"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

lunes, 9 de julio de 2012

DON ÁLVARO

Autor: Pablo Cabellos Llorente



DON ÁLVARO
             Sólo ese nombre nos dice  mucho en el Opus Dei, el primer sucesor de San Josemaría en el gobierno de la Obra. No voy a tratar de sus notables y variados títulos académicos, ni de su extraordinario papel en la Iglesia, ni siquiera de su intensa actividad en el último concilio ecuménico o de los servicios prestados a la Curia Romana de muy varios modos. Todo eso puede verse en la Web www.opusdei.org. Narraré algo muy humano, anécdotas que tal vez tengan poca importancia, pero que por fortuna he vivido. Constituyen mi pequeño testimonio sobre un pedacito de la vida de un hombre inteligente, sencillo, cariñoso, humilde y fiel, sobre todo fiel, cuyo proceso hacia los altares ha dado un paso importante.
             Durante el curso académico 1972-73 principalmente, tuve la oportunidad de llevar a don Álvaro en coche a los dicasterios de la Curia Romana en los que colaboraba, pero también a alguna otra parte, por ejemplo, al dentista. En alguno de esos viajes por Roma, nos acompañaba un tercero, pero don Álvaro se sentaba siempre al lado del conductor. Cuando venía  otra persona,  sabiendo que don Álvaro estaba muy trabajado y le vendría bien alguna distracción, pensábamos previamente algo entretenido que contarle. Pienso que no lo conseguimos nunca, porque él se adelantaba para distraernos a nosotros, con anécdotas divertidas y asuntos que ayudasen a nuestra formación.
             Ahora recuerdo dos pequeños sucesos, acaecidos mientras íbamos sólo los dos en el coche, un sencillo Fiat 124. Salíamos del garaje y un autobús aparcado junto a la puerta del mismo impedía la visibilidad para girar hacia la dirección contraria. Salí con un ímpetu digno de mejor causa hasta asomar el morro del coche demasiado, cuando circulaba a toda velocidad un  deportivo que pasó a pocos centímetros de nuestro coche, con un fuerte frenazo por mi parte. Don Álvaro, sin inmutarse, y siempre comprensivo, dijo con toda paz: ¡caray! Sales de tu casa tan tranquilo y pasa un loco que casi nos lleva por delante. Lo del "loco del volante" era cierto, pero lo de salir tan tranquilo era un modo de excusarme una imprudencia.
             En otra ocasión, volvíamos de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Conocía un atajo por las callejuelas que rodean el Vaticano. Pero he aquí que, en esa Roma imperial y provinciana, dimos con un mercadillo de legumbres y frutas que apenas dejaban paso. Pero, precipitado de mí, lo intenté hasta que un típico guardia urbano romano, de esos que te impiden algo y se desentienden,  detuvo  mi marcha y dejó de hacerme caso. Todo ocurrió en segundos: miré hacia atrás y me parecía que las coles y tomates habían estrechado el camino de tal modo que era imposible el retroceso. D. Álvaro con voz calmada iba diciendo algo así: qué culpa tenemos nosotros -se incluía en el desaguisado-, que hemos pasado tantas veces por aquí y nada lo ha impedido. Había mirado a la derecha y los puestos impedían girar en esa dirección, sólo quedaba la izquierda,  con una dificultad: era dirección prohibida, de la que hice caso omiso y allá que me fui. D. Álvaro, sin cambiar el tono de voz, me animaba: y ahora haces muy bien de irte por dirección prohibida porque nosotros no tenemos la culpa.
             Mucho más interesante es lo que escuché a san Josemaría el día de su santo en 1974: yo querría que le imitarais en muchas cosas, pero sobre todo en la lealtad. En esa fidelidad se apoyó tanto que le llamaba Saxum: roca. E hizo cincelar esta inscripción sobre el dintel de su despacho: vir fidelis multum laudabitur.
             Cuando ya D. Álvaro había sido elegido Presidente General del Opus Dei -no era todavía prelado porque aún no estaba el Opus Dei erigido en Prelatura Personal-, retornaba a Roma para trabajar allí. Nada más llegar, fui a saludarlo besándole la mano, y me abrazó mientras me decía: mi viejo chófer, pero ahora mi hijo que es más importante. Yo no era viejo ni por edad ni porque hubiese pasado mucho tiempo, sino que era una expresión  propia de una persona que te quiere entrañablemente y te reencuentra con gozo.
             Yo atendería un Centro Internacional de mujeres de la Prelatura que llegaban a Roma para formarse durante algún tiempo. Como todavía era un joven sacerdote, improvisó una especie de clase informal de pastoral, de la que guardo muchos detalles de su experiencia y de su buen humor: recuerdo que Don Javier Echevarría y yo en algunos momentos reímos a carcajadas tremendamente sonoras.
              Me quedó muy grabado aquel "pero ahora mi hijo que es más importante". Se notaba que lo era:  él, siendo el mismo, era otro, hacía palpable la paternidad asumida. Sentí un no sé qué diciéndome algo bien sencillo: es el Padre. Ya no era Don Álvaro, se le notaba Padre, se le veía fácil de querer como tal, se cumplía aquella petición de san Josemaría: al que venga después de mí tenéis que quererlo más que a mí. Si no, no va. Ahora ya es Venerable.

