"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

viernes, 13 de julio de 2012

¿ME SALVÉ O NO ME SALVÉ?

Si yo no me preocupo de mi propia salvación, ¿quién se va a preocupar? Si yo no arreglo este asunto y no me preocupo por solucionarlo, ¿quién lo va a solucionar en mi lugar?
Se nos cuenta en la Biblia que, al final de los tiempos, una vez que hayamos resucitado, todos los hombres nos vamos a reunir. Es impresionante la cantidad de personas que vamos a ser: millones y millones de seres humanos.

En ese momento va a venir Dios de una manera solemne, rodeado de ángeles, para decir unas palabras decisivas a los hombres. Toda esa gran multitud estará dividida en dos bandos: unos, se nos dice, estarán a la derecha, otros estarán a la izquierda. Los que estén a la derecha sabrán que definitivamente se han salvado. Nada ni nadie les podrá quitar esa felicidad eterna que lograron con su buena vida. Los que estén a la izquierda sabrán que definitivamente se han perdido para siempre, y que nada ni nadie podrá cambiar ya su situación.

Tú y yo, todos los hombres estaremos ahí presentes. Estaremos a la derecha o estaremos a la izquierda. Si estamos a la derecha, escucharemos las palabras más hermosas que se puedan oír de labios de Dios: "Venid benditos de mi Padre, a tomar posesión del Reino de los cielos, preparado para vosotros desde el principio del mundo". Si estamos a la izquierda, escucharemos las palabras más tremendas que se puedan escuchar de labios de Dios: "Id malditos al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles".

Me salvé, no me salvé: este es el asunto más importante. Esto es lo único necesario de que hablaba el maestro de Nazaret, Jesús. A pesar de ser el asunto más importante, nadie lo podrá resolver en tu lugar. Cada uno tiene que resolver este problema por sí mismo, no habrá secretarios, no habrá embajadores, ni representantes. Es un asunto aparte, ineludible: aunque uno no se preocupe, aunque uno no tenga ganas de meditarlo, de pensarlo en serio, el asunto, el problema está ahí presente. Tanto los que se han preocupado como los que no se han preocupado de su salvación, al pasar el umbral de esta vida, se encontrarán de frente a un problema resuelto o no resuelto: me salvé, no me salvé.

En este momento me permito una reflexión sencilla: ¿Cuánto tiempo le dedico a este asunto de mi salvación eterna? ¿Cuantas veces pienso en él? ¿Lo tengo solucionado? ¿Lo tengo en regla? ¿O hace mucho tiempo, quizás muchos años, que ya no me preocupo, y me tiene sin cuidado?. Y, si yo no me preocupo de mi propia salvación, ¿quién se va a preocupar? Si yo no arreglo este asunto, que es mío, si no me preocupo por solucionarlo, ¿quién lo va a solucionar en mi lugar?


Un día me dirá Dios: "Ven, bendito de mi Padre", o "apártate de mí, maldito". Dios está escribiendo ya en el Libro de la Vida la frase que dirá al final de mi existencia...
Autor: P. Mariano de Blas.

jueves, 12 de julio de 2012

¿SABEN QUE ESTÁS AHÍ SEÑOR?... O QUIZÁ NO LO SABEN

Detén tu desorientado caminar y ve donde Él está, con su Cuerpo y su Divinidad y encontrarás la grandeza de que Dios te ama.
Vengo del tráfico, del ruido, de toda la agitación que hay ahí afuera, Señor, trato de serenarme y dejar mi aceleramiento convertido en suaves pasos para estar frente a ti. Ya me va llegando la calma, la paz....

Frente a esta Capilla siguen pasando las personas, que como yo, traen en su interior su propia historia....

Y pienso en ellos... en esa joven que pasa sin mirar siquiera un instante hacia este lugar donde estás Tu... pasa ensimismada porque carga una cruz que pesa, que pesa mucho, le han dicho que su hijito tiene una enfermedad incurable... ¡y ese hombre que apura el paso porque lleva ya dentro la huella del vicio y va en su busca!... y ese anciano que apenas puede caminar porque tiene frío, porque todos sus huesos ya viejos le duelen pero le duele más el saber que en su casa, los hijos que tanto amó, le están diciendo que "estorba"....

