"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 12 de mayo de 2012

Mes de mayo, mes de María

Maria es el corazón espiritual, porque su presencia es memoria viviente del Señor Jesús y prenda del don de su Espíritu.
Domingo 9 de mayo de 2010, palabras pronunciadas por el Papa Benedicto XVI durante el rezo del Regina Caeli


Queridos hermanos y hermanas

Mayo es un mes amado y llega agradecido por diversos aspectos. En nuestro hemisfero la primavera avanza con muchas y polícromas florituras; el clima es favorable a los paseos y a las excursiones. Para la Liturgia, mayo pertenece siempre al tiempo de Pascua, el tiempo del "aleluya", del desvelarse del misterio de Cristo a la luz de la Resurreción y de la fe pascual: y es el tiempo de la espera del Espíritu Santo, que descendió con poder sobre la Iglesia naciente en Pentescostés. En ambos contextos, el natural y el litúrgico, se combina bien la tradición de la Iglesia de dedicar el mes de mayo a la Virgen María.

Ella, en efecto, es la flor más bella surgida de la creación, la "rosa" aparecida en la plenitud del tiempo, cuando Dios, mandando a su Hijo, entregó al mundo una nueva primavera. Y es al mismo tiempo la protagonista, humilde y discreta, de los primeros pasos de la Comunidad cristiana: Maria es su corazón espiritual, porque su misma presencia en medio de los discípulos es memoria viviente del Señor Jesús y prenda del don de su Espíritu.

En el Evangelio, tomado del capítulo 14 de san Juan, nos ofrece un retrato espiritual implítico de la Virgen María, allí donde Jesús dice: Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn 14,23). Estas expresiones se dirigen a los discípulos, pero se pueden aplicar al máximo grado a Aquella que es la primera y perfecta discípula de Jesús. María de hecho observó primera y plenamente la palabra de su Hijo, demostrando así que le amaba no sólo como madre, sino antes incluso, como sierva humilde y obediente; por esto Dios Padre la amó y tomó morada en ella la Santísima Trinidad. Y aún más, allí donde Jesús promete a sus amigos que el Espíritu Santo les asistirá ayudándoles a recordar cada una de sus palabras y a comprenderla profundamente (cfr Jn 14,26), ¿cómo no pensar en María, que en su corazón, templo del Espíritu, meditaba e interpretaba fielmente todo lo que su Hijo decía y hacía?

De esta forma, ya antes y sobre todo depués de la Pascua, la Madre de Jesús se convirtió también en la Madre y el modelo de la Iglesia.


Domingo 9 de mayo de 2010, palabras pronunciadas por el Papa Benedicto XVI durante el rezo del Regina Caeli
Autor: SS Benedicto XVI

viernes, 11 de mayo de 2012

La confesión desde Dios

La confesión, vivida realmente como lo que es, un sacramento, la parte principal corre a cargo de Dios.
A veces vemos el sacramento de la Penitencia como un hecho humano, algo que entra en el ámbito de lo que decidimos libremente.

El mecanismo es sencillo. Hemos pecado y lo reconocemos. Sentimos o buscamos sentir un poco de arrepentimiento. Vamos a una iglesia. Encontramos a un sacerdote disponible. Nos confesamos con mayor o menor dolor por los pecados. Recibimos palabras de consejo y luego la absolución. Cumplimos la penitencia. Después, volvemos a la vida de siempre.

Pero en la confesión, vivida realmente como lo que es, un sacramento, la parte principal corre a cargo de Dios. Es Dios quien ilumina nuestra conciencia para que veamos el pecado cometido. Es Dios quien mueve el corazón para sentir realmente pena por el mal realizado. Es Dios quien escogió a un hombre para ser sacerdote. Es Dios quien me encuentra y me perdona con las palabras “Yo te absuelvo de los pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.