CREER, ESPERAR Y AMAR

Esperar sobre todo en que tu tronco viejo produzca brotes nuevos; confiar a pesar de la niebla, del huracán y del hastío.

Debes cultivar las virtudes teologales: muy teologales virtudes pero que, si no las haces tuyas, se quedan en eso, en teologales.

Aprender a creer. Aceptar el reto de Jesús cuando decía: "Si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a ese monte: -arrójate al mar-, y os obedecerá".

Esperar, esperar sobre todo en que tu tronco viejo produzca brotes nuevos; esperar, confiar a pesar de la niebla, del huracán y del hastío.

Amar apasionadamente a Cristo y a las almas. ¿La hoguera encendida de tus días mejores se ha convertido en rescoldo casi apagado? El amor es capaz de despertar al genio dormido, de resucitar a los muertos. Amor que has hecho de adúlteras santas y de bandidos mártires, ¿no podrías encenderme a mí también?

Perseverar en el amor. Comenzar a amar es obra de todos; todos han amado algo o a alguien algún día. Continuar amando ya cuesta más; menos lo practican. Pero amar hasta el final, a despecho del cansancio y las dificultades del camino, es obra de santos o de auténticos enamorados. El reto te llama, ¿verdad?
Autor: P. Mariano de B.

domingo, 8 de julio de 2012

¿QUIÉN TE OFENDIÓ?

Las experiencias negativas dejan una huella más profunda en nosotros que las positivas y no te deja ser feliz.
Una de las mayores fuentes de ofensas es la de tratar de imponer el punto de vista de una persona a otra, y guiar su vida. Cuando le dices lo que debe hacer y te dice "no", creas resentimientos por partida doble. Primero, te sientes ofendido porque no hizo lo que tú querías que hiciera, y segundo, la otra persona se ofende porque no la aceptaste tal y como es. Santiago de los Caballeros.

Hay gente -¡mucha gente!- que pasa por la vida como un cristalito de Venecia: frágil; que se quiebra con la mayor facilidad. Son personas que viven sintiéndose ofendidas por lo que alguien les hizo.

Si estás en ese grupo, te tengo una sorpresa. Los expertos coinciden en afirmar que ¡nadie te ha ofendido! Lo que te hiere, lo que te ofende, es todo aquello que tú esperabas de esas personas, y esas expectativas tú las creas con tus propios pensamientos. Son imaginarias.

Si esperabas que tus padres te dieran más amor, y no te lo dieron, no tienes por qué sentirte mal. Lo que te lastima son tus expectativas de lo que un padre ideal debió hacer contigo y no hizo.

Si esperabas que tu pareja reaccionara de tal y cual forma y no lo hizo, piénsalo bien: tu pareja no te ha hecho nada. Eso está en tu imaginación.

¿Estás enojado con Dios? Son tus ideas de lo que debería hacer Dios, las que te lastiman. Dios jamás ofende ni daña a nadie.

Señalan los estudiosos de este tema que cuando nacemos, somos auténticos. Luego, nuestra verdadera naturaleza es suprimida, y sustituida artificialmente por conceptos que nuestros padres, la sociedad, la televisión, el Internet, nos enseñan.

Y crean una novela falsa de cómo deberían ser las cosas en todos los aspectos de la vida de uno, y cómo deben actuar los demás. Una mala novela que no tiene nada que ver con la realidad.