Esa jovencita, casi una niña, que va despacio y muy triste porque su novio le acaba de decir "que no la quiere... que todo terminó" y ella ya lleva un hijo en las entrañas y no sabe..... ¿qué va a hacer?
Y el que no tiene trabajo... y la que se siente enferma y cansada..... y pasa también la que va feliz porque mañana se casa..... y la que le ha dado el doctor la noticia de que va a ser madre y le falta tiempo para llegar a su hogar y decírselo al hombre amado.... y el que va feliz porque le han ascendido de puesto.... y el estudiante que ha pasado de año y la niña que mañana cumple quince años..... y la que le acaban de dar su anillo de compromiso.... y el que viene de despedir para siempre al ser amado y recibir las condolencias...

Todo un mundo de historias... y tu Señor las conoces todas, y tu te las sabes todas y esperas....

¿Por qué no vienen a ti? ¿Por qué no te vienen a dar gracias y a compartir contigo sus grandes logros, sus dichas, sus sueños realizados.... su inmensa felicidad?

¿Por qué los que cargan una cruz tan pesada no la quieren compartir contigo ... contigo que ya supiste lo que pesa y duele? Tu lo dijiste: "Venid a mi todos los que estéis fatigados y sobrecargados y yo les daré descanso..." (Mt 11,28)

¿Saben que estás ahí o quizá... no lo saben? ¿Y si nadie se lo ha dicho?

Siento tu tristeza, Señor... y esa tristeza me obliga a darte a conocer entre todos los que me rodean... Que nadie quede sin saber que eres agua viva si tienen sed, que eres el amigo fiel si tienen angustia y pena, que eres el Amor hecho hombre para amar sin medida, que eres el Dios que muere en una cruz para perdonar.... que está ahí, tan cerca, tan humilde en la espera eterna....

Para que tu detengas tu desorientado caminar y vengas aquí donde Él está con su Cuerpo y su Divinidad y... tal vez llores... pero seguro que al salir ya vas a sentir, lo que buscabas y necesitabas, la grandeza de que Dios te ama y con ella el precioso don de la PAZ.
Autor: Ma Esther De Ariño.

miércoles, 11 de julio de 2012

TANTA PRISA Y AL FINAL ¿QUÉ?

Estamos tan preocupados viviendo nuestra monótona, pero ajetreada y estresada vida, que no nos damos cuenta de las cosas que son realmente importantes.

Conversando con un padre de familia, me hizo el siguiente comentario: Padre, parece que hoy vivimos en un estado de guerra, en estado de sitio continuo; presiones, preocupaciones, ¿la vida tiene que ser así, será lo que Dios había pensado para el hombre? Yo pensé para mis adentros, ¡qué sensato cuestionamiento!

Nosotros los humanos, estamos tan preocupados viviendo nuestra monótona, pero ajetreada y estresada vida, que no nos damos cuenta de las cosas que son realmente importantes. Pasamos los días como máquinas de computadora, pasamos toda o parte de nuestra vida conviviendo con las mismas personas y ni siquiera sabemos quiénes son en realidad, no sabemos qué sienten, cómo piensan; simplemente nos limitamos a juzgarlos por lo que dice la gente y por la imagen que proyectan. Vamos tan a prisa que no nos damos cuenta siquiera lo que se está derrumbando a nuestro alrededor, quién necesita nuestra ayuda, nuestra mano amiga, nuestro hombro para apoyarse.

Por la mañana nos levantamos corriendo, queremos hacer todo tan deprisa. El amor se esfuma como el humo, la sonrisa la ocultamos entre los dientes, las caricias las dejamos para nuestras mascotas, ¿a dónde se fue lo que da sentido a la vida? Vamos tan frenéticamente, que nos despertamos y olvidamos darle gracias a Dios por el nuevo sol; no nos damos tiempo para disfrutar lo mejor de la vida, preferimos perder el tiempo y nuestras vidas en cosas vanas, como tener dinero, poder, buena posición social; y cuando al fin lo tenemos, ¡vaya sorpresa! nos damos cuenta de que ahí no estaba la felicidad, ¡qué desengaño nos damos!

