"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 18 de diciembre de 2012

LA FAMILIA


 

LA FAMILIA

 

Que se respire en el hogar doméstico

aquella caridad que irradiaba

la familia de Nazaret.

Que florezcan todas las virtudes cristianas;

que reine la unión

y resplandezcan los ejemplos

de una vida honesta.

Que el papá, sea entre los suyos

como el representante de Dios,

e ilumine y preceda a los demás,

no sólo con su autoridad,

sino con el ejemplo de una vida íntegra.

Que la mamá, con su delicadeza

y su virtud sea en el hogar doméstico,

la que guíe a sus hijos, con suavidad y fortaleza;

que sea buena y afectuosa con su marido,

y con él instruya y eduque a sus hijos,

don precioso de Dios,
para una vida honrada y religiosa.

Que los hijos obedezcan siempre a sus padres,

como es su deber, que los amen

y sean no sólo su consuelo,

sino también su ayuda en cada necesidad.

Que el testimonio del Hogar de Nazaret,

ilumine nuestras vidas

en todas las circunstancias.

 

JUAN XXIII, El Papa Bueno.

lunes, 17 de diciembre de 2012

EL PESEBRE DE BELÉN


Aquel pesebre, pobre y viejo, no había pensado en su vida que acogería al Niño Dios entre sus pajas. Nosotros, en cambio, sabemos que el Niño Jesús llegará el 24 en la noche.
En las faldas de un monte, por encima de Belén, hay una cueva. Es pequeña y algo tosca, pero acogedora; refresca en los días de calor, y abriga, en los de frío. Durante el año, los animales se resguardan en ella.

Los bueyes y las vacas acuden a pastar allí. Sacian su hambre con las frescas pajas que un mozo deposita a diario en un rústico pesebre, formado por resistentes ramas.

- ¡Vaya existencia la mía! -se decía el pesebre-. ¡¿No se podría haber empleado de mejor modo mi madera?!

El ganado acudía a él por necesidad, porque gusto no lo había. La mayoría de los desayunos, cenas y comidas, terminaban en indigestión. Porque, ¿a quién le gusta escuchar quejas mientras come?
Una noche fría de invierno, entre los aullidos del viento y la respiración profunda de los animales que ahí dormían, llegaron dos personas a la cueva. Venían arropados de arriba abajo. El hombre jalaba con cuidado de su borriquillo, mientras la mujer que lo montaba, soportaba con paciencia los dolores del parto.

- Aquí está bien -dijo el hombre apesadumbrado-. Hemos caminado bastante -suspiró-. Me gustaría ofrecerte algo mejor, María, pero tú sabes que hoy no ha sido un buen día...

- No te aflijas, José -le respondió María, consolándole-. Hágase Su voluntad -y señaló con el dedo al cielo-.

Ambos se establecieron lo mejor que pudieron en la cueva, agradeciendo el calor de los animales.
El pesebre, que jamás dormía, se enterneció al ver la situación de aquella agotada pareja.
Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, María dio a luz a su hijo primogénito. Los gemidos del recién nacido resonaron en la cueva, rompiendo el silencio. Los animales se despertaron agitados en un primer momento; pero después de desperezarse, lo contemplaron con respeto.

José tenía al niño en sus brazos y lo había envuelto en pañales. Su corazón latía con fuerza: estaba nerviosísimo. Cuando por fin tuvo oportunidad de ver al niño, se topó con unos grandes y preciosos ojos grises que lo miraban con curiosidad; entonces, sintió cómo una gran emoción llenaba su alma.

María permanecía recostada sobre unas gruesas cobijas que habían traído de Nazaret, y no le quitaba la vista a su hijo. Con un notable esfuerzo, cambió de postura y le pidió a José que le mostrase al Niño. Cuando él se lo dio, Ella lo cargó durante un largo rato, estrechando al niño contra su corazón.

Cuando María acabó de contemplarlo, se lo entregó a José, quien lo paseó maravillado. Y tras una larga y silenciosa adoración, lo depositó dormido en el pesebre.

Sonó, entonces, un redoblar de pasos, y a acto seguido entraron unos pastores en la cueva.
- En hora buena -exclamaron al ver al Niño. Y les contaron cuanto les había dicho el ángel-.
Cuando llegaron a la señal que les había dado el ángel: "encontrarán al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre", el pesebre estuvo a punto de dar un brinco de asombro, pero recordó que el Niño Jesús aún dormía plácidamente sobre él.

Su nombre había aparecido en los labios de los ángeles. No lo podía creer. Lo ocurrido estaba preestablecido por Dios.

Cuando los pastores terminaron su relato, con gran admiración de los padres de Jesús y del mismo pesebre, sacaron sus humildes regalos y se los ofrecieron al Niño de corazón.
Una vez que los pastores se fueron y que el Niño se hubo vuelto a dormir, María y José también se entregaron al descanso, rendidos de cansancio.

Cuando el silencio llenó de nuevo la cueva con su majestad, el pesebre se quedó pensativo. Aún no acababa de entender lo que habían dicho los pastores.

- ¿Cómo es posible que sea Dios? -pensaba para sus adentros-.

Tras mucho repetir: «Tengo entre mis pajas a Dios», comprendió porqué no le pesaba aquel niño.
Aquel pesebre, pobre y viejo, no había pensado en su vida que acogería al Niño Dios entre sus pajas. Sabía que algún día vendría el Mesías -como todo el mundo-, pero jamás habría imaginado que nacería en aquella tosca cueva de aquel remoto poblado, y precisamente en aquella época del año. Y mucho menos que él sería el primer depositario.

Cuando Dios vino al mundo, no pasó inadvertido sólo para los hombres. También llegó de sorpresa para aquel pesebre de Belén. Ningún ángel le anunció que sobre él se recostaría el Hijo de Dios.

Nosotros, en cambio, sabemos que el Niño Jesús llegará el 24 en la noche. Tenemos tiempo para vivir con entusiasmo este Adviento. Regalémosle un corazón amable, quitando cada día una paja de nuestro áspero carácter. Ofrezcámosle el calor de nuestro corazón.
Autor: H. Gustavo Velázquez Lazcano, LC.

