"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 7 de junio de 2012

¡Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre!

Señor... ¡haznos dóciles siempre a tu amor pero especialmente en este hermosísimo día de Corpus Christi!
Una vez más ante ti, Señor.

Hoy es un día grande para ti, para nosotros, para tu Iglesia. Es la solemnidad donde se exalta y glorifica la presencia de tu Cuerpo, tu Sangre y tu Divinidad en el Sacramento de la Eucaristía.

¡HOY ES CORPUS CHRISTI !

Tu Cuerpo, tu Sangre.... y tu Divinidad. ¿Qué te podemos decir, Señor? Tan solo caer de rodillas y decirte: - ¡Creo en ti, Señor, pero aumenta mi fe!

Tu lo sabes todo, mi Dios, mi Jesús, y sabías cuando te quedaste en el pan y vino, - aparentemente tan solo de pan y vino -, con el único deseo de ser nuestro alimento, que aunque no te corresponderíamos como tu Corazón desea, no te importó y ahí te quedaste para ser nuestro refugio, nuestra fuerza para nuestras penas y dolores, para ser consuelo, para ser el cirineo que nos ayuda a cargar con la cruz de nuestro diario vivir, a veces demasiado pesada y dolorosa, que nos puede hacer desfallecer sin tu no estás.... y también para bendecirte en los momentos de alegría, para buscar que participes en los momentos en que nuestro corazón está feliz.... ¡ahí estás Tu!...¡ Bendito y alabado seas!

Solo a un Dios locamente enamorado de sus criaturas se le podía ocurrir semejante ofrenda... por que no sabemos corresponder a ese amor, no, Jesús, no te acompañamos en la soledad de tus Sagrarios, no pensamos en tu gran amor .... somos indiferentes, egoístas, muchas veces solo nos acordamos de ti cuando te necesitamos porque las cosas no van, ni están, como nosotros queremos...

Señor... ¡haznos dóciles siempre a tu amor pero especialmente en este hermosísimo día de Corpus Christi!



¡Señor Jesucristo!

¡Gracias porque te nos diste de modo tan admirable, y porque te quedaste entre nosotros de manera tan amorosa!

Danos a todos una fe viva en el Sacramento del amor. Que la Misa dominical sea el centro de nuestra semana cristiana, la Comunión nos sacie el hambre que tenemos de ti, y el Sagrario se convierta en el remanso tranquilo donde nuestras almas encuentren la paz...
(P. García)
Autor: Ma Esther De Ariño.

miércoles, 6 de junio de 2012

ENTRE TODOS LA MATARON, Y ELLA SOLA SE MURIÓ

Pablo Cabellos Llorente
            Ni sé, ni me corresponde saber, si esta crisis económica se resuelve con más o menos impuestos, a través de un descenso de salarios o precios, bajando la deuda radicalmente o poco a poco, con más o menos flexibilidad laboral, etc., etc. Pero sé algo que manejaron muy bien los hombres reflexivos: que la sabiduría consiste en ver los asuntos por sus últimas causas, pues solamente así se conocen completamente y se alcanzan los remedios oportunos para la raíz. Saber no consiste exclusivamente en unas fórmulas matemáticas que resuelvan el quehacer técnico.
            Hace años, leí un librito de Gilson (El amor a la sabiduría), en el que elogiándose los conocimientos técnicos, venía a mostrar la necesidad de esa sabiduría que la antigüedad atribuía a los ancianos y a los filósofos, porque con su experiencia y  pensamiento se instalaban de algún modo en la cima donde ven más y mejor. Es un tipo de conocimiento acerca de la existencia humana y de los valores que la rigen, es un saber unitario -algo así dice Llano- que permite adquirir una visión de conjunto de todos los saberes y armonizarlos entre sí a partir de esa sabiduría, de esa visión más alta del mundo que nos ha tocado vivir.  Es una tarea  apasionante. Pero no está claro si los intelectuales que piensan se hacen entender o si son escuchados por los que deberían oírles.
             Hablamos hasta la hartura del Estado del bienestar -mejor sería sociedad-, pero lo hemos buscado  consumiendo hasta la saciedad,  poseyendo hasta la avaricia, gozando hasta la lujuria,  mandando hasta dejarlo de sobra.  Sin darme cuenta, he citado  tres males que comenta san Juan: concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida. Pues quizá un buen fruto de esta situación pueda ser  que miremos las sociedades y personas desde las virtudes aniquiladas: limpieza de corazón, generosidad para dar y darse, y humildad en pensamientos, obras y palabras. La calidad de vida va más por ahí, pero ha sido perseguida por la codicia, la mentira y la desidia "in vigilando" de los que debían vigilar. Todos somos parte. Todos reconstruibles.
            Si ese cambio sucediera, ganaríamos mucho con esta crisis, lo que no quita responsabilidad alguna a los causantes de tanto paro, tanto sufrimiento, tanta miseria, tanta desigualdad originada en una colectividad cuya clase media la equilibraba. Creo que fue Ortega quien dijo: lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa. No seré yo quien se piense como el augur que  lo sabe. Pero, desde mi modestia, me gusta pensar y promover tal tarea, siempre recordando que lo más profundo y elevado del hombre está en su interior.
            El humanismo clásico y el cristianismo han considerado desde hace siglos que la educación de la voluntad, del sentimiento y de los apetitos es el modo de adquirir la armonía psíquica conducente al logro de hábitos operativos buenos (virtudes). Como esa armonía es quebradiza, la razón ha de ser la instancia humana hegemónica, aunque no despótica. Precisamente esa fragilidad  demanda un referente para la vida lograda. Sólo puede ser Dios. De otro modo, sucederá lo que expresa el título de estas líneas.

