"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

domingo, 13 de noviembre de 2011

El sueño del hombre y el sueño de Dios

A veces el sueño nos dice que el futuro será rosa, que todo irá bien. Otras veces nos cubre el horizonte de nubes grises.
Soñar no es algo sólo para niños. Los grandes también necesitamos momentos de fantasía en los que la vida brille de un modo distinto, fresco, alegre. Es cierto que no podemos vivir en los sueños. Los sueños no producen computadoras, ni construyen rascacielos, ni llenan los bolsillos con un poco de dinero. Pero, ¿de qué sirve tener comida, casa y familia si falta esa ilusión y esa alegría que da un toque especial a todo lo que nos rodea?

El mundo vive de sueños dulces y de pesadillas paralizantes. A veces el sueño nos dice que el futuro será rosa, que todo irá bien. Otras veces nos cubre el horizonte de nubes grises y nos impide dar los pasos necesarios para mejorar las relaciones en la familia, para encender con nueva chispa el trabajo y para que este mes sí nos llegue el dinero para comprar ese juguete que tanto sueña el más pequeño de la casa.

También Dios tiene sueños. Soñó que el hombre podría vivir en paz en esta tierra. Soñó que era posible que nos amásemos los unos a los otros, por encima de las lenguas, de las razas o de los zapatos que cada uno lleve (o no lleve) puestos. Soñó que acogeríamos a su Hijo y que empezaría, entonces sí, un mundo distinto.

Han pasado más de 2000 años. Para algunos, el sueño de Dios sigue siendo sólo eso, un sueño irrealizado en millones de corazones que no saben lo que es paz, y en otros miles que no dejan en paz a los que viven a su lado. Pero otros millones han soñado con el mismo sueño de Dios.

Francisco de Asís, Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, son sólo algunos nombres de un ejército de soñadores que han empezado a dar un toque distinto a sus familias, su trabajo y sus amigos. Creyeron en el Evangelio, y el Evangelio pasó a ser un sueño más real que todo el dinero del mundo.

Cuando el sueño del hombre y el sueño de Dios se juntan en un único esfuerzo, la tierra cambia sus latidos. Las nubes pueden ser las mismas. Quizá sigue faltando el pan para la mesa. Quizá no regresa el esposo que se ha ido lejos para seguir sueños que no son sino pesadillas. Un palacio de riqueza será siempre un infierno mientras dejemos a Dios y al prójimo como mendigos a la puerta. Quien vive junto a Dios sabe que hasta un campo de exterminio puede convertirse en un lugar de esperanza y de rezos.

Dios sigue soñando. Quizá la muerte no sea más que continuar, ahora sí para siempre, ese sueño que iniciamos aquí en la tierra. Un sueño en un cielo donde sólo habrá felicidad, donde el Amor lo será todo para los eternos soñadores de Dios...
Autor: P. Fernando Pascual LC.

sábado, 12 de noviembre de 2011

María, formadora en el camino cristiano

Como Madre de una gran familia, distribuye los bienes según las necesidades, las circunstancias y la fidelidad de cada uno.
«Madre de la vida y de la gracia». «El Padre ha puesto en manos de María los tesoros adquiridos por Cristo, para que ella ejerza las funciones de su maternidad». María está en el comienzo, acompañando la llamada, pero también está en el camino: engendra, acompaña y forma. María forma «recibiendo y entregando» : «es el canal que recibe y deja correr hasta nosotros». Recordemos que este doble movimiento es el de la transmisión kerigmática del Evangelio: «porque yo recibí lo que a mi vez os he transmitido» (1 Cor 15,3 ). Hay que caminar sabiendo recibir y comunicar lo recibido.

El primer deber de una madre es alimentar a sus hijos, y la primera necesidad que siente es la de amarlos. María no ha querido renunciar a esta obligación sagrada. Madre de la vida y de la gracia, nos ha dado la vida, y cada día derrama en nuestras almas la gracia que debe alimentarlas, fortificarlas y hacerlas llegar a la plenitud de la edad perfecta. Efectivamente, de su bondad recibimos todos los auxilios que conducen a la salvación. Es verdad que Jesucristo, de quien viene todo nuestro valer, es el único que nos ha podido merecer esas gracias por su muerte. Como Padre, ha provisto abundantemente de todo lo necesario para la vida de nuestras almas, para el aumento de nuestras fuerzas, para la curación de nuestras enfermedades y para el desarrollo de la fe y de todas las virtudes.

