ida. Tratemos, entonces de viajar lo mejor posible, intentando tener una buena relación con todos los pasajeros, procurando lo mejor de cada uno de ellos, recordando siempre que, en algún momento del viaje alguien puede perder sus fuerzas y deberemos entender eso. A nosotros también nos ocurrirá lo mismo seguramente. Alguien nos entenderá y ayudará. 

El gran misterio de este viaje es que no sabemos en cual estación nos tocará descender. Pero creo que será hermoso ver continuar el camino de mis hijos. Separarme del amor a la vida será algo doloroso, pero tengo la esperanza de que en algún momento nos volveremos a encontrar en la estación principal y tendré la emoción de verlos llegar con mucha más experiencia de la que tenían al iniciar el viaje. Seré feliz al pensar que en algo pude colaborar para que ellos hayan crecido como buenas personas. 

Ahora, en este momento, el tren disminuye la velocidad para que suban y bajen personas. Mi emoción aumenta a medida que el tren va parando. ¿Quién subirá?, ¿Quién será?. Me gustaría que USTED pensase que, desembarcar del tren, no es sólo una representación del término de una historia que dos personas construyeron. Estoy feliz de ver como ciertas personas, como nosotros, tienen la capacidad de reconstruir para volver a empezar; y eso es señal de lucha y garra. Saber vivir es poder obtener lo mejor de todos los pasajeros. Agradezco a DIOS porque estemos realizando este viaje juntos y a pesar de que nuestros asientos no estén juntos, con seguridad el vagón es el mismo.


Autor: Cortesía Tereza Leticia.

domingo, 14 de julio de 2013

LA LEALTAD COMO ESTILO

Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Recientemente, fotografié esta súplica de san Josemaría, escrita de su puño y letra en 1970: Madre mía y Señora mía de Torreciudad, Reina de los ángeles, mostra te esse Matrem, y haznos buenos hijos: hijos fieles. Al recibir la noticia de la aprobación del milagro que posibilita la beatificación de Don Álvaro del Portillo, vinieron a mi mente estas palabras porque siempre he pensado en él como el hijo más fiel del fundador del Opus Dei y, por supuesto, de la Iglesia.
        El mismo día de la citada noticia, desde monseñor Echevarría a varios cardenales, todos resaltaban esa virtud en el Obispo del Portillo. Y no precisamente por ser un lugar común, sino porque destacaba con una claridad meridiana. Con verdad y un cierto sentido del humor, monseñor Escrivá de Balaguer le dedicaba en1949 un ejemplar de Camino con estas palabras: Para mi hijo Álvaro, que, por servir a Dios, ha tenido que torear tantos toros. Esa "lidia" fue  su fiel acompañamiento al fundador en toda clase de circunstancias, entre las que no faltaron las incomprensiones, calumnias, escaseces, el dolor de una guerra, el hambre de una posguerra, la búsqueda de un molde jurídico adecuado al Opus Dei y tantas cosas más.
        Recuerdo que el día de su Santo de 1974, mientras estaba ausente, san Josemaría nos decía más o menos estas palabras: yo querría que le imitaseis en muchas cosas, pero sobre todo en la lealtad. Afirmaba también que había puesto muchas veces sus espaldas para cargar con los "palos" destinados al fundador.
        Tuve la fortuna de llevarlo muchas veces en coche a diversos dicasterios de la curia romana, especialmente al de la Doctrina de la Fe, del que era consultor, o a otros lugares, por ejemplo, al dentista. Siempre que le resultaba posible -era lo habitual- me avisaba el día anterior y me indicaba lo que duraría la gestión, para que me organizase del modo que me conviniera. En bastantes ocasiones, pensé en temas de conversación que le ayudaran a descansar pero, inevitablemente, era siempre él quien me entretenía con una amabilidad encantadora y, por supuesto, no exenta de un trasfondo formativo. Tenía dos temas preferidos: la Iglesia y san Josemaría. Por medio de anécdotas, me ayudaba a crecer en estos amores, que llevaba clavados en el alma.
        Cuando salía de una reunión, me explicaba quienes eran los participantes que se iban despidiendo. Un día, con un cariño y una disculpa indecibles, me contó cómo había quedado el ritual de la Penitencia, donde se indicaba que el penitente leyera algún pasaje de la Sagrada Escritura alusivo al sacramento. Comentó que era una idea muy bonita, que se le había ocurrido a un buen Arzobispo amigo suyo, pero de difícil cumplimiento. Ese Arzobispo, decía disculpándolo, siempre se había dedicado a tareas de oficina y no podía saber lo que eso suponía para el penitente. También me dijo que San Josemaría había tomado una frase breve del Evangelio para poder realizarlo con facilidad. Después no he visto a casi nadie hacer aquello, salvo lo dispuesto por el fundador del Opus Dei.
        Tenía un curriculum formidable: ingeniero de Caminos, doctor en Historia, Doctor en Derecho Canónico, muchos encargos de la Santa Sede como su participación activa en el Concilio Vaticano II. Juan XXIII le nombró consultor de la Sagrada Congregación del Concilio (1959-66). En las etapas previas al Vaticano II, fue presidente de la Comisión para el Laicado. Ya en el curso del Concilio (1962-65) fue secretario de la Comisión sobre la Disciplina del Clero y del Pueblo Cristiano. Terminado este evento eclesial, Pablo VI le nombró consultor de la Comisión postconciliar sobre los Obispos y el Régimen de las Diócesis (1966). Fue también, durante muchos años, consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Sólo recuerdo esto para destacar su sencillez y espíritu de servicio. Por ejemplo, aunque nos acompañara un tercero en el automóvil, él siempre se sentaba al lado del conductor.
        Podría contar mis abundantes pifias llevando el coche siempre disculpadas antes de que se consumasen o diciendo que el error era de otros. Un día me metí en medio de un mercado callejero hasta que un policía me impidió seguir adelante y se desentendió de mi. La marcha atrás me parecía imposible entre los apretados puestos de hortalizas, a mi derecha, estaba cortada la calle y a mi izquierda era dirección prohibida. D. Álvaro me iba diciendo frases tranquilizadoras y cuando opté por la dirección prohibida, continuó en el mismo tono: haces bien en marchar por aquí porque qué culpa tenemos "nosotros".