Sin amor, la vida no tiene sentido

Estamos tan enfrascados en nuestro pequeño mundo, en nuestros problemas, que no vemos más allá de nuestros reducidos horizontes

Los hombres de hoy necesitamos más que nunca hacer una verdadera experiencia del amor, muchas veces estamos tan enfrascados en nuestro pequeño mundo, en nuestros problemas, que no vemos más allá de nuestros reducidos horizontes. Abramos el corazón a aquellas palabras de Jesús: "No hay más amor que el que da la vida por sus amigos" o "El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y haremos en Él nuestra morada". Aunque nos cueste creerlo, está al alcance de nuestra mano el que seamos morada de Dios, el que Dios habite en mí. Seamos generosos aprovechando las oportunidades que en cada momento se nos presentan.

¡Qué sabias y hermosas son las palabras del Papa Juan Pablo II cuando decía!: "Amar es, por tanto, esencialmente entregarse a los demás. Lejos de ser una inclinación instintiva, el amor es una decisión consciente de la voluntad de ir hacia los otros. Para poder amar de verdad, conviene desprenderse de todas las cosas y, sobre todo, de uno mismo; dar gratuitamente, amar hasta el fin" (Juan Pablo II, 1980).

Así, el amor es fuente de equilibrio. Es el secreto de la felicidad. ¿Qué pasa si una persona no aprende a amar? la vida, tu vida o mi vida dejan de tener sentido; urge cultivar el amor, urge vivir amando, no se puede vivir sin trasmitir el amor, de lo contrario, descubrirán que en realidad no amamos:


La inteligencia sin amor...Te hace perverso.
La justicia sin amor...Te hace implacable.
La diplomacia sin amor...Te hace hipócrita.
El éxito sin amor...Te hace arrogante.
La riqueza sin amor...Te hace avaro.
La docilidad sin amor...Te hace servil.
La pobreza sin amor...Te hace orgulloso.
La verdad sin amor...Te hace hiriente.
La autoridad sin amor...Te hace tirano.
El trabajo sin amor...Te hace esclavo.
La pasión sin amor...Te hace promiscuo.
La oración sin amor...Te hace introvertido.
La ley sin amor...Te esclaviza.
La fe sin amor...Te fanatiza.
El deporte sin amor...Se convierte en una vana competencia.
La cruz sin amor...Se convierte en injusta tortura.
La vida sin amor...NO TIENE SENTIDO.


Hagamos de nuestros hogares, de nuestro lugar de trabajo, del colegio, una escuela de amor a través del servicio mutuo, de la generosidad, la confianza y el respeto fraterno. Una escuela en donde se aprenda a perdonar y a silenciar los errores de los demás; en donde todos se estrechen, con su cercanía y su oración, en torno al miembro en dificultad, que sufre o está enfermo; y en donde, a ejemplo de Cristo, siempre se tengan las puertas abiertas a todos, sin ninguna distinción. «¡Mirad cómo se aman!», exclamaban todos los que veían el testimonio de vida de los primeros cristianos, ¿hoy podrían decir lo mismo de nosotros?

