"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 6 de junio de 2013

La devoción al Sagrado Corazón ¿conecta con los jóvenes?

Cuando los jóvenes escuchan hablar de Jesucristo con ardor, con sinceridad y sencillez, quedan cautivados. Jesucristo es la persona más atractiva que existe. La persona y el mensaje de Jesucristo ejercen una poderosa fascinación sobre los jóvenes, pero es necesario hablarles de Él, ponerlos en contacto personal y vital con Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Recordemos los encuentros del Papa Juan Pablo II con los jóvenes.


La devoción al Sagrado Corazón de Jesús centra la atención en el amor de Jesucristo a la humanidad. Y ese es el amor que los jóvenes necesitan: un amor genuino, el de un amigo que da la vida por sus amigos, con un amor sin límites, audaz como ninguno; el amor de un amigo fiel a toda prueba. El amor de Cristo es un Amor que te sigue amando igual aún cuando le olvidas o traicionas, un Amor que te abraza en las buenas y en las malas, a quien tienes y tendrás siempre a tu lado.

En mi adolescencia y juventud tuve la gracia de contar con la amistad y guía de un gran líder espiritual: el P. James McIlhargey, L.C. También viví mi juventud en tiempos de Juan Pablo II; de quien aprendimos cómo suscitar y reavivar la fe en los jóvenes. Haciendo memoria de mi experiencia personal con ellos y analizando el fenómeno de tantos grupos juveniles, menciono algunos medios para promover hoy la devoción al Sagrado Corazón de Jesús entre los jóvenes:

- Compartir con ellos la propia experiencia de la amistad y el amor de Cristo: "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20). Hacerlo con naturalidad, honestidad, frescura y pasión.

- Darles testimonio de la alegría de conocer a Cristo, de ser amigo suyo y seguirle; irradiar y contagiar la paz de vivir en gracia de Dios. Ofrecerles así "un encuentro vivo de ojos abiertos y corazón palpitante con Cristo resucitado" (Juan Pablo II, Santo Domingo, 26 de enero de 1979)

- Hablarles de la persona de Cristo, que se encarnó y murió por nosotros para mostrarnos la grandeza de su amor misericordioso y salvarnos.

 San Juan nos dio a conocer a Cristo sobre todo desde la perspectiva del amor: "Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna" (Jn 3, 16). Que la predicación y los eventos giren sobre todo en torno a la persona de Cristo. Preparar el camino, poner las condiciones para la conversión y la efusión del Espíritu Santo.
- Presentar el ideal del cristianismo sin glosa, sin dulcificar su exigencia; una Iglesia donde lo más importante es conocer, amar e imitar a Jesucristo. Que conozcan un cristianismo que se caracteriza por la caridad evangélica y el ardor por encender el mundo con el fuego del amor de Dios. "La caridad de Cristo nos urge" (2 Cor 5,14)
  
- Ayudarles a entender y vivir la misa; que las misas sean bellas, celebradas con fervor. Si siempre "se ha de propiciar el encuentro con Jesucristo" (D.A. 278 a), en la misa debe hacerse de manera muy especial. Que tengan la oportunidad de encontrarse con frecuencia con Cristo Eucaristía, en la adoración eucarística y la comunión frecuente. Que el contacto directo con Cristo Eucaristía sea el camino principal para ayudar a los jóvenes a entablar un diálogo personal con Él.

- Que cada vez que acuden a la confesión descubran y aviven la experiencia del amor misericordioso de Dios Padre.


- Ayudarles a formar grupos de amigos que disfruten juntos, oren juntos, hagan el bien juntos, en un clima de caridad fraterna; propiciar comunidades de vida donde experimenten la belleza de ser Iglesia al estilo de los primeros cristianos.

Todo esto supone que los sacerdotes y misioneros cultivemos una relación personal y genuina con Cristo, que nuestra vida de oración sea fervorosa y profunda de manera que podamos desbordar lo que antes hemos vivido: la experiencia del amor de Cristo.
Está comprobado: si ayudamos a los jóvenes a disponer sus corazones para acoger el amor de Cristo y promovemos la devoción al Sagrado Corazón de Jesús entendida como un encuentro vital con Cristo, un conocimiento experiencial de Él y la imitación de sus virtudes, el Espíritu Santo se encargará de actuar a fondo en ellos y transformarlos en hombres nuevos.
En síntesis: lo que los jóvenes y todos necesitamos es un cristianismo que sea sobre todo experiencia y encuentro existencial con Cristo.
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El contenido de este artículo puede reproducirse total o parcialmente en internet, sin fines comerciales y citando siempre al autor y la fuente de la siguiente manera: Autor: P. Evaristo Sada, L.C.; publicado originalmente en: http://www.la-oracion.com

Ama a tu prójimo como a ti mismo


Marcos 12, 28-34. Tiempo Ordinario. Aunque cueste trabajo amar al que está más cercano a nosotros. 


Del santo Evangelio según san Marcos 12, 28-34 

En aquel tiempo, uno de los letrados se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús le contestó: El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos. Le dijo el escriba: Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que El es único y que no hay otro fuera de El, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

Oración introductoria

Señor, quiero amarte por sobre todas las cosas, pero Tú sabes cómo me cuesta dejar mi propia manera de pensar y de actuar. Por ello te pido ilumines mi oración para que, creyendo y confiando en Ti, aproveche tu gracia para realmente vivir una caridad universal y delicada.

Petición

Señor, ayúdame a amarte con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente y con todas mis fuerzas.