Es Dios, en definitiva, quien está más interesado por nuestro arrepentimiento. Somos sus hijos. Él es Padre. Y un Padre no puede sentir indiferencia cuando ve al hijo enfermo, caído, manchado por pecados que lo alejan de la Casa paterna, que lo separan de los hermanos, que lo debilitan en su pertenencia a la Iglesia.

Por eso Dios mueve cielos y tierras para renovar los corazones, para atraer al lejano, para curar al enfermo, para rescatar al pecador. No descansa mientras la oveja siga lejos, porque le interesa mucho la vida de cada hijo.

¿No nos creó por Amor? ¿No nos adoptó un día como hijos con las aguas del bautismo? ¿No ha mantenido su fidelidad en tantas situaciones de la propia historia? Dios no puede dejarnos a nuestra suerte. Por eso siente una alegría inmensa cuando acogemos la misericordia y nos dejamos curar por el Médico que vino para sacar a los hombres del pecado.

Nos lo recordó Cristo: “Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15,7).

Cada confesión, vista desde Dios, es una fiesta inmensa. Ha triunfado el Amor sobre el pecado. El hijo ha sido rescatado. El Padre de los cielos goza, porque ha logrado la victoria que más desea: la que atrae hacia sí a un bautizado desde la misericordia conseguida a través de la muerte y la resurrección de su Hijo, Jesucristo.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

jueves, 10 de mayo de 2012

María y la fe de una mamá

Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí "algo" para alcanzar el milagro.

Hoy te encuentro, mujer cananea, en un pasaje del Evangelio... (San Marcos 7, 24-30) Y me quedo pensando en ti, en tu dolor de madre, en tu búsqueda de caminos para tu hija.

Pasan las horas y siento que sigues estando allí, en mi corazón, tratando de hacerme entender, tratando de explicarme algo... Pero no te entiendo.

Y como mi corazón sabe que cuando no entiende debe buscar a su Maestra del alma, entonces te busco, Madre querida, te busco entre las letras de ese pasaje bíblico que leo y releo una y otra vez.

De pronto mi alma comienza a sentir tu perfume y me voy acercando al lugar de los hechos...

Allí te encuentro, Madrecita, mezclada entre la gente que hablaba de Jesús... me haces señas de que tome tu mano. ¡Qué alivio para el alma tomar tu Mano, Señora Mía!!! ¡¡¡Como se abren caminos santos cuando nos dejamos llevar por ti!!!

Así, aferrada a ti, te sigo hasta muy cerquita de una mujer de triste mirada... Esa mirada que tiene una mama cuando un hijo no esta bien, sea cual sea el problema. Es la cananea. Pasa por aquí, quizás va a buscar agua o comida... Ve la gente que habla y se acerca. Su dolor le pesa en el alma.

- Presta atención, hija, - me susurras dulcemente, Madrecita...

Alguien habla de Jesús, de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus milagros... Los ojos de la cananea parecen llenarse de luz.

No alcanzo a divisar a quien habla, ni a escuchar lo que dice, pero, en cambio, puedo ver el rostro de la cananea.

- Mira cómo cambia la mirada de ella, Madre- te digo como buscando tu respuesta

- ¿Sabes que es ese brillo que va creciendo en sus ojos? Es la luz de la esperanza. Una esperanza profunda y una fe incipiente que, como lluvia serena en tierra árida, va haciendo florecer su alma. Dime, qué piensas de esto.

- Pues... que me alegro por ella.

- Esta bien hija, que te alegres por ella, pero si te explico esto, es también para que comprendas algo. Te alegras por esa mama, pero nada me has dicho de quien estaba hablando de Jesús.

- No te entiendo, Madre

- Hija ¿Cómo iba a conocer a mi Hijo esa sencilla mujer si esa persona no hubiese hablado de Él? Lee con atención nuevamente el pasaje del Evangelio, "habiendo oído hablar de Él, vino a postrarse a sus pies..." habiendo oído, hija mía, habiendo oído...

