"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

domingo, 31 de enero de 2016

No quieras matar a Dios



Hay quienes se alejan de Dios por contradicciones de la vida a las que no saben sobreponerse

¿Quieren saber ustedes cómo se portan algunos hombres con Dios?... Se lo voy a responder después de narrarles un cuento algo divertido de hace ya muchos siglos..

El cuento nos dice que un guerrero de la antigüedad pagana, adorador del Sol como su dios, se subió a una alta montaña durante la noche callada, sin más testigo que las estrellas. El general había sido vencido en la batalla, pudo escapar de la muerte por las justas, y ahora ascendía a la altura para vengarse de su dios el Sol. Iba vestido de militar y con todas las armas dispuestas para el ataque. A los campesinos de la comarca les había advertido:

Mañana no se levanten ni salgan a trabajar, porque no van a tener luz y va a hacer mucho frío.

Los labradores le preguntaban ansiosos:

¿Por qué? Pues, ¿qué va a ocurrir?

Y el general se lo explicaba claro:

Porque yo le voy a prohibir al Sol que se alce sobre el horizonte. Si lo hace, se va a acordar. Vale más que no lo intente. Mis saetas son poderosas para llegar hasta él y clavarse en su corazón.

Los campesinos, que no habían ido a la escuela, pero que no eran tontos, se apostaron al pie de la montaña para observar. Todos se reían, pero algunos tenían miedo, porque la venganza del general, al sentir un nuevo fracaso --ahora en su lucha con el dios Sol, al que ellos también adoraban-- podría volverse contra el pueblo y, al no haber podido contra su dios, se volvería contra ellos y los mataría a filo de espada. Pasaron todos la noche al raso: el guerrero en la cima; los demás, ocultos a prudente distancia, observando todos los movimientos de aquel loco.

Eran ya las cinco de la mañana y empezaba a verse en la lejanía del Oriente la primera luz. El general, se dispone para la lucha con todos sus arreos militares. Con la mano izquierda sostiene el arco, tiene en la derecha la saeta más larga y más aguda, y la aljaba está llena con buena provisión de flechas. Cuando ya la luz aumentaba demasiado y se adivinaba la presencia del Sol, comienza a gritar con voz imperiosa:

¡Sol, detente! ¡No te presentes más aquí! Como te asomes, te clavo la primera saeta en la frente. Si avanzas, las demás saetas se te van a clavar en el corazón.

Los campesinos, escondidos, seguían riendo y temiendo a la vez.

¡A ver, a ver en qué para todo esto!...

El sol, sin hacer ningún caso al general, empezó a alzar la cabeza. La primera flecha del guerrero subió alta, muy alta, pero el Sol seguía sin hacer ningún caso y continuó ascendiendo cada vez más, mientras el guerrero enloquecido gritaba como un energúmeno:

¡Detente, que, si no, las últimas te las clavo en el corazón!...

Agotadas todas las flechas de la aljaba, y sin que el Sol se hubiera doblegado, el general, despechado, saca el puñal y se lo clava en su propio pecho, ya que no ha podido clavar sus flechas en el de su dios. Pero antes, se despide de todo lanzando el último rugido contra su enemigo el dios Sol.
¡Has vencido! Eres un dios y yo no puedo contra ti. De lo contrario, ahora estarías muerto sin remedio...

Los campesinos, que habían visto y oído todo, se acercaron tranquilos al lugar donde yacía el cadáver. Ya no podía el general vengarse en ellos, los adoradores del Sol. Ni quisieron enterrar al loco aquel, y se decían:

No vale la pena. Como hay en la región muchos cuervos, les regalamos el muerto para que celebren un banquete bien contentos...


Debo decirles a ustedes que, cuando leí este cuento --un poco largo, pero he preferido narrarlo entero-- vi en él retratados a perfección a los que se enfrentan de mil maneras con Dios. Y me pregunté:

¿Qué hacemos los creyentes? ¿Reírnos? ¿Temer su venganza? ¿Despreciarlos?...

Nosotros pensamos que es mejor compadecerlos, y hacer algo por que usen la sensatez para que se salven, antes de que se suiciden y se pierdan sin remedio, ya que el suicidio del alma es mil veces peor que el ejecutado con una pistola...