Al mismo tiempo, ha puesto en manos de María los tesoros de bendición adquiridos por su sangre, para que ella ejerza las funciones de su maternidad. De ese modo, María, como Madre de una gran familia, distribuye todos los bienes según las necesidades, las circunstancias y la fidelidad de cada uno. Por eso, nada viene del cielo sin pasar por la Santísima Virgen. Ella es el canal que recibe y deja correr hasta nosotros el agua bienhechora de la gracia. Como dice san Bernardo, María ha sido dada al mundo para que por ella se transmitan sin cesar los dones celestiales de Dios a los hombres; y Jesucristo ha querido poner en manos de María el fruto de sus méritos para que recibamos de ella todos los bienes que podamos obtener.
Autor: Marianistas.org.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Las espinas dan rosas

La vida es un rosal que produce espinas y rosas. Debo cuidarme de no clavarme las espinas, pero no siempre lo conseguiré.
El hábito de mirar el mejor lado de las cosas es una clave para ser feliz. Claro que hay sombras, pero también hay sol. Claro que hay problemas en la vida, pero también hay soluciones.

Todas las cosas tienen el lado bueno y el lado menos bueno. Algunos se empeñan en ver sólo el lado malo, y se amargan la existencia. Otros, en cambio, buscan en todas las cosas el lado bueno, y son felices. “Los tallos de rosa tienen espinas”, dicen los pesimistas. Pero los optimistas responden: "Las espinas producen rosas”.

La vida es un rosal que produce espinas y rosas. Debo cuidarme de no clavarme las espinas, pero no siempre lo conseguiré. Algunas espinas se me clavarán en el alma. Pero eso no me impedirá disfrutar de las maravillosas rosas que produce el rosal.

Una vez que perdemos el ánimo, perdemos un cierto número de días de nuestra vida. El que nos desanima, nos hace un daño total, y, si somos nosotros mismos, nos convertimos en nuestros peores enemigos.

Todo se puede remediar, mientras dura la vida. El ser más animoso de todos es Dios, que logra continuamente cambios de pecadores empedernidos en santos de altar. Él sabe que se puede; que hoy pueden estar las cosas negras, pero mañana pueden amanecer blancas. ¡Qué fácilmente nos damos por vencidos! Cada día más. El colmo del desaliento es la desesperación total, el darse un tiro en la sien, colgarse de una cuerda. Suicidarse, de la forma que sea, significa que no queda ni rastro de esperanza.

No todos llegan al suicidio, pero se pueden acercar peligrosamente. Y los problemas, ¿qué? Los problemas están ahí, pero yo estoy aquí, y no me dejo apabullar, porque sé que cada problema tiene por lo menos una solución. Sé que la actitud frente a un problema, la forma de reaccionar frente al mismo es mil veces más importante que el problema mismo. Hasta se podría decir: ¡Felicidades, tienes un problema!

Si puedo amar a Dios y a mis hermanos; si puedo realizar grandes cosas para mejorar el mundo; si puedo hacer felices a los demás y a mí mismo vale la pena vivir, aunque me clave alguna espina de dolor en el trayecto. Mas aún, las espinas pueden convertirse en rosas: Los sufrimientos de la vida, llevados por amor, se convierten en las rosas más bellas.
Autor: P. Mariano de Blas LC.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Te amo Señor...¡pero no lo grito!

Si he conocido lo que es amarte... ¡cómo es posible que no lo grite y a veces hasta guarde silencio!
Hoy es jueves, Señor, y al saber que me estás esperando me he sentido indigna de ese amor, de ese beneficio...