Te quedas en silencio, Madre, y abres un espacio para que pueda volver, con mi corazón, a muchos momentos en los que mi hermano tenía necesidad de escuchar acerca de tu Hijo, acerca de ti... y yo les devolví silencio, porque estaba apurada, porque tenía cosas que hacer.

Trato de imaginar, por un momento, como fue aquel "habiendo oído". Cuáles fueron los gestos y el tono de voz de quien habló, cuáles fueron sus palabras y la fuerza profunda de su propia convicción. Cómo la fe que inundaba su corazón se desbordó hacia otros corazones, llegando hasta uno tan sediento como el de la cananea.

¡Bendito sea quien haya estado hablando de tal manera! los Evangelios no recogen su nombre pero sí recogen su fruto, el fruto de una siembra que alcanzó el milagro.
¡Dame, Madre, una fe que desborde mi alma y así, llegue al corazón de mi hermano!

De pronto, veo que la cananea va corriendo a la casa donde Jesús quería permanecer oculto... Tu mirada, Madre, y la de ella se encuentran. Es un dialogo profundo, de Mamá a mamá...

Entonces, con esa fuerza y ese amor que siente el corazón de una madre, la mujer cananea suplica por su hija. Jesús le pone un obstáculo, pero este no es suficiente para derribar su fe....

Ella implora desde y hasta el fondo de su alma... Todo su ser es una súplica, pero una súplica llena de confianza.

Entonces, María, entonces mi corazón ve el milagro, un milagro que antes no había notado... un milagro que sucede un instante antes de que Jesús pronuncie las esperadas palabras...

El milagro de la fe de una mamá...

Aprieto tu mano, María Santísima y te digo vacilante:

- Madre, estoy viendo algo que antes no había visto...

- ¿Qué ves ahora, hija?

- Pues... que Jesús no le dice a esa mujer que cura a su hija por lo que su hija es, por lo que ha hecho, por los méritos que ha alcanzado, ni nada de eso. Jesús hace el milagro por la fe de la madre.

- Así es, hija, es la fe de la madre la que ha llegado al Corazón de Jesús y ha alcanzado el milagro la fe de la madre. Debes aprender a orar como ella.

- Enséñame, Madre, enséñame

- La oración de la cananea tiene dos partes. La súplica inicial, la súplica que nace por el dolor de su hija, ese pedido de auxilio que nace en su corazón doliente. Pero su oración no termina allí. Jesús le pone una especie de pared delante.

- Así es Madre, si yo hubiese estado en su lugar quizás esa pared hubiera detenido el camino de mi oración...

- No si hubieses venido caminando conmigo. Pero sigamos. Jesús le pone una pared que ella ve y acepta... y así, postrada a los pies del Maestro su fe da un salto tal que le hace decir a Jesús "¡Anda! Por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija". Ese salto de su fe es esa oración que persevera confiada a pesar de que las apariencias exteriores la muestren como "inútil" "para qué insistir"... por tanto, hija, te digo que no condiciones tu oración a actitudes de otras personas...

-¿Cómo es esto Madre?

- Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí "algo" para alcanzar el milagro. Tú continúa con tu oración, que los milagros se alcanzan por la fe de quien los pide más que por los méritos del destinatario. Suplica para ti esa fe, una fe que salta paredes, una fe que no se deja vencer por las dificultades, una fe como la de la cananea...

Y vienen a mis recuerdos otras personas que han vivido lo mismo... desde Jairo (Mt 9,18; Mc 5,36; Lc 8,50) o ese pobre hombre que pedía por su hijo (Mt 17,15 Mc 9,24) hasta Santa Mónica, suplicando tanto por su Agustín... y alcanzando milagros insospechados, pues ella solo pedía su conversión y terminó su hijo siendo no solo santo sino Doctor de la Iglesia...

Las oraciones de una mamá.

La fe de una mamá.

Te abrazo en silencio, Madre y te suplico abraces a todas las mamás del mundo y les alcances la gracia de una fe como la de la cananea, esa fe que salta paredes y se torna en milagro.