Hagamos el esfuerzo de pensar siempre bien de los demás; de formar un corazón capaz de amar a todos, de comprender y perdonar al hermano caído o a aquel que nos ha herido. Tratemos a los demás, en definitiva, con el mismo amor, la misma paciencia y comprensión con la que Cristo nos ha tratado.
Autor: P. Dennis Doren L.C.

martes, 5 de junio de 2012

LA VASIJA AGRIETADA:


Un cargador de agua tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo que él llevaba encima de los hombros. Una de las vasijas tenía una grieta, mientras que la otra era perfecta y entregaba el agua completa al final del largo camino a pie desde el arroyo hasta la casa de su patrón.

Cuando llegaba, la vasija rota solo contenía la mitad del agua. Por dos años completos esto fue así diariamente. Desde luego la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, perfecta para los fines para la cual fue creada; pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque solo podía conseguir la mitad de lo que se suponía debía hacer.

Después de dos años le habló al aguador diciéndole: "Estoy avergonzada de mi misma y me quiero disculpar contigo"...¿Por qué? le preguntó el aguador.
"Porque debido a mis grietas, solo puedes entregar la mitad de mi carga. Debido a mis grietas, solo obtienes la mitad del valor de lo que deberías."
El aguador se sintió muy apesadumbrado por la  vasija y con gran compasión le dijo: "Cuando regresemos a la casa del patrón quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino. 
Así lo hizo y en efecto vio muchísimas flores hermosas a todo lo largo, pero de todos modos se sintió muy apenada porque al final solo llevaba la mitad de su carga. El aguador le dijo: "Te diste cuenta de que las flores solo crecen en tu lado del camino?; siempre he sabido de tus grietas y quise obtener ventaja de ello, siembro semillas de flores a todo lo largo del camino por donde tu vas y todos los días tú las has regado. Por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar el altar de mi Madre. Sin ser exactamente como eres, ella no hubiera tenido esa belleza sobre su mesa."

Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas. Todos somos vasijas agrietadas, pero si le permitimos a Dios utilizar nuestras grietas para decorar la mesa de su Padre......

"En la gran economía de Dios, nada se desperdicia". "Sólo aquel que ensaya lo absurdo es capaz de conquistar lo imposible". Si sabes cuáles son tus grietas, aprovéchalas, y no te avergüences de ellas.

lunes, 4 de junio de 2012

Descubrir a Cristo como Amigo

Descubrir a Cristo como Amigo
Su presencia suaviza las penas, enciende alegrías, da fortaleza para afrontar una vida llena de sorpresas y de pruebas.
Tal vez lo hemos leído muchas veces: Jesús no quiere llamarnos siervos. Su deseo consiste en que seamos y vivamos como amigos (cf. Jn 15,14-15).

La vida, sin embargo, nos arrastra con mil problemas, mil angustias, mil miedos, mil placeres que llegan y que pasan. Estamos más preocupados por el trabajo o por la pintura del techo que por lo que le ocurre a nuestro Amigo.

Jesús, sin embargo, mantiene su mano tendida, su Corazón abierto, su mirada llena de cariño. Sabemos que nos espera, con una presencia humilde y acogedora, en la Eucaristía. Sabemos que anhela perdonarnos en el encuentro de la misericordia que se produce en cada confesión bien hecha.

Si dejamos un poco de espacio a su amor de Amigo, si le abrimos, aunque sea una simple rendija, la puerta del alma, entrará con gusto. Así podremos cenar juntos (cf. Ap 3,20).

Es entonces cuando descubriremos que su presencia suaviza las penas, enciende alegrías, da fortaleza para afrontar una vida llena de sorpresas y de pruebas.

Tener a Cristo cerca cambia completamente la existencia humana. El mundo adquiere un color distinto. El que es verdadero amigo del Amigo eterno entiende pronto que hemos nacido para Él, y que nuestro corazón, como el de san Agustín y el de tantos santos del pasado y del presente, sólo podrá estar tranquilo y sereno cuando lo encontremos.