Aprendamos a dedicar tiempo a lo esencial. Creo que no existe mejor sensación en el mundo que recibir el abrazo de un ser querido, acompañarle en el dolor y experimentar en la brisa o en el amanecer, la presencia amorosa y eterna de Dios.
Bien lo decía el Papa Benedicto XVI en su última encíclica sobre la esperanza: "No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor". "No es el progreso quien da la solución a los interrogantes del hombre, es Dios". "Es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas y proyectos, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (Sir 33,14). La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento"» (cf. Jn 13,1; 19,30). (Spe Salvi Nº 27). ¡Qué fácil es caer en el vacío, qué fácil es no encontrarle sentido a la vida!
Se cuenta que un niño se perdió de su caravana en pleno desierto y fue encontrado por unos mercaderes. Le preguntaron: ¿quién eres?, ¿de dónde vienes?, ¿a dónde te diriges? A cada pregunta respondía invariablemente el pobre niño: "Yo no sé". Él se había vuelto loco en aquella soledad.
De tales locos, por desgracia, está lleno el mundo. Uno de ellos tuvo un momento de lucidez y dictó el siguiente epitafio para su tumba: "Aquí yace un loco que se fue de este mundo sin saber si quiera por qué había venido".

Dediquemos el tiempo necesario para QUERER, AMAR, SONREIR, SER FELIZ. ¿Nos cuesta tanto trabajo dedicar unos minutos al día para mirar al cielo y decirle a Dios ¡GRACIAS! y mirar a nuestro ser querido a los ojos y decirle te quiero? Algo tan sencillo como eso es capaz de convertir un día gris en uno de los mejores. Tenemos que querer, pero no aferrarnos; disfrutar el momento, sonreír, abrazar, mirar hacia el futuro con confianza y esperanza, porque la vida es sólo eso, momentos, oportunidades que pasan y que no se vuelven a repetir, la certeza de un mundo futuro mejor. La vida es corta, el tiempo se acaba, y no estás sintiendo realmente lo que es estar vivo.
Autor: P. Dennis Doren L.C.

martes, 10 de julio de 2012

NO SOY TOTALMENTE FELIZ AQUÍ, PERO QUIERO SERLO

Soy peregrino en este mundo, que va de paso, que está dirigiéndose a su patria: a la eternidad con Dios.
Aquí tienes mi corazón ansioso, ensanchado por el inmenso deseo de las realidades futuras, que desde hace mucho tiempo está suspirando por ti, por el regreso a la patria: desea, antes que amanezca, contemplar ya aquí en la tierra los gozos de la felicidad futura. Desea saber qué gozos esperan a las almas de los difuntos después de la muerte del cuerpo, y qué glorificación se les añade después de recibir sus cuerpos. [...]
Yo, queriendo volar al interior de aquella patria, de la que se dicen tantas cosas, te pido subir por Ti, que eres el camino; que no te ofenda a Ti, que eres la verdad; que llegue a Ti, que eres la vida. Que de ninguna manera me separe de Ti, que eres el camino de la felicidad plena; que de ningún modo desista por la dificultad de estas cosas, sino que subiendo por Ti, al morir no sufra [el ataque del] al ladrón, y, una vez muerto, no lleve al acusador [conmigo]
(San Julián de Toledo, La oración que Julián dirige a Dios).


¿A quién no le gusta reírse a carcajada limpia? Estoy seguro que todos disfrutamos un buen chiste, una puntada cómica. Y si eso viene acompañado de imágenes, todavía más. Como las películas o series de televisión divertidas -para quienes las ven- que logran hacernos olvidar muchas veces las preocupaciones de todos los días.

Me vino esto a la mente cuando veía una entrevista que Andreu Buenafuente, humorista español, le hizo a Mons. Xavier Novell, obispo de Solsona (España). Y lo admito: me dio mucha rabia. No porque Mons. Xavier no respondiese bien, pues estuvo bastante bien a decir verdad. Lo que me enojó fue ver que gente con mucho talento en el mundo del espectáculo, como el caso de Buenafuente, no sean creyentes y que, en numerosas ocasiones, critiquen y ridiculicen a la Iglesia y a Dios. Y entiéndanme, sé que ataques siempre habrán, pero es que creo que los cómicos y humoristas pueden tener un papel fundamental en mostrar lo que será el cielo en la eternidad: una risa sin fin, un eterno sentirse llenos por dentro, una compañía de Dios que nunca se acabará.