Meditación del Papa Benedicto XVI

Antes que un mandato -el amor no es un mandato- es un don, una realidad que Dios nos hace conocer y experimentar, de forma que, como una semilla, pueda germinar también dentro de nosotros y desarrollarse en nuestra vida. Si el amor de Dios ha echado raíces profundas en una persona, ésta es capaz de amar también a quien no lo merece, como precisamente hace Dios respecto a nosotros. El padre y la madre no aman a sus hijos sólo cuando lo merecen: les aman siempre, aunque naturalmente les señalan cuándo se equivocan. De Dios aprendemos a querer siempre y sólo el bien y jamás el mal. Aprendemos a mirar al otro no sólo con nuestros ojos, sino con la mirada de Dios, que es la mirada de Jesucristo. Una mirada que parte del corazón y no se queda en la superficie; va más allá de las apariencias y logra percibir las esperanzas más profundas del otro: esperanzas de ser escuchado, de una atención gratuita; en una palabra: de amor. Pero se da también el recorrido inverso: que abriéndome al otro tal como es, saliéndole al encuentro, haciéndome disponible, me abro también a conocer a Dios, a sentir que Él existe y es bueno. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y se encuentran en relación recíproca. Jesús no inventó ni el uno ni el otro, sino que reveló que, en el fondo, son un único mandamiento, y lo hizo no sólo con la palabra, sino sobre todo con su testimonio: la persona misma de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo, como los dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal. (Benedicto XVI, 4 de noviembre de 2012).

Reflexión

¿Quién es mi prójimo? No nos compliquemos investigando quién es nuestro prójimo. ¿Será aquél que nos encontramos en la calle, el pobre, el sucio...? Sí, él es nuestro prójimo. Pero también recordemos que prójimo es sinónimo de próximo. Algunas veces nos cuesta trabajo amar verdaderamente a nuestro prójimo que está más cercano a nosotros, en el trabajo, en la escuela. Aquella persona con la que tengo contacto personal cotidiana y que a veces humanamente me es difícil convivir, que es una cosa muy normal, pero en esos momentos es donde verdaderamente entra el verdadero amor a nuestro prójimo. 

"No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti". ¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase? Muchas ocasiones, ¿verdad?, ¿No nos parece que se queda un poco corta? Es un poco pasiva, indiferente. Le falta algo. ¡Es un poco seca! 

Cambiémosla a alguna frase más activa, más dinámica, que nos mueva a realizar algo y que nos ayude a quedarnos en el "no hagas a los demás". Sería mejor decir: "haz a los demás lo que quieras que te hicieran a ti". Interpretándola de forma correcta, no esperando en realidad que por nuestros actos tenemos que recibir el mismo pago. O esta otra que dice hacer el bien sin mirar a quien. Pero aquí en lugar del "sin mirar a quién" veamos a Cristo representado en mi prójimo 

¿A quién no le gusta recibir una sonrisa, un buenos días, un comentario positivo? La sonrisa es un buen detalle práctico de amor al prójimo. Sonreír plácidamente, ser amable cordial y abierto con todos. Es un lenguaje universal; lo mismo lo entiende un polaco que un chino; muchas veces ayuda a quitar aquel polvillo rutinario del trabajo, que se ha ido acumulando a lo largo de las jornadas. ¿Que más prueba de amor al prójimo podemos dar? Esta es una forma sencilla y práctica. Así construiremos un clima de benevolencia en nuestro alrededor. ¡Hagamos la prueba!

El escriba hace una anotación, que estos mandamientos valen más que todos los holocaustos y sacrificios hechos a Dios para el perdón de sus pecados y para pedir gracias especiales. Que mi vida no tenga ya otra motivación, ni otro sentido, ni otra meta que el amarte en los demás..

Diálogo con Cristo

Jesús, la más grande realidad de mi vida consiste, no en que yo te quiera, sino en que Tú me has amado primero. Ayúdame a vivir en el amor, a vivir para el amor y a vivir de amor, y así, poder entrar en ese estupor que comentó el Papa Francisco: «¿Qué es este estupor? Es algo que hace que estemos un poco fuera de nosotros por la alegría: esto es grande, muy grande. No es un mero entusiasmo, también los hinchas en el estadio se entusiasman cuando gana su equipo, ¿no? No, no es solamente entusiasmo, es algo más profundo: es el estupor que viene del encuentro con Jesús» (4/3/2013). Que mi vida no tenga ya otra motivación, ni otro sentido, ni otra meta que el amarte en los demás.

Propósito

Luchar por erradicar toda falta de caridad, en mi familia y/o en mis relaciones sociales, e invitar a otros a hacer lo mismo, con gentileza y prudencia.


Autor: Roberto Méndez.

miércoles, 5 de junio de 2013

¿Se va Dios de vacaciones?

Hace falta que el descanso se llene de un contenido nuevo, con ese contenido que se expresa en el símbolo de ‘María’. ‘María’ significa el encuentro con Cristo, el encuentro con Dios. Significa abrir la vista interior del alma a su presencia en el mundo, abrir el oído interior a la Palabra de la Verdad (Juan Pablo II)