Uno de los amigos de Jesús, Robert Benson, escribió, hace ya muchos años, unas líneas poéticas que reflejan lo que significa encontrarse con el Señor, en la intimidad alegre del amor verdadero. Llevan como título Así es mi amigo.

Te diré cómo le conocí:
había oído hablar mucho de Él, pero no hice caso.
Me cubría constantemente de atenciones y regalos, pero nunca le di las gracias.
Parecía desear mi amistad, y yo me mostraba indiferente.
Me sentía desamparado, infeliz, hambriento y en peligro, y Él me ofrecía refugio, consuelo, apoyo y serenidad; pero yo seguía siendo ingrato.
Por fin, se cruzó en mi camino y, con lágrimas en los ojos, me suplicó:
ven y mora conmigo.
Te diré cómo me trata ahora: satisface todos mis deseos.
Me concede más de lo que me atrevo a pedir.
Se anticipa a mis necesidades.
Me ruega que le pida más.
Nunca me reprocha mis locuras pasadas.
Te diré ahora lo que pienso de Él:
es tan bueno como grande.
Su amor es tan ardiente como verdadero.
Es tan pródigo en Sus promesas como fiel en cumplirlas.
Tan celoso de mi amor como merecedor de él.
Soy su deudor en todo, y me invita a que le llame amigo
.

(Robert Benson, "La amistad de Cristo").
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 3 de junio de 2012

VIDEO, QUE MERECE LA PENA VER ENTERO.

Padre, Hijo y Espíritu Santo

Vivir inmersos en ese Amor de Dios manifestado en su Hijo y en el Espíritu Santo

El espejo es implacable con nuestra belleza y nuestras imperfecciones. A todos podemos engañar, menos al espejo... y a Dios.

Podemos disimular, podemos recubrir las cicatrices, podemos usar los mejores ungüentos, las mejores pinturas, podemos poner aspecto juvenil con ropa nueva, con un nuevo peinado, con unos buenos lentes, podemos sonreír a diestra y siniestra, pero a la hora de la verdad, al enfrentarnos al espejo, todo eso pasa y nos encontramos la figura y la imagen de nosotros mismos ante quien no podemos definitivamente fingir ni disimular. Y el espejo es implacable con el paso del tiempo. Algún día llega en que nos volvemos irreconocibles a nosotros mismos, pues hicieron presencia las arrugas y las canas, y llegamos a preguntarnos: ¿Este soy yo? ¿Tanto tiempo ha pasado? ¿Verdaderamente éste soy yo?

Pero además de reflejarnos a nosotros mismos el espejo nos revela la semejanza y el parecido con nuestros progenitores. Somos figura de nuestros padres. De esa misma manera, el espejo nos tendría que decir que cada día nos parecemos más a Dios si en verdad somos imagen y semejanza suya. Cada día tendríamos que parecernos más a Dios si en verdad somos hijos suyos.

Tendremos que reflejar en nuestro rostro y en nuestra vida la creatividad, el ingenio, la alegría, el amor para mejorar este mundo maravilloso y encantador en el que nos ha tocado vivir, y emplear toda nuestra capacidad para mejorar este mundo que salió bello y armónico de las manos de Dios. Somos hechura del Padre que se complació en nosotros e hizo este mundo bello como el teatro en que tenemos que ir realizando nuestro papel cocreador con nuestro Dios, engendrando un mundo en que la armonía entre las cosas y los seres humanos sea la nota distintiva, empleando toda nuestra capacidad para desterrar la basura, el desorden, el destrozo de la naturaleza, y realzar la armonía entre los mismos seres humanos, que tenemos entre otras muchas cosas bellas que Dios nos ha dado, la capacidad de engendrar nuevos seres para este mundo. No le tengamos miedo a la vida. Es el distintivo de nuestro Creador y tiene que ser también el distintivo de los humanos. Cuando viene la primavera los tallos de las plantas que habían estado inactivos, como muertos, cobran nueva vida y aparecen los botones y enseguida las flores vario-pintas y fragantes. Así tiene que ser la primavera de nuestra vida que se prolonga de día en día.