Yo te amo, Señor, pero a veces siento que soy avara de ese amor... que no pienso, que no reparo, que si he conocido lo que es amarte... ¡sea posible que no lo grite a los "cuatro vientos"! Y no solo que no lo grite sino que guarde silencio a veces por respeto humano, porque no se sonrían burlonamente, por no entrar en discusión....porque no me tachen de "mocha"...¡Qué gran cobardía! ¡Perdón, mi amado Jesús !.

El Papa Benedicto XVI nos lo pide. La Iglesia nos lo pide y Tu mi Jesús Sacramentado, nos lo pediste desde hace muchos siglos... pero no nos animamos a dar la respuesta con decisión, con una postura radical y valiente.

La respuesta tiene que ser ahora y desde este momento.

Tenemos un serio y grave compromiso, como hijos de Dios, de ser verdaderos apóstoles.

Este compromiso me enfrenta primero, con los más cercanos, con los seres que me rodean, con las personas que forman mi familia y mi entorno.

En todo momento, tu nos pides, Señor, que estemos "en pie de lucha", que quiere decir que no deje pasar la ocasión para acercarme a quién pudiera sentir o pensar que me necesita.

Solemos decir: - " No, yo no me meto... yo no digo nada, cada quién su vida"... Es cierto que a veces no es fácil abordar o penetrar en la forma de vivir de las personas, pero si están muy cerca de nosotros, tal vez no sea tan difícil buscar la ocasión para poder brindarle, a esa persona, nuestro apoyo y consuelo, hablándole de Dios, del amor que nos tiene, de que trate de encontrar o recuperar esa fe que no se sabe en qué momento se perdió.... y orar, orar mucho por esa persona, ante Ti, ante este misterio de amor que nos brindas diariamente ¡oh, tu mi Jesús Sacramentado!.

Tu nos oyes siempre y la oración puede no cambiar las cosas... pero si cambia los corazones y la forma de ver las cosas.

Ya no podemos decir: - "Eso hay que dejárselo a los sacerdotes". Los sacerdotes son pocos y la mies es mucha.

No dejes que lo olvidemos....ha llegado nuestro momento.

Si estamos convencidos de que tenemos la VERDAD, en nuestra religión católica, es indispensable que esa VERDAD, la trasmitamos con el mismo ardor, con muchísimo más ardor que invitamos y casi empujamos a los amigos animándolos para que vayan a ver una obra de teatro o película, que nos pareció excelente o que no se pierdan un paseo o lugar sensacional porque los queremos y deseamos que disfruten tanto como nosotros lo disfrutamos...

Seguirte a Ti, mi Jesús, es una aventura tan maravillosa para el ser humano que en ello hemos de poner toda la fuerza de nuestra existencia.

Seguirte a Ti, mi Jesús, es participar de la verdad sublime de sabernos hijos de Dios y herederos del Cielo... pero no para nosotros solos...

No tengo que tener miedo o reparo de hablar de Dios, de Ti, Jesús, de la Santísima Virgen a los demás....Hay tanta ansia en el corazón de los hombres y mujeres de encontrar un camino....y nosotros les podemos hablar te ti, del único Camino, del que dijo:- " yo soy la luz, yo soy el camino, la verdad y la vida, quién cree en mí no morirá". ¡Qué triste no compartir, no participar a los demás de esa grandeza de amor que ciega la vista por ser más luminosa que el mismo sol...!

Hemos de ser valientes con nuestra fe y proclamarla.

Ayúdanos, Jesús para hablar con los que nos rodean, de esta "gran experiencia" que aún en medio de los sufrimientos o infortunios, nos traerá la paz en nuestro diario caminar por la vida.
Autor: Ma Esther de Ariño.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