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.
Autor: Susana Ratero.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Madres invisibles

Meditaciones Sembrando Esperanza. Una madre es tan especial, que hasta el mismo Dios se hizo hombre para tener una. Detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mamá.

Una madre es alguien tan especial, que hasta el mismo Dios se hizo hombre para tener una...

Ese es el gran privilegio de ser mamá; nosotros los hijos, aunque muchas veces no lo reconocemos, nos admiramos y nos sentimos orgullosos de nuestras mamás, realmente no tenemos palabras para agradecerles ese trabajo silencioso y sacrificado, constante y lleno de cariños. Les comparto esta reflexión que me acaba de llegar de una mamá que tiene 8 hijos, que está al "pie del cañón" y que hoy, con este testimonio, tiene nuevas pilas para seguir "dando su vida por sus tesoros más grandes, que son sus hijos.."

Hay días en que se siente el peso cuando eres madre de familia; hay días en que todo te fastidia, como cuando estás en el teléfono y uno de los chicos entra a decirte que si lo puedes llevar a tal lado, o que si le das esto ó aquello, como si no fuera obvio que en ese momento estás ocupada; por dentro piensas ¿qué no ves que estoy en una llamada? obviamente no, ni lo toman en cuenta; igual si estás cocinando, o limpiando el piso, o poniendo la ropa en la lavadora; parece que fueras una persona invisible; la mamá invisible.

Algunos días se siente como si fueras solo un par de manos: ¿me arreglas esto?, ¿me abres esto?, ¿me amarras acá?, ¿me abotonas?, otros días me he sentido un reloj que sólo da la hora o la guía del Sky...¿en qué canal está el Disney Channel?...

Otras veces he estado segura de que estas manos, que alguna vez sostuvieron libros entre sí, hicieron excelentes trabajos en la universidad y recibieron el título, se han perdido entre frijoles fritos, arroz y guisados, lavadoras y el volante del auto.

Una noche, asistí a una reunión de amigas para dar la bienvenida a una de ellas que volvía de un viaje increíble; estaba ahí sentada y en un momento empecé a comparar mi vida con la suya y no pude dejar de compadecerme; de pronto, ella se me acercó con un paquete envuelto para regalo y me dijo: te traje este libro de las más hermosas catedrales en Europa; de repente no entendí porqué me lo había traído; llegué a mi casa, lo abrí y la dedicatoria era:

A____ con admiración, por la grandeza de lo que está construyendo cuando nadie la ve.

En los días posteriores me devoré el libro y descubrí en él verdades que cambiaron mi vida. Nadie puede decir con certeza quiénes construyeron estas magníficas catedrales, no se tiene registro de sus nombres. Estos constructores trabajaron toda su vida en una obra que nunca verían terminada; hicieron grandes esfuerzos y nunca esperaron crédito. Su pasión por el trabajo era alimentada por su fe y por la convicción de que nada escapa a la mirada de Dios.

El libro cuenta la anécdota de un hombre poderoso que fue a supervisar la construcción en una de estas catedrales y se encontró con uno de los trabajadores que tallaba un pajarito en una de las vigas de madera que sostendrían el techo; curioso, le preguntó que porqué perdía su tiempo tallando esa figurilla en una viga que nadie vería, ya que sería cubierta con yeso y le respondió: porque Dios sí lo ve.

Cuando terminé el libro, todo tuvo sentido; fue como si escuchara la voz de Dios murmurando en mi oído: ya ves, hijita, ningún esfuerzo o sacrificio que haces pasa desapercibido a mis ojos, aún cuando estés realizando tus labores en soledad; ningún botón que pegues, ninguna malteada de chocolate que hagas es un acto demasiado pequeño para que yo no lo vea y eso me haga sonreír. Estás construyendo una gran catedral, sólo que ahora no puedes ver en lo que tus esfuerzos se convertirán.