LA NAVIDAD, FIESTA DE LA FAMILIA Y DE LA VIDA


“La Navidad no es sólo la fiesta de Dios que se hace hombre, es también la fiesta de la familia y de la vida. Nos nace un niño, se nos da un hijo” [1] . Hoy es la fiesta de la Sagrada Familia, en cuyo seno nació y creció el Hijo de Dios, que se hace hombre. En este día se celebra en todas las diócesis españolas la Jornada por la Familia y por la Vida, dos realidades ahora unidas en una misma festividad.
Tenemos el gozo de contar desde el 27 de abril del año que termina con una Instrucción Pastoral, aprobada y publicada por todos los Obispos de España en sesión plenaria. “La Familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad” proyecta una mirada a nuestra sociedad y nuestra cultura, desde la fe en Dios y el aprecio por el ser humano. He aquí algunas palabras de este documento que muestran la preocupación de los obispos: “Las circunstancias actuales de la sociedad española hacen que sintamos – escriben – junto con una gran esperanza, una grave preocupación por la situación de la familia y de la vida humana de los más débiles… En España, la familia padece graves males y es hora de afrontar sin complejos sus causas y sus soluciones… Las leyes que toleran e incluso regulan violaciones del derecho a la vida son gravemente injustas. Ponen en cuestión la legitimidad de los poderes públicos que las elaboran y promulgan” [2] .
La Instrucción Pastoral, sin embargo, es sobre todo una proclamación de la verdad y la belleza del matrimonio, de la familia y de la vida humana. Éstos son precisamente los tres aspectos que deseamos proclamar en esta Jornada por la Familia y por la Vida. Con esta ocasión, en efecto, los Obispos de la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida dirigimos este mensaje a todas las familias cristianas y a cuantas personas aman la vida y desean promoverla.
1. La familia, realidad insustituible
En la familia, el amor se hace gratuidad, acogida y entrega. En la familia cada uno es reconocido, respetado y valorado por sí mismo, por el hecho de ser persona, de ser esposa, esposo, padre, madre, hijo o abuelo. El ser humano necesita una “morada” donde vivir. Una de las tareas fundamentales de su vida es saberla construir. Todo hombre y mujer necesitan un hogar donde sentirse acogidos y comprendidos. El hogar es para el hombre un espacio de libertad, la primera escuela de humanidad. En la convivencia familiar se aprende también a vivir la fraternidad y sociabilidad, para poder abrirse al mundo que nos rodea. Por eso, la familia es la verdadera ecología humana, el hábitat natural.
Si dentro de la familia nos fijamos en los esposos, merece la pena leer lo que decía el escritor Tertuliano:
“Quién podrá explicar la felicidad del matrimonio que consagra la Iglesia, confirma la oblación del sacrificio, sella la bendición del sacerdote, lo anuncian los ángeles y ratifica el Padre celestial…? ¡Qué unión la de los dos fieles que tienen la misma esperanza, el mismo deseo, la misma disciplina, el mismo Señor! Dos hermanos, comprometidos en el mismo servicio: no hay división de espíritu ni de carne; realmente son dos en una sola carne. Donde hay una sola carne, allí también un solo espíritu. Oran juntos, juntos se acuestan, juntos cumplen la les del ayuno. Uno al otro se enseñan, uno al otro se exhortan, uno al otro se soportan. Juntos pasan las angustias, las persecuciones y las alegrías. No se ocultan nada el uno al otro, todo es compartido, sin que por eso sea carga el uno para el otro…” (Ad uxorem, 9).
Por esta razón, hemos de denunciar una vez más los denominados “nuevos y alternativos modelos de familia”. Nos parecen pobres y raquíticos, y más si se presentan frente a la que es llamada, muchas veces con desprecio, “familia tradicional”. Todavía nos parece más perniciosa la equiparación de las uniones de las uniones de hecho al verdadero matrimonio y a la verdadera familia. También manifestamos nuestra tristeza por la difusión del matrimonio meramente civil entre bautizados, y la expansión de la mentalidad divorcista. En esa óptica, el divorcio es concebido como un derecho, pero en realidad oculta el drama humano y social que supone el fracaso del matrimonio. Nuestra sociedad oculta y tampoco denuncia el tremendo síndrome del post-aborto que tanto dolor y sufrimiento provoca en las madres que, en unas circunstancias sin duda difíciles de su vida, no apostaron por la vida.
2. La familia y su misión de transmitir la vida y educar a los hijos
La familia, comunidad de vida y amor fundada en el matrimonio, tiene como misión la transmisión de la vida y la educación de los hijos. Sólo por esto sería ya institución imprescindible en la sociedad. La familia es verdaderamente “el santuario de la vida, el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada, contra los múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano” [3]
El amor de los esposos es la primera relación que conforma la familia. Luego, la relación paterno-filial, cuya falta, por los más variados motivos, es siempre un primer drama en la vida de las personas. También las relaciones de fraternidad, que tienen una riqueza singular que no se encuentra en otras relaciones humanas; es la riqueza de compartir en igualdad un único amor: el amor de los padres. Tampoco puede olvidar la familia, la atención y el cariño especial que debe prestar a los ancianos y a otros miembros débiles, porque la familia, pequeña iglesia, está llamada al servicio de todos los que la forman, y especialmente de los más necesitados; de este modo vive “el amor preferencial por los pobres”: recién nacidos, deficientes, enfermos y ancianos
La convivencia familiar se convierte, así, en escuela de fraternidad y solidaridad, que nos abre igualmente a la solidaridad con otras familias, para la construcción de un mundo mejor. Servir al evangelio de la vida supone también que las familias se impliquen activamente en asociaciones familiares y trabajen para que las leyes e instituciones del Estado no violen de ningún modo los derechos humanos, entre los cuales está en primer lugar el derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, sino que los defiendan y promuevan.
3.- La Navidad, fiesta de la familia y de la vida
Frente a tantas amenazas y asechanzas como surgen a veces entre nosotros contra la familia, célula primordial de la sociedad, todos debemos tomar conciencia de nuestra responsabilidad como creyentes: la familia sana es el fundamento de una sociedad libre y justa. En cambio, la familia enferma descompone el tejido humano de la sociedad. Tenemos la oportunidad, en estos días de Navidad de tantos encuentros de familia, de sentir ante el belén la llamada a amarla más, y a servir y defender la vida humana, especialmente cuando es débil e indefensa.
El evangelio del día de la Sagrada Familia nos habla precisamente de su huida a Egipto. “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. Como entonces, está en peligro el mayor tesoro de la familia, el hijo. La vida del Hijo de Dios está amenazada desde su nacimiento, por la pobreza y la persecución. El Hijo de Dios fue también, por un tiempo, emigrante y exiliado. Herodes atentaba contra la vida del niño, y, al verse burlado por los Magos, mandó matar a todos los niños de Belén y sus alrededores. Los Santos Inocentes de Belén son los primeros de tantos niños inocentes, víctimas de los intereses egoístas de los mayores.
Especial mención hemos de hacer, en esta Jornada por la Familia y por la Vida, a las víctimas inocentes del aborto provocado. Ninguna circunstancia, por dramática que sea, puede justificar el que se mate a un ser humano inocente. No se soluciona una situación difícil con la comisión de lo que el Concilio ya calificó de “crimen abominable”. Por desgracia, en no pocas ocasiones, las mujeres gestantes, abandonadas a su propia suerte e incluso presionadas para eliminar a su hijo, acuden al aborto como autoras y víctimas a la vez de esta violencia. Las penosas consecuencias – fisiológicas, psicológicas y morales – que padecen estas mujeres reclaman la atención y acogida misericordiosa de la Iglesia [4] .
Como decía Juan Pablo II, en el V aniversario de la encíclica Evangelium Vitae, “no tiene razón de ser una mentalidad abandonista que lleva a considerar las leyes contrarias a la vida – las leyes que legalizan el aborto, la eutanasia, la esterilización y planificación de los nacimientos con métodos contrarios a la vida y a la dignidad del matrimonio – son inevitables y ya casi una necesidad social. Por el contrario, constituyen un germen de corrupción de la sociedad y de sus fundamentos. La conciencia civil y moral no puede aceptar esta falsa inevitabilidad, del mismo modo que no acepta la idea de la inevitabilidad de las guerras o de los exterminios interétnicos” [5] .
En estos días de Navidad que traen a nuestra meditación el nacimiento y la infancia del Hijo de Dios hecho hombre, en esta fiesta de la Sagrada Familia que ve amenazada la vida de su hijo recién nacido, sentimos el vivo deseo de reafirmar con energía que la familia, toda familia está llamada a ser santuario de la vida, lugar de acogida y amor para todos sus miembros.
Nota de la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española.

domingo, 16 de diciembre de 2012

10 SECRETOS DE LA NAVIDAD PARA UNA SOCIEDAD POSMODERNA

Si nos detenemos a contemplar un momento "la Navidad" no es tan difícil, por lo tanto, encontrar el secreto para ser felices
La Navidad es inagotable. Después de dos mil años, sigue ilusionando a los niños, inspirando a los artistas, arrobando a los místicos y movilizando al mundo entero. Basta recorrer las principales avenidas y comercios del orbe a partir de noviembre para sentir la fuerza del fenómeno. Y esto en una cultura que es llamada ya por muchos "post-moderna"; es decir, que dejó atrás la modernidad y se ha vuelto "ultramoderna", sobre todo por su dominio técnico y científico, su estructuración geopolítica y social y su configuración global.