Pero también tenemos que parecernos cada día un poquito más a Cristo el Señor, a Jesús, al Salvador, al Hijo de Dios, que tiene su delicia estar con los hombres, hermanarlos, hacerlos una sola familia, acercarlos los unos a los otros, de manera que las barreras que nos dividen, el color, la raza, el dinero, las comodidades, los bienes materiales nos lleguen a parecer ridículos y tendamos puentes para que la miseria, los vicios, los crímenes, las violaciones, la maldad, la división y la muerte se nos conviertan en cosa del pasado. Parece difícil, ¿pero no nos dijo Jesús: "Yo estaré todos los días con ustedes hasta el fin del mundo?" ¿A qué tenerle miedo? Aún un vaso de agua dado en el nombre de Jesús no quedará sin recompensa, ¿qué pasará si empeñamos toda nuestra vida en lograr la unidad y la paz entre todos los hombres?

Pero ya que hemos seguido esta línea, algo que siempre denotará nuestro espejo invisible, será el amor con que Dios nos ha adornado, y que tendrá que ser perfectamente reconocible cuando nos presentemos al tribunal de Dios. Y no tendrá que ser cualquier amor, hecho según las dimensiones del corazón humano, sino el Amor mismo de Dios manifestado en la persona de Cristo Hijo de Dios que se entregó por nosotros y también por el Espíritu Santo de Dios al que llamamos el Espíritu de Amor, y que se refleja en cada uno de los que nos rodean, sobre todo en los más pequeños: "Todo lo que hiciste con el más pequeño de mis hermanos a mí me lo hiciste", nos dice Jesús. Ver a Jesús en los pequeños, en los pobres, en los necesitados hasta verlos como mis propios hermanos, será fruto de la presencia del Espíritu Santo en nosotros, y así seremos más parecidos al Dios que nos ha dado la vida.

Por cierto, al llegar a este punto, debo decirles que estamos celebrando la Fiesta de la Santísima Trinidad, ante la que no caben sino dos actitudes: en primer lugar, la contemplación, la acción de gracias, la alabanza, la alegría por Dios que se nos ha manifestado en su intimidad porque nos quiere y nos ama, y segundo, una vida nueva, de entrega, de generosidad, de amor a todos los que nos rodean y a todo lo que nos rodea, pretendiendo vivir inmersos en ese Amor de Dios manifestado en su Hijo y en el Espíritu Santo, hasta ser como los pececillos en el agua.

Felicidades, Oh Trinidad Santa, Oh Trinidad inmaculada, Felicidades Oh Dios Creador, Felicidades Oh Espíritu de Amor, Felicidades Oh Jesús, Hijo de Dios que nos has metido a la inmensidad del Amor de nuestro Dios, hasta lanzarnos la invitación a vivir en ese seno de amor y de esperanza.

Felicidades a todos mis amigos, porque en cada uno de ustedes veo el rostro de mi Señor, de mi Creador, del Dios que nos ama a todos con locura.
Autor: P. Alberto Ramírez Mozqueda.

sábado, 2 de junio de 2012

Badajoz, Historia Viva

La caridad servicial de María

La caridad no puede esperar, tiene prisa. Es no tener que contemplar mis quehaceres por muy importantes que sean.

LA VISITACIÓN

Lucas 1, 39-56


Composición de Lugar: apenas la Virgen supo del milagro de fecundidad operado en Isabel, su prima, se dirigió a visitarla. Era primavera, cercana, quizá, la Pascua. La aldea, situada hacia el Sur, en la montaña de Judea, se supone ser, probablemente, la actual Ain-Karim. Había, desde Nazaret, varios días de camino -tres o cuatro-, y cae dentro de lo probable que María los hiciera con alguna de las caravanas que se dirigían a Jerusalén, confundida entre la gente, a solas con su gozoso secreto. Debió de ser para Ella un viaje maravilloso. Te acompaño, María. Déjame ir en tu compañía, pues quiero aprender de ti la caridad.

Petición: Señor, ensancha mi corazón para que pueda desvivirme en caridad por mi hermano, a ejemplo de María con su prima Isabel, olvidándome de mí mismo.

Fruto: Vivir mi jornada animado por el espíritu de caridad activa y servicial, porque en servir está la verdadera libertad y alegría.

Puntos: Veamos los detalles de caridad de María en la Visitación a su prima Isabel.


