"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

domingo, 7 de agosto de 2011

Todo bajo control

Detrás de lo imprevisible, detrás de las mil sorpresas de la vida, sigue la mano de Dios.
Muchos tenemos el deseo de controlar el presente y el futuro, y hacemos todo lo posible para lograr esta meta.

Preparar bien los detalles de un viaje, ir a una revisión médica, hablar con un experto de negocios para que nos ayude a invertir bien nuestro dinero, evitar los peligros de un accidente o de un robo. Son actos que realizamos para que no nos sorprenda un imprevisto, para que un mal paso no ponga nuestra vida, débil, frágil, vulnerable, en situaciones que quisiéramos ver lo más lejos posible de nuestro camino cotidiano.

Pero la vida nos sorprende. Escapa y corre mucho más allá y más rápido que nuestras previsiones. Aquel médico que nos dijo que todo estaba bien no pudo prever que al salir del hospital caería sobre nosotros una garrapata de esas que provocan enfermedades muy molestas. El psicólogo que certificó la salud emocional del hijo no había sido capaz de descubrir lo que iba a iniciar cuando un grupo de amigos le invitasen a aspirar un poco de hachís. El amigo que nos aseguró que este banco era seguro al cien por cien no pudo imaginar que al ir a llevar nuestro dinero a la sucursal nos iban a recibir no los cajeros, sino unos ladrones “profesionales” y bien armados.

No se trata, desde luego, de ver peligros en todas partes, ni de dejar de tomar precauciones para evitar males que, con un poco de atención, podemos alejar de nuestras vidas. La previsión y el análisis atento de la realidad son parte de la virtud de la prudencia, esa virtud que los filósofos consideraban la reina de las virtudes, pues todo lo demás depende de ella.

Pero también es parte de la misma prudencia y del realismo de la vida el reconocer que hay una enorme cantidad de eventos y de cosas que escapan a nuestro control. Como también es realismo abandonar cualquier obsesión quisquillosa que nos paralice precisamente porque queremos tener todos los hilos en la mano, todo bajo control.

Hemos de reconocer esta sencilla verdad: no podemos tener todo bajo control. La vida en la tierra, por su misma naturaleza, nos lleva al riesgo y a la aventura, a lo imprevisible, a lo inesperado. También, hay que decirlo, con sorpresas felices: aquella enfermedad que para la medicina era incurable, de repente ha dejado de existir. La falta de dinero en la familia se soluciona (a alguno le tiene que tocar) con el premio de la lotería. Y un amigo nos avisa que están buscando un nuevo empleado en esta empresa, precisamente dos días después de que nos dieron de baja en nuestra oficina de trabajo.

Detrás de lo imprevisible, detrás de las mil sorpresas de la vida, sigue la mano de Dios. Un Dios que es Padre, que nos hizo, que nos llama, que arriesga mucho con cada vida humana. Un Dios que me conoce y que me invita a la confianza. Aunque muchas cosas no estén, según mi pobre punto de vista, bajo control.

Dios sabe por qué pasa lo que pasa. A mí me pide poner lo que esté de mi parte para que todo salga de la mejor manera posible, y confiar por completo en Dios para dejarle llevar adelante el trayecto de mi vida.

La última palabra se escribirá cuando el corazón se pare y llegue, irremediable, la muerte. Será una palabra de amor y de esperanza, será un encuentro con un Dios que tenía “todo bajo control”, discretamente, misteriosamente, con un amor que supera en mucho todas las ilusiones humanas.
Autor: P. Fernando Pascual.

sábado, 6 de agosto de 2011

Misas y Oraciones en favor de nuestros ancianos

El mes de agosto es el mes dedicado al ancianos, aprovechando está ocasión

Catholic.net ha organizado novenas y misas en favor de nuestros ancianos
El mes de agosto es el mes dedicado al Anciano y se nos presenta como una gran oportunidad para darle atención a estas queridas personas que en nuestra niñez nos enseñaron a amar a Dios, nos enseñaron a vivir los valores cristianos, nos enriquecieron con su experiencia y sabiduría, nos dieron su comprensión y apoyo en momentos difíciles y que ahora, en el atardecer de su vida, necesitan de nuestra compañía, gratitud y reconocimiento.

Aprovechando esta ocasión, Catholic.net ha organizado, con la colaboración de varios sacerdotes, conventos y monasterios, la celebración de Misas alrededor del mundo, durante todo el mes de agosto, en favor de nuestros ancianos.

Lo invitamos a unirse a esta celebración enviándonos los nombres de las personas a quienes usted desea incluir y que se tendrá un recuerdo especial para ellos durante las Misas que se celebrarán con esta intención.

Para incluir a sus ancianos, sólo tiene que rellenar el formulario que encontrará haciendo click en http://es.catholic.net/nuestrosancianos Nosotros enviaremos estos nombres e intenciones a los diversos conventos, monasterios y sacerdotes que se han sumado a esta iniciativa y que celebrarán las Misas por nuestros ancianos.