En esta nueva edad de la humanidad, contrasta cada vez más la celebración de la Navidad con la tradición de la Navidad. Las tradiciones, en general, están muy devaluadas. Se ha difundido la idea de que son algo que se hace sólo por costumbre, inercia o imposición social o religiosa. Muy al contrario, las tradiciones son como las mejores prácticas de la humanidad, amasadas en forma de costumbre o recurrencia, precisamente para que no se pierdan. Las tradiciones tienen un núcleo interior, un sentido profundo que inspira y da significado a la celebración exterior.

La celebración de la Navidad, sin embargo, está siendo cada vez más superficial y material. Y a medida que se va imponiendo un modelo pagano y comercial de celebrarla, se va perdiendo su riqueza profunda y su encanto. Hacen falta nuevos puentes entre tradición y postmodernidad. Sin duda, hay muchos elementos que depurar en ciertas tradiciones. Pero es preciso redescubrir el valor de las sanas tradiciones, si no queremos perder irresponsablemente riquezas atesoradas por la humanidad a lo largo de siglos y milenios.

La Navidad es la tradición por excelencia. Aunque inmediatamente hay que aclarar que la Navidad es mucho más que una tradición. Es un acontecimiento. Un evento histórico o, mejor, "metahistórico", en el sentido de que rebasa, desborda y envuelve la historia misma, iluminándola y dándole su pleno significado. Por eso, la Navidad jamás será obsoleta. Y por eso también hoy tiene tanto que decirle a nuestra cultura postmoderna. Las siguientes reflexiones son sólo un botón de muestra.


1. El secreto del burro y el buey: la calma

La nuestra es una sociedad apresurada. No tenemos tiempo para nada. Parecemos "malabaristas" de la existencia: sentimos la presión de mantener muchos roles y responsabilidades en el aire y la limitación de contar sólo con "dos manos".
Y se nos nota: la prisa nos apremia; y también nos maltrata. Más allá de los estragos del stress, tan bien documentados, a veces cometemos errores muy básicos por no dedicarle a cada cosa su tiempo. No hace mucho, al bajar del coche, por la prisa, cerré la puerta sin estar "completamente fuera". ¿El resultado? Un dedo "machucado" y algunas estrellas.

El burro y el buey, siempre presentes en los nacimientos, tienen un secreto que ofrecernos: la calma. La tradición de colocar estos dos animales junto al pesebre del Niño Jesús no es ornamental. Tiene fundamento bíblico: "Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo", escribe el profeta Isaías (1, 3).

Recuerdo el gesto sereno y apacible del burro y del buey del nacimiento que poníamos en casa. Dos modelos humanos difícilmente hubieran podido expresar tanta calma. El burro y el buey simplemente "están". No se mueven. No caminan. No se marchan. No tienen ninguna prisa.

La calma supone saber estar donde se debe estar en cada momento. Claro, supone también una buena organización personal y claridad de prioridades. Si quieres calma -parecen decirnos estos animales- dale prioridad a Dios. Ellos reconocieron en el Niño Jesús a su "dueño y amo". En otras palabras, no tenían otro lugar mejor donde estar en ese momento. Si Dios fuera siempre nuestra prioridad, y le dedicáramos tiempo a la oración, al trato con Él, seguramente tendríamos más calma. No por tener menos cosas que hacer, sino por hacer las que realmente importan. Por lo demás, el tiempo no existe ni importa cuando estamos con aquellos que amamos.

"Ustedes tienen el reloj; nosotros tenemos el tiempo", decía un viejo beduino del desierto a un turista. Aprendamos del burro y el buey a no dejarnos presionar tanto por las manecillas. Y menos cuando estemos en oración. Nunca como entonces se puede saborear la serena alegría de estar junto a Dios en plena calma.


2. El secreto de José: la providencia

Nuestra sociedad se ha vuelto demasiado racional. El concepto viene del latín "reor, ratum", que significa calcular. En otras palabras, hemos aprendido a ser calculadores. Ponderamos demasiado ciertas decisiones que podrían ser más diligentes y valientes si no miráramos tanto su precio en sacrificio o generosidad. En el fondo, además de mezquindad, el ser calculadores supone poca confianza en Dios. Lo prevemos y lo programamos todo para no poner en riesgo nuestra comodidad o conveniencia.

También José habrá hecho sus cálculos y previsiones. "Será Hijo del Altísimo", le dijo María. Y Él concluyó en su imaginación: "Nacerá en un palacio, con los mejores médicos. Viviremos con él en Jerusalén, la capital. Nos darán como casa el Templo de Salomón. Y vendrán reyes y reinas de todas partes a visitarnos. Ya no tendré que trabajar de carpintero".

Pero, ¡qué realidad tan distinta! Un inesperado censo en Belén, el nacimiento en una cueva y la huida a Egipto dieron al traste con sus ilusiones. Y después el regreso a Nazaret y una larga estancia ahí, sin pena ni gloria, para terminar muriendo carpintero. La Navidad es una profunda lección sobre la providencia de Dios, que lleva muchas veces nuestra vida muy al margen de nuestros cálculos y previsiones.

Confiar en la providencia es la actitud más realista. Nadie tiene el control total de su destino personal, matrimonial, familiar, profesional, etc. No lo tuvo José; menos lo tendremos nosotros. Y es mejor que así sea. La apertura a la providencia divina nos ubica en nuestra realidad de creaturas de un Dios que ve y actúa más allá de las circunstancias prósperas y adversas, llevando siempre las cosas en el modo que más nos conviene. Fue el caso de José; y puede ser también el nuestro si aprendemos, como él, a confiar en la Providencia.


3. El secreto de los ángeles: la espiritualidad

Nuestra sociedad se ha vuelto cada vez más física. No en el sentido científico, sino corporal. Está obsesionada por el fitness, por la "buena forma". Los gimnasios están cerca de llegar a ser el negocio del siglo. Ahora bien, cultivar el cuerpo no tiene nada de malo. El cuerpo es una dimensión esencial de nuestro ser. Como dijo el filósofo Gabriel Marcel, propiamente no tenemos un cuerpo; somos nuestro cuerpo.
Posee, por tanto, una altísima dignidad, y merece todo cuidado y atención. Cada uno es responsable del cuerpo que Dios le dio a modo de talento para dar fruto en esta vida. Baste pensar que todos nuestros actos, los ordinarios y los sublimes, entran en escena a través de nuestra corporeidad; incluso el pensar y el amar.

Pero una cosa es cultivar el cuerpo y otra muy diferente es dar culto al cuerpo. El cuerpo nunca ha de ser idolatrado. Porque nadie debe idolatrarse a sí mismo. Hoy cabría hablar de un cierto narcisismo corporal. Narcisismo condenado de raíz, como en el caso de la fábula, a una profunda frustración. El tiempo pasa y deja su indeleble huella de desgaste y debilitamiento sobre el cuerpo, por más que uno se afane en conservarlo intacto. Ninguna cirugía, ningún procedimiento, ninguna técnica -por mucho avance que haya en la materia- es capaz de evitar el envejecimiento. Y quienes van más allá de lo razonable en este campo, en lugar de envejecer con naturalidad -que es la manera "bella" de envejecer- envejecen como monstruos.

Contra esta tendencia "idolátrica" del cuerpo, los ángeles de la Navidad nos revelan su secreto: el de la espiritualidad. Ellos, que son espíritus puros, nos enseñan a valorar y a gozar la vida espiritual. A buscar no sólo una buena "condición física"; también espiritual. Después de todo, el espíritu nunca envejece. "Cada uno tiene la edad de su corazón", solía repetir el beato Juan Pablo II. Y tal vez por eso, a pesar de los achaques de su vejez corporal, mantuvo siempre un espíritu joven. Basta ver con qué facilidad conectaba con los jóvenes en las Jornadas Mundiales que él mismo protagonizaba.