Llegan las vacaciones, o a lo mejor ya han llegado y se han marchado, o ni han llegado ni llegarán a corto plazo, por lo que es posible que este post no sirva para mucho. En cualquier caso, quizás sea bueno hablar de esta época en la que, a veces, podemos tener la tentación de mandar también a Dios de vacaciones.
Las vacaciones son un tiempo para descansar, desconectar de los problemas, y relajarnos, entonces apagamos el móvil, o ponemos un cartel, como si fuéramos el Whatsapp, que dice “no estoy disponible”, pero ¿tampoco estoy disponible para Dios?
Suele ocurrir que, uno está en la playa tranquilamente, tumbado al sol, o bañándose, o tomando un refresco en la terraza de un bar y, ¡sorpresa!, nos acordamos de que es domingo y llega la hora de ir a Misa. ¿Qué sucede entonces? Si es un sitio conocido y sabemos dónde está la iglesia y el horario, es más difícil “escaparse”. En estas ocasiones, uno suele pensar: “uf, qué pereza, con lo bien que se está aquí, voy más tarde”; o “¿cómo digo a mis amigos que me voy a misa? ¿qué van a pensar?”; o, “quedan cinco minutos ya no llego”…
También puede ocurrir que me he ido de vacaciones a un sitio desconocido, a una isla en el océano Pacífico; a un safari en África; a China; a Turquía; o cualquier otro lugar donde encontrar una misa es más difícil que buscar a Wally. Hemos preparado el viaje con mucho tiempo: billetes, pasaportes, cámara de fotos, la Tablet o Ipad, el móvil…, todo listo, pero no he pensado si dónde voy podré ir o no a misa, porque entonces me tendría que plantear que, si no puedo ir a misa, a lo mejor no debo ir a ese sitio de vacaciones.
Las vacaciones son importantes y necesarias. A mí me encanta este texto del evangelio en el que Jesús, cuando llegan los discípulos de su misión, posiblemente cansados, les dice: Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco (Marcos 6, 31). Hay detrás de estas palabras una teología de las vacaciones, porque esos días de descanso son también un tiempo para Dios.
El tiempo de vacaciones es para muchos una magnífica ocasión para encuentros culturales, para largos momentos de oración y contemplación en contacto con la naturaleza o en monasterios y centros religiosos. Al disponer de más tiempo libre, nos podemos dedicar con mayor facilidad a hablar con Dios, a meditar en la sagrada Escritura y a leer algún libro útil y formativo[1].
Es un momento para disfrutar de Dios más intensamente, para estar con Él y además estar en familia. No debería haber prisas. Podemos estar juntos; leer el Evangelio; rezar con tranquilidad; dar
gracias por este tiempo y por todo lo que Dios nos da. Es el momento en que, en medio de la naturaleza, descubrimos, una vez más, que somos criaturas, que Dios ha querido darnos esta tierra para que crezcamos en santidad.
El verano no es un tiempo para no hacer nada, sino un momento en el que también participamos del descanso de Dios que, al finalizar la creación, vio todo lo que había hecho, y dirigió a la obra de sus manos una mirada llena de gozosa complacencia, como diría Juan Pablo II:
… una mirada ‘contemplativa’, que ya no aspira a nuevas obras, sino más bien a gozar de la belleza de lo realizado; una mirada sobre todas las cosas, pero de modo particular sobre el hombre, vértice de la creación. Es una mirada en la que de alguna manera se puede intuir la dinámica ‘esponsal’  de la relación que Dios quiere establecer con la criatura hecha a su imagen, llamándola a comprometerse en un pacto de amor.

martes, 4 de junio de 2013

INJUSTICIA DE LOS JUSTOS

Autor: Pablo Cabellos Llorente
          No voy contra nadie porque todos cabemos en el título de este artículo. Si nos atenemos a la famosa definición de Ulpiano, justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho. ¿Quién no ha mentido alguna vez a quien tiene derecho a la verdad? ¿Alguien no ha murmurado nunca del que posee el derecho a la buena fama? Tomo  estos ejemplos por ser las injusticias  más fáciles de cometer.  El mismo jurista romano resumía en tres los preceptos del "ius": vivir honestamente, no causar daño a otro y dar a cada uno su derecho.

        Es cierto que la noción de Derecho ha ido cambiando con el tiempo. Por eso acudo a un clásico con quien es difícil discrepar, porque en esos preceptos pueden caber todos los Derechos del Hombre. Con este preludio, voy al cuerpo del artículo que quiere referirse a la conculcación de la justicia por parte de quienes más cabría esperarla: legisladores, jueces, juristas, médicos, sacerdotes, educadores, gobernantes... No seré exhaustivo, pero seguramente todos esperamos más justicia de quienes ejercen esas profesiones vitales en la sociedad, aunque sea exigible a todos.

        Los legisladores ejercitan la injusticia -siempre desde mi punto de vista- cuando promulgan leyes malas, ya se refieran a temas económicos, a los que solemos ser más sensibles, ya sean  auténticas conculcaciones de lo natural. Los jueces no quedan exentos de la injusticia, a pesar de ser profesionales directos para impartirla, cuando se dejan presionar, corromper, politizar, etc. Los juristas -me refiero ahora a los estudiosos del Derecho-, en una gran medida, se han apartado progresivamente de los Derechos  Humanos, para trabajar exclusivamente sobre el Derecho positivo. Es cierto que por ahí les lleva la vida, pero se echan de menos algunas voces protectoras de la persona.

        Hay médicos que invitan al aborto o a la eutanasia como medios "infalibles" y únicos de arreglar determinadas situaciones, o recetan -aunque ahora es menos posible- la medicina del laboratorio que paga. Y sí, también existen sacerdotes injustos, y no trato ahora de la pederastia, sino de nuestra falta de santidad,  de identificación con Cristo, que nos convierte en malos funcionarios. Educadores ideologizados que sólo enseñan a pensar en dirección única, la del pensamiento dominante, tapón de la libertad. ¿Qué puedo decir de los gobernantes y de la oposición? Bastaría pensar en la corrupción nueva de cada día o en un gobierno u oposición viviendo a golpe de encuesta en lugar de buscar el bien común. Faltarían financieros, Entes vigilantes, empresarios...


        No puedo acabar así. Por fortuna, hay una mayoría de personas sustancialmente justas, aunque todos fallemos en temas "menores". Esa mayoría ha de luchar por una sociedad en la que el Derecho impere de verdad. Y con él -vuelvo a Ulpiano-, la vida honesta, el empeño por no inferir daño a nadie y la constante voluntad de dar a cada uno su derecho.

La Iglesia como familia de Dios

Primera de una serie de catequesis sobre el misterio de la 
Iglesia. Papa Francisco. 29 de mayo de 2013

La Iglesia como familia de Dios


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El miércoles pasado señalé el profundo vínculo entre el Espíritu Santo y la Iglesia. Hoy quisiera empezar una serie de catequesis sobre el misterio de la Iglesia, un misterio que todos vivimos y del que formamos parte. Me gustaría hacerlo con expresiones presentes en los textos del Concilio Ecuménico Vaticano II.