La vida hay que disfrutarla

Disfruto terminar la jornada cansado y satisfecho, y tantas cosas más... Y Dios disfruta vernos disfrutar la vida.
Autor: P Evaristo Sada LC
Disfruto caminar descalzo en la playa. Disfruto una cabaña con chimenea en la montaña. Disfruto el aroma de un buen café. Disfruto la mirada de un niño al recibir su primera comunión. Disfruto la gozada de Jesús al entrar en el corazón de ese niño.
Disfruto contemplar las estrellas. Disfruto la satisfacción de un padre en la graduación de su hijo más pequeño. Disfruto los aplausos en el funeral de un sacerdote fervoroso. Disfruto un buen filete asado a las brasas. Disfruto las lágrimas de un anciano cuando por fin recibe visita en el asilo. Disfruto ver que las heridas más hondas de la vida llegan a ser fecundas. Disfruto cuando todos los semáforos me tocan en verde. Disfruto beber la Sangre de Cristo cada mañana. Disfruto terminar la jornada cansado y satisfecho, y tantas cosas más.... Y yo creo que Dios disfruta vernos disfrutar la vida.

Me gusta conversar con Alois, el jardinero de nuestra casa en Roma. Un día le pregunté si disfrutaba lo que hacía. Me respondió que al inicio Dios dijo al hombre que trabajara y comiera. Y yo le dije: “Y que rezara”. Alois me aclaró que no, que Dios no le pidió a Adán que rezara. Le pregunté: “¿Entonces qué hacía Adán cuando salía a caminar con Dios por el jardín del Edén en la brisa de la tarde? ¿Trabajar o rezar?” Respondió: “Ninguna de las dos, se la pasaban bien juntos, era como un pasatiempo...”

Estoy de acuerdo con Alois: hay que pasarlo bien junto a Dios. El buen cristiano disfruta los dones de Dios en la creación, le alaba y le pregunta sorprendido: “¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?” (Sal 8, 5). Y orgulloso de su Padre reconoce: "Bueno es el Señor para con todos, y sus ternuras sobre todas sus obras" (Sal 145,9) "Y vio Dios que era bueno... muy bueno" (Gn 1,4.10.12.18.21.31)

Disfrutar no es ceder a las tentaciones de pecado abusando de la bondad y la confianza de nuestro Creador. El pecado rompe la armonía y lo echa todo a perder. Pecar es fallar al amor.

En cambio, tocar el instrumento que más te apasiona en la sinfonía de la historia, y tocarlo con todo el corazón, te realiza y te hace feliz. Y tocarlo en la presencia de Dios es una forma de oración.

Creo que disfrutar las cosas buenas y bellas de la vida (aunque sean difíciles), acordarse de Dios en esos momentos y decirle: “¡Gracias!”, es una oración que arranca de Dios una sonrisa
Fuente: http://www.la-oracion/

martes, 8 de noviembre de 2011

¡Una nueva imagen de cristiano para el siglo XXI!

Vivamos en profundidad nuestra fe, no en la penumbra de nuestros templos sino iluminando este mundo en el que nos ha tocado vivir.
Se nos acaba el año litúrgico y los textos de la Escritura nos invitan a una seria reflexión para situarnos en nuestra verdadera posición de hombres limitados en el tiempo y en el espacio.

La vida se nos acaba, se nos termina. Pero estaríamos muy fuera de la verdad al juzgar que la Iglesia nos invita “al bien morir” cuando lo que desea es precisamente que nosotros nos acostumbremos “al bien vivir” pues a eso nos invita Cristo.

Ya los primeros cristianos vivían preocupados, mejor aún muy preocupados por la segunda venida al fin de los tiempos, pero San Pablo sale el encuentro de la dificultad, y los invitaba con fuertes palabras a dejar ya de ser los cristianos sumidos ciertamente en la esperanza pero al mismo tiempo en la inactividad: “A ustedes hermanos, ese día (el día de la aparición gloriosa de Cristo) no los tomará por sorpresa, como un ladrón, porque ustedes no viven en tinieblas, sino que son hijos de la luz y del día, no de la noche y de las tinieblas.

Por tanto, no vivamos dormidos, como los malos, antes bien, completamente despiertos y vivamos sobriamente”. Esa recomendación nos cabe como anillo al dedo a nosotros hombres del flamante siglo XXI para dejar de ser los cristianos “domingueros” que en su misa dominical parecen angelitos de la gloria, con sus sus bracitos cruzados, sus ojitos hacia arriba, que dan profundos suspiros, que a veces abren su boquita para la comunión, pero que al final se despabilan, casi se sacuden el polvo y la oscuridad de la Iglesia, y se dedican a darle vuelo a la hilacha, despreocupados de su destino final, y ocupados profundamente en los asuntos de este mundo, en sacarle el mayor jugo a la diversión y no demasiado ocupados en el trabajo, que se considera como un mal necesario.