A veces podemos sentir que la vida espiritual es aburrida, monótona. El canto de los ángeles en Navidad nos recuerda que la vida espiritual es siempre bella, emocionante minuto a minuto, cualquiera que sea la condición del cuerpo. No está mal cultivar la buena forma, cuidar la salud del cuerpo. Pero también -y con mayor razón- hay que cultivar el alma. Después de todo, como dice una antigua frase latina, "los rasgos del alma siempre serán más bellos que los del cuerpo".


4. El secreto de María: el silencio

Dos necesidades básicas nos definen: hablar y ser escuchados. Con el añadido hoy de la tecnología -celulares, redes sociales, blogs, chateo, etc.- la ecuación queda así: tendencia natural a hablar + tecnología = sociedad hiperparlante. Supongo que más de alguno habrá ya querido gritar desde algún punto del planeta: "¡Basta; cállense todos!".

María tiene un secreto para nuestra ruidosa sociedad: su silencio. Ella, la gran coprotagonista de la Navidad; la que tendría tanto que decir, tanto que contar, guarda silencio, medita. Según la narración evangélica del nacimiento de Jesús, en esos momentos María no dijo una sola palabra. Su silencio fue el mejor modo de acompañar el acontecimiento más grande de la historia. Ningún sonido, ninguna melodía hubiera estado a la altura del momento. Por eso, bien se ha dicho, nada es más solemne que el silencio.

Ahora bien, el silencio de María no fue estéril ni superficial. Fue el espacio fecundo para reflexionar, profundizar y contemplar: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc. 2, 19). Ella entendió por anticipado lo que un psiquiatra español diría siglos más tarde: en ciertas ocasiones "la palabra es plata y el silencio es oro".

El silencio tiene capas. Hay un silencio "exterior". Importantísimo. Consiste en saber "apagar" los estímulos sensoriales. Cuánto bien nos haría a todos tener al menos 30 minutos de este silencio al día. No siempre es posible. Pero habría que saber encontrar algún remanso así a lo largo del día. Los silencios más profundos son los de la memoria, para evitar malos recuerdos y purificar el pasado; los de la imaginación, para no anticipar desgracias; los de la susceptibilidad, para no "atar demasiados cabos" y sentirnos víctimas de todo mundo, etc., etc. Adquirir la disciplina del silencio no es fácil, pero el fruto bien vale la pena. El silencio es, en cualquier caso, un guardián del alma.


5. El secreto del pueblo judío: la esperanza

Nuestra sociedad tiende al pesimismo. No sin razón. Basta hojear cualquier periódico para lamentar lo mal que están las cosas. Y así, a fuerza de tragedias y decepciones, han bajado mucho nuestras reservas de optimismo.

En el fondo, hemos perdido esperanza. Y tal vez por eso nos hemos vuelto más superficiales. La superficialidad es la enfermedad de los que no esperan nada. De los que viven en un mundo sin profundidad, sin relieve, sin montañas que conquistar ni misterios que penetrar. J.P. Sartre escribió: "La vida es una derrota, nadie sale victorioso, todo el mundo resulta vencido; todo ha ocurrido para mal siempre y la mayor locura del mundo es la esperanza". Pues precisamente, esa locura del mundo, la esperanza, fue por siglos el gran secreto del mundo antes de Cristo; el que lo puso en una sana tensión, en una espera de Dios que no fue defraudada.

Cuando esperamos algo nos polarizamos, nos cargamos de ilusión. La esperanza mete un centro de gravedad en nuestra vida, y así nos saca de la superficialidad. La espera de Cristo ha sido la más grande que el mundo ha tenido y tiene, pues ahora esperamos su segunda venida. La Navidad nos lo recuerda cada año. S. Grygiel definió la esperanza como la memoria del futuro. Conviene recordar siempre que lo mejor está por venir; que Cristo está por venir. Es el núcleo del mensaje del Adviento litúrgico.

El optimismo cristiano no es una vana ilusión; es una educación del alma. El optimista es quien ha sabido educar su mirada para descubrir lo positivo que se asoma a su alrededor. Y si la crónica del mundo no camina por donde quisiéramos, no es más que una invitación a mirar más alto. Después de todo, como diría Lacordaire, la adversidad descubre al alma luces que la prosperidad no llega a percibir.


6. El secreto de las estrellas: la humildad

El glamur, según el Diccionario de la Real Academia Española, es un "encanto sensual que fascina". En nuestra sociedad equivale a una preocupación excesiva por la buena apariencia, por el look más llamativo. En un sentido más amplio, el glamur está presente en casi todos los sectores. Hay un glamur de los negocios, del deporte, del espectáculo, de la vida social. En todos los casos, el objetivo es brillar, impresionar, ser el centro de atención.

A esta sociedad glamurosa, las estrellas de la noche de Navidad tienen un secreto que ofrecerle: el de la humildad. Las estrellas sólo brillan en la oscuridad. Cada una brilla con su tamaño y su fulgor propio, sin complejos ni tontas comparaciones. Las estrellas brillan siempre, independientemente de si las miramos o no. Las mira Dios, y eso les basta. "No eres más porque te alaben, ni eres menos porque te desprecien; lo que eres a los ojos de Dios, eso eres", escribía Tomás de Kempis en el siglo XV.

Aquella noche de Navidad, las estrellas debieron brillar maravillosas, sin envidia de la gran estrella posada sobre la cueva de Belén. Cada una brilló lo mejor que pudo, sin sentirse menos. De haberla mirado con envidia, se habrían opacado. Porque la envidia es la polilla del talento (Campoamor). Ellas, en cambio, por su humildad preservaron su talento. Y por eso hoy, sobre una sociedad ávida de reflectores, de relumbrón y de flashazos, ellas siguen siendo, sin pretenderlo, las verdaderas estrellas.


7. El secreto del pesebre: la pobreza

Una nota novedosa de nuestra sociedad postmoderna es la ambición. Sin duda, ciertas ambiciones son legítimas. El problema es la ambición que se torna insaciable. El gran secreto del pesebre fue la pobreza espiritual, el desprendimiento interior.

Siempre he tratado de imaginar la historia del pesebre; una historia que, sin duda, fue de más a menos. Empezó siendo un tambo limpísimo, idóneo para almacenar agua, aceite o vino. Más tarde fue contenedor de combustible o de lejía. Después lo destaparon para llenarlo de grano trigo, garbanzo o maíz. Un poco más rodado y abollado, se convirtió en tambo de basura. Muchos golpes después, picado y maltratado, cuando ya no servía para otra cosa, lo pasaron por la sierra y, partido por la mitad, dejó de ser tambo y empezó a ser pesebre, en el que colocaron paja para vacas y bueyes.

Quizá nunca imaginó, rodando por la pendiente de la humillación, que llegaría a ser el primer sagrario de la historia, después de María. El pesebre nos recuerda que muchas veces se es más feliz y afortunado siendo menos que más; que el camino de la ambición no lleva a ninguna parte; y que las predilecciones de Dios tienen muy poco que ver con nuestros méritos.


8. El secreto de los Reyes Magos: la docilidad

Nuestra sociedad presume, con razón, de independencia. Pero una mal entendida libertad puede llegar a ser una falsa autonomía, que raya en la ilusión, en la pérdida de referentes morales y de criterios rectos y claros. Ciertas corrientes de pensamiento han postulado un falso humanismo, que consiste en borrar a Dios del horizonte para que el hombre pueda ser plenamente hombre. Su tesis, en resumen, podría enunciarse así: "Si Dios es, el hombre no puede ser".

Esta postura, sin embargo, constituye un verdadero drama, que inspiró el título de un libro del teólogo Henri de Lubac: El drama del humanismo ateo. Años más tarde, el Concilio Vaticano II resumía admirablemente su esencia: "La criatura sin el Creador desaparece... Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida" (Gaudium et spes, 36).