Hoy empiezo por la primera: la Iglesia como familia de Dios.



En estos meses, más de una vez he hecho referencia a la parábola del hijo pródigo, o mejor dicho del padre misericordioso (cf. Lc 15,11-32). El hijo más joven sale de la casa de su padre, dilapida todo y decide volver porque se da cuenta de que cometió un error, pero ya no se considera digno de ser hijo y piensa poder ser recibido de nuevo como un siervo. El padre, en cambio, corre a su encuentro, lo abraza, le devuelve su dignidad de hijo y lo celebra. Esta parábola, como otras en el Evangelio, muestra bien el diseño de Dios para la humanidad.




¿Cuál es este proyecto de Dios?



Es hacer de todos nosotros una única familia de sus hijos, en los que cada uno se sienta cerca y se sienta amado por Él, como en la parábola del Evangelio, sienta el calor de ser la familia de Dios. En este gran proyecto encuentra su origen la Iglesia, que no es una organización fundada por un acuerdo de algunas personas, sino -como nos ha recordado tantas veces el Papa Benedicto XVI- es obra de Dios, nace precisamente de este plan de amor que se desarrolla progresivamente en la historia. La Iglesia nace de la voluntad de Dios de llamar a todos los hombres a la comunión con Él, a su amistad, es más a participar como sus hijos en su misma vida divina. La misma palabra "Iglesia", del griego ekklesia, significa "convocación": Dios nos convoca, nos invita a salir del individualismo, de la tendencia a encerrarse en sí mismos y nos llama a ser parte de su familia. Y esta llamada tiene su origen en la creación misma. Dios nos creó para que vivamos en una relación de profunda amistad con él, e incluso cuando el pecado rompe esta relación con Él, con los demás y con la creación, Dios no nos abandona. Toda la historia de la salvación es la historia de Dios que busca al hombre, le ofrece su amor, lo acoge. Llamó a Abraham para ser el padre de una multitud; eligió al pueblo de Israel para forjar una alianza que abrazara a todas las naciones; y envió, en la plenitud de los tiempos, a su Hijo para que su designio de amor y de salvación se realizara en una nueva y eterna alianza con la humanidad entera. Cuando leemos los Evangelios, vemos que Jesús reúne a su alrededor una pequeña comunidad que acoge su palabra, lo sigue, comparte su camino, se convierte en su familia, y con esta comunidad Él se prepara y edifica su Iglesia.




¿De dónde nace entonces la Iglesia?



Nace del gesto supremo de amor en la Cruz, del costado traspasado de Jesús, del que fluye sangre y agua, símbolos de los sacramentos de la Eucaristía y del Bautismo. En la familia de Dios, en la Iglesia, la savia vital es el amor de Dios que se realiza en amarle a Él y a los demás, a todos, sin distinción ni mesura. La Iglesia es una familia en la que se ama y se es amado.




¿Cuándo se manifiesta la Iglesia?



Lo hemos celebrado hace dos domingos; se manifiesta cuando el don del Espíritu Santo, llena el corazón de los Apóstoles y les empuja a salir y a empezar el camino para anunciar el Evangelio, difundir el amor de Dios. Incluso hoy alguien dice: "Cristo sí, Iglesia no". Aquellos que dicen: “Yo creo en Dios pero no en los sacerdotes”, ¡eh! Se dice así: "Cristo sí, Iglesia no". Pero es precisamente la Iglesia la que nos lleva a Cristo y nos dirige a Dios: la Iglesia es la gran familia de los hijos de Dios. Por supuesto, también tiene aspectos humanos; en los que forman parte de ella, Pastores y fieles, hay defectos, imperfecciones, pecados: hasta el Papa los tiene, ¡eh! y ¡tiene tantos! Pero lo hermoso es que cuando nos damos cuenta de que somos pecadores... lo hermoso es esto: cuando nos damos cuenta de que somos pecadores, nos encontramos con la misericordia de Dios: Dios siempre perdona. No olvidemos esto: ¡Dios siempre perdona! Y Él nos recibe en su amor de perdón y de misericordia. Algunas personas dicen: "Es hermoso, esto: que el pecado es una ofensa a Dios, pero también una oportunidad; la humillación para darse cuenta de que hay otra cosa más hermosa, que es la misericordia de Dios". Pensemos en ello.




Preguntémonos hoy: ¿cuánto amo a la Iglesia?



¿Rezo por ella? ¿Me siento parte de la familia de la Iglesia? ¿Qué hago para que sea una comunidad donde todos se sientan bienvenidos y comprendidos, para que se sienta la misericordia y el amor de Dios que renueva su vida? La fe es un don y un acto que nos afecta personalmente, pero Dios nos llama a vivir, juntos, nuestra fe, como una familia, como Iglesia. 



Pidamos al Señor de una manera especial en este Año de la fe, que nuestras comunidades, toda la Iglesia, sean cada vez más verdaderas familias que viven y traen el calor de Dios. Gracias.

¿Cómo tocar con fe a Dios en la oración?

Jesús nos dice con claridad que tocarle es amarle, es tener la humildad de confiar en Él, de tratarle con ternura y fe. 
La oración es acercarse a Jesús con humildad y tocarlo desde la fe. La oración llena de fe es "la debilidad" de Dios y la fuerza del hombre. Jesús no se resiste a hacer milagros cuando percibe una gran fe. No basta con tocar a Jesús, sino tocarlo con fe y experimentar cómo muchas virtudes, gracias, salen de Él para curar nuestro corazón y cuerpo.