Hoy tendríamos que escuchar la voz del Papa Benedicto XVI en la convocación para el Año de la fe: “Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo. Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo”.

Esa es entonces la ilusión, que los cristianos de hoy, vivamos en profundidad nuestra fe, pero no en la penumbra de nuestros templos sino iluminando este mundo en el que nos desarrollamos y en el que nos ha tocado vivir para que la luz de Cristo resplandezca verdaderamente haciéndolo brillar en su Resurrección, después de haber pasado nosotros mismos por el camino de la cruz, de la entrega y de la fidelidad. Esto es precisamente lo que Cristo nos anuncia con la parábola del amo que al irse de viaje a un país lejano, quiso dejar a sus tres servidores una fortuna para que la trabajaran hasta su regreso. Dos de ellos, según su capacidad, doblaron la cantidad, pero un tercero, temeroso, tímido quizá o a lo mejor hasta flojo, fue y escondió el dinero bajo tierra, hasta que volviera el patrón. Y su castigo fue ejemplar, pues no fue capaz ni siquiera de meter el dinero al banco para que hubiera producido sus intereses.

No escatimemos pues nuestro esfuerzo para que nuestra fe ilumine los hogares con un amor que se vea y se sienta entre dos esposos que se aman, en el trabajo con un trato de persona a persona donde cada uno mire con responsabilidad por la empresa de la que todos comen, y en nuestra relación con los demás, como una comunidad de hermanos que caminan no hacia el final de esta vida, sino al encuentro con la paz, la alegría y el verdadero descanso eterno.
Autor: Alberto Ramirez Mozqueda.