Catholic.net no cobra por las Misas, ya que han sido donadas voluntariamente por los sacerdotes que se han sumado a esta iniciativa.

Pero si usted desea, puede adquirir para sus ancianos un certificado de la misa que se celebrará por ellos, para dárselos como muestra palpable del cariño y el agradecimiento que les tiene. El costo del certificado de la misa es de $5 usd y puede pagarlo mediante un cargo automático a su tarjeta de crédito, o mediante depósito bancario o transferencia electrónica.

Si adquiere el certificado, sus ancianos se lo agradecerán enormemente y Catholic.net también, pues estará dando un regalo muy valioso y a la vez, nos estará ayudando a continuar con nuestro servicio a la Iglesia.

El donativo no es un requisito. No deje de enviarnos los nombres de sus ancianos queridos aún si no puede colaborar económicamente.

Si usted es un sacerdote y desea unirse a esta campaña ofreciendo una misa, le pido que se suscriba haciendo click en http://es.catholic.net/nuestrosancianos

Dios los bendiga a todos.
Autor: Catholic.net

La Transfiguración cambia la vida

Los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará.
El hecho de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor tiene en los Evangelios una importancia muy grande. Como la tiene después para la vida de la Iglesia, que le consagra hoy una fiesta especial, la cual reafirma nuestra esperanza en el Señor Resucitado, pues sabemos que, cuando se nos manifieste, transformará nuestros cuerpos mortales, eliminando de ellos todas las miserias, y configurándolos con su cuerpo glorioso e inmortal...

Lo que pasó en el Tabor lo sabemos muy de memoria.
Jesús, al atardecer de aquel día, deja a los apóstoles en la explanada galilea y, tomando a los tres más íntimos --Pedro, Santiago y Juan--, se sube a la cima de la hermosa montaña.
Pasa el Señor la noche en oración altísima, dialogando efusivamente con Dios su Padre, mientras que los tres discípulos se la pasan felices rendidos al profundo sueño...

Al amanecer y espabilar sus ojos los discípulos, quedan pasmados ante el Maestro, que aparece mucho más resplandeciente que el sol...

Se le han presentado Moisés y Elías, que le hablan de su próxima pasión y muerte...

Se oyen los disparates simpáticos de Pedro, que quiere construir tres tiendas de campaña y quedarse allí para siempre...

El Padre deja oír su voz, que resuena por la montaña y se esparce por todos los cielos: -¡Éste es mi Hijo queridísimo!...

Y la palabra tranquilizante de Jesús, cuando ha desaparecido todo: -¡Animo! ¡No tengáis miedo! Y no digáis nada de esto hasta que yo haya resucitado de entre los muertos...

Pedro recordará muchos años después en su segunda carta a las Iglesias:
- Si os hemos dado a conocer la venida poderosa de nuestro Señor Jesucristo, no ha sido siguiendo cuentos fantasiosos, sino porque fuimos testigos de vista de su majestad. Cuando recibió de Dios Padre honor y gloria, y de aquella magnifica gloria salió la poderosa voz: ¡Éste es mi Hijo amadísimo en quien tengo todas mis delicias! Y fuimos nosotros quienes oímos esta voz cuando estábamos con él en la montaña santa.

Este hecho del Tabor tuvo muchas repercusiones en la vida de Jesús y de los apóstoles.

Sí, en la de Jesús ante todo. Porque Jesús no era insensible al dolor que se le echaba encima con la pasión y la cruz. La vista de la gloria que le reservaba el Padre por su obediencia filial fue para Jesús un estímulo muy grande al tener que enfrentarse con la tragedia del Calvario.

Para los apóstoles, ya lo sabemos también. Acabamos de escuchar a Pedro. Y sabemos cómo la visión del Resucitado ante las puertas de Damasco fue para Pablo una experiencia extraordinaria, que supo transmitir después en sus cartas a las Iglesias: -¡Nuestro cuerpo, ahora sujeto a tantas miserias, será transformado conforme al cuerpo glorioso del Señor!...

Así lo es también para nosotros. Porque la vida no se nos ofrece siempre risueña, sino que muchas veces nos presenta unas uñas bien aceradas.

En esos momentos de angustia, recordamos con la visión del Tabor la palabra del apóstol San Pablo:
- Comprendo que los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará.

Cuando todo nos va bien en la vida, solemos decir con Pedro --del que dice el Evangelio que no sabía lo que se decía--: ¡Qué bien se está aquí!...

Pero es cuestión de dejar el Tabor para después. Ahora hay que subir a Jerusalén con Jesús. Es decir, hay que cargar con la cruz de cada día, porque en el Calvario nos hemos de encontrar con el Señor, para encontrarnos seguidamente con Él en el sepulcro vacío...

La Transfiguración fue un paréntesis muy breve, aunque muy intenso, en la vida de Jesús. Detrás quedaban casi tres años de apostolado muy activo, en los que había predicado y hecho muchos milagros. Ahora había que enfrentarse con Getsemaní, la prisión, los tribunales, los azotes y el Gólgota. Pero la experiencia del Tabor le anima a seguir adelante sin decaer un momento.