En otras palabras, cuando el hombre deja de tener por referente a Dios, se extravía en un laberinto sin salida. Es aquí donde los Reyes Magos tienen un secreto maravilloso que ofrecernos: el de la docilidad a Dios. Ellos se dejaron guiar. Fueron verdaderamente sabios al no fiarse de sí mismos, de su autonomía; al buscar fuera de sí mismos, en el cielo, la verdadera razón de su vida y el camino a seguir. Cierto, el camino fue largo y muchas veces oscuro. Pero en premio a su docilidad, encontraron al mismísimo Dios, que se hizo carne para ser hallado.

Su docilidad es una lección de sensibilidad a los auténticos valores y a las inspiraciones de lo alto. Dios nos manda señales; nos sugiere, nos invita, nos muestra estrellas que seguir. El corazón rebelde se ciega y endurece; se enferma de lo que la Biblia llama "esclerocardía" -dureza de corazón-. En cambio, el corazón sensible tiene ojos; y el dócil, pies. Así puede descubrir las "señales de arriba" y seguirlas con paciencia, sabiendo que tarde o temprano le llevarán al mejor de los hallazgos: Dios mismo.


9. El secreto de los pastores: la fe

A nuestra sociedad cada día le cuesta más creer. Es cierto, muchas certezas se han derrumbado; muchas confianzas han sido defraudadas, sobre todo en los últimos años. Por eso, más de alguno me ha dicho: "Ya no sé en qué creer".

El secreto de los pastores fue su fe. Una fe sencilla, pero viva, operante y alegre. Ellos eran, muy probablemente, hombres sin educación, sin formación, sin grandes lecturas. Pero aquella noche de Navidad fueron los hombres más iluminados de la historia. Dice el Evangelio: "Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Angel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz" (Lc. 2, 8 - 9). Eso es la fe: una luz envolvente, que todo lo ilumina: no sólo la noche, también la vida; no sólo el entorno, también el corazón.

La suya fue una fe sin cuestionamientos. Inmediatamente, sin mayor deliberación, los pastores se levantaron y se pusieron en camino. "Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado" (Lc. 2, 15).

La fe no es sólo "creer" con la mente. Es un dinamismo interior que nos pone "en movimiento". La fe cambia la vida. Nunca es estática. Porque nuestro corazón tampoco lo es; siempre busca un horizonte ilimitado. Las solas expectativas de esta vida le quedan chicas; y sus motivaciones, también.

La fe de los pastores, por lo demás, tampoco contradijo su razón. Sólo la iluminó. La llevó mucho más lejos. La abrió a una revelación que venía de lo alto. Porque, en definitiva, la fe es más una respuesta que una búsqueda. Los pastores no buscaron a Dios; sólo se dejaron encontrar por Él.

La fe desemboca en un gran sentido de lo esencial. Aquella noche, los pastores descubrieron que ya nada importaba, que sólo una cosa era necesaria: estar junto al Recién Nacido. Quien posee el sentido de lo esencial capta lo importante, busca lo único necesario, y así simplifica muchísimo su vida. Fue lo que años después diría Cristo a Marta: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada" (Lc. 10, 41-42).


10. El secreto de la noche de Navidad: la paz

Se diría que éste último secreto de la Navidad es la síntesis de todos los anteriores: la paz. San Agustín la definió como la "tranquilidad del orden". Según los historiadores, durante la noche de Navidad cesaron las guerras, se hermanaron los pueblos, se reunieron las familias, y parece que todo el cosmos se puso en paz. El Martirologio romano subraya este hecho cuando dice que Cristo nació "mientras reinaba la paz en toda la Tierra".

La paz es un resultado. Algo que encontramos al final del esfuerzo. Quien renuncia a la prisa, confía en la Providencia, se ejercita en la espiritualidad, vive el silencio, madura su esperanza, forja su humildad y pobreza, su docilidad y su fe, seguramente hallará paz.

Parecen demasiados pasos. En realidad, el camino no es tan largo. Porque todos estos esfuerzos son vasos comunicantes. Quien trabaja en un aspecto, termina por crecer también en los demás. No hay hombre que ore sin ejercitar su fe, su abandono en Dios, su pobreza y humildad. Por eso, más que ver una lista de tareas, tomemos al menos un secreto de la Navidad y empecemos a vivirlo con empeño e interés. Cualquiera de ellos tiene toda la virtualidad para cambiarnos la vida y mejorarla notablemente.

Y no olvidemos que el verdadero centro de la Navidad es Jesús mismo. Él es el Príncipe de la Paz, como lo llama la Iglesia. En Él y sólo en Él encontraremos la paz. En Él posemos nuestra mirada, confiada y segura. Quizá el "mundo feliz" que algunos han profetizado no es tan utópico como pareciera. Porque en realidad no se necesita quién sabe qué nivel de desarrollo científico y técnico para clonar a la gente y diseñar una perfecta ingeniería social. Si queremos una sociedad postmoderna "feliz" -hasta donde es posible en esta vida-, sólo hay que redescubrir algunos secretos esenciales, poner a Cristo al centro de cada familia y dejarlo reinar.

Después de todo, Dios sigue siendo el Señor de la vida y de la historia, aunque no lo parezca. Su victoria sobre el mal -en cualquiera de sus formas- es ya una realidad. Y, si lo acogemos, su victoria será también nuestra. O para decirlo de forma más poética, con un himno de la Liturgia de las Horas, "derrotados la muerte y el pecado, es de Dios toda historia y su final; esperad con confianza su venida; no temáis, con vosotros él está. Volverán encrespadas tempestades para hundir vuestra fe y vuestra verdad, es más fuerte que el mal y que su embate el poder del Señor, que os salvará".

¡Feliz Navidad!
Autor: P. Alejandro Ortega Trillo, L.C.

GANZOS EN LA NIEVE

Cuando creamos haber perdido el rumbo, volvamos los ojos a Él, que nos mostrarán el rumbo, que dará sentido a nuestra existencia.
Las calles se comienzan a vestir de fiesta, el ambiente comienza a notarse diferente, los vendedores aprovechan las instancias del momento para mejorar sus precios, adornar sus tiendas, y claro, vender todo lo que puedan. Se acerca Navidad, para nosotros cristianos tiene un sentido y valor únicos, recordar y hacer presente ese momento histórico en donde Dios nos visita con un rostro humano; Él decide, por amor, hacerse hombre y compartir 33 años con nosotros. Su paso fue breve, pero marcó indiscutiblemente un parte aguas en nuestras vidas, nos trajo el mensaje de amor, paz, bien y perdón a todos los hombres; ojalá a partir de este primer domingo de Adviento, nuestra carrera de preparación sea para el encuentro con Jesús, y que una vez más, nos esforcemos para darle a la Navidad el verdadero sentido.

Había una vez un hombre que no creía en Dios. No tenía reparos en decir lo que pensaba de la religión y de las festividades cristianas como la Navidad. Su mujer, en cambio, era creyente a pesar de los comentarios desdeñosos de su marido.

Una Nochebuena que estaba nevando, la mujer se disponía a llevar a sus hijos a la parroquia de la localidad agrícola donde vivían, le pidió al marido que los acompañara, pero se negó.

¡Qué tonterías! -argumentó- ¿Por qué Dios se iba a rebajar a la tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez! Los niños y la esposa se marcharon, y él se quedó en casa. Un rato después, los vientos empezaron a soplar con mayor intensidad y se desató una ventisca. Observando por la ventana, todo lo que aquel hombre veí¬a era una cegadora tormenta de nieve y decidió relajarse sentado ante la chimenea. Al cabo de un rato, oyó un golpazo en la ventana, luego oyó un segundo golpe fuerte; miró hacia afuera, pero no logró ver más que a unos pocos metros de distancia. Cuando amainó la nevada, se aventuró a salir para ver qué habí¬a golpeado la ventana, y encontró a dos gansos muertos y una bandada de gansos salvajes en su potrero.

Por lo visto, iban camino al sur para pasar el invierno y se vieron sorprendidos por la tormenta de nieve; perdidos, terminaron en aquella granja sin abrigo ni alimento.