En el general del cuento, radicaba todo en que no le salieron bien las cosas durante una batalla, y la culpa se la echaba a su dios el Sol. Entre nosotros, hay quienes se alejan de Dios por contradicciones de la vida a las que no saben sobreponerse, y achacan la responsabilidad a Dios. Y si Dios no me ayuda --se dicen--, ¿Dios para qué?...
Es más frecuente el desinterés de Dios, el de aquellos que se dicen:

Si no necesito a Dios, ¿por qué ha de haber encima de mí un Dios que me manda, que me vigila, que me estorba?...

Nosotros, creyentes sinceros por la gracia de Dios, preferimos vivir y morir pendientes de su mano divina, y le decimos:

¡Señor, Tú eres el sol que nos alumbras el camino! Que nunca nos falte tu luz...
¡Señor, Tú nos quieres tanto! Que vivamos siempre pendientes de tu Providencia amorosa...
¡Señor, Tú eres el Padre que nos esperas a tu lado! Que alcancemos la felicidad en que soñamos...
Y a los que no creen en ti y te dejan de lado, a los que te creen enemigo suyo, muéstrales la salvación que les mandaste con tu Hijo Jesús
...

Por: Pedro García, Misionero Claretiano

sábado, 30 de enero de 2016

Cuando arrecia la tormenta



Mi Señor, cuando más arrecia la tormenta, más feliz me siento de ser capaz de confiar en Tu Presencia, en Tu cuidado.

Estaba tan tranquilo mi Señor, que pensaba que ya nada malo me podía volver a ocurrir. Tenía una alegría sincera, y no era la felicidad de tener todo bajo control, sino la extraña sensación de haber sido capaz de llegar a un puerto seguro. Como un barco que logra lanzar el ancla en una bahía abrigada de los vientos del mar abierto, para poder poner el pie en tierra y buscar el calor de una casa acompañada de buena comida y amigos. Amigos que me hagan sentir seguro, amado y esperado.
Y de repente, mi Señor, la tormenta se echó sobre mí con toda su fuerza, una vez más. Imprevistamente me encontré en mar abierto, arrancado del calor del hogar para sentir nuevamente la confusión de haber perdido la seguridad, la paz, el cobijante calor del hogar. No quiero pasar por esto, no estoy preparado, porque la herida que sufrí la vez anterior todavía no ha sanado, aun me duele y ya estoy nuevamente expuesto a una nueva herida, quizás peor que las anteriores.
La tormenta arrecia, por fuera y dentro mío también, aquí mismo. Los golpes se suceden uno tras otro, es difícil de explicar lo difícil que es sentir que me has abandonado Señor. A pesar de que te he visto a mi lado tantas veces, ahora estas tan lejos que ni siquiera tengo certeza de que pueda volverte a oír, y hasta me asaltan dudas de que realmente existas.
En el vacío del abandono, en medio de la noche más negra de mi alma, la tormenta hace destrozos y arranca sentimientos de enojo, de furia, que rápidamente se disipan para dar lugar al miedo, a la desesperación, a la muerte de la fe. El viento destructor es tan frio que mata todo lo que toca, deja una sensación de vacío y silencio interior semejante a una roca cubierta de escarcha y hielo. Toco y busco vida, pero el vacío en mi pecho parece decirme que todo está perdido, que ya no hay esperanza. Un corazón muerto, yermo.
En ese punto límite cuestiono todo lo que siempre me has enseñado, Señor. Hasta dudo de mis diálogos contigo, quizás fueron pérdida de tiempo y signo de locura. Si, empiezo a creer que Tus Caminos fueron un engaño, una falsa idea instalada en mi mente. Quizás Tu Palabra fue un espejismo de mi imaginación, porque aquí ya no hay nada, solo esta tormenta tremenda que arranca y rompe todo lo que me dio seguridad en el pasado.
Y justamente cuando más arrecia la tormenta, cuando he decidido solo confiar en mis propias fuerzas, es que veo el engaño al que he sido arrojado, una vez más. Ya no esperaba nada, solo me dejaba mecer por los golpes que una y otra vez me sacudían como una hoja muerta. Y sin embargo algo se encendió dentro de mí, una pequeña luz, una chispa en medio de la oscuridad. Creí que  era solo mi imaginación, pero no, allí estaba nuevamente. Un anhelo de seguir, una repentina ilusión de levantarme y hacer frente al viento arrasador. El hielo que cubre mi alma empieza a transformarse en agua, quiere derretirse ante el calor que asoma por debajo de la carne de mi corazón, que quiere volver a latir.
Esa luz repentina que pones en medio de la tormenta, ese calor casi imperceptible que hace latir nuevamente a mi corazón, ese renacer de la esperanza cuando todo está perdido. ¡Debes ser Tú, mi Señor! No hay otro que pueda hacer eso, nadie puede imponerse a la desesperanza como Tú, porque Tú eres la Esperanza misma. No es que no arrecie la tormenta, es solo que sé bien que Tú eres el Dios de las tormentas, Tú las haces y las deshaces y no hay fuerza o contrariedad que pueda superar a Tu Voluntad.