Para nosotros, es cuestión de mirar a nuestro Jefe y Capitán, Cristo Jesús.

Hay que tener fe en Dios, cuando nos brinda la misma gloria que a Jesucristo.

Porque si Dios nos ofrece el mismo cáliz que a su Hijo, es decir, la misma suerte en sus sufrimientos, es porque nos tiene destinados también a la misma gloria y felicidad que las de Jesucristo.

Jesús se manifiesta en el Tabor, más que en ninguna otra ocasión, como el esplendor de la gloria del Padre. Nadie ha visto la gloria interna de Dios. Pero mirando a Jesús envuelto en una luz que opaca y anula del todo la luz del sol, nosotros llegamos a barruntar lo que es ese Dios que un día veremos cara a cara y que nos envolverá con sus esplendores. Esplendores que son ya ahora una realidad que llevamos dentro, aunque no los vemos. La Gracia del Bautismo nos ha transformado en esa luz que nos hace gratos, ¡y tan gratos!, a los ojos divinos...

¡Señor Jesucristo! ¡Qué grande, qué amoroso, y qué humilde, te muestras en el Tabor! ¿Cuándo, pero cuándo nos será dado gozar de aquel espectáculo que enloqueció a los discípulos?...

Ya vemos que nos preparas cosa buena de verdad. El caso es que sepamos merecerla....
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.

viernes, 5 de agosto de 2011

El dolor es un reloj

La explicación del dolor, el porqué de la enfermedad, la incógnita del sufrimiento es una: el amor.

El dolor es un reloj. Es algo lleno de ingenio que sirve para partir el tiempo en una enormidad de trozos pequeños, muy pequeños. Es algo realmente útil, porque con sus dos agujas divide las horas de alegría y las de abatimiento. El dolor puede ser muy perjudicial, si no se vive bien. El dolor es mágico, porque una hora puede transformarse en sesenta minutos de aflicción o en segundos de dicha.

Examinemos algunos relojes que han dado la hora correctamente. Algunos, al inicio, se retrasaron. Pero después han funcionado con la fidelidad del cuarzo. No podría valorar el precio de estos quilates...

Recuerdo el testimonio del doctor Vallejo-Nágera. Le habían diagnosticado una úlcera de duodeno. Le hicieron volver todos los lunes. Después de una revisión más profunda, le dijeron:-Tienes un cáncer de la cabeza del páncreas-.
-¿Es operable?
-Por la metástasis en el hígado no lo juzgamos conveniente.
-¿Y quimioterapia?
-Lo hemos consultado y no hay ninguna adecuada.
¿Entonces?
-Esto puede durar unos meses... Podrás llevar una vida de cierta actividad en este tiempo.

Días después mandaron el expediente a Houston, para mayor tranquilidad. No había nada que hacer. Juan Antonio continúo su vida normal, pero en otra dimensión. Hacía menos cosas, pero mejor, con más gravedad.

Un periodista y amigo suyo recogió el siguiente testimonio: “Religiosamente estaba un poco descuidado. Tenía una buena formación, pero con una práctica moderada. Y, sin embargo, sin ningún mérito por mi parte. Al oír eso del cáncer me vino instantáneamente una gran serenidad y pensé: Dios mío, muchas gracias, me has mantenido hasta los sesenta y tres años con una vida sumamente agradable; he tenido ocasión de situar a mis hijos; ya está casada la menor; no me queda nada importante en la vida por resolver y has hecho el favor de avisarme”.

Otro reloj. Es el caso de “Lolo”. ¿Quién sabe si en unos años no lo invocaremos como San Lolo Garrido? Su historia es muy luminosa. A los 22 años, recién terminados sus estudios de magisterio, una enfermedad comenzó a paralizar su cuerpo. Sus días transcurrían en una silla de ruedas. Le entró una fiebre literaria: leía libros y devoraba artículos. Escribió. Cuando se le paralizó la mano derecha, aprendió a escribir con la izquierda. Al perder incluso la sensibilidad en ésta, pidió que la amarraran una pluma a su mano insensible con una cuerdita. Quería seguir escribiendo. Lolo no perdía el buen humor: “Señor, ahí tienes mi pila de revistas. Y si no te valen, que los ángeles las vendan como papel de envolver”.

Luego la enfermedad le llegó a los ojos. Al quedar ciego, grababa sus libros. En los últimos 10 años de su vida publicó nueve libros. Su testimonio constituye un canto a la dignidad del dolor y del sufrimiento. Estoy seguro que estas palabras le acompañaron en la cabecera de su lecho de dolor e iluminaban más su alma que las miradas de los visitantes. Estas frases bien valen un marco o una estatua: “¡Señor, líbrame de esta tentación de apreciar el tiempo de la enfermedad como un período estéril y sin valor! Una vida de enfermo no es una vida fracasada. Aceptar mi enfermedad, ofreceros alegremente mi sufrimiento, esto no demanda más que un momento”.