Daban aletazos y volaban bajo, en círculos por el campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor sintió lástima por los gansos y quiso ayudarlos.
Sería ideal que se quedaran en el granero -pensó- ahí estarán al abrigo y a salvo mientras pasa la tormenta.

Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par; luego aguardó y observó con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto, pero no obstante, se limitaron a revolotear dando vueltas. Ni siquiera se dieron cuenta de la existencia del granero y de lo que podía significar en esas circunstancias.

El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero sólo consiguió asustarlas y que se alejaran más. Entró a la casa y salió con algo de pan, lo fue partiendo en pedazos y dejando rastros hasta el establo; sin embargo, los gansos no entendieron.

El hombre empezó a sentir frustración; corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero, pero lo único que consiguió fue asustarlos más y que se dispersaran. Por mucho que intentara, no conseguía que entraran al granero, donde estarían abrigados y seguros.

¿Por qué no me seguirán? -exclamó- ¿Es que no se dan cuenta que ese es el único sitio donde podrán sobrevivir a la nevasca?
Reflexionando unos instantes, cayó en la cuenta de que unas aves no seguirían a un ser humano. Si yo fuera uno de ellos, entonces sí podría salvarlos, pensó.

Seguidamente, se le ocurrió una idea: entró al establo, agarró a un ganso doméstico y lo llevó en brazos paseándolo entre sus congéneres salvajes; luego lo soltó, el ganso voló entre los demás y se fue directamente al interior del establo; una por una, las otras aves lo siguieron hasta que estuvieron todas a salvo.

El campesino se quedó en silencio por un momento mientras las palabras que había pronunciado hacía unos instantes resonaban en su cabeza: "si yo fuera uno de ellos, ¡entonces sí que podría salvarlos!"
Reflexionó luego en lo que había dicho a su mujer: "¿Por qué Dios iba a querer ser como nosotros? ¡Qué ridiculez!"

De pronto, todo empezó a cobrar sentido; entendió que eso era precisamente lo que Dios había hecho: nosotros éramos como aquellos gansos, estábamos ciegos, perdidos y a punto de perecer. Dios se volvió como nosotros a fin de indicarnos el camino, y por consiguiente, salvarnos.

El agricultor comprendió el sentido de la Navidad y por qué Jesús había venido a la tierra. Junto con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad. De rodillas elevó su primera plegaria: "Gracias Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta".

Sí, Jesús vino a sacarnos de la tormenta, de la tormenta individual que muchas veces nos ciega, nos hace perder el camino de nuestra vida y nos lleva a la deriva. ¡Dejemos de dar vueltas sin sentido! Cuando creamos haber perdido el rumbo, volvamos los ojos a Él. Miremos el pesebre, miremos la cruz..
Autor: P. Dennis Doren L.C.

LA VIDA ES…


·         La vida es una oportunidad, aprovéchala.

·         La vida es belleza, admírala.

·         La vida es bienaventuranza, saboréala.

·         La vida es un sueño, hazlo realidad.

·         La vida es un desafío, enfréntalo.

·         La vida es un deber, cúmplelo.

·         La vida es un juego, juégalo.

·         La vida es un tesoro, cuídalo.

·         La vida es una riqueza, consérvala.

·         La vida es amor, gózalo.

·         La vida es un misterio, descúbrelo.

·         La vida es una promesa, realízala.

·         La vida es tristeza, supérala.

·         La vida es un himno, cántalo.

·         La vida es una lucha, acéptala.

·         La vida es una aventura, arriésgate.

·         La vida es felicidad, merécela.

·         La vida es vida, defiéndela.

Madre Teresa de Calcuta

sábado, 15 de diciembre de 2012

MARÍA ABRE NUESTROS CORAZONES A LA VENIDA DE SU HIJO


La primera mirada y el primer pensamiento en el Adviento, dirijámoslo a María, que preparó a conciencia el primero y verdadero adviento.
Esta reflexión, quiero dirigirla a María, que preparó a conciencia el primero y verdadero adviento.

Nadie como ella, supo interpretar los signos de los tiempos, sintiendo que el Señor estaba cerca, ella oró como nadie con el Salmo 4: Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina. Tú eres nuestro Dios y salvador y tenemos en ti nuestra esperanza.

Y cuando le fue propuesta la maternidad nada menos que del mismísimo Hijo de Dios no supo, y no pudo y no quiso decir que no. Su vida fue un "sí" rotundo a los planes de Dios en su vida: Con quien guarda su alianza y sus mandatos el Señor es leal y bondadoso. El Señor se descubre a quien le teme y le enseña el sentido de su alianza.

Ella temió al Señor, esperó con verdadera esperanza, y por eso le fue concedido el sentido de la alianza, siendo ella, con su sí, quien propiciaba que el Dios lejano se hiciera nuestro, y a partir de la encarnación de su Hijo, Dios tuviera otro título que antes no tenía: "Emmanuel", el Dios con nosotros, el Salvador, el que puso su tienda entre nosotros.

Parece que de María tendríamos que explayarnos hasta la última semana de Adviento, pero quién mejor que ella para abrir y disponer los corazones para que esta Navidad no tenga las características de ser solo una fiesta más, o mejor la fiesta de las fiestas, donde hay de todo, pero donde se siente muchas veces un vacío.

Y no tanto por las cosas de las que no se pudo disponer para la fiesta y el festejo, sino precisamente por no haber dispuesto el corazón, para hacer ahí el Adviento, la llegada, la recepción y la acogida para el recién nacido.

Navidad será entonces un festejo anticipado de la Pascua del Señor. Sin su encarnación, no hubiera sido posible ni la entrega, ni la redención, ni la cruz, pero tampoco la Resurrección y la vuelta de los hijos de Dios a la casa, al Reino, a los brazos amorosos del buen Padre Dios.

La Navidad nos hermanará en torno al divino Niño, nos hará compadecernos y enternecernos a la vista de quien se convierte en la presencia más cercana del Dios de los Cielos, el Dios de cielo y tierra.

Pero no nos hagamos ilusiones ni nos quedemos en un sentimentalismo con ribetes de superficialidad, de placer y hasta de egoísmo.

Todos queremos tenerlo todo y disfrutarlo ese día, aunque sepamos muy clarito que a tu lado hay alguien que pasa hambre y sed y desnudez. No nos hagamos ilusiones de que cantado un villancico de bodega comercial ya la hicimos.

Cierto que el niño es el niño Dios, y que ya vino y se ha quedado entre nosotros. Pero hoy es día de recordar, que ese niño que vino en carne mortal, en la sencillez, en la humildad y en la pobreza, vendrá de nueva cuenta, y no precisamente en humildad sino con toda la majestuosidad de quien tiene sobre sí el Poderío y el Reino y el Juicio de este mundo:

Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad. Él volverá, y volverá para dar la mano a los que fueron señalados para el Reino, y para introducirlos a la presencia del Padre.

Si pasó desapercibido en su nacimiento y pasa hoy desapercibido porque los que lo tenemos que dar a conocer nos hemos dormido, entonces su presencia será visible a los cuatro puntos cardinales. Es más, ya no habrá puntos cardinales, porque él será el centro de todo.

Cuando estas cosas sucedan, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación.


¡Qué bueno que sea el mismo Cristo el que lo diga, el que nos haga la gran invitación, levantar la cabeza, levantarla de lo que nos parecía tan importante, de lo que nos parecía imprescindible, de lo que no podíamos desprendernos, hasta de nuestro teléfono celular que nos hacía parecer importantes, cuando en toda ocasión teníamos que levantarnos delante de los demás para entrar en una conversación sin igual, así fuera en el mismo templo y en la mismísima Eucaristía!

Entonces Cristo será lo único imprescindible, pues sin él definitivamente no entraremos al Reino de los cielos. Es la hora de la liberación, la hora de la libertad, la libertad que nos asemejará al Buen Padre Dios que en su liberalidad nos envió a su Hijo Jesucristo.