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, y al punto se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo: «¿Quién me ha tocado?» Como todos negasen, dijo Pedro: «Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen». Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí». Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz». (Lc 8,43-48)

Nuestra propia enfermedad debe ser presentada con fe y esperanza

La mujer hemorroisa sufría desde hacía 12 años esta enfermedad. No había encontrado remedio, se había gastado todo en doctores. Sólo le quedaba una esperanza, ese Jesús del que toda la gente hablaba. Debido a su enfermedad era impura y todo lo que tocase automáticamente se convertía en impuro. Vivía en una soledad total, separada de la sociedad, de su familia, 12 años queriendo "volver a vivir". Esta soledad, necesidad de vivir, de ser alguien, hizo que sin temor se acercase a Jesús. Percibía en Él alguien que podría devolverle la vida, que podría dar sentido a esta enfermedad y poder ser curada. 

En la oración nos presentamos también enfermos, débiles, con temores, resistencias, profundas heridas que todavía sangran. Con facilidad buscamos en el mundo diversos "doctores" que nos puedan curar, distracciones, pasatiempos que en el fondo nos dejan igual y nos vamos desgastando. En la oración nos presentamos conscientes de esta debilidad, pero a la vez llenos de fe porque estamos ante el único que nos puede curar de raíz, el que puede devolvernos la vida, dar un sentido profundo y nuevo a nuestra existencia, a nuestra soledad. Este acto de fe y confianza son los pasos necesarios para llegar hasta el Maestro: "Creo en ti Señor, espero en tu amor, confío en ti, quiero amarte para vivir". Presentamos nuestra vida ante Él, nuestra debilidad, enfermedad, con fe y confianza para que Él nos cure. 

Acercarse a Jesús con humildad, con la mirada siempre fija en su Amor y ternura

Con gran fe, se acercó a Jesús por detrás, y con delicadeza, consciente de su impureza, se atrevió a tocarle con fe la orla de su manto. 

Cuando hay fe y amor, la oración se convierte en un buscar el bien de la otra Persona: acogerle, cuidarlo, amarlo. Esto es lo que hace la hemorroisa. No piensa en sí misma. No quiere "molestar" al Señor: con humildad se acerca por detrás y busca tocar tan sólo el borde de su manto. Esto sería suficiente. La fe no busca evidencia, no quiere tocar a toda costa, palpar como lo hizo Santo Tomás. Basta con un detalle, un gesto cercano y tierno. Es un decirle a Jesús: "no te quiero molestar, sé que me amas y con tocarte el borde del manto, te darás cuenta que te necesito, que estoy aquí, que te amo y que quiero poderte abrazar... pero soy impura, mi alma es impura, necesito que tu amor me purifique y me haga digna de Ti". 

Así la hemorroisa buscando el bien de Jesús, el no "hacerle" impuro, logra su propio bien. La oración es buscar al otro para encontrarse con el otro. Es dejarse encontrar buscando. Es rozar su Corazón para encontrase dentro de él. 

La fe mueve el Corazón de Jesús y fija su mirada en la humildad

La mujer queda curada al instante. Jesús no espera a que la mujer le diga qué necesita. Así es el Buen Pastor, conoce a sus ovejas, nos conoce y sabe lo que necesitamos incluso antes de que se lo pidamos. Por eso, muchas veces la oración es ponerse en su presencia, quizás experimentando un silencio que no es indiferencia por parte de Jesús, sino un querer expresar ternura, contemplar a su creatura tan amada y admirarla con amor. 

Jesús estaba siendo oprimido por la multitud, sin embargo, sintió que una virtud salía de Él y gritó: « ¿Quién me ha tocado? » Los discípulos, asombrados, no entienden esta pregunta. Decenas de personas están agolpadas, se empujan y estrujan a Jesús y sólo una "le ha tocado", aquella que apenas ha rozado el borde de su manto. 

Aquí Jesús nos dice con claridad que tocarle es amarle, es tener la humildad de confiar en Él, de tratarle con ternura y fe. De acercarse a Él como un niño a su Padre y estar, sí, estar junto a Él. Muchos estaban más cerca que la mujer, pero no tenían fe, era quizás más bien curiosidad, rutina. 

La oración nunca puede ser curiosidad o rutina. No es una actividad para llenarme de ideas o repetir fórmulas aprendidas de memoria. Esto sería como empujar y estrujar a Jesús, como aquel grupo que lo seguía. No, esta mujer nos enseña que para tocar a Jesús hay que tener fe, hay que acudir con confianza, presentarse con humildad y tener ternura hacia Dios. ¡Ah!, y sobre todo, hay que dejarse querer por el Maestro que nos conoce, nos espera y al instante nos abraza con amor. 

Queremos tocarte Jesús. Ayúdanos Señor a tocarte con fe.


Autor: P. Guillermo Serra, LC.

lunes, 3 de junio de 2013

Mártires: ¿cómo lo lograron?

Cada uno de los mártires nos presenta el testimonio de una fe inquebrantable. 
La historia de la Iglesia está marcada por la sangre de miles y miles de mártires. En Palestina y en Italia, en Rusia y en España, en Canadá y en México, en China y en Japón, en Vietnam y en la India, en Uganda y en Túnez.

La lista de lugares se hace larga, casi interminable. Conocer el nombre de los mártires resulta casi imposible. Muchos de ellos quedan en el anonimato. De otros sabemos apenas algunos datos imprecisos.

Cada uno de los mártires nos presenta el testimonio de una fe inquebrantable. Ante la amenaza superaron el miedo. Ante las promesas de una vida más cómoda prefirieron la cárcel. Ante la espada o la pistola se aferraron a una palabra sencilla y decisiva: "creo".

¿Cómo lo lograron? ¿De dónde sacaron fuerzas? Algún día, desde el cielo, será posible escuchar el testimonio de cada mártir. Pero ya ahora intuimos cuál fue el origen de su victoria: la confianza en Cristo.

Cada mártir confiesa, con su sangre y con su heroísmo, que es posible acoger el Amor, que la gracia es más fuerte que el pecado, que la fuerza se manifiesta en la debilidad (cf. 2Cor 12,9-10).