La silla de ruedas, la cama. El misterio de encontrarse con uno mismo. El dolor, la enfermedad valen no tanto por lo que quitan, sino por lo que dan.

El dolor es un misterio, como la misma vida de las personas. Nunca lograremos explicarnos totalmente a nosotros mismos, nunca nos comprenderemos. La explicación del dolor, el porqué de la enfermedad, la incógnita del sufrimiento no es una respuesta abstracta. Yo sólo encuentro una: el amor.

No cabe duda de que la enfermedad y el sufrimiento siguen siendo un límite y una prueba para la mente humana, algo así como un tapón para el corazón. Sin embargo, quienes lo han vivido han aumentado su estatura humana.

Todos sufrimos y de muy diversas maneras. La enfermedad y las dolencias se compran en cualquier rincón de nuestro mundo. Uno sufrirá un infarto, otro un cáncer. A alguna la nostalgia y el desaliento le enredarán entre sus telarañas. Los que sigamos, nos haremos viejos. Nos dolerá la espalda, perderemos la memoria... Pero la paz y la vida están seguros. Un Hombre ha roto la piedra del sepulcro y ha dado sentido a la vida. Desde ese momento se han sincronizado todos los “relojes”.
Autor: Marcelino de Andrés y Juan Pablo Ledesma.

jueves, 4 de agosto de 2011

Con María y José, en la Elevación

Sé que no soy digna, Señor, de que entres en mi casa, pero una sola palabra Tuya bastara para sanarme.

El sacerdote, durante la Misa, alza sus manos sosteniendo en alto a Jesús Eucaristía.

Es la Elevación

Y mi corazón te contempla a su derecha, María Santísima, sosteniendo amorosamente su brazo, en tanto que San José se halla a su izquierda.

Ambos, con infinita delicadeza y suave firmeza, ayudan al sacerdote al sostener al Niño...

- ¿Al Niño, Madre?

- Si hija mía- respondes a mi alma sin soltar tu preciosa carga- el Niño...

José no aparta la mirada de las manos del sacerdote. Ambos son perfectos custodios del Hijo amado.

- Dime, Madre, pues no comprendo ¿Por qué Tu y José ayudan al sacerdote a sostener la Hostia?

Tu manto con piedritas bordadas se ilumina de repente:

- ¿Sabes hija? En cada Elevación vuelven a mi alma aquellos recuerdos de Belén, cuando José y yo tomábamos al pequeño Jesús en brazos. Le alzábamos alto y le contemplábamos... con infinito amor, con serena admiración. Por eso es que, José y yo, nos acercamos al sacerdote en cada Elevación, para volver a abrazar a Jesús.

Las manos consagradas del sacerdote sostienen delicadamente al Niño.

Si, un Divino Niño que parece pan, pero los ojos de mi alma ven más allá de su apariencia. Esas manos consagradas sostienen a Jesús con la misma delicadeza que José y María lo hacían en los días de Belén.

Las manos santas y las consagradas se han unido, se han mezclado, prodigando al pequeño, las mas suaves caricias.

Y mi alma te entrega la pregunta.

- ¿Belén? ¿Belén en la Elevación, Señora mía?

- Si hija, Belén, José y yo alzando al Niño

Y la Parroquia se transporta toda a la cueva de Belén

Tu, Madre junto a tu esposo, toman delicadamente a Jesús bebe y lo van elevando para que lo vean los pastores. Luego dejan al Niño en manos del sacerdote, quien pronuncia la magnífica invitación:

“Dichosos los invitados a la Cena del Señor”

Y sé que no soy digna, Señor, de que entres en mi casa, pero una sola palabra Tuya bastara para sanarme.

Es tiempo de comunión. Es tiempo de abrazo.

Sales majestuosamente del humilde copón y vas nombrándonos, a todos, uno a uno.

Y eres Niño, y eres Hombre... y eres mi Dios...

Te entregas en un abrazo perfecto, único, irrepetible.

Así, entre parroquianos y pastores, te llegas a mi alma.

Vuelvo lentamente al banco de la parroquia y te suplico, Señora mía:

- Sostenlo, Madre, sostenlo en mi corazón con esa delicadeza que solo Tus manos tienen. Sostenlo y dile que le amo. Tus palabras llegan a Su Corazón más puras que las mías...

Maestra del alma, gracias.... Gracias por hacerme conocer este pequeño gran secreto de amor. Gracias por ayudar a cada sacerdote a sostener al Niño.

Ahora viviré plenamente cada Elevación, porque tu generoso Corazón descorrió, para mí, un poquito, el velo que cubre el más profundo de los misterios: La Eucaristía.

Niño de brazos tiernos y perfume de pan. Pan que llega a mi alma con el acompasado latido del Sagrado Corazón de Jesús.