lunes, 7 de noviembre de 2011

SÍMBOLOS RELIGIOSOS, FE Y RAZÓN

Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Recientemente, se debatió en las Cortes Valencianas una propuesta dirigida a eliminar en esta institución toda simbología religiosa. Es un tema relativamente discutible en el que no voy a entrar, pero sí atrajeron mi interés algunos de los argumentos utilizados para defender posiciones, principalmente el de las relaciones entre fe y razón, asunto especialmente interesante, que me ha hecho volver a leer el diálogo habido en enero de 2004 entre el entonces cardenal Ratzinger y el filósofo Jürgen Habermas, conocido por ser tal vez el principal exponente del pensamiento laico de raíz ilustrada.
            Paso casi de largo sobre la cita de Guillermo de Ockham hecha en esa sesión de Cortes. Baste recordar que su doctrina filosófica jamás fue condenada. Algunos dicen que estuvo en arresto domiciliario en Avignon - residencia papal entonces-, pero no se ha demostrado. Es cierto que puso la base para una excesiva separación entre fe y razón no muy acorde con las enseñanzas habituales de la Iglesia que defienden y delimitan el valor de ambas y que nada tiene que ver con la separación Iglesia-Estado. Como curiosidad, Ockham condenó al Papa Juan XXII -diciendo que era hereje- y huyó de Avignon llevándose el sello oficial franciscano.
            Pero volvamos a Habermas. En la introducción al libro que contiene el referido diálogo, Leonardo Rodríguez Duplá explica cómo el filósofo de la "ética del discurso" hace del diálogo, en condiciones de simetría, la instancia autorizada de la que han de proceder las normas en una sociedad pluralista, diálogo del que nadie debe ser excluido. Hoy día, diferenciándose de su pensamiento anterior, Habermas reconoce, como un hecho más que probable, la pervivencia de las religiones en una sociedad secularizada, para acabar confesando que la simetría o equidistancia del Estado en las sociedades plurales no se ha respetado, por exigir sólo a los ciudadanos creyentes la distinción entre su espacio privado y el público, al pretender  que la fe religiosa quede relegada al ámbito de las conciencias, cosa dogmática para algunos. Consecuentemente, el filósofo pide a los no creyentes el  esfuerzo de entender más las posturas religiosas aunque no las compartan.
            Vayamos a Ratzinger. Él mismo nos recuerda el valor que la Iglesia otorgó siempre a la razón. Lo ha reiterado en multitud de ocasiones, pero aquellas  palabras de Miguel Paleólogo, recogidas en su famosa intervención de Ratisbona, pueden ser un buen resumen: "no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios". El "Logos" de Dios, que se hará hombre en Cristo, es una razón que es creadora y que es capaz de comunicarse, pero precisamente como razón. En la época helenística,  el mundo de la fe bíblica -recuerda el Pontífice- salía de sí mismo hacia lo mejor del pensamiento griego, lo que tuvo una decisiva influencia para la difusión del cristianismo. Cita precisamente a Duns Escoto -en la línea de Ockham, pero más relevante- criticando su idea voluntarista conducente a un Dios-Arbitrio, del que éste había hablado como absoluta libertad y omnipotencia, en el sentido de Alguien en quien podemos creer, pero nunca conocer. Muy parecido al relativismo actual. Dios no se hace más divino -dirá Benedicto XVI- porque lo alejemos de nosotros con un voluntarismo puro e impenetrable.
            El Dios verdaderamente divino es el que se ha manifestado como "logos" y ha actuado y actúa como "logos" lleno de amor por nosotros. Ya San Agustín había escrito,  alineado con esta realidad: "todo el que cree, piensa creyendo y cree pensando (...) Porque la fe, si lo que se cree no se piensa, es nula". Pero, en buena medida, en nuestra sociedad todo eso ha saltado por los aires para muchas gentes herederas de la Reforma protestante y de la teología liberal de los dos pasados siglos, que han contribuido no poco al proceso de secularización que vivimos, proceso al que aludía Habermas con el problema citado por él. Esa cuestión es sencillamente qué es el bien y cómo vivimos un diálogo sin exclusiones, porque, al parecer, todos podemos discurrir y atender las razones ajenas. Y en manos del gobernante está el bien común.
            Un interrogante del Papa en aquella conversación: "¿Cómo nace el derecho y cómo debe elaborarse para que sea vehículo de justicia y no el privilegio de establecer lo que es justo por parte de los que tienen el poder?" El derecho tiene en su mano el uso de las mayorías, pero ¿pueden equivocarse? En la citada sesión de las Cortes Valencianas ésa era precisamente la opinión de la minoría. Y frecuentemente es así. Precisamos volver a la fuerza de la razón. Pero encontramos multitud de hechos actuales (bomba atómica, terrorismo, posibilidad de fabricar hombres basura...) que prueban enormes errores de la razón. Queda la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, pero ¿son los mismos para un chino, un occidental o un islamista? Para los cristianos, todo esto tiene que ver con la creación y con el Creador. Para otros, es la racionalidad laica. ¿No podríamos encontrarnos? La razón debe reconocer sus límites y la religión ha de huir de patologías peligrosas. Y quizás requiramos también una Declaración Universal de los Deberes Humanos.

Podemos cambiar, ¿hacia dónde?

¿Hacia dónde cambiar? La mente y el corazón trabajan juntos a la hora de buscar respuestas.

La libertad abre espacios hacia el futuro. Desde ella, podemos cambiar el orden en el escritorio y el color de las cortinas, el tipo de pasta de dientes y el programa de la computadora, la novela y la música que nos acompañarán durante el día.

Cada ser humano está abierto a un número casi infinito de horizontes. A veces siente angustia al ver ante sí tantas posibilidades. Tiene miedo a escoger mal, a equivocarse de nuevo, a dañar a otros, a ser herido por las elecciones de los cercanos o de los lejanos.

El mundo aparece, así, sumamente indeterminado. Uno escoge vivir al día y luego llora por su falta de previsión. Otro empieza a comprar un piso con un préstamo y en dos años anda ahogado porque no puede pagar las deudas. Unos esposos posponen la llegada del primer hijo y cuando lo desean la edad les impide conseguirlo.