A lo largo de sus vidas, las personas coleccionan experiencias vividas con los padres, amigos, parejas, etc. y las almacenan en su inventario interior. Las experiencias negativas dejan una huella más profunda en nosotros que las positivas.

¿Resultado? Se repiten los mismos problemas y las mismas experiencias negativas. Y el inventario sigue creciendo, y te estorba. No te deja ser feliz. Y a medida que se avanza en años, se es menos feliz. Es porque el inventario negativo aumenta año con año.

Una de las mayores fuentes de ofensas es la de tratar de imponer el punto de vista de una persona a otra, y guiar su vida. Cuando le dices lo que debe hacer y te dice "no", creas resentimientos por partida doble. Primero, te sientes ofendido porque no hizo lo que tú querías que hiciera, y segundo, la otra persona se ofende porque no la aceptaste tal y como es.

Todas las personas tienen derecho de guiar su vida y aprenderán de sus errores por sí mismos. Bien dice el dicho que nadie aprende en cabeza ajena.

Entonces, me preguntarás, ¿cómo puedo perdonar?

Dicen los expertos:
·  Entiende que nadie te ha ofendido. Son ideas falsas que tienes sobre cómo debe ser esa persona.
·  Deja a las personas ser. Dales tu opinión, pero permite que tomen sus decisiones, que ejerzan el libre albedrío del que Dios nos dotó al crearnos.
·  Nadie te pertenece, ni tus padres, amigos, parejas. Todos formamos parte del engranaje. Ama y deja ser.
·  La perfección no existe. Ni el padre, ni el amigo, ni tu pareja es perfecto (¡ni tú!). Deja de resistirte a que las personas no son como tú quieres que sean. Acepta a las personas como el pez acepta al mar y ámalas como son.
·  A la luz del corto período de vida que tenemos, sólo tenemos tiempo para vivir, disfrutar, ser felices. Nuestra compañera la muerte en cualquier momento, de forma imprevista, nos puede tomar entre sus brazos.


Es superfluo gastar el tiempo en pensar en las ofensas de otros. No puedes darte ese lujo.
Bendiciones y paz.
Autor: Juan Rafael Pacheco.

sábado, 7 de julio de 2012

EL AMOR DE MARÍA LLENA NUESTRO CORAZÓN

Si uno de veras cree en este amor que le tiene María Santísima como madre ¿podrá sentirse desgraciado? ¿Podrá sentirse desesperado?
Dios es amor.

María Santísima es también amor.

Podríamos decir que María es el lado misericordioso y tierno del amor de Dios.
"Tú sola, Virgen María, le curas a Dios de todas las heridas que le hacemos los hombres. Por ti sola valió la pena la redención, aunque, afortunadamente, hay otras y otros que se han tomado en serio la redención".

Este amor tuyo que, por un lado, sube hasta Dios y, por lo tanto, tiene toda la gratitud de una creatura, toda la profundidad de una madre, toda la pureza de una virgen; por otro lado, se dirige a nosotros, hacia la tierra, hacia tus hijos.

Cómo me impresionó -y aparte al principio no lo creí- leer aquellas palabras de San Alfonso María de Ligorio: "Si juntáramos el amor de todos los hijos a sus madres, el de todas las madres a sus hijos, el de todas las mujeres a sus maridos, el de los santos y los ángeles a sus protegidos: todo ese amor no igualaría al amor que María tiene a una sola de nuestras almas". Primero, no lo creí porque era demasiado grande para ser cierto. Hoy, lo creo, y posiblemente estas palabras de San Alfonso se quedaron cortas.

Yo me pregunto: si uno de veras cree en este amor que le tiene María Santísima como madre ¿podrá sentirse desgraciado? ¿Podrá sentirse desesperado? ¿Podrá vivir una vida sin alegría, sin fuerza, sin motivación? ¿Podrá alguna vez, en su apostolado, llegar a decir "no puedo, me doy"? ¿Podrá algún día decir : "renuncio al sacerdocio y lo dejo"? Si Cristo, por nosotros, dio su sangre, su vida, ¿qué no dará la Santísima Virgen por salvarnos? Ella ha muerto crucificada, espiritualmente, por nosotros. A Cristo le atravesaron manos y pies por nosotros; a ella una espada le atravesó el alma, por nosotros. Si Él dijo: "He ahí a tus hijos" ¿cómo obedece la Santísima Virgen a Dios? Entonces, cuánto nos tiene que amar. Y si somos los predilectos de su hijo: "vosotros sois mis amigos", somos también los predilectos de Ella.