Amiga mía, amigo mío que lees este pequeño relato de amor. Espero que tu alma se inunde de gozo al contemplar, en cada Misa, este sencillo pero profundo gesto. La Elevación. Aunque tus ojos vean solo las manos del sacerdote, tu corazón sabrá, que otras Manos sostienen tan preciosa carga, desde la eternidad.
Autor: María Susana Ratero

miércoles, 3 de agosto de 2011

El secreto de confesión

Hay casos en los que una parte de la confesión puede ser revelada a otros, pero siempre con el permiso del penitente y sin descubrir la identidad del mismo
La confesión es, desde hace siglos, uno de los rasgos característicos de la Iglesia Católica y de alguna de las Iglesias Ortodoxas; los otros credos cristianos la practican de modo muy diferente del modo establecido por Roma. Con el pasar de los siglos ha sido considerada como un instrumento formidable: tanto para la salvación de las almas como para el «control de las conciencias» (según los críticos). Benedicto XVI en uno de sus libros autobiográficos se refiere a ella como un instrumento de justicia social; en su país se arrodillaban todos, pobres y peces gordos, para contarle a la persona que estaba detrás de la rejilla sus malas acciones; y los pobres se consolaban viendo a los que tenían una posición más favorable arrodillándose en el mismo lugar que ellos.

En nuestros días la confesión y, sobre todo, el sigilo sacramental que impone el secreto total por parte del sacerdote, están siendo atacados. En Irlanda se quiere hacer una propuesta de ley que obligue a los sacerdotes a que rompan el secreto de confesión si alguien confiesa un delito de pedofilia. En Australia, el gobierno federal fue invitado a seguir el ejemplo de la isla que se encuentra al otro lado del mundo, para obligar a los sacerdotes a denunciar a los que confiesen un pecado sexual contra menores. La iniciativa parte del senador independiente Nick Xenophon. «No hay dudas sobre lo que hay que hacer cuando nos toca elegir entre la inocencia de un niño o la preservación de una práctica religiosa», ha declarado. «¿Por qué habría que absolver de sus pecados a una persona, incluso cuando se trata de abusos sexuales contra niños, con una palmadita en la espalda?»

Naturalmente la posición del Vaticano es completamente diferente. El artículo 983 del Código de Derecho Canónico advierte que el sigilo sacramental es inviolable; por lo tanto está terminantemente prohibido que el confesor denuncie al penitente, ni siquiera en parte, por ningún motivo. La violación no está permitida tampoco en caso de amenaza de muerte al confesor u otras personas. Para proteger el secreto algunos moralistas, como Tomás Sánchez (1550-1610), consideran moralmente legítima también la reserva mental, una forma de engaño en la que no es necesaria la pronunciación explícita de una falsedad. «El confesor que viola directamente el sigilo sacramental, incurre en excomunión latae sententiae reservada a la Sede Apostólica; quien lo viola sólo indirectamente, ha de ser castigado en proporción con la gravedad del delito; si violan el secreto, deben ser castigados con una pena justa, sin excluir la excomunión» (“Código de Derecho Canónico”, 1388, §1,2). Esto implica que se le prohibirá celebrar el sacramento y además un largo periodo de penitencia, por ejemplo en un monasterio.

¿Y si el penitente se presenta a confesar su responsabilidad en un acto criminal? En este caso la experiencia enseña que el sacerdote pueda ponerle como condición indispensable para la absolución que se presente ante las autoridades para autodenunciarse. Pero no puede hacer otra cosa, y sobre todo no puede informar personalmente a las autoridades, ni siquiera indirectamente.

Hay casos en los que una parte de la confesión puede ser revelada a otros, pero siempre con el permiso del penitente y sin descubrir la identidad del mismo. Esto sucede, por ejemplo, con algunos pecados que no pueden ser perdonados sin la autorización del Obispo o del Papa. En dichos casos, el confesor pide al penitente la autorización para escribir una solicitud al Obispo o a la Penitenciaría Apostólica (un cardenal delegado por el Papa para estos asuntos), utilizando seudónimos y comunicando sólo los detalles indispensables. La solicitud es sigilada y enviada a la Penitenciaría por medio del Nuncio Apostólico (el embajador del Papa en el país en cuestión); así la transferencia se sirve de la protección que se asegura a la correspondencia diplomática.

Por lo tanto no hay que sorprenderse si la respuesta a las propuestas irlandesa y australiana es seca y clara. Graham Greene en su libro "El poder y la gloria" traza el perfil de un sacerdote indigno, el "sacerdote esponja" en el México de las persecuciones anticatólicas, que conscientemente se arriesga a caer en una trampa que lo conducirá a la muerte por ir a confesar a un moribundo. Ficción, cierto, pero como todos los mitos, si no ha sucedido nunca, es algo que sucede siempre. El secretario de la Conferencia Episcopal Australiana, el Padre Brian Lucas, ha tratado de manera glacial la propuesta presentada por el senador: «Su proposición no protege a los niños y choca frontalmente con el derecho fundamental de la gente a practicar su religión», ha declarado. «Ningún sacerdote católico traicionaría nunca la confesión. Hay sacerdotes que han preferido morir antes que hacerlo». Monseñor Pierre Pican, obispo de Bayeux, en septiembre de 2001 fue condenado a tres meses de cárcel por no haber denunciado ante la magistratura a un sacerdote de su diócesis, acusado de pedofilia, invocando el secreto profesional. Monseñor Pican le había impuesto después de la revelación un periodo de cura en una institución especializada. Por su defensa del secreto había recibido una carta de felicitación del cardenal Castrillón Hoyos, cumpliendo el mandato de Juan Pablo II.