La fuerza de cada mártir viene, por lo tanto, de Dios. Un bautizado acoge su Amor, confía en su misericordia, se deja sanar por la Sangre del Cordero. Desde la fe, junto a la esperanza, inicia el camino del amor. Y el amor culmina en el gesto de entrega total que es propio de cada mártir: dar la vida por el Amigo (cf. Jn 15,13-14, 1Jn 3,16).

En el fondo de su corazón, miles de hombres y mujeres escucharon: "En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

Con su muerte se han convertido en testigos. Su sangre se une a la de Cristo. Visten ahora vestiduras blancas (cf. Ap 7,14-15), e interceden por la Iglesia peregrina, mártir y misionera. Nos enseñan el camino de la fidelidad que culmina en la victoria. Nos animan, con su humildad y su firmeza, a decir no al pecado y sí al amor y a la esperanza.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 2 de junio de 2013

¿Cómo resucitar a una vida nueva en la oración?

La oración es morir para vivir. Es dejar que su presencia siembre semillas de eternidad en mi corazón para que muriendo a mí mismo pueda darme vida para dar vida a otros. Morir por amor para vivir y caminar en el Amor.

Subiendo a la barca, pasó a la otra orilla y vino a su ciudad (...) Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?» Mas él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores». (Mt 9,1; 9-13)


La soledad de un corazón inquieto
Este pasaje evangélico de la vocación de san Mateo inicia con Cristo que cruza el mar de Galilea en barca hasta la ciudad donde vivía, Cafarnaúm (Mc 2,1). Era la casa de Pedro donde Jesús había fijado su residencia. Allí pasó largo tiempo, hizo milagros y predicó su doctrina.
Mateo vivía en esta ciudad y tenía como oficio recaudar impuestos. Sin duda había oído hablar de Jesús, lo habría visto pasar seguido de multitudes y los rumores de su acción milagrosa no habrían sido indiferentes para él. Dentro de él habría curiosidad, deseos de saber más. Su vida acomodada, llena de bienestar y riquezas le había sumido en una superficialidad que no le llenaba más. Vivía envuelto en una soledad que le llenaba de tristeza y no encontraba salida. Era odiado por el su pueblo, les cargaba la mano en los impuestos, se aprovechaba de ellos y era considerado un traidor, impuro, indigno del pueblo judío.
Y Cristo salió a sembrar...
Los Evangelios al narrar la vocación de Mateo presentan a Jesús que sale por la orilla del mar, de aquel mar que tanto apreciaba. Un mar que le recordaba al cielo por el reflejo sereno de su imagen cuando estaba calmado. Llegar a su casa era estar con los suyos, abrir su intimidad.
Como un sembrador, salió por la ciudad a sembrar la semilla para que diese fruto a su tiempo. Tras curar en un primer lugar a un paralítico, siguió caminando por la ciudad en busca de un nuevo discípulo, alguien en quien se había fijado hacía tiempo y que el Padre había puesto ya en su corazón.
Cristo había pasado toda una noche rezando al Padre para escoger a los discípulos. En un diálogo íntimo le había dicho al Padre: "elijo a los que tú has escogido". En su corazón ya estaba Mateo, su hombre daba vueltas en su corazón.
Cristo sembrador sale a sembrar cada día. Él mismo sembró admiración en Mateo, sembró nostalgia en su corazón, sembró semillas de soledad para disponer a este pecador a acoger la palabra suave y poderosa de Cristo.
En nuestra oración muchas veces podemos experimentar a un Jesús que pasa de largo, que se acerca pero que no nos mira todavía. Queremos tocarlo pero aparentemente está "ocupado" pues no sentimos su presencia. Estamos sentados en nuestras ocupaciones, en nuestro pecado, viéndolo pasar pero no logramos dar el salto para seguirlo fielmente. Esto no nos debe preocupar, tenemos que ver esta etapa de nuestra oración como un "salir del sembrador a sembrar". Sí, Jesús sale, deja caer su semilla en nuestra alma, espera con gran paciencia, pues esta semilla tiene que morir primero, tiene que purificarse para poder dar fruto. El tiempo, el cuidado en nuestra oración, la constancia, el sacrificio serán el mejor cuidado que podemos dar a estas semillas de la gracia para predisponernos a ese encuentro con la mirada de Jesús.