        Cuando logró la erección del Opus Dei en Prelatura Personal, Juan Pablo II quiso hacerlo obispo enseguida. Se negó a aceptar diciendo que dimitiría si era nombrado porque no quería ni la posibilidad de que un sólo hijo suyo pudiera pensar que había organizado todo aquello para ser obispo. Lo fue bastante más tarde. Un último recuerdo. Volví a Roma en 1976. Al recibirme, dijo cariñosamente: ¡mi viejo chofer!, pero ahora mi hijo, que es mucho más importante. El importante era él, pero no pensaba en sí mismo. Por eso Juan Pablo II fue a orar ante su cadáver.

domingo, 7 de julio de 2013

Madre, no he sabido ser un buen hijo

Por Ella has logrado grandes cosas, sin merecerlo, sin saberlo, incluso, y sin haberlo agradecido 
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Nos hablaron de María en el sermón de la Iglesia: Bajaste los ojos tristes. ¡Qué Madre tan grande, tan maravillosa; Madre Purísima, Santísima, tan desperdiciada!

No has sabido ser buen hijo; ¡qué lejos de serlo! Has vivido a tu cuenta y riesgo la dureza de la orfandad; pero Ella sigue siendo tan buena madre como siempre: por Ella has logrado grandes cosas, sin merecerlo, sin saberlo, incluso, y sin haberlo agradecido.

Si antes no supiste o no quisiste hacerte digno de María Santísima, ahora, ¿cuál va a ser tu comportamiento con Ella? De ahora en adelante..., siempre dices así cuando terminas unos ejercicios, y ahora también lo dices; pero ser santo requiere agallas más duras que las de quien dice: "Ahora sí". Renovarse, nunca jamás, a pesar de las caídas, las crisis, las sequedades, tan duras, eso es querer la santidad. 

Estás asustado de cómo te doblan, como a junco ribereño, los vientos débiles del norte; necesitas templarte y endurecerte a todos los vientos y tempestades; tienes que pasar la prueba del persistir como si tal cosa: la prueba del hastío, del no siento, del no tengo ganas, la dura prueba de la tentación insistente, que se enrosca en la sicología como pitón. Tres veces rogaste al Señor que se apartara de ti; más de tres y cuatro veces has rogado que el estigma de Satanás te sea retirado, pero el estigma sigue metido en la carne.

A Pablo le dijeron: "Te basta mi gracia, porque en la debilidad se perfecciona la virtud". Y a ti te dicen lo mismo.


Autor: P. Mariano de Blas