Pero en realidad, las propuestas irlandesa y australiana, impulsadas por el ímpetu de la emoción, además de representar un precedente extraordinario (ni siquiera en la Francia de la Revolución, que de seguro no fue amable con los sacerdotes católicos, se pensó en un ley parecida) serían simplemente inútiles. Porque no llevarían ni siquiera a una incriminación y harían menos libre al país. Quizás existe la posibilidad de que alguno, responsable de un crimen (y no sólo de pedofilia) pueda ser convencido o empujado por el sacerdote que se encuentra al otro lado de la rejilla a actuar de la forma más justa. Pero seguramente nadie iría a confesar su crimen, si supiera que haciéndolo sería denunciado. Además sería necesario que el confesor conociera el nombre, el apellido y la dirección del penitente. Algo que, en la mayor parte de los casos no sucede. Sin embargo, se han dado casos en los que las palabras pronunciadas por el sacerdote del confesionario han llevado a los criminales al arrepentimiento. Un resultado que seguramente las propuestas de ley, irlandesa o australiana, no podrían alcanzar.
Autor: Marco Tosatti

Dios es un niño grande

Nos cuesta mucho sonreír, hemos perdido la capacidad de maravillarnos por cosas pequeñas, de gozar cada momento presente.
Una madre, para dar ánimo a su hijo, lo llevó a un concierto de Paderewski. El hijo entró en el escenario y empezó a tocar el piano. Cuando las cortinas se abrieron, el niño estaba interpretando las notas de “Mambrú se fue a la guerra”. En aquel momento, el maestro hizo su entrada, fue al piano y susurró al oído del niño: “No pares, continúa tocando”. Entonces Paderewski extendió su mano izquierda y empezó a llenar la parte del bajo. Luego, puso su mano derecha alrededor del niño y agregó un bello arreglo de la melodía. Fue una experiencia creativa. El público estaba entusiasmado.

Dios es el gran maestro que nos enseña y nos dirige con sus manos divinas. Con su presencia inunda de vida toda nuestra existencia. “El Señor exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, danza por ti con gritos de júbilo como en los días de fiesta” (So 3,17-18).

Dios es alegre y joven. La Escritura nos habla así de Dios: crea la vida “entre el clamor de las estrellas del alba” (Jb 38,7), la hizo con sabiduría (Pr 8,30). Dios disfruta y no sólo en su intimidad; salta de satisfacción al ver a los suyos, a su amado pueblo: “Me regocijaré en mi pueblo” (Is 65,18).

A nosotros, los adultos, nos cuesta mucho sonreír. Las preocupaciones nos arrancan el gozo de poder disfrutar. Necesitamos hacernos como niños para entrar en el reino de los cielos (Mt 18,3), para gozar cada momento presente, para deleitarnos con todo lo bello de la vida, como si lo contempláramos por primera vez.

El adulto ha perdido la capacidad de maravillarse, de asombrase por los grandes y pequeños acontecimientos. El adulto ha aprendido a pensar y actuar de una forma autómata y rígida. Y ha aprendido también a preocuparse de los negocios, de lo que los demás pensarán y dirán de él. Se reciben aplausos si se actúa de acuerdo a las expectativas de los otros.

El adulto funciona a base de normas. Se hace serio y competitivo. Ha cifrado su importancia en el trabajo duro, en la ocupación, en tener cosas... Éstas son sus metas, aunque para ello tenga que dejar de sonreír, vivir amargado y, a veces, hasta enfermar.

Según el pasaje evangélico de Mc 10,13-16, los discípulos actúan como “el adulto” y no permiten que los niños, la alegría personificada, se acerquen a Jesús. Sin embargo, él, que era libre, acogía a los niños y destacaba su forma de actuar.

El adulto que redescubre el niño interior aprende “lo que ha de tomarse en serio para reírse de lo demás” (Herman Hesse). Esto crea una armonía profunda de espíritu y de unidad con el Creador.

Descubrir el niño interior que llevamos dentro nos puede ayudar mucho a despertar a la vida, a contemplar con sorpresa las maravillas que nos topamos cada día, a valorar más el ser que el hacer. Necesitarnos volver a la niñez para darnos mayor cuenta de todo, para vivir sin prisas, para invertir tiempo en el descanso y el juego. Quizá debamos orar con las manos juntas y los ojos cerrados como los niños, pidiendo al Amigo que nos enseñe a disfrutar con lo que tenemos; que nos haga más plenamente conscientes de lo que vemos, tocamos, gustamos y olemos; que nos dé ojos para descubrir los grandes tesoros diarios y vivir en alegría y gratitud; que nos dé el coraje de ser nosotros mismos para no dejarnos llevar por una vida de normas ni por el qué dirán; que nos devuelva el alma de niño para disfrutar de todo y con todo.