De cualquiera de nosotros que lo digan, siempre existe la sospecha de ser candil de la calle y oscuridad de la casa, pero es el mismo Cristo el que nos invita a levantar la cabeza, porque la hora de la liberación estará cerca, el que también nos invita a disponer nuestros corazones.

No podemos encontrar mojigatería ni palabras vanas en Cristo: Estén ALERTAS, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquél día los sorprenda desprevenidos: porque caerá de repente como una tromba sobre todos los habitantes de la tierra.

Además del ALERTAS, Cristo usa otros dos verbos que pueden ser la clave para que este Adviento y esta Navidad sean verdaderamente la clave de nuestra salvación: "VELEN, pues, y HAGAN ORACIÓN, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre".

Con la cabeza en alto, alertas, velando y en oración, podemos invocar este día la presencia de María sobre nuestro corazón, nuestra familia, nuestra parroquia y nuestro mundo:

Santa maría del adviento, abre nuestros corazones, como tú lo hiciste en el primer Adviento, a la venida de tu Hijo Jesucristo
Autor: P. Alberto Ramírez Mozqueda.

NAVIDAD: ALGUIEN QUE ME ESPERA CON CARIÑO


Sí, todos estamos invitados a acudir ante un Niño en la cuna que nos espera, que nos conoce, que nos necesita.

Produce una gozosa paz en el alma saber que alguien nos espera, nos ama, nos busca. Significa que nuestra vida tiene sentido, que somos importantes para otro, que no vivimos simplemente por inercia, que hay una meta hermosa por la que vale la pena nuestro esfuerzo.

Al dirigir sus palabras de felicitación en la Navidad del año 1965, el entonces Papa Pablo VI imaginaba cómo desde la cuna de Belén se producía una llamada universal: "¡Venid, venid todos!". Hablaba con el calor de un padre que se dirige a sus hijos: "¡Venid, que sois esperados! ¡Venid, que sois conocidos! ¡Venid, que hay algo maravillosamente bueno preparado para vosotros! ¡Venid!".

Sí, todos estamos invitados a acudir ante un Niño en la cuna que nos espera, que nos conoce, que nos necesita. Descubrimos entonces que la vida tiene un sentido hermoso, magnífico: Dios ha puesto su tienda entre nosotros para buscar a cada uno de sus hijos.

¿También me espera a mí si he sucumbido ante el pecado, si he dejado crecer el egoísmo, si me he cegado por la codicia, si he pactado con los desórdenes de la carne? Sí, también a mí, y quizá precisamente con más anhelos. Jesús Niño es ya, entre sus movimientos infantiles, un gran médico ansioso por curar heridas y devolver esperanzas.

En cada Navidad la llamada se repite. Han pasado años y siglos desde el anuncio de los ángeles a los pastores: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2,11). Pero no ha pasado la actualidad de esa invitación. Cada generación humana, también la nuestra, necesita acudir a quien, de verdad, puede salvarnos del mayor de los males: el pecado.

El mundo moderno está sumergido en prisas y en angustias. Muchos no alcanzan a escuchar la llamada. A pesar de todo, la Voz sencilla de un Niño sigue resonando entre nosotros. Los oídos atentos, los corazones despiertos, alcanzan a escuchar un murmullo humilde, una invitación constante y respetuosa.

Es entonces cuando puedo descubrir que Alguien me espera con cariño. Llega el momento de ponerme en camino hacia la gruta. En ella encontraré a un Niño enamorado, a su Madre buena, y a tantos hombres y mujeres que han acogido la gran noticia: Dios nos ama. Sí: ¡venid, venid todos!
Autor: P. Fernando Pascual LC.

viernes, 14 de diciembre de 2012

CONSEJOS DE JUAN BAUTISTA PARA VIVIR EL ADVIENTO


Ya no se trata de preparar la tierra para acoger la buena semilla, sino de preparar un camino para que pueda, llegar a nuestra alma Jesús.
En el Adviento, la Iglesia nos pone la figura de san Juan Bautista, y con él otra nueva imagen. Ya no se trata de preparar una tierra capaz de acoger adecuadamente la buena semilla: se trata de preparar un camino para que pueda, por él, llegar a nuestra alma la Persona adorable del Señor.

Son cuatro las órdenes, los consejos o las consignas que san Juan Bautista -y la Iglesia con él- nos da:
·  La primera consigna de san Juan el Bautista es bajar los montes: todo monte y toda colina sea humillada, sea volteada, bajada, desmoronada. Y cada uno tiene que tomar esto con mucha seriedad y ver de qué manera y en qué forma ese orgullo -que todos tenemos- está en la propia alma y está con mayor prestancia, para tratar en el Adviento -con la ayuda de la gracia que hemos de pedir-, de reducirlo, moderarlo, vencerlo, ojalá suprimirlo en cuanto sea posible, a ese orgullo que obstaculizaría el descenso fructífero del Señor a nosotros.
·  En segundo lugar, Juan el Bautista nos habla de enderezar los senderos. Es la consigna más importante: Yo soy una voz que grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos 3. Y aquí tenemos, entonces, el llamado también obligatorio a la rectitud, es decir, a querer sincera y prácticamente sólo el bien, sólo lo que está bien, lo que es bueno, lo que quiere Dios, lo que es conforme con la ley de Dios o con la voluntad de Dios según nos conste de cualquier manera, lo que significa imitarlo a Jesús y darle gusto a El, aquello que se hace escuchando la voz interior del Espíritu Santo y de nuestra conciencia manejada por Él.

A cada uno corresponde en este momento ver qué es lo que hay que enderezar en la propia conducta, pero sobre todo en la propia actitud interior para que Jesucristo Nuestro Señor, viendo claramente nuestra buena voluntad y viéndonos humildes, esté dispuesto a venir a nuestro interior con plenitud, o por lo menos con abundancia de gracias.
·  El tercer aspecto del mensaje de san Juan el Bautista se refiere a hacer planos los caminos abruptos, los que tienen piedras o espinas, los que punzan los pies de los caminantes, los que impiden el camino tranquilo, sin dificultad. Y ese llamado hace referencia a la necesidad de ser para nuestro prójimo, precisamente, camino fácil y no obstáculo para su virtud y para su progreso espiritual: quitar de nosotros todo aquello que molesta al prójimo, que lo escandaliza, que lo irrita o que le dificulta de cualquier manera el poder marchar, directa o indirectamente, hacia el cielo.
·  El cuarto elemento del mensaje de san Juan Bautista es el de llenar toda hondonada, todo abismo, todo vacío. Los caminos no sólo se construyen bajando los montes excesivos, ni sólo enderezando los senderos torcidos, o allanando los caminos que tengan piedras: también llenando las hondonadas o cubriendo las ausencias. Este mensaje se refiere a la necesidad de llenar nuestras manos y nuestra conciencia con méritos, con oraciones, con obras buenas -como hicieron los Reyes Magos y los pastores- para poder acoger a Jesucristo con algo que le dé gusto; no sólo con la ausencia de obstáculos o de cosas que lo molesten, no sólo con ausencia de orgullo o con ausencia de falta de rectitud o de dificultades en nuestra conducta para con el prójimo, sino también positivamente con la construcción: con nuestras oraciones y con nuestras buenas obras y un pequeño -al menos- caudal, capital de méritos, que dé gusto al Señor cuando venga y que podamos depositar a sus pies.

El Adviento, además de la conmemoración y el sentido del Antiguo Testamento -de la tierra que espera la buena semilla-, además de la figura límite entre el Antiguo Testamento y el Nuevo -san Juan Bautista-, este Tiempo nos acerca más al Señor por aquélla que, en definitiva, fue quien nos entregó a Jesucristo: la Virgen. No sólo en el hemisferio sur entramos al Adviento por la puerta del Mes de María, sino que en toda la Iglesia se entra al Adviento por la fiesta de la Inmaculada Concepción.