Ahora entiendo que ese sentimiento de invisibilidad que sentí, no era una aflicción, era el antídoto para mi egoísmo y mi orgullo; era la cura para el querer estar siempre en el centro.

Me ha ayudado mucho a ubicarme el verme a mí misma como una constructora. El autor de este libro dice que en la actualidad no se construyen este tipo de edificios porque ya no hay personas con ese espíritu de sacrificio que estén dispuestas a dar su vida en una labor que a la mejor nunca vean concluída.

Cuando pienso en eso, sólo deseo que cuando mi hijo invite a sus amigos a la casa, no les diga: te invito porque mi mamá se levanta a las seis a.m. a hacer unos pays deliciosos, además plancha personalmente los manteles en los que nos sirve la comida y trapea a rodilla la sala y comedor, porque eso sería estarme construyendo un monumento a mí misma; no, lo que deseo desde el fondo de mi corazón es que mi hijo les diga: te invito a mi casa porque ahí te la vas a pasar muy bien.

Mi meta es hacer de mi casa un verdadero hogar, un lugar a donde mis hijos quieran llegar porque puedan estar felices y relajados y que por esa razón, quieran traer a sus amigos.

Como madres de familia, estamos construyendo grandes catedrales; mujeres y hombres de bien; almas que vayan al cielo y lleven entre sus manos a todos los suyos. Mientras laboramos, no podemos estar absolutamente seguras si lo estamos haciendo bien, pero un día, es muy posible que el mundo se maraville, no sólo por lo que habremos construído, sino por el bien y la belleza que habremos aportado, por todo el trabajo silencioso de las madres invisibles.

Una madre es alguien tan especial, que hasta el mismo Dios se hizo hombre para tener una. Detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mamá...
Autor: P. Dennis Doren L.C.

martes, 8 de mayo de 2012

Jesús para el hombre de hoy

¡Cristo está vivo! No lo dejemos en el sepulcro de nuestra vida.

La memoria del hombre no es infalible. Existe la famosa curva del olvido: después de aprender algo, poco a poco el tiempo lo oscurece y confunde y quizá hasta lo borra.

Algo así parece que ha pasado con la imagen de Cristo. Ha sufrido esa misma curva del olvido. Muchos hombres aún distinguen una imagen más o menos clara de Cristo aunque algo desfigurada. Otros la ven ya un poco borrosa. Algunos la han perdido. Hoy Cristo nos pregunta la opinión que de Él tiene el mundo como aquel día preguntó a sus discípulos en Cesarea de Filipo: ¿Quién dice la muchedumbre que soy yo?

También nosotros tendríamos que responderle: "los hombres dicen que eres Elías o uno de los antiguos profetas". Hablan de Cristo como si se tratara de un monumento histórico o de un personaje legendario. Para muchos hombres Cristo ha perdido su actualidad. No ejerce atractivo en el mundo. Su doctrina ha pasado de moda. No tiene nada que enseñar a los hombres tan avanzados de hoy.

Otros comparan a Cristo con Juan el Bautista. Lo creen demasiado sobrio y difícil, demasiado austero. Les parece demasiado exigente y su doctrina muy pesada para los hombres de hoy. O quizá ellos son demasiado cómodos y buscan llegar a la cima sin moverse ni sudar. Ciertamente reconocen la validez de su doctrina pero no se animan a hacerla propia.

Preferirían alcanzar a Cristo más fácilmente. Ser virtuosos, pero sin esfuerzo. Desearían que Cristo no hubiera hablado de cruz, que se hubiera limitado a contarles esas cosas tan bonitas del cielo, del banquete, de los lirios del campo...

En cambio, Pedro exclama, jubiloso, su experiencia de Cristo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

No sabe bien todavía cómo ha llegado a esa conclusión pero su corazón asiente a lo que acaba de decir. Al inicio él había seguido a Cristo atraído por su liderazgo, su personalidad. El rostro de Cristo irradiaba alegría y atractivo. Nadie como Él de íntegro: buscaban prenderlo pero no encontraban falta alguna en él. Ninguno tan recio y varonil y, al mismo tiempo, tan cariñoso con los niños y bondadoso con los enfermos y pecadores. Sabía apreciar mejor que nadie la belleza de una flor, del lago, del cielo...