¡Señor, aquí está Tu siervo, Tu siervo Te escucha mi Señor, rescátame de este pozo de desesperación!
Y suavemente te digo al oído, cuando te pones a mi lado: Una Palabra tuya bastará para sanarme, Señor. No hace falta que entres a mi casa, porque mi fe se ha restablecido y ya no confiaréAncla en mis fuerzas, sino solo en Tu Poder, mi Dios. Mi alma canta, se alegra por todas Tus maravillas, porque iluminaste mi noche y te impusiste a mis miedos. ¡Ya no temo a la tormenta que ruge a mi alrededor! Sé que nada ocurre sin que Tú así lo permitas, o lo desees. Por eso confío en que nada me puede pasar, a mí que soy Tu siervo, Tu hermano, Tu hijo.
Mi Señor, cuando más arrecia la tormenta, más feliz me siento de ser capaz de confiar en Tu Presencia, en Tu cuidado. Los vientos arrasadores solo alimentan mi alegría de saberme amado por Ti, de saberme Tu hermano, de poder compartir el dolor del Dios del Dolor. Dame Señor de lo que necesito, Tú me conoces en lo más profundo de mi corazón, hurga en mi alma ennegrecida y pon allí el brillo de Tu Amor para que la aurora me encuentre aferrado a Ti.
Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org

viernes, 29 de enero de 2016

¿Saben que estás ahí Señor?... o quizá no lo saben



Detén tu desorientado caminar y ve donde Él está, con su Cuerpo y su Divinidad y encontrarás la grandeza de que Dios te ama.

Vengo del tráfico, del ruido, de toda la agitación que hay ahí afuera, Señor, trato de serenarme y dejar mi aceleramiento convertido en suaves pasos para estar frente a ti. Ya me va llegando la calma, la paz....

Frente a esta Capilla siguen pasando las personas, que como yo, traen en su interior su propia historia....

Y pienso en ellos... en esa joven que pasa sin mirar siquiera un instante hacia este lugar donde estás Tu... pasa ensimismada porque carga una cruz que pesa, que pesa mucho, le han dicho que su hijito tiene una enfermedad incurable... ¡y ese hombre que apura el paso porque lleva ya dentro la huella del vicio y va en su busca!... y ese anciano que apenas puede caminar porque tiene frío, porque todos sus huesos ya viejos le duelen pero le duele más el saber que en su casa, los hijos que tanto amó, le están diciendo que "estorba"....

Esa jovencita, casi una niña, que va despacio y muy triste porque su novio le acaba de decir "que no la quiere... que todo terminó" y ella ya lleva un hijo en las entrañas y no sabe..... ¿qué va a hacer?
Y el que no tiene trabajo... y la que se siente enferma y cansada..... y pasa también la que va feliz porque mañana se casa..... y la que le ha dado el doctor la noticia de que va a ser madre y le falta tiempo para llegar a su hogar y decírselo al hombre amado.... y el que va feliz porque le han ascendido de puesto.... y el estudiante que ha pasado de año y la niña que mañana cumple quince años..... y la que le acaban de dar su anillo de compromiso.... y el que viene de despedir para siempre al ser amado y recibir las condolencias...

Todo un mundo de historias... y tu Señor las conoces todas, y tu te las sabes todas y esperas....

¿Por qué no vienen a ti? ¿Por qué no te vienen a dar gracias y a compartir contigo sus grandes logros, sus dichas, sus sueños realizados.... su inmensa felicidad?

¿Por qué los que cargan una cruz tan pesada no la quieren compartir contigo ... contigo que ya supiste lo que pesa y duele? Tu lo dijiste: "Venid a mi todos los que estéis fatigados y sobrecargados y yo les daré descanso..." (Mt 11,28)

¿Saben que estás ahí o quizá... no lo saben? ¿Y si nadie se lo ha dicho?