La semilla que se purifica
Mateo sentiría alegría al saber que el Maestro había vuelto a Cafarnaúm. Era una nueva oportunidad de poder saber más de él. Preguntaría por él a cada uno de sus clientes, su curiosidad era ya más profunda, se había convertido en inquietud. No estaba en paz, sabía que su vida tenía que cambiar. Esas semillas plantadas por Cristo estaban comenzando a dar fruto y solo faltaba la oportunidad para poder hablar con Jesús.
Nuestra oración es un proceso de purificación que nos lleva de una curiosidad inicial a una inquietud y de ésta a una necesidad de Jesús. Entramos en contacto con Él porque ha sembrado tantas semillas a lo largo de nuestra historia que sentimos el peso amoroso de la mano del sembrador que generosamente nos ha bendecido. Ha pasado por nuestro campo, ha ido pacientemente preparando la tierra de nuestro corazón. Quizás no siempre ha encontrado tierra buena, quizás muchas semillas se han perdido sofocadas por las piedras de nuestro pecado, las espinas de nuestra falta de fe o la poca profundidad de nuestra vida espiritual. No importa, Él hoy va a pasar y nos va a buscar. Nuestro nombre va a ser pronunciado después de haber habitado por tanto tiempo en su corazón.
Ahora sí Jesús, estoy sentado. Estoy preparado y dispuesto. He decidido dar el paso, te espero. He muerto a tantos miedos, a tanta pasividad y falta de fe. Mi alma está lista, te necesito. Tus semillas las he cuidado, quizás algunas se han perdido pero otras, las que he podido las he protegido y he sabido morir para que ellas vivan. He muerto a mí mismo, a mi soberbia, a mi sensualidad, a mi rencor. Te abro mis heridas para que vengas como doctor, te entrego mi vida para que seas mi Pastor. Mi hambre para que seas mi alimento.
La mirada de Jesús da la vida
Jesús estaba saliendo de su ciudad cuando vio a Mateo. Es un ver que viene precedido de mucha oración. La mirada de Jesús penetra hasta el fondo, comprende toda la vida y circunstancias de Mateo, lo acoge, lo sana y restaura en él la imagen de Dios.
Dios no mira como los hombres. Él no sólo ve lo que era Mateo sino que lo proyecta al futuro y ver todo lo que puede llegar a ser si se deja modelar por Él. Esta es la mirada de un Dios que nos conoce porque nos crea y nos ama. Ésta es la visión que debemos lograr en la oración, vernos como Él nos ve. Por eso, en la oración muchas veces solo fijaremos en sus ojos la mirada y nos quedaremos en silencio. Las palabras sobran porque su mirada dice amor, comprensión, posibilidad, futuro, cielo...
Tras verlo, dice el Evangelio que Jesús le dijo simplemente: "sígueme". Se trata de un diálogo veloz, sorpresivo y sin sentido para quien no sabe lo que ha ido sucediendo en el corazón de Mateo. Una mirada, una palabra y Mateo responde con toda su vida.
No sólo responde inmediatamente: "se levantó y lo siguió", sino que recuperó la vida. En el texto original griego, el evangelista usa la palabra "resucitar" al indicar el movimiento de levantarse, usando la misma palabra para esta acción que más tarde se usará para hablar de Jesús "resucitado". Así debemos leer más bien: "resucitó y lo siguió".
La mirada de Jesús resucita a Mateo porque antes, a través de tantas semillas plantadas por Cristo, había muerto a sí mismo. Nadie puede resucitar sino ha muerto. Cristo da la vida cuando la entregamos a él y morimos a nuestro egoísmo, soberbia, temores, rencores, etc...
La obra maravillosa de purificación que Dios obra en nuestra oración es un morir que no queda sin fruto. Morimos porque quiere que nos levantemos y lo sigamos. Quiere que "resucitemos" en la oración y lo sigamos con un corazón nuevo, purificado, orientado completamente a estar con Él, donde quiera que vaya. Caminar con Jesús vivo con un corazón resucitado. Este es el fruto de la oración, éste es el ejemplo de san Mateo.


El contenido de este artículo puede reproducirse total o parcialmente en internet, sin fines comerciales y citando siempre al autor y la fuente de la siguiente manera: Autor: P. Guillermo Serra, L.C.; publicado originalmente en: http://www.la-oracion.com

Ser como Ella

María, que podamos ser como un reflejo tuyo, llévanos bajo Tu Manto a todos tus pequeños niños, para que sepamos imitarte. 
¿Cómo hacerlo?. ¿Cómo puedo ser aunque no sea más que un poco parecido a Ella?. Parece tan difícil, tan inalcanzable, tanta distancia hay entre la Pureza infinita de la Madre de Dios y nuestras debilidades cotidianas.

Y sin embargo, se puede. Y justamente ese "se puede" esconde una parte enorme del misterio de la reconciliación de Dios con el hombre. María pudo, y tuvo un origen humano como todos nosotros, más allá de que Dios puso en Su Predilecta un origen Inmaculado que la elevó sobre el resto de la Creación. Pero Ella sigue siendo en su origen tan humana como tú, como yo. María es la felicidad de Dios encarnada, ya que más allá de todos los fracasos que hemos tenido los hombres a lo largo de los siglos en darle felicidad al Creador, Ella es el Santuario que recuerda a todo el Cielo que merecemos la Misericordia de Dios, porque si Ella pudo, otros podremos también.

María fue el Arca de la Nueva Alianza, porque tuvo al Espíritu Santo en Ella desde siempre, y luego acogió al Verbo Encarnado, al que le dio vida como Hombre. María fue la Casa de Dios, el Hogar Perfecto para el mismo Divino Niño. Y así nosotros también tenemos que ser la Casa de Dios: nuestro corazón debe ser el hogar del Espíritu Santo, refugio de Dios, como lo fue María en su tiempo en la tierra.

Y la Virgen también fue y es verdadera Corredentora, porque entregó todo al Padre, entregó a su Hijo Amado, y vivió místicamente lo que Jesús sufrió frente a sus propios ojos. Ninguna Criatura llevó jamás una Cruz más pesada que la de la Crucifixión de su Hijo. Sólo la Cruz de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre supera, y por mucha distancia, el sufrimiento de la Virgen. Y así tenemos que ser nosotros también corredentores, siguiendo el camino que María nos muestra. Tomar nuestra pequeña o gran cruz y seguirla, porque Ella nos lleva a Su Hijo, que nos espera, sabiendo que estamos en las mejores manos.

María es la omnipotencia suplicante, es la oración hecha persona. Ella siempre oró a Dios, con sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos. Todo en María fue un canto al Creador. Y ahora más que nunca, en un mundo que parece no darse cuenta del peligro que lo acecha, Ella se nos presenta en muchos lugares para pedirnos oración: "oren hijitos míos, oren por los pecadores". ¿Cuántas veces escuchamos este pedido?. Seamos como Ella una potencia suplicante, una oración cotidiana, un canto con el corazón abierto e inflamado de amor por Cristo, nuestro amado Jesús.

María al pié de la Cruz, junto al Redentor. Y donde está el Cuerpo del Hijo, está la Madre. Ella nos lleva a la Eucaristía, al Milagro más admirado por los ángeles. ¿Y nosotros no nos damos cuenta de la majestuosidad del Dios de los hombres hecho Pan y Vino entre nosotros?. María nos lleva al Cuerpo y Sangre de Jesús, para que lleguemos como Ella al pie de la Cruz, cada día, en todos los Tabernáculos de la tierra.