Acercarnos a los niños nos puede ayudar a ser como ellos: tener sus ojos, pensar como ellos, sonreír y disfrutar la vida como ellos.
Autor: P. Eusebio Gómez Navarro OCD

martes, 2 de agosto de 2011

Dios es el protagonista en la oración

Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. No pocas veces sentimos la tentación de pensar que Dios no nos oye o que no nos responde.

La oración puede cambiar vuestra vida. Ya que aparta vuestra atención de vosotros mismos y dirige vuestra mente y vuestro corazón hacia el Señor. Si nos miramos solamente a nosotros mismos, con nuestras limitaciones y nuestros pecados, tomará cuerpo en nosotros con suma rapidez la tristeza y el desconsuelo. Pero si tenemos nuestros ojos fijos en el Señor, entonces nuestro corazón se llenará de esperanza, nuestra mente se iluminará por la luz de la verdad, y llegaremos a conocer la plenitud del Evangelio con todas sus promesas y su vida.

- ¿Qué es la oración? Comúnmente se considera una conversación. En una conversación hay siempre un «yo» y un «tú». En este caso un Tú con mayúscula. La experiencia de la oración enseña que si inicialmente el «yo» parece el elemento más importante, uno se da cuenta luego de que en realidad las cosas son de otro modo. Más importante es el Tú, porque nuestra oración parte de la iniciativa de Dios.

- ¿Cómo reza el Papa? Os respondo: como todo cristiano: habla y escucha. A veces, reza sin palabras, y es entonces cuando más escucha. Lo más importante es precisamente lo que «oye». Trata también de unir la oración a sus obligaciones, a sus actividades, a su trabajo, y unir su trabajo a la oración.

- Orar no significa sólo que podemos decir a Dios todo lo que nos agobia. Orar significa también callar y escuchar lo que Dios nos quiere decir.

- La oración debe abrazar todo lo que forma parte de nuestra vida.
No puede ser algo suplementario o marginal. Todo debe encontrar en ella su propia voz. También todo lo que nos oprime; de lo que nos avergonzamos; lo que por su naturaleza nos separa de Dios. Precisamente esto, sobre todo. La oración es la que siempre, primera y esencialmente, derriba la barrera que el pecado y el mal pueden haber levantado entre nosotros y Dios.

- Debemos orar también porque somos frágiles. Es preciso reconocer humildemente y en forma realista que somos pobres criaturas, con ideas confusas, tentadas por el mal, frágiles y débiles, con necesidad contínua de fuerza interior y de consuelo.

- La oración es el reconocimiento de nuestros limites y de nuestra dependencia: venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a Dios. Por lo tanto, no podemos menos que abandonarnos en Él, nuestro Creador y Señor, con plena y total confianza.

- Si tratáis a Cristo, oiréis también vosotros en lo más íntimo del alma los requerimientos del Señor, sus insinuaciones continuas.

- En la oración, pues, el verdadero protagonista es Dios. El protagonista es Cristo, que constantemente libera la criatura de la esclavitud de la corrupción y la conduce hacia la libertad, para gloria de los hijos de Dios. Protagonista es el Espíritu Santo, que «viene en ayuda de nuestra debilidad».

- Procurad hacer un poco de silencio también vosotros en vuestra vida para poder pensar, reflexionar y orar con mayor fervor y hacer propósitos con más decisión. Hoy resulta difícil crearse «zonas de desierto y silencio» porque estamos continuamente envueltos en el engranaje de las ocupaciones, en el fragor de los acontecimientos y en el reclamo de los medios de comunicación, de modo que la paz interior corre peligro y encuentran obstáculos los pensamientos elevados que deben cualificar la existencia del hombre.

- Dios nos oye y nos responde siempre, pero desde la perspectiva de un amor más grande y de un conocimiento más profundo que el nuestro. Cuando parece que Él no satisface nuestros deseos concediéndonos lo que pedimos, por noble y generosa que nuestra petición nos parezca, en realidad Dios está purificando nuestros deseos en razón de un bien mayor que con frecuencia sobrepasa nuestra comprensión en esta vida. El desafío es «abrir nuestro corazón» alabando su Nombre, buscando su Reino, aceptando su Voluntad.

-Cuando recéis debéis ser conscientes de que la oración no significa sólo pedir algo a Dios o buscar una ayuda particular, aunque ciertamente la oración de petición sea un modo auténtico de oración. La oración, sin embargo, debe caracterizarse también por la adoración y la escucha atenta, pidiendo perdón a Dios e implorando la remisión de los pecados.

- La oración debe ir antes que todo: quien no lo entienda así, quien no lo practique, no puede excusarse de la falta de tiempo: lo que le falta es amor.