El amor de María llena nuestro corazón, debe llenarlo. El amor de una esposa no es el único que puede llenar el corazón de un hombre como yo. El amor de María Santísima es muchísimo más fuerte, rico, tierno, confortante, que el de todas las esposas de la tierra. El amor de mi madre celestial llena, totalmente, mi corazón. Una mirada, una sonrisa de María Santísima, me ofrecen más que todo lo que pueden darme todas la mujeres de la tierra juntas.

¿Cuál debe ser mi respuesta a tan grande y tierno amor?

Como Juan Pablo II debemos decir cada uno de nosotros, también, "totus tuus": todo tuyo y para siempre. Aquella expresión que el Papa nos decía: "Luchando como María y muy juntos a María", que le repitan siempre: "totus tuus".

¿Por qué no llevarme a todas partes a la Santísima Virgen? En el pensamiento, en el corazón, y también, en una imagen, en un cuadro: su presencia es benéfica. Yo tengo en mi despacho y en mi cuarto una imagen de la Santísima Virgen. Con mucha frecuencia la miro, con mucha frecuencia le hablo y, también, la escucho. Siento su presencia y su amor a través de esa imagen.
Autor: P Mariano de Blas LC.

viernes, 6 de julio de 2012

DESILUSIONES Y ESPERANZAS

Hay momentos en los que sentimos una pena profunda. Parece que la vida no tiene sentido. Seguimos adelante, sin saber ni hacia dónde ni cómo.

Los fracasos llegan. Tarde o temprano, anunciados o por sorpresa.

Tras su llegada, queda en el corazón una sensación más o menos profunda de tristeza: perdimos un amigo, un trabajo, un afecto, un proyecto.

La vida sigue su ritmo. El cielo no detiene sus pasos. La Tierra gira, mientras los pájaros buscan la comida diaria y el Sol se pasea por el horizonte.

Un corazón siente el peso del fracaso. Sobre todo, cuando descubre su miseria, cuando toca su cobardía, cuando desentraña su egoísmo atroz.

Hay momentos en los que sentimos una pena profunda. Parece que la vida no tiene sentido. Seguimos adelante, entonces, casi por inercia, quizá sin saber ni hacia dónde ni cómo.

Cuando la pena ahoga el alma, necesitamos fuerzas y luces para mirar hacia arriba. Más allá de las desilusiones y los fracasos, existe un Dios en quien podemos anclar la propia vida. Hay Alguien que nos ama, a pesar de todo, simplemente, sin condiciones: un Padre es "más Padre" cuando el hijo está más enfermo y necesitado, cuando ha sido mordido por el veneno de la derrota.

Las desilusiones no pueden extinguir el fuego de una esperanza basada en la certeza de Cristo. Si le hemos dejado entrar en nuestras vidas, si le hemos abierto las puertas del alma, quedan siempre motivos para reemprender la lucha, para avanzar hacia metas buenas, para tender la mano humilde a quien nos pide ayuda, aunque sintamos todavía el peso de la pena por las propias faltas.

Las esperanzas dan sentido a cada vida humana. Pequeñas o grandes, como recordaba el Papa Benedicto XVI en su encíclica Spe salvi, las esperanzas son el fuego interior que guía nuestros pasos y nos lanza a conquistas nuevas. También después del mayor de los fracasos: el pecado.

Dios nos espera con su perdón eterno. Nos devolverá la paz del alma y nos lanzará a seguir, llenos de esperanza, en el camino misterioso de la vida humana.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

jueves, 5 de julio de 2012

JESÚS SE NOS DA COMO PAN DE VIDA

Necesitan un pan espiritual, un pan especial, y, si yo me hago ese pan, calmarán su hambre de todo
Se nos da como Pan de vida. Eso es la Eucaristía: Un Dios que se regala como se regala un pedazo de pan. Cristo nos vio, y nos ve, y tal vez nos seguirá viendo con hambre, mucha hambre y sed. Hambre y sed de felicidad, de vida, de paz y de amor. Hambre, también, de cambiar, de ser fiel, de ser distinto. Entonces Él pensó: "Necesitan un pan espiritual, un pan especial, y, si yo me hago ese pan, calmarán su hambre de todo". Y así, Cristo es la vida, y comemos la vida; Cristo es la verdad, la felicidad, la paz, y, al comerlo a Él, comemos la vida, le verdad, la felicidad y la paz.