Siento tu tristeza, Señor... y esa tristeza me obliga a darte a conocer entre todos los que me rodean... Que nadie quede sin saber que eres agua viva si tienen sed, que eres el amigo fiel si tienen angustia y pena, que eres el Amor hecho hombre para amar sin medida, que eres el Dios que muere en una cruz para perdonar.... que está ahí, tan cerca, tan humilde en la espera eterna....

Para que tu detengas tu desorientado caminar y vengas aquí donde Él está con su Cuerpo y su Divinidad y... tal vez llores... pero seguro que al salir ya vas a sentir, lo que buscabas y necesitabas, la grandeza de que Dios te ama y con ella el precioso don de la PAZ.
Por: Ma Esther De Ariño

jueves, 28 de enero de 2016

San Francisco de Sales: un buen pastor de almas



Mucho mejor es estar crucificado con Jesucristo, que orar a Cristo crucificado.

Impresionado por un relato
San Francisco de Sales, obispo de Ginebra, encarnó la figura del Buen Pastor. Con toda su alma se entregó a sus tareas pastorales: visitas parroquiales, predicación, catequesis de niños, largas horas de confesonario, sínodos diocesanos, reforma de monasterios, documentos pastorales, ordenaciones, confirmaciones…
Un día, siendo ya obispo de Ginebra, escuchó la historia de un pastor que había extraviado una de sus vacas al resbalar el animal por un glaciar. Aquel humilde hombre no dudó ni un instante en ir a buscarla, a pesar del peligro real que correría su vida si lo intentaba. El pastor se internó como pudo por aquella gélida superficie de hielo. No consiguió coronar con éxito su empresa: la vaca y el pastor perecieron en aquella soledad silenciosa y blanca. San Francisco de Sales quedó impresionado del relato. Más tarde escribió: Oh, Dios mío. ¿Es posible que el ardor de aquel pastor fuera tan grande por buscar su vaca, que ni siquiera el hielo lo pudiera enfriar? Entonces, ¿por qué yo sería tan cobarde buscando a mis ovejas? Hechos como éstos enternecieron mi corazón  de hielo que no pudo sino fundirse.
Una fuerte tentación
Francisco nació el 21 de agosto de 1567 en el seno de una familia noble y cristiana. Su infancia transcurrió en el castillo de Sales en Thorens (Saboya) en una época en la que la herejía calvinista hacía estragos por toda aquella región. El propio Calvino quiso atraer a Francisco de Boisy, padre del futuro santo, a la religión protestante, pero éste rechazó la oferta diciendo: ¿Cómo voy a creer en una religión que tiene doce años menos que yo?
En 1574 comenzó sus estudios, y cuatro años más tarde recibió la tonsura clerical. En el año 1582 se trasladó a París para estudiar en el colegio de Clermont de los jesuitas. Estando allí, sufrió una terrible tentación de desesperación. El demonio le decía: ¡Todo es inútil, estás predestinado al infierno! ¡Vendrás allí conmigo! Y el joven estudiante la superó con un acto heroico de abandono en las manos de Dios, rezando: ¡Dios mío! Si no he de poder amaros en la otra vida, que aproveche ésta, aquí abajo, para amaros y serviros. Aquella prueba en cierto modo marcó toda su vida.
La Misión de Chablais
A la edad de 26 años fue ordenado sacerdote el 18 de diciembre de 1593 por monseñor Claudio de Granier, obispo de Ginebra. Desde el primer momento se entregó a las tareas pastorales de la predicación y del confesonario. En cierta ocasión, un caballero que se confesaba con Francisco de Sales, decía sus faltas y pecados sin el menor sentido de penitencia, como quien recita algo que no le afecta personalmente. El joven sacerdote, mientras escucha la acusación de su penitente, se estremece y comienza a llorar. El caballero, sorprendido, le pregunta por qué llora. Lloro por vuestros pecados, para que Dios os conceda conocer el estado de vuestra conciencia y os arrepintáis de vuestros pecados. El penitente dio las gracias al confesor y, arrepentido ya de veras, lloró amargamente.