1.Ponerse en camino, ¡qué incomodidad! Con lo bien que estaba en su casita de Nazaret, y poder disfrutar a solas de esa noticia tan maravillosa: "estoy embarazada de Dios". Ponerse en camino implica desinstalarse, salir de uno mismo, exponerse a las sorpresas del camino y a la inclemencia del clima, a perder mucho tiempo. La caridad siempre me exige un salir de mí mismo y de mi comodidad para ir al otro, que me necesita, que me interpela, que me espera. ¿Cuáles son las cadenas que me impedirían ponerme en camino? El egoísmo ciego, la tibia comodidad, los propios intereses mezquinos. ¿Qué efectos produce en mi alma el ponerme en camino? Una grande alegría interior, una liberación de mi egoísmo, un dilatación de mi corazón. Ahí vemos a María, feliz, radiante, yendo a Ain Karim para servir a su prima Isabel que está embarazada de Juan Bautista. ¿En algo puedo ayudarte, Isabel? Señor, dame alas en mi alma para ponerme en camino donde tantos de mis hermanos me esperan para que les eche una mano o las dos.

2. Se fue de prisa a la montaña, ¡qué urgencia! La caridad no puede esperar, tiene prisa. Ir de prisa significa que no tenemos que contemplar nuestros quehaceres -por muy importantes que sean- pues nos atarían a la pata de nuestra mesa egoísta. Y, ¿quién te desata? A la caridad tienen que salirle las alas del alma para ir de prisa a socorrer al otro, al prójimo que está más necesitado que tú. La caridad no puede ser perezosa. No hay que reflexionar mucho al hacer la caridad, porque encontrarás siempre motivos para no moverte y hacer esa caridad. Dice el Kempis en su libro Imitación de Cristo: "Quien ama, corre, vuela; vive alegre, está libre y nada le entorpece. A quien ama, nada le pesa, nada le cuesta, emprende más de lo que puede. El amor está siempre vigilante e incluso no duerme...Sólo quien ama, puede comprender la voz del amor" (Libro III, capítulo 5). María ama y por eso escuchó la voz del amor que le pedía ayudar a su prima Isabel. El amor nos abre las alas del alma para volar y ayudar a los demás. Quien no ama no pasa de ser un pobre ave de corral que sólo picotea su granito para llenar su propio buche, y nunca vuela, porque no tiene alas desplegadas, fuertes y consistentes...y está siempre peleándose con las demás aves del corral por un ridículo granito de maíz.

3. Entró en casa de Zacarías, ¡qué intimidad! La casa del otro está de ordinario cerrada a los demás por miedo a los ladrones, a los fisgones, a los intrusos. Nadie abre la propia puerta de su casa a cualquiera. Un mínimo de intimidad se requiere. La caridad crea lazos de intimidad con el otro. Y aquí María creó lazos con su prima, porque entre ellas estaba la gran noticia que incumbía a las dos: el nacimiento del Salvador, que exigía la presencia del precursor, Juan. Cuando el Evangelio todavía no es palabra pública dirigida a todos los hombres, ya es mensaje acogido por María y hecho carne en ella. Está encerrado en su seno, es la debilidad de un niño. Pero ya está operante en su vida y desde ella obra la santificación de una familia, transformándose en Buena Noticia para todos sus miembros. En lenguaje cristiano "entrar en la casa de alguien" significa llevar la buena nueva, transformarse en apóstol. En esa intimidad esas dos mujeres se encendían con el amor de Dios y provocaron una enorme hoguera de fe, humildad y gratitud: "Feliz tú que has creído... ¿Cómo es que viene a mí la Madre de mi Señor? Mi alma glorifica al Señor". Así deberíamos ser cada uno de nosotros cuando visitamos a alguien: provocar el gozo de Dios en lo profundo de las almas.