Y la Inmaculada Concepción significa dos cosas: por una parte, ausencia de pecado original y, por otra, ausencia de pecado para y por la plenitud de la gracia. La Virgen fue eximida del pecado original y de las consecuencias del pecado original que en el orden moral fundamentalmente es la concupiscencia, es decir, la rebelión de las pasiones, la falta de orden dentro de nuestra persona, el rechazo que nuestra materia y nuestros apetitos indómitos oponen a la reyecía de la voluntad y de la razón iluminadas por la fe, por la esperanza y por la caridad; iluminadas y encendidas y sostenidas por la gracia. La Virgen, preservada del pecado original en el momento mismo de su concepción y liberada de todo obstáculo, tuvo el alma plenamente capacitada desde el primer instante para recibir la plenitud de la gracia de Jesucristo.

Por lo tanto su fiesta de la Inmaculada Concepción, con ese carácter sacramental que tienen todas las fiestas de la Iglesia, ese carácter de signo que enseña y de signo eficaz que produce lo que enseña, nos trae la gracia de liberarnos del pecado y de vencer, de moderar, de sujetar en nosotros las pasiones sueltas por la concupiscencia, a los efectos de que nos pueda llegar plenamente la gracia; y naturalmente, si estamos en Adviento, para que pueda venir la gracia del nacimiento de Jesucristo místicamente a nuestra alma, el día de Navidad.

Por lo tanto, unamos a toda la ayuda que nos pueden prestar los patriarcas del Antiguo Testamento que desde el cielo ruegan por nosotros (ellos que tanto pidieron la venida del Mesías), unamos a la intercesión y a la figura sacramental de san Juan Bautista, unamos por encima de ellos la presencia de la Santísima Virgen en su fiesta el 8 de diciembre y en todo este tiempo, pidiendo bien concretamente el poder liberarnos del pecado, de todo lo que en nosotros haya de orgullo, de falta de rectitud, de falta de caridad con el prójimo, de ausencia de virtud; liberarnos de todo ello para que, cuando venga Jesucristo el día de Navidad, no encuentre en nosotros ningún obstáculo a sus intenciones de llenar nuestra alma con su gracia.

La perspectiva de un nuevo nacimiento del Señor, en nosotros y en el mundo tan necesitado de Él, tiene que ser objeto de una preocupación, de todo un conjunto de sentimientos y de actos de voluntad que estén polarizados por el deseo de poner de nuestra parte todo lo que podamos, para que el Señor venga lo más plenamente posible sobre cada uno y sobre el mundo.

Y si esto vale siempre, se hace más exigente en las circunstancias del mundo presente que desvirtúa precisamente lo que Jesucristo trajo con su nacimiento. ¡Qué necesario es que pongamos todo de nuestra parte para que Jesús venga a nosotros con renovada fuerza el día de Navidad y, a través nuestro, sobre las personas que están cerca, sobre la Iglesia y sobre el mundo!

Quedémonos en espíritu de oración, fomentando en nuestro interior el deseo de que las cosas ocurran según las intenciones y los deseos del mismo Señor.

El Adviento es una época muy linda del año. Después de las fiestas de Navidad y de Pascua, quizá es la más linda, porque es una época de total esperanza, de seguridad alegre y confiada. En ese sentido nuestro Adviento es más lindo que el del Antiguo Testamento: se esperaba lo que todavía no había venido, en cambio nosotros sabemos que el Señor ya ha venido sobre el mundo, sobre la Iglesia, sobre cada uno y entonces tenemos mucho más apoyo para nuestra seguridad de que ha de venir nuevamente, a perfeccionar lo ya iniciado.

Por otra parte, esa presencia del Señor en la Iglesia y en nosotros nos ha hecho ir conociendo a Jesús, amándolo y tratándolo con confianza; por tanto, este esperar su nuevo nacimiento tiene que ser mucho más dulce, mucho más suave, mucho más seguro, mucho más esperanzado (con el doble elemento de seguridad y alegría de la esperanza) que lo que fue la espera de los hombres y mujeres del Antiguo Testamento.

Quedémonos, pues, unidos con Jesús, conversemos sobre estos temas, preguntémosle qué nos sugiere a cada uno en particular para que podamos, desde el comienzo, vivir el Adviento del modo más conducente para obtener la plenitud de Navidad que Él sin duda quiere darnos.
Autor: P. Luis María Etcheverry Boneo.

jueves, 13 de diciembre de 2012

LA ANTIGUA PERO VERDADERA NAVIDAD.


Autor: Manuel Murillo.

Uno, con sesenta y ocho años ya cumplidos, recuerda y ve estos días próximos a la Navidad, como algo entrañable y que como  puedo describir a la perfección, la Navidades vividas en mi niñez, es porque  una gran huella dejaron sobre mí.

Hoy en esta sociedad cambiante, todo es distinto, todo se ha perdido, tanto el fondo como las formas, es una verdadera pena.

Nuestros Padres nos hablaban a diario de la llegada del Niño Jesús, se hacia la Canastilla con pequeños sacrificios, todos disfrutábamos de poner lo que llamábamos “El Nacimiento”, su puesta eran un par de jornadas disfrutando, todos los hermanos, en mi caso siete,  junto a mis Padres. Hubo años que el Nacimiento ocupaba una habitación entera.

 

Una vez terminado, todos los días panderetas y zambombas y algún utensilio casero, como una botella de anís, (por las estrías que estas tenían) y un tenedor, cantábamos Villancicos ante el Nacimiento.

Teníamos por costumbre y guiados por los hermanos más mayores, ponerle nueva letra a algún villancico y tras ensayarlos bien ensayados, cantarlos el día de Nochebuena delante del Nacimiento y dedicárselo a mis  Padres.

El Frente de Juventudes de aquella época, organizaba el concurso de Belenes, en la ciudad, donde un jurado visitaba y calificaba cada Belén, el nuestro, Hermanos Murillo, llego a quedar campeón algún año y otros andábamos entre los cinco primeros. Los premios eran entregados en un acto que se celebraba el día de Reyes en el más prestigioso teatro de Badajoz, donde hacían la entrega de diplomas a los diez primeros y Diploma y 500 Pts. al campeón.

Se vivía y se palpaba la Navidad en todos los hogares, resonaban, el ruido de las panderetas, zambombas y lo mejor, se hacía mucha oración, se rezaba toda la familia junta, recordábamos y pedíamos con cariño, por aquellas personas, que por algún motivo no pudieran celebrarlo.

El día de Noche buena recuerdo las salidas cantando villancicos y pidiendo el aguinaldo, hacíamos una buena recaudación, que todos los años la entregamos en la Misa del Gallo, que se celebraba en la Capilla  del Asilo de los Desamparados.

Hoy todo ha cambiado, de Nacimiento, como mucho el Misterio, eso sí Arboles, Guirnaldas, piñas pintadas con purpurinas y un sinfín de adornos, que se han asociado a este gran día, los regalos ya no los traen los Reyes, ahora Papa Noé, a buen seguro que hoy le preguntas a un niño que es una pandereta o una zambomba y no sabe que es. No digo nada si le preguntas por el verdadero sentido de la Navidad. ¿Le han explicado sus Padres el verdadero significado? Me Consta que en algunos casos si. ¡¡Pero que poquitos!! Los Niños, que aun cuando hoy tienen de todo, solo piensan en el regalo de Papa Noé. Solo se siente ante esto, una inmensa pena y por si era poco, la Iglesia a quien respeto al máximo, se sale ahora con la historia del Buey y la Mula, es algo que si al cabo de tantos siglos lo saca ahora, creo que mejor haberse estado callada.

Pidamos todos al Niño Jesús, que vuelvan los Belenes, (Nacimientos) y sobre todo que vuelva el verdadero Espíritu Cristiano de La Navidad, para que de esta forma vuelva la verdadera Familia.