Tenemos todo en ese pan de la Eucaristía, pero hay que tomarlo con fe. Yo preguntaría a tantos jóvenes y adultos hambrientos, angustiados, desesperanzados, buscadores de la verdad, del amor y de la felicidad: ¿Dónde van a buscar eso que necesitan? ¿Por qué no le dan a Cristo Eucaristía la oportunidad de que realmente sacie su hambre y su sed? Porqué Él nos dijo: "Venid a mí todos los que andáis fatigados y agobiados por la carga, y yo os aliviaré". ¿Creemos, o no creemos en esas palabras de Dios?

Porque, cuando nos sentimos enfermos, vamos al médico; cuando tenemos hambre, vamos a buscar pan; cuando tenemos sed, vamos a buscar agua, y, cuando por dentro en el alma sentimos hambre y sed, ¿a dónde vamos?, ¿a Jesucristo?, ¿a ese pan de la vida?

¿Qué es el Sagrario para ti?, ¿qué sacas de allí?, ¿sacas paz, energía, valor, amor, celo apostólico? Uno podría decir, si ha comulgado el día de hoy, si de veras he recibido ese Pan de Vida ¡qué felicidad, qué fuerza y qué horno de amor!
Autor: P. Mariano de Blas.

miércoles, 4 de julio de 2012

QUIERO VOLVER A CONFIAR

Adoro mi mundo simple y común. Tener el amor, la caridad, la solidaridad como base. La indignación delante de la falta de ética, moral, respeto, prepotencia e injusticia.

Se quiere construir una sociedad sin Dios, y sin Dios, el hombre no tiene futuro, y las consecuencias ya las estamos sufriendo y experimentando. Dios es el futuro de nuestra vida, a nivel personal y a nivel social. Si quitamos a Dios de la existencia humana, el hombre se queda sin horizonte, efectivamente, pierde el piso. El hombre sin Dios queda amputado en una de sus principales dimensiones, la dimensión religiosa. Esta dimensión religiosa del hombre no se reduce a la esfera privada de la conciencia, sino que por la propia naturaleza humana, tiende a expresarse y a vivirse en sociedad.

Dios no es enemigo del hombre. Dios no estorba para el progreso y para la felicidad del hombre. Dios ha sido y seguirá siendo el principal factor de transformación de la sociedad, de respeto al ser humano, de promoción de sus derechos, de fomento de la convivencia. Fui criado con principios morales comunes cuando era niño: madres, padres, profesores, abuelos, tíos, vecinos eran autoridades dignas de respeto y consideración. Cuanto más próximos o más viejos, más afecto. Inimaginable responder maleducadamente a los más ancianos, ni a maestros o autoridades. Confiábamos en los adultos porque todos eran padres, madres o familiares de todos los chicos de la cuadra, del barrio, de la ciudad. Teníamos miedo apenas de lo oscuro, de los ratones, de películas de terror.

Hoy tengo una tristeza infinita por todo lo que hemos perdido, por todo lo que los niños un día temerán, por el miedo en la mirada de los niños, jóvenes, viejos y adultos. Derechos humanos para criminales, deberes ilimitados para ciudadanos honestos. Pagar las deudas es ser tonto... amnistía para los estafadores; no tomar ventaja es ser necio. ¿Qué pasó con nosotros? Profesores maltratados en las aulas, comerciantes amenazados, e incluso, asesinados por traficantes, rejas en nuestras ventanas y puertas, miedo por no saber cuándo va a llegar una balacera o un secuestro. ¿Qué valores son éstos? Autos que valen más que abrazos, hijos queriendo regalos por pasar de curso, celulares en las mochilas de los recién salidos de los pañales, ¿qué vas a querer a cambio de un abrazo?, más vale una pantalla gigante que una conversación; más vale un caro maquillaje que un helado; más vale parecer que ser. ¿Cuándo fue que todo desapareció o se hizo ridículo?

Quiero sacar las rejas de mi ventana para tocar las flores.