4. Y saludó a Isabel, ¡qué delicadeza! Detrás del saludo se esconde ese deseo de salud física y espiritual. El saludo implica unión de corazones. El saludo verdadero es portador de gozo y energía al otro. El saludo despierta en el otro un deseo de entrar en esa misma corriente de expansión y amor. El saludo a su prima -seguramente lleno de amor cálido- es ya transmisión de la gracia, y con su sola presencia es instrumento de santificación para el hogar de Zacarías. Y con el saludo María lleva los bienes mesiánicos: la alegría y la acción del Espíritu Santo. Hay clima de fiesta en el encuentro, sorpresa por la visita y admiración por las grandezas divinas. María e Isabel están todavía bajo los efectos de las visitas de Dios en sus vidas; y uno de esos efectos es precisamente el gozo ante la misericordia y la fidelidad del Dios de la alianza. Isabel, impulsada por el mismo Espíritu que había obrado en María la Encarnación, alaba y reconoce en su prima a la Madre de su Señor, el Redentor de su pueblo. Su gozo es tan intenso ante este nuevo don, que se comunica al hijo que lleva en su seno, el futuro precursor de aquel que está en el seno de María. El Espíritu no encuentra barreras en estas mujeres llenas de fe y obra con plenitud en ellas, santificando también la experiencia más hermosa de sus vidas: la maternidad.

5. Exclamó, "Mi alma glorifica al Señor". La reacción de María ante las maravillas obradas por Dios en su vida es un cántico de alabanza y gratitud. ¡Qué humildad! María no viene a creerse más importante que Isabel, pues la caridad no puede pavonearse ni ser vanidosa. La vanidad mancha la caridad y la pudre de raíz. María viene a reconocer que todo lo bueno que ella tiene viene de Dios, es de Dios, y que nada es mérito suyo. Ella es la Virgen evangelizadora de la buena nueva. Es la portadora de Cristo a sus semejantes. Ella no permanece pasiva en Nazaret; se siente urgida a transmitir los dones recibidos. María no los retiene para sí, los comunica con generosidad. Lo contemplado en el encuentro personal e íntimo con su Dios se vuelve en ella mensaje fecundo e irradiación espontánea. Nuestra caridad hecha mensaje para los demás tiene que estar amasada de humildad, pues no somos nosotros los que movemos el corazón; es Dios a través de nosotros quien llena a los demás del gozo íntimo. Dios es la fuente de la alegría. María se sabe y siente en posesión de Dios, por eso exulta su corazón. Dios es grande, Ella es pequeña. Dios es la alegría, Ella es el recipiente de esa alegría de Dios, y lo comparte con nosotros.

6. Y María se quedó con Isabel unos tres meses, ¡qué abnegación! ¿Haciendo qué? Cocinando, limpiando pisos, yendo de compras, charlando de corazón a corazón, sudando y cansándose. Pero ella estaba feliz, pues la caridad que cuesta provoca felicidad interior, nos desprende de esa costra de egoísmo que tanta paz nos roba y desfigura la belleza de nuestra alma. María aquí es la Virgen servicial, la que no duda en abrirse a los demás para compartir sus alegrías y dolores. La servidora del Señor se hace servidora de sus semejantes. No podía ser de otra manera, porque no hay separación entre entrega a Dios y compromiso con los hombres. El primer mandamiento de Jesús encuentra en María una encarnación preclara: el amor a Dios es fuente del amor al prójimo, y éste es consecuencia y sello de autenticidad de aquél. Su servicio mayor -la aceptación de la misión maternal- impulsa a María a esta otra forma de maternidad: el servicio desinteresado a los demás. El misterio de la Anunciación tiene su prolongación y complemente en el de la Visitación. ¿Soy capaz, no digo de permanecer tres meses, sino tres minutos, tres horas, tres días...con alguien que necesita de mi caridad?


Preguntas para reflexionar:

· ¿Qué me impide el servir a mis hermanos: el egoísmo, la comodidad, la soberbia?
· Cuando hago algún gesto con mi hermano, ¿es por caridad desinteresada o porque busco alguna compensación?
· Al entrar en contacto con mi hermano, ¿llevo la alegría de Dios que provoca en el otro el gozo íntimo? ¿O me llevo a mí mismo y mis problemas y reclamos?
· ¿Estaría dispuesto, como María, a servir a mi prójimo durante tres meses, tres semanas, tres días, tres horas ayudando y dando mi tiempo, mis haberes y mi cansancio?
Autor: P. Antonio Rivero LC.

viernes, 1 de junio de 2012

La vida cristiana es bella . La Trinidad y yo

El próximo domingo celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, misterio central de nuestra fe.