¿No les pasa a ustedes? A mí siempre me viene un deseo profundo de dejar de sufrir, de que los malos momentos no sucedan más, que ya no tenga tragos amargos en mi vida. Y luego, en contrapartida, desearía detener el segundero del reloj cuando le doy un abrazo a un ser querido, cuando paso un buen momento con los amigos, cuando tengo a Cristo en mis manos como sacerdote. Y aunque en ocasiones deseo callar mi corazón, es tal el anhelo de felicidad que no puedo hacerme ilusiones: mis ansias de eternidad son mayores.

San Julián de Toledo era muy consciente de este sentimiento dentro del corazón del hombre y por ello dedicó gran parte de su vida a estudiar y meditar la eternidad. Prueba de ello es este extracto de la bellísima oración que le dirige a Dios: una oda a la búsqueda que todo ser humano tiene de felicidad. Es un sentirse peregrino en este mundo, que va de paso, que está dirigiéndose a su patria. Dialogar con Dios de estas realidades no es sólo recomendable, sino necesario. De hecho, algunos maestros de la vida espiritual recomiendan poner ante nuestros ojos estas realidades futuras por lo menos una vez por semana.

Ésta es, creo yo, la gran enseñanza que San Julián nos deja y que debemos tatuarnos en el alma con el fuego de la oración: soy peregrino, esta vida es a fin de cuentas sólo pasajera. Y aunque debo trabajar y ayudar en la sociedad aquí, el apellido de mis actos sólo puede ser "eternidad". Si no, la felicidad seguirá rondando nuestro corazón, sin tocarlo del todo en este mundo.

¿Y los humoristas qué pintan en todo esto? Pues mucho. Porque cada vez que reímos, tocamos un poco la orla del manto de la eternidad y nos sentimos plenos. Y por eso un buen comediante, si es creyente, puede ser un buen predicador. Tal vez por eso que me he tomado muy en serio la petición que el mismo Andreu Buenafuente le hizo a Mons. Xavier Novell al final de la entrevista mencionada.

Decía: "Si habla usted con Dios, hable bien de nosotros. Porque a lo mejor no vamos mucho a misa, pero nos gusta ser buenas personas". ¡Cuenta con ello, Andreu!
Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.
Este artículo se puede reproducir sin fines comerciales y citando siempre la fuente www.la-oracion