Al año siguiente de su ordenación emprendió, con su primo Luis de Sales, la misión de Chablais. Esta región había sido devuelta a Saboya, y sus habitantes ‑en gran mayoría, con la excepción de muy pocos‑ se habían convertido al calvinismo. Las dificultades que encontraron para su tarea fueron enormes. Al principio Francisco se valió de pequeños escritos impresos distribuidos a domicilio; más tarde recurrió a la predicación y a la controversia con los herejes. En unos años Chablais volvía a la Iglesia romana, y Francisco de Sales pudo escribir al papa Clemente VIII: Cuando llegué aquí apenas si se podían contar cien católicos en todas las parroquias reunidas. Hoy, apenas se pueden contar cien herejes.
Obispo
En 1598 su obispo le envió a Roma para tratar asuntos de la diócesis planteados por la paz de Vervins. La impresión que causó en la Ciudad Eterna debió ser buena porque poco después fue nombrado obispo coadjutor de Ginebra. El mismo Papa quiso examinar personalmente a Francisco de Sales antes de ser consagrado obispo, aun sabiendo que el candidato al episcopado, por ser de Saboya, estaba exento por privilegio de ser examinado para ser obispo. Clemente VIII le otorgó una semana de preparación. Durante este tiempo rezó el futuro obispo a la Virgen con estas palabras: Si no he de ser un buen obispo, ruego que obtengas de tu divino Hijo que permanezca mudo en el examen.
El 22 de marzo de 1598 Clemente VIII estaba rodeado de cardenales y de notables teólogos. Francisco escogió como tema del examen de teología la salvación y un decreto del Concilio de Trento. Le hicieron 35 preguntas y todas fueron sabiamente contestadas. El Papa, admirado de la doctrina y de la humilde actitud del candidato, se acercó a éste y le abrazó, diciéndole las palabras del libro de los Proverbios: Hijo mío, bebe el agua de tu cisterna y distribuye su caudal por las plazas.
Tres años más tarde, el 6 de abril de 1601, cuando Francisco de Sales se dispone a subir al púlpito para predicar la cuaresma en la ciudad de Annecy, le comunican la noticia de la muerte de su padre, el señor de Boisy. Había preparado para aquel sermón hablar de la muerte de Lázaro y de la esperanza de la resurrección para quienes, durante la vida, habían sido amigos de Jesús. Después de un instante de recogimiento, comenzó su predicación con serenidad. Al finalizar, dijo a los fieles: Señores, el señor de Boisy, vuestro amigo y mi padre, ha muerto. Ya que le honrabais  con vuestra amistad, os suplico que recéis por su eterno descanso. Y dicho esto, rompió a llorar. Excusad mi debilidad, no soy más que un hombre, añadió.
Viaje a la capital de Francia
En 1602 viaja a París, poniéndose en relación con un grupo de personas que preparaban la renovación religiosa de Francia. En la ciudad del Sena predica, convierte y hace amistades, entre ellas la de Enrique IV. Su fama de buen predicador se fue extendiendo. Algunos fieles, más que escuchar la palabra de Dios, acudían a escuchar la palabra del predicador. Algunos de los oyentes comentaban, después de oír el sermón: ¡Qué bien le viene esto a fulanito! Enterado Francisco del comentario, decía: Cuando sois invitados a un banquete, cada uno come para sí; aquí, por el contrario, os pasáis de educados, porque no escogéis nada para vosotros, sino que todo lo repartís a los demás.
Durante el viaje de regreso a Annecy ocurre la muerte de monseñor Granier, teniendo que hacerse cargo de la diócesis al llegar a Annecy, ciudad que sirve de capital de la diócesis ante la imposibilidad de residir en la ciudad de su sede episcopal, Ginebra, baluarte del calvinismo. El 8 de diciembre de 1602 es consagrado obispo.
Fundador de la Orden de la Visitación de Santa María
Siendo obispo de Ginebra se esmeró por poner en práctica las directrices del Concilio de Trento. A pesar de sus muchos deberes pastorales  acepta predicar fuera de su diócesis. En una ocasión fue requerido a Pont‑Saint‑Espirit. Cuando llegó, todos querían ver a san Francisco de Sales. Un gentilhombre calvinista se acercó a un lugareño para preguntar quien era aquel que había despertado tanto interés. Les respondieron que se trataba del obispo de Ginebra. ¡Ah!, si todos los obispos fueran como él, nuestra religión duraría poco porque todos se harían católicos, exclamó el  calvinista. En 1604 predicó la cuaresma en Dijón, lo que hizo posible su encuentro providencial con santa Juan Francisca Fremiot de Chantal. Ésta, de noble linaje, era una ferviente católica. A la edad de veinte contrajo matrimonio con Cristóbal II, Barón de Chantal, y fue madre de seis hijos. Al quedarse viuda, se consagró al Señor, dedicándose totalmente a la educación de sus hijos, a prácticas devotas y a obras de caridad. Fundó con el obispo de Ginebra la Orden de la Visitación de Santa María.
Además de su ministerio sacerdotal y de las tareas de gobierno de su diócesis, otros quehaceres llenan más y más su tiempo como es la dirección de almas en particular, de palabra y por carta; y la publicación de libros espirituales. Sus dos obras principales son la Introducción a la vida devota y el Tratado del amor de Dios. También tiene otros escritos, entre los que destaca uno de tipo apologético, titulado Defensa de la Cruz de Nuestro Señor. El santo obispo acaba su obra con estas palabras: No Jesucristo sin Cruz, sino Jesucristo con su Cruz y en la Cruz… por eso termino este resumen de la doctrina cristiana… protestando con el glorioso predicador de la Cruz, San Pablo… “No busco otra gloria que la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo”. Amén.
Además de todas estas actividades, dedicó muchas horas a las tareas fundacionales de la Orden de la Visitación de Santa María, formando y dirigiendo a sus hijas espirituales. En una ocasión, para recalcar en sus monjas la necesidad del desprendimiento de los bienes terrenos, les dijo: Ha pasado por aquí un cisterciense que me ha dicho que había en Italia religiosas que tenían apego a sus rosarios, que muchas preferían salir del convento a prescindir de ellos. Por lo cual yo he pensado que estaría bien que, de vez en cuando, cambiáramos nuestros objetos. Otro día, una religiosa gravemente enferma se quejaba a su santo Fundador, porque los dolores le impedían rezar y hasta meditar. Mucho mejor es estar crucificado con Jesucristo, que orar a Cristo crucificado, le dijo san Francisco de Sales.
Muerte santa
En los años 1616 y 1617 predicó en Grenoble adviento y cuaresma. En 1618 volvió a París en misión diplomática, que él aprovechó para predicar y hacer nuevos amigos, entre ellos san Vicente de Paúl, y renovar las antiguas amistades. En 1622, ya muy enfermo, acompañó al Duque de Saboya a Aviñón, y a la vuelta se detuvo en Lyon para visitar el convento de sus monjas. Y en esa ciudad murió. Estando en su lecho de muerte, antes de morir, pidió a su vicario general que recitara el Credo, al que él añadió: Si hubiera cien o mil religiones en el mundo, sólo consideraría verdadera la santa Iglesia católica, apostólica y romana en la cual quiero morir.
Al año siguiente de su tránsito al Cielo, su cuerpo fue llevado a Annecy. El santo obispo y fundador fue beatificado el 28 de diciembre de 1661, y canonizado el 19 de abril de 1665. El 16 de noviembre de 1877 fue declarado por el beato Pío IX doctor de la Iglesia. Y ya en el siglo XX, Pío XI le declaró patrono de los periodistas y escritores católicos.
Su pensamiento
De los escritos de san Francisco de Sales están sacadas estas frases e ideas:

  • ·         Si yo supiera que en mi corazón quedara todavía una brizna de amor al mundo, querría que mi pecho se abriera en dos para dejar escapar ese falso amor.
  • ·         El dinero es como una escalera: si la lleváis sobre los hombros, os aplasta; si la ponéis a vuestros pies, os eleva.
  • ·         No sólo es un error, sino también una herejía, el querer desterrar la vida devota de la compañía de los soldados, de la tienda de los oficiales, de las cortes  de los príncipes y de la familia de los casados
  • ·         La amistad que puede terminar, no fue nunca verdadera amistad.
  • ·         Se cazan más moscas con una gota de miel que con un cántaro de vinagre.
  • ·         No lo dudes, la verdadera virtud no prospera en una vida descansada, como tampoco se nutren los peces delicados en las aguas insalubres de los pantanos.
  • ·         Los marineros no miran al cielo sino para buscar la tierra; por el contrario, los cristianos… no miran a las cosas de la tierra nada más que para buscar a Cristo que      está en los cielos.
  • ·         A la obediencia hay que amarla antes que temer la desobediencia.
  • ·         Si una persona me sacare por odio el ojo izquierdo, creo que la seguiría mirando amablemente con el derecho. Si me sacara también éste, todavía me quedaría el corazón para amarla.
  • ·         Es necesario sufrir con paciencia no sólo el estar enfermo, sino el estarlo de la enfermedad que Dios quiere, en el lugar que quiere, entre las personas que quiere y con las incomodidades que quiere, y lo mismo digo de las demás tribulaciones.
  • ·         Somos como águilas cuando miramos las imperfecciones ajenas, y como topos en tratándose de las nuestras.