Después Jesús había confirmado su fe incipiente con imponentes milagros, le había enseñado, orientado... incluso le había corregido varias veces. También le había puesto a prueba alguna vez, pero su amistad se había mantenido firme: "Señor, ¿a quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68).

Y ahora que Jesús se enfrenta con la hostilidad y el rechazo y ha tenido que abandonar Jerusalén, él le vuelve a reiterar su fe y su adhesión. Pero en esta ocasión, sus palabras denotan ya mayor profundidad y emoción: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.

Tres experiencias de Cristo. Tres fotos. Pero válida sólo la que sacó Pedro. Los otros se la sacaron a un fantasma, no al Cristo auténtico.

Cristo está vivo. No luchamos por una figura histórica solamente. Como hace veinte siglos, Él es motivo de amor y de odio. Contra Él chocan las olas de la humanidad y en Él se dividen las vidas de los hombres.
Autor: P. José Luis Richard.

lunes, 7 de mayo de 2012

MÁS PAQUETES DE MEDIDAS

Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Desde que comenzó la crisis, quizás la frase más mentada es la que da título a estas líneas, porque no sé si habremos solucionado algo -parece que, de momento, no-, pero paquetes nos han colocado en un número incontable. Unos gobiernos u otros, centrales,  autonómicos o municipales no cesan de diseñar paquetes. ¿Quién no recuerda de la mili la expresión "meter un paquete"? Pues el más "pupas" no sufrió tantos como ahora: paquetes en cascada.
            Sin embargo, son muy pocas las voces que,  sin demagogia ni interés, proclaman con claridad tanto  las medidas económicas como  otras mucho más hondas y, a buen seguro, más importantes, más forjadoras de unas personas mejores. Apenas unas pocas referencias con un valor meramente testimonial, mientras contemplamos a la mayoría creando espectáculo en las cámaras legislativas, en los medios de comunicación o en cualquier órgano de gobierno.
            Como yo no tengo nada que me obligue a ser políticamente correcto, y puesto que estamos en época de articular paquetes, voy a ofrecer modestamente los míos, aunque su único efecto sea el desahogo. No es la primera vez que lo hago, por lo que esto puede  parecer un resumen semanal, como se solía designar en las familias menos pudientes el menú resultante del excelente aprovechamiento de los residuos bien cuidados de unos días. O sea, que a lo peor, sólo oferto residuos.
            Voces más facultadas que la mía han declarado que estamos ante una crisis del hombre. Sí, en la era espacial, en un mundo global, en el tiempo de la informática, cuando la medicina ha hecho más descubrimientos, cuando se ha conocido el genoma, mientras se fabrican niños en probeta, estando metidos hasta las cejas en tantas nuevas tecnologías y se otorga el Nobel a científicos de primera, cuando está ocurriendo todo esto y mucho más, estamos ante una grave crisis del hombre. En buena medida porque quizás no hemos sabido digerir tanto avance y, como se indica coloquialmente, nos lo hemos creído, lo que ha conducido a pensarnos autónomos respecto a casi todo, excepto a lo políticamente correcto.
            A mi modo de ver, lo malo no son los descubrimientos -¡son fantásticos!-, lo malo es que nos han deslumbrado y nos han desconectado de nuestra historia.  Me refiero fundamentalmente a nuestro origen. El engreimiento del hombre ha conducido a que su único tope es la ley positiva -donde logra imponerse- y la moda. Que se lo pregunten al obispo de Alcalá de Henares. Primer paquete: recuperar al hombre en su sitio, en su dependencia de la ley natural. Cuando queda abolida esta ley e incluso se la considera una antigualla, no podemos quejarnos de que aparezcan ladrones, pederastas, estafadores o cualquier otro género de malvivientes. Nos lo hemos ganado a pulso desde el día en que entendimos la libertad como el "choice" inglés: simplemente poder elegir sin referencia alguna. Y esa libertad no es la que construye al hombre, sino más bien quien lo destruye, por desligarlo de la verdad y el bien.
            Pero para suprimir la ley natural fue necesario quitar de en medio la creación porque, si  se admite, supone reconocer al Creador. Y aquí se sitúan otros dos paquetes: volver a la creación y volver a Dios. ¡Vaya tela!, estarán pensando algunos; éste quiere volver a la cristiandad, al confesionalismo, a creer por obligación. Pues bien, si hay algo que no me gusta es todo eso. La cristiandad condujo a pensar que el príncipe cristiano debía ocuparse de que Dios estuviera presente en la ciudad temporal, desligando a los súbditos de ese deber. Y nos fue mal, pues tal evento constituyó una fuerza imponente para que los cristianos no se vieran llamados a ser santos en esa tareas. Tampoco supone renunciar al evolucionismo no excluyente de Dios.
            Algo parecido podría decirse del Estado confesional. A la larga -no tan larga- ha sido un peso plúmbeo para la Iglesia, que necesita libertad porque -además de otras cosas- requiere adeptos libres. Sin libertad, no hay verdadero ejercicio de la fe. Por lo mismo, no se trata de imponer obligaciones contra natura, pero tampoco de aceptar cándidamente deberes contra natura, como  los derivados de lo políticamente correcto que entre otras cuestiones reclama, no una sana laicidad, sino  una sociedad laicista radicada en un pensamiento débil, en el relativismo que nos señala incapaces de dar respuesta a los interrogantes más hondos del ser humano. Proclamada la incapacidad, hemos llegado al pez que se muerde la cola: no sabemos qué es el hombre, ni de dónde procede ni adónde camina. No hay Dios, no hay ley natural, no hay naturaleza humana y, aunque parezca lo contrario, no hay libertad o, si se quiere, queda el "choice" de fin de semana.
            Desde luego, yo no tengo soluciones mágicas para que eso sea visto así por todos y también aceptado por todos. Mejor dicho, sí tengo una, que constituiría el último paquete: pensar, reflexionar, enfrentarnos con nosotros mismos, palpar la realidad, evitando la evasión que nos aleja de lo que somos. Además, en la duda, ¿por qué actuar como si Dios no existiera?