lunes, 9 de julio de 2012

DON ÁLVARO

Autor: Pablo Cabellos Llorente



DON ÁLVARO
             Sólo ese nombre nos dice  mucho en el Opus Dei, el primer sucesor de San Josemaría en el gobierno de la Obra. No voy a tratar de sus notables y variados títulos académicos, ni de su extraordinario papel en la Iglesia, ni siquiera de su intensa actividad en el último concilio ecuménico o de los servicios prestados a la Curia Romana de muy varios modos. Todo eso puede verse en la Web www.opusdei.org. Narraré algo muy humano, anécdotas que tal vez tengan poca importancia, pero que por fortuna he vivido. Constituyen mi pequeño testimonio sobre un pedacito de la vida de un hombre inteligente, sencillo, cariñoso, humilde y fiel, sobre todo fiel, cuyo proceso hacia los altares ha dado un paso importante.
             Durante el curso académico 1972-73 principalmente, tuve la oportunidad de llevar a don Álvaro en coche a los dicasterios de la Curia Romana en los que colaboraba, pero también a alguna otra parte, por ejemplo, al dentista. En alguno de esos viajes por Roma, nos acompañaba un tercero, pero don Álvaro se sentaba siempre al lado del conductor. Cuando venía  otra persona,  sabiendo que don Álvaro estaba muy trabajado y le vendría bien alguna distracción, pensábamos previamente algo entretenido que contarle. Pienso que no lo conseguimos nunca, porque él se adelantaba para distraernos a nosotros, con anécdotas divertidas y asuntos que ayudasen a nuestra formación.
             Ahora recuerdo dos pequeños sucesos, acaecidos mientras íbamos sólo los dos en el coche, un sencillo Fiat 124. Salíamos del garaje y un autobús aparcado junto a la puerta del mismo impedía la visibilidad para girar hacia la dirección contraria. Salí con un ímpetu digno de mejor causa hasta asomar el morro del coche demasiado, cuando circulaba a toda velocidad un  deportivo que pasó a pocos centímetros de nuestro coche, con un fuerte frenazo por mi parte. Don Álvaro, sin inmutarse, y siempre comprensivo, dijo con toda paz: ¡caray! Sales de tu casa tan tranquilo y pasa un loco que casi nos lleva por delante. Lo del "loco del volante" era cierto, pero lo de salir tan tranquilo era un modo de excusarme una imprudencia.
             En otra ocasión, volvíamos de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Conocía un atajo por las callejuelas que rodean el Vaticano. Pero he aquí que, en esa Roma imperial y provinciana, dimos con un mercadillo de legumbres y frutas que apenas dejaban paso. Pero, precipitado de mí, lo intenté hasta que un típico guardia urbano romano, de esos que te impiden algo y se desentienden,  detuvo  mi marcha y dejó de hacerme caso. Todo ocurrió en segundos: miré hacia atrás y me parecía que las coles y tomates habían estrechado el camino de tal modo que era imposible el retroceso. D. Álvaro con voz calmada iba diciendo algo así: qué culpa tenemos nosotros -se incluía en el desaguisado-, que hemos pasado tantas veces por aquí y nada lo ha impedido. Había mirado a la derecha y los puestos impedían girar en esa dirección, sólo quedaba la izquierda,  con una dificultad: era dirección prohibida, de la que hice caso omiso y allá que me fui. D. Álvaro, sin cambiar el tono de voz, me animaba: y ahora haces muy bien de irte por dirección prohibida porque nosotros no tenemos la culpa.
             Mucho más interesante es lo que escuché a san Josemaría el día de su santo en 1974: yo querría que le imitarais en muchas cosas, pero sobre todo en la lealtad. En esa fidelidad se apoyó tanto que le llamaba Saxum: roca. E hizo cincelar esta inscripción sobre el dintel de su despacho: vir fidelis multum laudabitur.
             Cuando ya D. Álvaro había sido elegido Presidente General del Opus Dei -no era todavía prelado porque aún no estaba el Opus Dei erigido en Prelatura Personal-, retornaba a Roma para trabajar allí. Nada más llegar, fui a saludarlo besándole la mano, y me abrazó mientras me decía: mi viejo chófer, pero ahora mi hijo que es más importante. Yo no era viejo ni por edad ni porque hubiese pasado mucho tiempo, sino que era una expresión  propia de una persona que te quiere entrañablemente y te reencuentra con gozo.
             Yo atendería un Centro Internacional de mujeres de la Prelatura que llegaban a Roma para formarse durante algún tiempo. Como todavía era un joven sacerdote, improvisó una especie de clase informal de pastoral, de la que guardo muchos detalles de su experiencia y de su buen humor: recuerdo que Don Javier Echevarría y yo en algunos momentos reímos a carcajadas tremendamente sonoras.
              Me quedó muy grabado aquel "pero ahora mi hijo que es más importante". Se notaba que lo era:  él, siendo el mismo, era otro, hacía palpable la paternidad asumida. Sentí un no sé qué diciéndome algo bien sencillo: es el Padre. Ya no era Don Álvaro, se le notaba Padre, se le veía fácil de querer como tal, se cumplía aquella petición de san Josemaría: al que venga después de mí tenéis que quererlo más que a mí. Si no, no va. Ahora ya es Venerable.

CREER, ESPERAR Y AMAR

Esperar sobre todo en que tu tronco viejo produzca brotes nuevos; confiar a pesar de la niebla, del huracán y del hastío.

Debes cultivar las virtudes teologales: muy teologales virtudes pero que, si no las haces tuyas, se quedan en eso, en teologales.

Aprender a creer. Aceptar el reto de Jesús cuando decía: "Si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a ese monte: -arrójate al mar-, y os obedecerá".

Esperar, esperar sobre todo en que tu tronco viejo produzca brotes nuevos; esperar, confiar a pesar de la niebla, del huracán y del hastío.

Amar apasionadamente a Cristo y a las almas. ¿La hoguera encendida de tus días mejores se ha convertido en rescoldo casi apagado? El amor es capaz de despertar al genio dormido, de resucitar a los muertos. Amor que has hecho de adúlteras santas y de bandidos mártires, ¿no podrías encenderme a mí también?