Es muy diferente un pozo seco a un manantial. El manantial tiene vida. El pozo seco o con agua estancada es muerte. Cuando nos referimos a la relación del hombre con Dios puesta en acto, hablamos de vida, vida espiritual.

¿Cuál es la fuente de la vida espiritual? ¿De dónde viene esta vida? ¿Quién da vida? La fuente de la vida espiritual es la vida de Dios, nuestra participación en la vida de la Santísima Trinidad por la gracia a través de los sacramentos y la oración.

Eso es lo que se mueve allá adentro de nosotros, esa es la sangre que corre por nuestras venas desde el día de nuestro bautismo. Desde entonces, el manantial que ocupa el centro de nuestro ser es la Trinidad. ¡Qué maravilla!

Una verdad existencial

El próximo domingo celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, misterio central de nuestra fe. Para mí esta fiesta es una invitación a poner en acto en la oración eso que creo por la fe, en forma de relación personal, de trato, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No basta el conocimiento del misterio, la Iglesia nos invita a través de la teología y de la liturgia a profundizar en su significado, pero profundizar de una manera no sólo intelectual, sino afectiva, existencial.

El bautismo: una llamada al amor

Al recibir en el bautismo el don de la gracia santificante, que nos hizo hijos de Dios, recibimos de parte de Él una llamada al amor. Después de esto nuestra vida cristiana consiste en responder al don recibido de Dios: “Si alguien me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él.” (Jn 14, 23) Dios que puso amor, espera una respuesta de amor.

"La respuesta de la fe nace cuando el hombre descubre, por gracia de Dios, que creer significa encontrar la verdadera vida, la “vida en plenitud”. Uno de los grandes padres de la Iglesia, san Hilario de Poitiers, escribió que se convirtió en creyente cuando comprendió, al escuchar en el Evangelio, que para alcanzar una vida verdaderamente feliz eran insuficientes tanto las posesiones, como el tranquilo disfrute de los bienes y que había algo más importante y precioso: el conocimiento de la verdad y la plenitud del amor entregados por Cristo (Cf. De Trinitate 1,2)." (Benedicto XVI 13 de junio 2011)

Intimidad con Dios

Dios nos invita a participar de su vida íntima, de esa vida que consiste en el amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Se dice fácil, pero este es un misterio grandioso, algo sobrehumano, sobrenatural, y en el cual estamos sumergidos.

Cada vez que intimamos con Dios en la oración entramos en el misterio. Es fe orante. En ella nos dirigimos a Dios como Padre. Padre es el nombre propio de Dios. Así nos lo reveló Jesucristo, quien vive contemplándolo permanentemente. “El Padre, que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por él. Así también el que me come vivirá por mí” (Jn 6, 57).

En Jesucristo contemplamos la belleza del Padre, él es “resplandor de Su gloria” (Hb. 1,3), el que está con nosotros, Dios-con-nosotros (Is 7, 14) Su misión es nuestra salvación. Tratamos con Cristo como nuestro salvador, nuestro redentor: “Padre, yo deseo que todos estos que tú me has dado puedan estar conmigo donde esté yo” (Jn 17, 24). Somos pecadores rescatados por la sangre de Cristo y en la oración cristiana nos dirigimos a Él como nuestro Redentor para darle las gracias, pedirle perdón, aprender de Él.

Y tratamos con el Espíritu Santo cuya misión es nuestra santificación. A partir del bautismo tenemos toda una vida por delante para crecer y asemejarnos como hijos que somos, al Hijo con mayúscula. Esa labor paciente de transformación conforme a la imagen de Cristo la va realizando el Espíritu Santo en nosotros poco a poco, como el agua sobre la piedra de río, a medida que cooperamos con Él. El Espíritu Santo es el Santificador, el Huésped de nuestra alma, nuestro Socio con el que trabajamos para realizarnos en plenitud como hombres y como cristianos. Él es amor y derrama el amor de Dios en nuestros corazones. (Rom 5, 5)

La vida espiritual, la vida de oración, es simplemente maravillosa. ¡Qué gozada poder tratar como hijo con EL PADRE, como pecador rescatado con su mismo REDENTOR; como buscador con su GUÍA! Francamente, ¡qué maravilla!

La vida cristiana es bella.
Autor: P Evaristo Sada LC.