Podemos cambiar, ¿hacia dónde?

Un cambio será bueno si nos lleva a romper con el egoísmo y será nefasto si nos aparta del buen camino y nos introduce en el mundo del mal.

La libertad abre espacios hacia el futuro. Desde ella, podemos cambiar el orden en el escritorio y el color de las cortinas, el tipo de pasta de dientes y el programa de la computadora, la novela y la música que nos acompañarán durante el día.

Cada ser humano está abierto a un número casi infinito de horizontes. A veces siente angustia al ver ante sí tantas posibilidades. Tiene miedo a escoger mal, a equivocarse de nuevo, a dañar a otros, a ser herido por las elecciones de los cercanos o de los lejanos.

El mundo aparece, así, sumamente indeterminado. Uno escoge vivir al día y luego llora por su falta de previsión. Otro empieza a comprar un piso con un préstamo y en dos años anda ahogado porque no puede pagar las deudas. Unos esposos posponen la llegada del primer hijo y cuando lo desean la edad les impide conseguirlo.

También hay opciones que rompen con males del pasado y que inician caminos de esperanza. Un joven deja la cocaína y empieza a asumir sus responsabilidades como profesionista. Un esposo deja de coquetear con otras mujeres y empieza a reconquistar el corazón de su esposa. Un anciano decide apagar la televisión y se ofrece para ayudar a la parroquia.

