Viernes segunda semana Cuaresma. Que la
Cuaresma sea un camino de conversión y orientación de nuestra voluntad hacia
Dios.
“Vamos a matarlo y nos quedaremos con su
herencia. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron”. En estas
palabras con las cuales Jesucristo cierra la acción de los viñadores sobre el
hijo y, sobre todo, lo que el dueño de la viña había proyectado respecto a este
terreno, también está encerrando qué es lo que sucede en los corazones de los
viñadores.
Los viñadores homicidas no solamente es una parábola de la crueldad de los
hombres para con Dios y para lo que el Señor nos va pidiendo a todos nosotros,
sino que también es un reclamo al corazón del hombre, a nuestra libertad y a
nuestra voluntad para que también nos preguntemos si en nosotros puede haber
esta misma intención de homicidio.
Nos podría sonar como algo extraño, algo lejano, algo apartado de nosotros,
pero tenemos que cuestionarnos con mucha claridad para ver si efectivamente
esta voluntad de no darle a Dios lo que de Dios es, es algo alejado de
nosotros, o si por el contrario, es voluntad nuestra el dar siempre a Dios lo
que de Dios es.
Todo el problema de estos viñadores homicidas no nace de una crueldad con
respecto a los enviados; porque los viñadores homicidas son conscientes de que
los enviados no son sino una parte del contrato que se había hecho con el dueño
de la viña. El problema de los viñadores homicidas es que quieren quedarse con
la herencia. Una voluntad torcida, una voluntad totalmente pervertida es la que
va a hacer que los viñadores se conviertan de arrendatarios en homicidas.
Que no nos suene muy lejano esto, que no nos suene muy apartado de nosotros,
que por el contrario, sea para nosotros una pregunta: ¿En qué nos va
convirtiendo nuestra voluntad?, ¿qué es lo que va haciendo de nosotros?, ¿qué
es lo que va realizando en nuestra vida? Ése es el punto más importante, el
punto más serio en el cual nuestra existencia puede torcerse o encaminarse
hacia Dios nuestro Señor.
¿Nuestra voluntad y nuestra libertad hacia dónde y hacia qué están orientadas?
¿Hacia dónde estamos orientando nuestra voluntad? ¿Hacia lo que Dios quiere,
hacia el ser capaces de dar los frutos que Dios nos está pidiendo? ¿O estamos
orientando nuestra voluntad hacia el quedarnos injustamente con la herencia? Es
una disyuntiva que se nos presenta todos los días y que va forjando nuestra
personalidad, porque de esa disyuntiva va a acabar dependiendo el que nosotros
vivamos de una forma coherente o incoherente con lo que Dios nuestro Señor nos
va pidiendo.
Cuántas veces —y de esto somos generalmente muy conscientes—, Dios nuestro
Señor pide ciertos cambios de comportamiento en nuestra alma, que son los
frutos. Cuántas veces, Dios nuestro Señor pide que le devolvamos en la medida
en la que Él nos ha dado.
Y si Dios fue el que hizo todo: Él es el que cavó, rodeó la cerca, construyó la
torre y plantó la viña, a nosotros nos toca simplemente trabajar la viña del
Señor. Si a Dios no le regresamos lo que nos dio, estamos como esos viñadores:
quedándonos o queriéndonos quedar con la herencia. Lo cual, a la hora de la
hora, no es sino un deseo en sí mismo frustrado, vano e inútil.
Está en nuestra voluntad el decidirnos por dar a Dios lo que es de Dios o
quedarnos nosotros con lo que es de Dios. Para eso tenemos que estar revisando
constantemente nuestra voluntad; revisando si nuestras obras, nuestras
reacciones, nuestros deseos, son auténticamente cristianos, o si por el
contrario, son simplemente manifestaciones de un deseo que quizá no está
todavía orientado a Dios nuestro Señor.