Quiero sentarme en la vereda y tener la puerta abierta en las noches de verano.

Quiero la honestidad como motivo de orgullo.

Quiero la rectitud de carácter, la cara limpia y la mirada a los ojos.

Quiero la vergüenza y la solidaridad.

Quiero la esperanza, la alegría, la confianza, la fe.

Quiero callarle la boca a quien dice "a nivel de", al hablar de una persona. ¿Qué bien trae el "tener", si se pierde el ser"? ¡Y viva, sí, viva el retorno de la verdadera vida, simple como la lluvia, limpia como un cielo de abril, leve como la brisa de la mañana! Y definitivamente, común, como yo.

Adoro mi mundo simple y común. Tener el amor, la caridad, la solidaridad como base. La indignación delante de la falta de ética, de moral, de respeto, de prepotencia e injusticia.

¿Vamos a volver a ser "gente"? Tenemos una misión, única en nuestra sociedad actual: construir un mundo mejor, más justo, donde las personas respeten a las personas. ¿Utopía? No..., ¿sí?, ¿quién sabe?... Hoy es día para hacer el intento, es el día para marcar la diferencia
Autor: P. Dennis Doren L.C.

martes, 3 de julio de 2012

TOMÁS, PERSEGUIDO POR CRISTO

Vamos a contemplar la figura de Santo Tomás a la luz de ese amor de Dios, hoy que celebramos su fiesta.

El Apóstol llamado Tomás en los Evangelios (Mt 10, 3; Mc 3,18, Lc 6,15) es apodado "Dídimo" que significa "gemelo" (Jn 11,16). Entra casi en el Evangelio de una forma silenciosa. Sus primeras palabras afirman en una ocasión su deseo de morir con Jesús (Jn 11, 16).

Posteriormente se manifiesta con un estilo racionalista ante las palabras de Jesús, asombrándose de cómo se puede conocer un camino, no sabiendo a dónde se va (Jn 14,4). Finalmente conocemos su incredulidad ante el hecho de la Resurrección ( Jn 20, 24-29) y su presencia en la aparición de Jesús en el lago de Tiberíades (Jn 2, 1-14).

Tras la Ascensión lo contemplamos en Jerusalén con los demás apóstoles. La tradición le asigna como actividad misionera Persia y la India. La ciudad hindú de Calamina, donde se supone que murió, no ha sido identificada. Santo Tomás murió mártir Sus restos fueron traslados a Edesa.

Vamos a contemplar la figura de Sto. Tomás a la luz de ese amor de Dios que siempre persigue al hombre para que se salve y llegue al conocimiento de la verdad. Es una de las formas más bellas de ver la misericordia divina.

Dios siempre persigue al hombre cuando éste se sale del camino del amor y de la verdad que él le ofrece. La misericordia no es tanto una actitud pasiva de Dios, siempre dispuesto a perdonar, cuanto una acción de Dios positiva consistente en buscar la oveja perdida una y otra vez. El Evangelio está lleno de imágenes bellísimas de este estilo de Dios. Desde el buen Pastor que abandona el rebaño a buen recaudo para ir a buscar a la oveja perdida, hasta ese Cristo que providencialmente se hace presente siempre allí donde alguien le necesita, la realidad es que Dios persigue al hombre una y otra vez ofreciéndole su Corazón abierto para que vuelva.

La misericordia divina, -un atributo precioso de Dios-, se convierte así en esa larga persecución de Dios al hombre a lo largo de toda la vida por medio de innumerables gracias que respetan indudablemente la libertad del hombre. No se resigna a perder a nadie. Dios no abandona a nadie, a no ser que alguien le abandone a él.

Desde el momento en que Dios crea a cualquier ser humano, esa persona se convierte en objeto inmediato del amor de Dios. A partir de ahí Dios se hace garante de un compromiso destinado a lograr, respetando la libertad humana, la salvación del hombre. Jamás desiste Dios de este compromiso, suceda lo que suceda y pase lo que pase. Es tal el amor de Dios hacia el hombre que, aun rechazado, olvidado, abandonado, blasfemado, Dios sigue llamando a las puertas del corazón una y otra vez, hasta el último momento de la vida. Este comportamiento divino se encierra en una palabra: "alianza". Dios ha hecho una alianza de amor con el hombre que él siempre respetará.