María, Reina de la Creación, lleva bajo Tu Manto a todos tus pequeños niños, para que sepamos imitarte como el verdadero modelo que Dios nos legó. Seamos como vos nos querés moldear, seamos dóciles y humildes alumnos de tu maternal escuela. Madre, deja que seamos a vos lo que Dios quiso que sea la naturaleza humana de Jesús: tu fiel reflejo.


Autor: Oscar Schmidt.

sábado, 1 de junio de 2013

Corpus Christi: la solidaridad de Dios no termina de sorprendernos

El Papa Francisco celebró ayer en el atrio de basílica de San Juan de Letrán la santa misa en ocasión de la solemnidad del Corpus Christi y después presidió a pie la procesión eucarística que, en esta fecha, recorre la Via Merulana hasta llegar a la basílica de Santa María la Mayor. Ofrecemos a continuación amplios extractos de la homilía pronunciada por el Santo Padre centrada en el relato evangélico de la multiplicación de los panes y los peces.
“En el Evangelio que hemos escuchado hay una expresión de Jesús que me sorprende siempre: “Dadles vosotros mismos de comer” …¿Quiénes son aquellos a los que dar de comer? … Es la muchedumbre, la multitud. Jesús está en medio a la gente, la recibe, le habla, la sana, le muestra la misericordia de Dios; en medio de ella elige a los doce apóstoles para permanecer con Él y sumergirse como Él en las situaciones concretas del mundo. Y la gente lo sigue, lo escucha, porque Jesús habla y actúa de una manera nueva, con la autoridad de quien es auténtico y coherente, de quien habla y actúa con verdad, de quien da la esperanza que viene de Dios, de quien es revelación del Rostro de un Dios que es amor. Y la gente, con alegría, bendice al Señor. Esta tarde nosotros somos la multitud del Evangelio, también nosotros intentamos seguir a Jesús para escucharlo, para entrar en comunión con Él en la Eucaristía, para acompañarlo y para que nos acompañe. Preguntémonos: ¿cómo sigo a Jesús? Jesús habla en silencio en el misterio de la eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirlo quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don a Él y a los demás”

“La invitación que Jesús hace a los discípulos de saciar ellos mismos el hambre de la multitud nace de dos elementos: sobre todo de la multitud que, siguiendo a Jesús, se encuentra en un lugar solitario, lejos de los lugares habitados, mientras cae la tarde, y luego por la preocupación de los discípulos que piden a Jesús despedir a la gente para que vaya a los pueblos y casas a buscar alojamiento y comida. Frente a la necesidad de la multitud, ésta es la solución de los apóstoles: que cada uno piense en sí mismo: ¡despedir a la gente! ¡Cuántas veces nosotros cristianos tenemos esta tentación! No nos hacemos cargo de la necesidad de los otros, despidiéndolos con un piadoso: “¡Que Dios te ayude!”. Pero la solución de Jesús va hacia otra dirección:… Pide a los discípulos que sienten a la gente en grupos de cincuenta personas, eleva su mirada hacia el cielo, pronuncia la bendición parte los panes y los da a los discípulos para que los distribuyan. Es un momento de profunda comunión: la multitud alimentada con la palabra del Señor, es ahora nutrida con su pan de vida… Esta tarde también nosotros estamos en torno a la mesa del Señor…. Es cuando escuchamos su Palabra, y nos nutrimos de su Cuerpo y de su Sangre, que Él nos hace pasar de ser multitud a ser comunidad, del anonimato a la comunión. La Eucaristía es el sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él. Entonces tendremos todos que preguntarnos ante el Señor: ¿Cómo vivo la Eucaristía? ¿La vivo en forma anónima o como momento de verdadera comunión con el Señor, pero también con tantos hermanos y hermanas que comparten esta misma mesa?”.

“La multiplicación de los panes …(brota) de la invitación de Jesús a los discípulos “Dadles vosotros mismos”, “dar”, compartir. ¿Qué cosa comparten los discípulos? Lo poco que tienen: cinco panes y dos peces. Pero son justamente esos panes y esos peces que en las manos del Señor sacian el hambre de toda la gente. Y son precisamente los discípulos desorientados ante la incapacidad de sus posibilidades, ante la pobreza de lo que pueden ofrecer, los que hacen a la muchedumbre que se siente y distribuyen – confiando en la palabra de Jesús – los panes y los peces que sacian el hambre de la multitud. Y esto nos indica que en la Iglesia, pero también en la sociedad, existe una palabra clave a la que no tenemos que tener miedo: “solidaridad”, o sea saber `poner a disposición de Dios aquello que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque solo en el compartir, en el donarse, nuestra vida será fecunda, dará frutos. Solidaridad: ¡una palabra mal vista por el espíritu mundano!”
“Esta tarde, una vez más, el Señor distribuye para nosotros el pan que es su cuerpo, se hace don. Y también nosotros experimentamos la “solidaridad de Dios” con el hombre, … una solidaridad que nunca termina de sorprendernos: Dios se hace cercano a nosotros, en el sacrificio de la Cruz se abaja entrando en la oscuridad de la muerte para darnos su vida, que vence el mal, el egoísmo, la muerte. También esta tarde Jesús se entrega a nosotros en la Eucaristía, comparte nuestro mismo camino; es más se hace alimento, el verdadero alimento que sostiene nuestra vida en los momentos en los que el camino se hace duro, los obstáculos frenan nuestros pasos. Y en la Eucaristía el Señor nos hace recorrer su camino, que es el del servicio, el de compartir, el de entregarse, y lo poco que tenemos, lo poco que somos, si es compartido, se convierte en riqueza, porque es la potencia de Dios, que es la potencia del amor que desciende sobre nuestra pobreza para transformarla”.

“Seguimiento, comunión, compartir. Oremos para que la participación en la Eucaristía nos llame siempre: a seguir al Señor cada día, a ser instrumentos de comunión, a compartir con Él y con nuestro prójimo aquello que somos. Entonces nuestra existencia será verdaderamente fecunda.”

Ciudad del Vaticano, 31 mayo 2013 (VIS).-