Los viñadores habían trabajado no para el dueño de la viña, sino para ellos
mismos. A los viñadores no les importaba el fruto del dueño de la viña, les
importaba el fruto para ellos. Nuestra vida, ¿para qué trabaja?
Cuando se nos presentan cuestionamientos, preguntas, inquietudes, ¿a quién le
damos los frutos? ¿A Dios? ¿O se los damos a nuestro egoísmo, a nuestro afán de
autonomía o a nuestro afán de manejar las cosas como a nosotros nos gusta
manejarlas?
Ciertamente que nos damos cuenta de que no está bien. No es que nuestra
inteligencia se ciegue, pero nuestra voluntad pasa por alto todo esto. Como la
voluntad de los viñadores pasó por alto el hecho de que el hijo era el dueño de
la herencia. Esa frase tan llena de cinismo: “Venid, éste es el heredero. Vamos
a matarlo y nos quedaremos con su herencia”, encierra muchas veces el mecanismo
de nuestra voluntad que, iluminada por la inteligencia, descubre perfectamente
a quién le pertenecen las cosas, de quién es la vida, de quién es el tiempo, de
quién son nuestras cualidades. Descubre perfectamente que determinada reacción
no es todo lo cristiana que debría ser; descubre perfectamente que determinado
comportamiento no está respondiendo adecuadamente a lo que Dios le pide, pero
usa este mismo mecanismo: “Éste es el heredero. Vamos a matarlo y a quedarnos
con la herencia”.
Esto es pavoroso cuando aparece en el alma, porque indica la absoluta
perversión de la voluntad. Cómo nos puede extrañar después, que en nuestra vida
haya comportamientos negativos, comportamientos que difieren de la voluntad de
Dios, cuando ese mecanismo está funcionando con una relativa frecuencia en
nosotros; cuando nuestra voluntad no ha sido capaz de purificarse para ser
capaz de romper, de quebrar ese mecanismo en nuestra alma; cuando cada vez que
vemos al heredero lo queremos matar para quedarnos con la herencia.
Tenemos que ser muy inteligentes para descubrir en nuestra voluntad que ese
mecanismo está funcionando. Pero tenemos que ser también muy firmes y
constantes en nuestra purificación personal para ir eliminando, una y otra vez,
ese mecanismo de nuestra voluntad. Mecanismo que nos lleva siempre, y de una
manera ineludible, a la más tremenda de las desgracias, que es perdernos a
nosotros mismos.
“Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros
viñadores”. Para lo que tú existes como viñador es para trabajar el viñedo. Y
Dios quitará el viñedo a esos viñadores. ¡Qué tremendo es correr en vano! ¡Qué
tremendo es vivir en vano! ¡Qué tremendo es ver pasar los días, pasar los años,
ver cómo el calendario va corriendo por nuestra vida y no haber todavía dejado
de correr en vano!
Ojalá que esta Cuaresma sea para nosotros un momento de particular iluminación
por parte del Espíritu Santo para que, efectivamente, descubramos dónde y en
qué estamos corriendo en vano, dónde y en qué nuestra voluntad todavía no es
capaz de superar el mecanismo de viñador homicida. ¿Por qué, cuando vemos
perfectamente quién es el heredero, en nuestro interior todavía aparece el
interés por arrebatarle la herencia y quedarnos nosotros con ella? Como
cristianos, como miembros de la Iglesia no podemos seguir jugando con el Dueño
de la viña.
¡Qué importante es que nos iluminemos para poder iluminar; que nos aclaremos
para poder aclarar; que nos purifiquemos para poder purificar! Hagamos de esta
Cuaresma un camino de conversión y de orientación de nuestra voluntad hacia
Dios nuestro Señor para que Él y solamente Él, sea el que se lleve los frutos
de nuestra viña.
Por: P. Cipriano Sánchez LC
No nos podemos conformar con una vivencia individualista y cerrada a nuestra fe; hay que comunicarla y regalarla a cada persona que se nos acerca.
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