Desgraciadamente el hombre con frecuencia toma a broma este amor de Dios. Cree que la misericordia divina consiste en burlarse del amor de Dios que siempre terminará perdonando, incluso sin que medie la petición de perdón. Así muchos seres humanos juegan inconscientemente a lo largo de la vida con la misericordia divina, olvidándose de aquellas palabras de S. Pablo: "Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación". En esta actitud se da un equívoco de fondo. Nada tiene que ver la Misericordia infinita de Dios con la certeza de que el hombre va a estar dispuesto a pedir perdón un día. La Misericordia divina siempre estará asegurada; no así la petición de perdón del hombre. La Misericordia divina necesita la actitud humilde del hombre que reconoce su mentira, su equivocación, su deslealtad al amor de Dios.

A pesar de los pecados cometidos, una y otra vez, nunca hay motivo o razón para dudar de la Misericordia divina. El amor de Dios es más grande que nuestros pecados, por terribles que fueran. Ahí tenemos a Pedro, a Zaqueo, a la mujer adúltera, a tantas personas pecadoras con quienes Cristo se encontró. Nunca encontraron en él el reproche amargo, el rechazo cruel, la crítica amarga. Al revés, todos los pecadores, que reconocieron su pecado, encontraron en Cristo el perdón, el aliento, el ánimo, la esperanza que tanto les ayudó a encontrar el camino de la paz y del bien. No deja de tener un significado muy consolador esa imagen del Crucificado, en la que Cristo, clavado en la Cruz, tiene los brazos abiertos para siempre, convirtiéndose así en la imagen de ese Dios que siempre espera, que siempre acoge, que siempre abraza.
Autor: P. Juan J. Ferrán.

lunes, 2 de julio de 2012

CAMBIAR DE AIRES

¿Por qué me dejé atrapar por un túnel de negatividad y olvidé que para el cristiano existe un horizonte de esperanza?
El aire está cargado. Roces en casa o en el trabajo, problemas con un amigo, noticias desconcertantes, han llenado mi corazón de miedos, de angustia, de rabia, de desesperación.

Noto que me asfixio. El horizonte parece gris, confuso, incierto. La vida parece sin sentido, absurda, casi trágica.

De repente, un movimiento interior del alma me lleva a levantar los ojos y el corazón a un horizonte distinto, maravilloso, bueno: Dios es Padre, Cristo es Salvador, el Espíritu Santo consuela a los creyentes.

¿Tan fácil es cambiar de aires? ¿Cómo, entonces, pasé días, semanas, quizá meses, asfixiándome? ¿Por qué me dejé atrapar por un túnel de negatividad y olvidé que para el cristiano existe un horizonte de esperanza, de Pascua, de misericordia?

Es misteriosa la existencia humana. Somos capaces de morir de sed a unos pasos de la fuente. Incluso a veces llegamos a la desidia más completa cuando tenemos fuerzas en los brazos y energías escondidas con las que podríamos sembrar de bondad un rinconcito del planeta.

Dios, mientras, espera. No puede obligarnos a tener vivas en los corazones las verdades propias de la fe católica. No puede arrancar la mala hierba que dejamos crecer en nuestras almas. No nos ata a un poste de luz para que no podamos llegar a ese gesto absurdo que se llama pecado.

Dios espera, y llama. Porque somos hijos, porque somos débiles, porque somos frágiles, porque hemos pecado tantas veces. Vino, precisamente, a buscar la oveja perdida, a encontrar la moneda caprichosa, a abrazar al hijo que huele a porqueriza (cf. Lc 15).

Vino porque no puede olvidar que somos obra de sus manos, porque me amó al crear a Adán y Eva, y porque volvió a amarme en la Encarnación del Hijo. Vino, simplemente, para invitarme a un aire nuevo, a un mundo hermoso, a una Jerusalén celeste, a las fiestas, eternas, del Cordero.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 1 de julio de 2012

FELICÍTEME, ME SAQUÉ UN SIETE

Si no eres feliz es porque te has resignado. Si no te sientes realizado es porque te has resignado.