Perseverar en el amor. Comenzar a amar es obra de todos; todos han amado algo o a alguien algún día. Continuar amando ya cuesta más; menos lo practican. Pero amar hasta el final, a despecho del cansancio y las dificultades del camino, es obra de santos o de auténticos enamorados. El reto te llama, ¿verdad?
Autor: P. Mariano de B.

domingo, 8 de julio de 2012

¿QUIÉN TE OFENDIÓ?

Las experiencias negativas dejan una huella más profunda en nosotros que las positivas y no te deja ser feliz.
Una de las mayores fuentes de ofensas es la de tratar de imponer el punto de vista de una persona a otra, y guiar su vida. Cuando le dices lo que debe hacer y te dice "no", creas resentimientos por partida doble. Primero, te sientes ofendido porque no hizo lo que tú querías que hiciera, y segundo, la otra persona se ofende porque no la aceptaste tal y como es. Santiago de los Caballeros.

Hay gente -¡mucha gente!- que pasa por la vida como un cristalito de Venecia: frágil; que se quiebra con la mayor facilidad. Son personas que viven sintiéndose ofendidas por lo que alguien les hizo.

Si estás en ese grupo, te tengo una sorpresa. Los expertos coinciden en afirmar que ¡nadie te ha ofendido! Lo que te hiere, lo que te ofende, es todo aquello que tú esperabas de esas personas, y esas expectativas tú las creas con tus propios pensamientos. Son imaginarias.

Si esperabas que tus padres te dieran más amor, y no te lo dieron, no tienes por qué sentirte mal. Lo que te lastima son tus expectativas de lo que un padre ideal debió hacer contigo y no hizo.

Si esperabas que tu pareja reaccionara de tal y cual forma y no lo hizo, piénsalo bien: tu pareja no te ha hecho nada. Eso está en tu imaginación.

¿Estás enojado con Dios? Son tus ideas de lo que debería hacer Dios, las que te lastiman. Dios jamás ofende ni daña a nadie.

Señalan los estudiosos de este tema que cuando nacemos, somos auténticos. Luego, nuestra verdadera naturaleza es suprimida, y sustituida artificialmente por conceptos que nuestros padres, la sociedad, la televisión, el Internet, nos enseñan.

Y crean una novela falsa de cómo deberían ser las cosas en todos los aspectos de la vida de uno, y cómo deben actuar los demás. Una mala novela que no tiene nada que ver con la realidad.

A lo largo de sus vidas, las personas coleccionan experiencias vividas con los padres, amigos, parejas, etc. y las almacenan en su inventario interior. Las experiencias negativas dejan una huella más profunda en nosotros que las positivas.

¿Resultado? Se repiten los mismos problemas y las mismas experiencias negativas. Y el inventario sigue creciendo, y te estorba. No te deja ser feliz. Y a medida que se avanza en años, se es menos feliz. Es porque el inventario negativo aumenta año con año.

Una de las mayores fuentes de ofensas es la de tratar de imponer el punto de vista de una persona a otra, y guiar su vida. Cuando le dices lo que debe hacer y te dice "no", creas resentimientos por partida doble. Primero, te sientes ofendido porque no hizo lo que tú querías que hiciera, y segundo, la otra persona se ofende porque no la aceptaste tal y como es.

Todas las personas tienen derecho de guiar su vida y aprenderán de sus errores por sí mismos. Bien dice el dicho que nadie aprende en cabeza ajena.

Entonces, me preguntarás, ¿cómo puedo perdonar?

Dicen los expertos:
·  Entiende que nadie te ha ofendido. Son ideas falsas que tienes sobre cómo debe ser esa persona.
·  Deja a las personas ser. Dales tu opinión, pero permite que tomen sus decisiones, que ejerzan el libre albedrío del que Dios nos dotó al crearnos.
·  Nadie te pertenece, ni tus padres, amigos, parejas. Todos formamos parte del engranaje. Ama y deja ser.
·  La perfección no existe. Ni el padre, ni el amigo, ni tu pareja es perfecto (¡ni tú!). Deja de resistirte a que las personas no son como tú quieres que sean. Acepta a las personas como el pez acepta al mar y ámalas como son.
·  A la luz del corto período de vida que tenemos, sólo tenemos tiempo para vivir, disfrutar, ser felices. Nuestra compañera la muerte en cualquier momento, de forma imprevista, nos puede tomar entre sus brazos.