También hay opciones que rompen con males del pasado y que inician caminos de esperanza. Un joven deja la cocaína y empieza a asumir sus responsabilidades como profesionista. Un esposo deja de coquetear con otras mujeres y empieza a reconquistar el corazón de su esposa. Un anciano decide apagar la televisión y se ofrece para ayudar a la parroquia.

La libertad permite horizontes inmensos para el cambio. Surge entonces la pregunta clave: ¿hacia dónde cambiar? La mente y el corazón trabajan juntos a la hora de buscar respuestas.

Un cambio será bueno si nos lleva a romper con el egoísmo y con cualquier forma de pecado. Un cambio será nefasto si nos aparta del buen camino y nos introduce en el mundo del mal.

El cambio bueno nos hace acoger la invitación que llega de la gran noticia de la Pascua: “Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus santos profetas” (Hch 3,19-21).

Todos podemos cambiar para mejor. Desde la ayuda de Dios y de tantos corazones buenos, abriremos los ojos del alma para mirar la meta definitiva, la Patria verdadera. Hacia ella orientaremos nuestros actos. Dejaremos de pisar terrenos movedizos y engañosos para avanzar, seguros, por el camino que lleva a la Vida.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Y tu espejo ¿qué refleja?

Quizás valga la pena entregar el espejo que tienes y cambiarlo por uno ...diferente.
Un día llegó un grupo de escaladores procedentes de alguna ciudad. Ciertamente fue un evento de lo más insólito. No estuvieron allí más de tres horas.

Mientras los montañeros reposaban un poco, una de las muchachas sacó de la mochila un espejito de mano. En unos instantes se vio rodeada de un ejército de niñas pequeñas que la miraban en silencio abriendo y cerrando los ojos con la solemnidad que da el asombro. Nunca habían visto un espejo.

- ¿Qué es eso que tienes en la mano? -le preguntó la más pequeña señalando el espejo con su dedo regordete.

- ¿Esto?... ¡Un espejo! -dijo la muchacha- ¿Nunca has visto uno?

El grupo de niñas negó al unísono moviendo la cabeza y sin separar la vista de aquel objeto maravilloso. Verlas era un espectáculo encantador e incluso la escaladora, acostumbrada a grupos de admiradores, quedó prendida de su sencillez.

- ¡Qué cosas! -dijo- Tú nunca has visto uno y yo no podría vivir sin él... toma, te lo regalo.

Y entregó el espejito a la más pequeña. La niña clavó los ojos en su mano, asombrada, después sonrió y mirando intensamente a la chica le dio un sonoro beso en la mejilla.

Pero después de unos momentos la niña volvió y entregó el espejo.

-¿Qué pasó? -dijo la escaladora- ¿No lo quieres?

-No, es que... ¡en éste sólo aparece mi cara! -respondió la niña- Verse a sí misma todo el tiempo es bien aburrido... ¿no tienes otro donde aparezcan mi papá, mi mamá y mis amigos?


¿Y tú? ¿Qué tipo de espejo te haría feliz?

Quizás valga la pena entregar el espejo que tienes y cambiarlo por uno como el de la pequeña...

Autor: Miguel Segura.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Nacida para la libertad

Vivió en la fe, en la confianza y en el amor a Dios los incomprensibles planes de su misión.

María, con su ejemplo y maternal ayuda nos acompaña muy de cerca en nuestra misión de apóstoles. María acogió con absoluta disponibilidad los designios de Dios para su vida, y su palabra no fue primero "sí" y luego "no"; nunca consintió que la duda horadara su incondicional entrega al Señor. Vivió en la fe, en la confianza y en el amor a Dios los incomprensibles planes de la providencia y su martirio incruento al pie de la cruz.