- No pocas veces acaso podemos sentir la tentación de pensar que Dios no nos oye o que no nos responde. Pero, como sabiamente nos recuerda san Agustín, Dios conoce nuestros deseos incluso antes de que se los manifestemos. Él afirma que la oración es para nuestro provecho, pues al orar «ponemos por obra» nuestros deseos, de tal manera que podemos obtener lo que ya Dios está dispuesto a concedernos. Es para nosotros una oportunidad para «abrir nuestro corazón».

- Para orar hay que procurar en nosotros un profundo silencio interior. La oración es verdadera si no nos buscamos a nosotros mismos en la oración, sino sólo al Señor. Hay que identificarse con la Voluntad de Dios, teniendo el espíritu despojado, dispuesto a una total entrega a Dios. Entonces nos daremos cuenta de que toda nuestra oración converge, por su propia naturaleza, hacia la oración que Jesús nos enseñó y que se convierte en su única plegaria en Getsemaní: «No se haga mi voluntad, sino la tuya.»

- La oración puede definirse de muchas maneras. Pero lo más frecuente es llamarla un coloquio, una conversación, un entretenerse con Dios. Al conversar con alguien, no solamente hablamos sino que además escuchamos. La oración, por tanto, es también una escucha. Consiste en ponerse a escuchar la voz interior de la gracia. A escuchar la llamada.

- El hombre no puede vivir sin orar, lo mismo que no puede vivir sin respirar.

- A través de la oración, Dios se revela en primer lugar como Misericordia, es decir, como Amor que va al encuentro del hombre que sufre. Amor que sostiene, que levanta, que invita a la confianza.

- La intervención humanitaria más poderosa sigue siendo siempre la oración, pues constituye un enorme poder espiritual, sobre todo cuando va acompañada por el sacrificio y el sufrimiento.

- La oración es también una arma para los débiles y para cuantos sufren alguna injusticia. Es el arma de la lucha espiritual que la Iglesia libra en el mundo, pues no dispone de otras armas.

- San Pablo, orando en medio de las dificultades de la vida, oyó estas palabras del Señor: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad.» La oración es la primera y fundamental condición de la colaboración con la gracia de Dios. Es menester orar para obtener la gracia de Dios y se necesita orar para poder cooperar con la gracia de Dios.
Autor: SS Juan Pablo II

lunes, 1 de agosto de 2011

NUNCA TE DETENGAS

Al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años
Abraham Lincoln.
NUNCA TE DETENGAS (MADRE TERESA DE CALCUTA)

Testigos luminosos del Maestro

Gracias a ellos, sigue vivo el fermento bueno en el mundo, pervive la presencia de la gracia entre los hombres.
Los grupos, las sociedades, los pueblos, pueden corromperse y pueden regenerarse.

La corrupción llega, en ocasiones, poco a poco, desde cosas pequeñas. Luego pasa a lo grande: matrimonios rotos, adolescentes descarriados, jóvenes sin ilusiones y esclavizados por las drogas, adultos prisioneros por la avaricia y por el afán desmedido de un bienestar insolidario.

Hay pueblos y naciones que han dado las espaldas al Evangelio. Llegan a vivir una “apostasía silenciosa”, como recordaba el beato Juan Pablo II. Aceptan los criterios del mundo. Se someten al señor de las tinieblas y se alejan de la luz (cf. Ef 4,18). Por eso buscan la oscuridad, intentan que sus obras no queden al descubierto. Olvidan que nada puede esconderse a la mirada de Dios: “No se le ocultan sus iniquidades, todos sus pecados están ante el Señor” (Si 17,20).

En la historia humana, sin embargo, hay personas y núcleos que resisten al contagio del mal. No lo hacen con un extraño deseo de distinguirse, de ser diferentes. Quieren, simplemente, conservar un tesoro inmenso, magnífico, que les llega de Dios y les lleva a Dios.

Estas personas buscan ser auténticos creyentes. Leen y viven el Evangelio. Participan con fe profunda en la Eucaristía. Recurren al gran regalo de la misericordia en la confesión. Intentan, respetuosamente, tender la mano a quienes les piden razones de su esperanza. Prefieren sufrir por hacer el bien que por hacer el mal (cf. 1Pe 3,14-17). Perdonan, aman, ayudan incluso a sus enemigos.

Son hombres y mujeres que brillan, porque reciben la luz de Cristo. Abandonaron un día las tinieblas y acogieron una vida que viene de lo alto. Son capaces de regenerar el mundo que les rodea.

Sus nombres pueden quedan ocultos, incluso ridiculizados, en aquellos ambientes en los que domina el odio hacia lo que viene de Cristo. Pero esos nombres están escritos en el cielo (cf. Lc 10,20).

Gracias a ellos, sigue vivo el fermento bueno en el mundo, pervive la presencia de la gracia entre los hombres.

Dios ofrece, desde la vida de esos testigos, una señal de esperanza, sobre todo para quienes han sido atrapados por las fuerzas oscuras del mal.

Para Él todo es posible. Desde Su Amor, y con ayuda de testigos luminosos del Maestro, hasta el más miserable puede dejar el pecado para introducirse en el mundo maravilloso de la gracia.
Autor: P. Fernando Pascual LC