Es superfluo gastar el tiempo en pensar en las ofensas de otros. No puedes darte ese lujo.
Bendiciones y paz.
Autor: Juan Rafael Pacheco.

sábado, 7 de julio de 2012

EL AMOR DE MARÍA LLENA NUESTRO CORAZÓN

Si uno de veras cree en este amor que le tiene María Santísima como madre ¿podrá sentirse desgraciado? ¿Podrá sentirse desesperado?
Dios es amor.

María Santísima es también amor.

Podríamos decir que María es el lado misericordioso y tierno del amor de Dios.
"Tú sola, Virgen María, le curas a Dios de todas las heridas que le hacemos los hombres. Por ti sola valió la pena la redención, aunque, afortunadamente, hay otras y otros que se han tomado en serio la redención".

Este amor tuyo que, por un lado, sube hasta Dios y, por lo tanto, tiene toda la gratitud de una creatura, toda la profundidad de una madre, toda la pureza de una virgen; por otro lado, se dirige a nosotros, hacia la tierra, hacia tus hijos.

Cómo me impresionó -y aparte al principio no lo creí- leer aquellas palabras de San Alfonso María de Ligorio: "Si juntáramos el amor de todos los hijos a sus madres, el de todas las madres a sus hijos, el de todas las mujeres a sus maridos, el de los santos y los ángeles a sus protegidos: todo ese amor no igualaría al amor que María tiene a una sola de nuestras almas". Primero, no lo creí porque era demasiado grande para ser cierto. Hoy, lo creo, y posiblemente estas palabras de San Alfonso se quedaron cortas.

Yo me pregunto: si uno de veras cree en este amor que le tiene María Santísima como madre ¿podrá sentirse desgraciado? ¿Podrá sentirse desesperado? ¿Podrá vivir una vida sin alegría, sin fuerza, sin motivación? ¿Podrá alguna vez, en su apostolado, llegar a decir "no puedo, me doy"? ¿Podrá algún día decir : "renuncio al sacerdocio y lo dejo"? Si Cristo, por nosotros, dio su sangre, su vida, ¿qué no dará la Santísima Virgen por salvarnos? Ella ha muerto crucificada, espiritualmente, por nosotros. A Cristo le atravesaron manos y pies por nosotros; a ella una espada le atravesó el alma, por nosotros. Si Él dijo: "He ahí a tus hijos" ¿cómo obedece la Santísima Virgen a Dios? Entonces, cuánto nos tiene que amar. Y si somos los predilectos de su hijo: "vosotros sois mis amigos", somos también los predilectos de Ella.

El amor de María llena nuestro corazón, debe llenarlo. El amor de una esposa no es el único que puede llenar el corazón de un hombre como yo. El amor de María Santísima es muchísimo más fuerte, rico, tierno, confortante, que el de todas las esposas de la tierra. El amor de mi madre celestial llena, totalmente, mi corazón. Una mirada, una sonrisa de María Santísima, me ofrecen más que todo lo que pueden darme todas la mujeres de la tierra juntas.

¿Cuál debe ser mi respuesta a tan grande y tierno amor?

Como Juan Pablo II debemos decir cada uno de nosotros, también, "totus tuus": todo tuyo y para siempre. Aquella expresión que el Papa nos decía: "Luchando como María y muy juntos a María", que le repitan siempre: "totus tuus".

¿Por qué no llevarme a todas partes a la Santísima Virgen? En el pensamiento, en el corazón, y también, en una imagen, en un cuadro: su presencia es benéfica. Yo tengo en mi despacho y en mi cuarto una imagen de la Santísima Virgen. Con mucha frecuencia la miro, con mucha frecuencia le hablo y, también, la escucho. Siento su presencia y su amor a través de esa imagen.
Autor: P Mariano de Blas LC.

viernes, 6 de julio de 2012

DESILUSIONES Y ESPERANZAS

Hay momentos en los que sentimos una pena profunda. Parece que la vida no tiene sentido. Seguimos adelante, sin saber ni hacia dónde ni cómo.