El ser humano ha nacido para la libertad. Es libre y quiere ser soberanamente libre. La libertad es su prerrogativa, su gloria y su riesgo. Porque el buen uso de la libertad no es empresa fácil. Para ejercer bien nuestra libertad, Dios nos ha dado un mapa de ruta: la ley natural, la revelación y sobre todo el Evangelio. En seguir o no este mapa de ruta el hombre se juega su destino, su eternidad. Existe la libertad de todo aquello que nos impide realizarnos como personas e hijos de Dios, y existe la libertad para adherirnos siempre a la verdad y al bien. En la santísima Virgen encontramos un modelo de quien usa la libertad para acoger los designios de Dios, para ejercitarse tenazmente en la virtud.

1. María nos acompaña. María ha seguido libremente y con perfección la ruta marcada por Dios. Por eso, puede acompañarnos en nuestro camino, mostrarnos la ruta; podemos fiarnos de Ella. Ella, en efecto, ya conoce ese camino, lo ha recorrido con extraordinaria fidelidad, sin salirse ni un momento de él. Ella nos puede señalar los momentos de peligro, animarnos en las cuestas arriba, compartir nuestra alegría cuando el camino es ligero y nuestra lucha cuando se presenta la dificultad. Ella nos acompaña para que a su lado aprendamos también nosotros a caminar en la fidelidad y, como apóstoles cristianos, a acompañar a los demás en su marcha por la vida.

2. Acoger los designios de Dios. María aceptó los planes de Dios sin titubeos e indecisiones, como se acepta un axioma o una evidencia. Y sobre todo los puso libre y amorosamente en práctica. Ejerzamos nuestra libertad con María y como ella. Al igual que para María, el plan de Dios para nosotros es muy concreto: el estado actual de vida; la vivencia generosa y fiel de la vocación cristiana, quizá de la vocación consagrada; el compromiso con el apostolado de la Iglesia en la parroquia, en un Movimiento o institución cristiana. Siguiendo el ejemplo de María, acojamos con libertad y digamos sí, día tras día, a ese plan amoroso de Dios. Meditémoslo con sencilla fe para adherirnos más y mejor a él. Admiremos los designios divinos que ordenan todo a nuestro bien, incluso cuando nuestra mirada no es capaz de percibirlo, o nuestra inteligencia está ofuscada por signos contrarios.

3. Vivió en la fe y en el amor. La fe y el amor son los dos guardaespaldas de nuestra verdadera libertad. Creo en Dios y en su misterio, creo en sus designios, y por ello me siento soberanamente libre y sostenido por el mismo Dios para optar por su voluntad en libertad. Amo a Dios, amo su voluntad, y ese amor libera mi alma de toda cadena para volar por los espacios de la libertad. Por tanto, cree, confía, ama, y serás verdaderamente libre; usarás bien de tu libertad; sujetarás tu libertad libremente a las leyes del bien y de la verdad. La verdad -dice Jesús- os hará libres. Tus cadenas no están en tu camino, sino dentro de ti mismo. ¿A quién mirar, como modelo, sino a Jesús, el hombre más libre y liberador de la historia? ¿A quién mirar, sino a María, nacida del corazón de Dios para ejercer con perfección la libertad para el bien y la verdad?

Más eficaz que las súplicas de los profetas, que la ascesis y los ayunos de los justos, es el don de salvación que ha obtenido el mundo y cada uno de los hombres por tu gracia. Por eso, agradó al Rey tu hermosura, es decir, tu inmenso amor por los hombres, tu compasión, el inimitable cuidado de tu misericordia.

Aunque sean innumerables todas las demás virtudes -la santidad, la sabiduría, la fortaleza y cualquier otra virtud-, te distingues por la premura y la misericordia en la que imitaste a tu Hijo y a tu Dios...Verdaderamente tú excedes los límites de la naturaleza, no solamente por el modo de dar a luz, que superó toda la sabiduría humana, sino por tu premura, que también va más allá de la misma naturaleza...

Por ti hemos alcanzado la victoria sobre el pecado. Por ti ha florecido la virginidad entre los hombres. Por ti aprendemos la perseverancia en las buenas obras. Por ti se nos ha concedido la sabiduría, la humildad y el amor. Gracias a ti podemos salir victoriosos en todas las demás virtudes y de una manera más airosa de la forma en que habíamos caído.
Autor: P. Antonio Izquierdo y Florian Rodero