La libertad permite horizontes inmensos para el cambio. Surge entonces la pregunta clave: ¿hacia dónde cambiar? La mente y el corazón trabajan juntos a la hora de buscar respuestas.

Un cambio será bueno si nos lleva a romper con el egoísmo y con cualquier forma de pecado. Un cambio será nefasto si nos aparta del buen camino y nos introduce en el mundo del mal.

El cambio bueno nos hace acoger la invitación que llega de la gran noticia de la Pascua: "Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus santos profetas" (Hch 3,19-21).

Todos podemos cambiar para mejor. Desde la ayuda de Dios y de tantos corazones buenos, abriremos los ojos del alma para mirar la meta definitiva, la Patria verdadera. Hacia ella orientaremos nuestros actos. Dejaremos de pisar terrenos movedizos y engañosos para avanzar, seguros, por el camino que lleva a la Vida.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 6 de mayo de 2012

GRACIAS MADRE




GRACIAS MADRE

Quiero ir a Jerusalén

Quiero ir precisamente por los motivos que antes me hacían mantenerme lejos de la Ciudad Santa.

Los parroquianos le habían escuchado muchas veces decir que no deseaba ir a Jerusalén. Y no comprendían las razones del padre abad.

Un buen día, el padre abad cambió de parecer. Se dio cuenta de que había ordenado sus pensamientos de un modo nuevo, y que entonces la idea de ir a Jerusalén era no sólo interesante, sino incluso maravillosa y buena.

Preparó una nota para el boletín parroquial y la publicó la siguiente semana:

"Queridos parroquianos. Muchos de ustedes me han oído decir que no deseaba ir a Jerusalén. Incluso cuando se organizó, hace tres años, una peregrinación a Tierra Santa, me negué a participar.

Después de haberlo pensado y, sobre todo, después de haberlo meditado ante el Señor, ahora sí quiero ir a Jerusalén.

Quiero ir a Jerusalén precisamente por los motivos que antes me hacían mantenerme lejos de la Ciudad Santa.

Porque en Jerusalén, hoy como hace 20 siglos, encontraré personas que aman a Jesús, y personas que lo odian. Porque veré entre sus calles y sus muros a mercaderes que buscan hacer negocio de las cosas de Dios, y a hombres y mujeres que pretenden sólo ayudar a sus hermanos. Porque percibiré con pena divisiones y odios que separan a los seres humanos que viven en ese pequeño rincón del planeta, y gestos de perdón que permiten avanzar hacia la paz y la justicia.

Quiero ir a Jerusalén para tocar, como el Maestro, la grandeza y la miseria del corazón humano. Porque yo mismo le he aplaudido, como el Domingo de Ramos, para luego negarle miserablemente como Pedro horas antes de llegar al Calvario. Porque yo mismo me he preocupado más por la propia comodidad que por la justicia. Porque he vivido más para mí mismo que para mis hermanos.

Quiero ir a Jerusalén para seguir las huellas del Nazareno camino del fracaso. Porque no soy auténtico discípulo si no aprendo a morir a mí mismo. Porque no soy verdadero católico si no busco, en cada momento de mi vida, realizar la Voluntad del Padre.

Quiero ir a Jerusalén para entristecerme cuando alguien me insulte por ser cristiano, y para dejarme consolar cuando alguien tienda su mano hacia mí, por encima de las diferencias que nos separan.

Quiero aprender de nuevo, en esa ciudad que es un poco como el mundo entero, que las divisiones nacen del egoísmo y de la falta de apertura a Dios, y que la unión inicia cuando decimos, sencillamente, como un centurión junto a la Cruz del Nazareno: Verdaderamente éste era Hijo de Dios (Mt 27,54).

En pocas palabras, quiero ir a Jerusalén para recordar el inicio de mi amada Iglesia, entre las miserias de la cobardía humana y el valor que surge cuando acogemos, como María y los Apóstoles, el soplo incontenible del Espíritu".
Autor: P. Fernando Pascual LC.