Pasando un día por el patio de juego de un colegio de niñas, vi que una alumna estaba gritando de contenta y diciendo a sus compañeras: ¡Felicítenme, me he sacado un siete!. Pero, yo le dije: "Te doy mi pésame". Sumamente extrañada se volvió para preguntarme: ¿Por qué, si he pasado? "Sí, has pasado, pero si pudiste obtener mejor calificación, y tú te conformas con ese siete, yo prefiero darte el pésame".

En otra ocasión encontré a una niña de segundo de secundaria llorando desconsoladamente y le pregunté la causa: "Es que la maestra me ha puesto nueve y yo me merecía un diez". Aquellas lágrimas me gustaron más que la alegría exagerada de la otra alumna; le sugerí que fuera con la maestra para que revisará el examen y efectivamente le dieron el diez. ¡Me gusta la gente que le tira al diez!

En la asignatura de la vida, no sólo en los estudios, cada una va sacando su propia calificación; hay personas que se conforman con un siete, es decir, con la mediocridad, con lo mínimo en su carrera, en su trabajo, en su profesión, en su familia, en su religión, en todo. No sé si exagero pensando que de 100 personas, el 95 por ciento acaban asentándose en la mediocridad, son los que se lamentan de su mala suerte en su vida, mientras que le 5 por ciento restante despierta por las mañanas pensando en la forma de hacer las cosas, en vez de razonar las causas por las que no pueden ser hechas.
De ese escaso 5 por ciento salen los mejores hombres y mujeres de nuestro mundo, aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida de la grandeza, son aquellos que no se resignan a morir en la mediocridad, siguen siempre adelante a pesar de los fracasos, caídas, problemas; son lo que no se dan por vencidos, los que siempre intentan una y otra vez más las cosas. Son los que no dicen: "esto es imposible", sino que lo hacen posible, aquellos que dan un paso más, y si no es suficiente otro y otro. Son quienes no piensan: "Aquí no hay nada que hacer", sino: "Aquí está todo por hacerse." A ellos también les cuesta subir la montaña, se arañan las manos y los pies sangran, pero ellos piensan en la cima, sueñan con llegar a la meta prefijada.

Estos son nuestros modelos de grandeza, los hay para todos los gustos, para todos los tiempos, en cualquier edad. Los vemos muy subidos en su pedestal como al alpinista en la cumbre, pero empezaron su escalada en el valle donde todos vivimos.

Todos empezamos en el mismo lugar la subida; pero a medida que crece la altura empiezan a destacarse. Los otros empiezan a toser, se paran a contemplar el paisaje, les entra el mal de montaña, sienten nostalgia del valle y dan media vuelta a casita. Unos siguen subiendo, son ellos los que son como todos, pero quieren ser diferentes, los que eran igual a nosotros, igual de malos, de tontos, de mediocres; quizá hasta peor que nosotros, pero un día dieron el primer paso que les llevaría hasta las cumbres. Ellos y ellas también supieron de fracasos, de amarguras, de miserias terribles, tuvieron épocas fatales como las nuestras o peores que las nuestras.

De ahí que no importa de dónde se sale, dónde se comienza, sino dónde se termina, a dónde se quiere llegar. No importa lo que hayas hecho o hayas dejado de hacer antes de hoy, lo que importa es lo que estás decidido a hacer de hoy en adelante.

La diferencia entre los grandes hombres y nosotros está en solo eso, ellos quisieron, nosotros no. En la vida de estos hombres y mujeres grandes hubo un día grande en que tomaron su decisión, que era de por vida, y esa entrega rompió de una vez por todas, con las medias tintas, las flojeras, los temores; ellos se plantearon su meta crudamente, valientemente: o todo o todo, o sí o sí. Un amor apasionado les llevó a la aventura, una voluntad de acero les ayudó a la realización de la tarea, y ahí los tenemos en la cumbre: los grandes de todos los tiempos, los grandes de nuestro tiempo.

¿Y tú y yo qué necesitamos para realizar esta aventura? ¿Medios? Hay medios de sobra ¿Tiempo? Tienes todo el necesario; pero hace falta algo, ¡querer!; el día que tú quieras..., pero, ¿querrás algún día?



SI NO ERES FELIZ ES PORQUE TE HAS RESIGNADO. SI NO TE SIENTES REALIZADO ES PORQUE TE HAS RESIGNADO. SI TE SIENTES FRACASADO ES PORQUE TE HAS RESIGNADO A LA MEDIOCRIDAD.
Autor: P Mariano de Blas.