Los fracasos llegan. Tarde o temprano, anunciados o por sorpresa.

Tras su llegada, queda en el corazón una sensación más o menos profunda de tristeza: perdimos un amigo, un trabajo, un afecto, un proyecto.

La vida sigue su ritmo. El cielo no detiene sus pasos. La Tierra gira, mientras los pájaros buscan la comida diaria y el Sol se pasea por el horizonte.

Un corazón siente el peso del fracaso. Sobre todo, cuando descubre su miseria, cuando toca su cobardía, cuando desentraña su egoísmo atroz.

Hay momentos en los que sentimos una pena profunda. Parece que la vida no tiene sentido. Seguimos adelante, entonces, casi por inercia, quizá sin saber ni hacia dónde ni cómo.

Cuando la pena ahoga el alma, necesitamos fuerzas y luces para mirar hacia arriba. Más allá de las desilusiones y los fracasos, existe un Dios en quien podemos anclar la propia vida. Hay Alguien que nos ama, a pesar de todo, simplemente, sin condiciones: un Padre es "más Padre" cuando el hijo está más enfermo y necesitado, cuando ha sido mordido por el veneno de la derrota.

Las desilusiones no pueden extinguir el fuego de una esperanza basada en la certeza de Cristo. Si le hemos dejado entrar en nuestras vidas, si le hemos abierto las puertas del alma, quedan siempre motivos para reemprender la lucha, para avanzar hacia metas buenas, para tender la mano humilde a quien nos pide ayuda, aunque sintamos todavía el peso de la pena por las propias faltas.

Las esperanzas dan sentido a cada vida humana. Pequeñas o grandes, como recordaba el Papa Benedicto XVI en su encíclica Spe salvi, las esperanzas son el fuego interior que guía nuestros pasos y nos lanza a conquistas nuevas. También después del mayor de los fracasos: el pecado.

Dios nos espera con su perdón eterno. Nos devolverá la paz del alma y nos lanzará a seguir, llenos de esperanza, en el camino misterioso de la vida humana.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

jueves, 5 de julio de 2012

JESÚS SE NOS DA COMO PAN DE VIDA

Necesitan un pan espiritual, un pan especial, y, si yo me hago ese pan, calmarán su hambre de todo
Se nos da como Pan de vida. Eso es la Eucaristía: Un Dios que se regala como se regala un pedazo de pan. Cristo nos vio, y nos ve, y tal vez nos seguirá viendo con hambre, mucha hambre y sed. Hambre y sed de felicidad, de vida, de paz y de amor. Hambre, también, de cambiar, de ser fiel, de ser distinto. Entonces Él pensó: "Necesitan un pan espiritual, un pan especial, y, si yo me hago ese pan, calmarán su hambre de todo". Y así, Cristo es la vida, y comemos la vida; Cristo es la verdad, la felicidad, la paz, y, al comerlo a Él, comemos la vida, le verdad, la felicidad y la paz.

Tenemos todo en ese pan de la Eucaristía, pero hay que tomarlo con fe. Yo preguntaría a tantos jóvenes y adultos hambrientos, angustiados, desesperanzados, buscadores de la verdad, del amor y de la felicidad: ¿Dónde van a buscar eso que necesitan? ¿Por qué no le dan a Cristo Eucaristía la oportunidad de que realmente sacie su hambre y su sed? Porqué Él nos dijo: "Venid a mí todos los que andáis fatigados y agobiados por la carga, y yo os aliviaré". ¿Creemos, o no creemos en esas palabras de Dios?

Porque, cuando nos sentimos enfermos, vamos al médico; cuando tenemos hambre, vamos a buscar pan; cuando tenemos sed, vamos a buscar agua, y, cuando por dentro en el alma sentimos hambre y sed, ¿a dónde vamos?, ¿a Jesucristo?, ¿a ese pan de la vida?

¿Qué es el Sagrario para ti?, ¿qué sacas de allí?, ¿sacas paz, energía, valor, amor, celo apostólico? Uno podría decir, si ha comulgado el día de hoy, si de veras he recibido ese Pan de Vida ¡qué felicidad, qué fuerza y qué horno de amor!
Autor: P. Mariano de Blas.