Autor: Pablo Cabellos Llorente
Es
muy posible que me traicione el mismo título de este artículo porque tal vez
exprese lo contrario de lo que deseo escribir. Sí, quizá para hablar en
positivo no es buena fórmula comenzar por lo negativo. Me mueve que tal vez sea
una alerta contemplar algo que sucede con el fin de evitarlo. Lo que pienso que
ocurre es que nos quejamos en demasía, somos frecuentemente negativos en el
enfoque de los problemas y sus posibles soluciones, nos inclinamos a ver el
mundo difícil en el que estamos inmersos sin querer contemplar tantas cosas
buenas que suceden en nuestro entorno inmediato y en el un poco menos inmediato
que es planetario. Hay un choque entre la aldea global en que vivimos y los
asuntos padecidos que nos aíslan en nuestro pequeño mundo.
No trato de pintar un cuadro edulcorado
para tantos asuntos amargos con los que nos vemos obligados a convivir. Se
trata del enfoque, de que los temas que nos oprimen sean menos pesados porque
vivimos una virtud muy necesaria y de la que quizá se habla poco: la magnanimidad,
grandeza y elevación del ánimo, como la define el DRAE. Diré también el motivo
inmediato por el que escribo sobre el tema. El abominable ataque terrorista a
la revista Charlie Hebdo y el posterior comportamiento de ésta, tan mezquino
como los anteriores. Incluso Cameron, tal vez por ser más demócrata que nadie,
afirmó que en democracia existe la libertad de insultar. Posiblemente olvidó
que Reino Unido y Australia han sido precursores en la imposición de sanciones
penales por comentarios ofensivos, violentos o falsos en Internet. Un mensaje lesivo en Facebook se
castiga en Gran Bretaña de forma más dura que el insulto en la calle.
En nuestro país, al día siguiente de la
protesta por la libertad de expresión agredida, se averiguaba si era delictiva
la afirmación de un batasuno que pedía dar jaque mate a la guardia
civil en Euskadi. No trato de establecer parangones pero un poco chusco sí
resulta. Como hay condenas por injurias al Rey, pero ¿es más importante que
Cristo, Mahoma, el Papa o la mismísima Isabel II, tildada de vomitivo? Pero no
voy a seguir por ahí. Es mi motivo próximo porque a todo eso le falta grandeza
de ánimo, le sobra moda y ha servido para que la revista en cuestión siga
insultando. Sobre fuegos artificiales no se construye un país, no se
edifica la democracia ni nada similar, no forjamos un futuro con una
mirada larga y ancha.
Escribió Aristóteles en la “Ética a
Nicómaco”: Si uno se reconoce con un gran mérito que es real y verdadero, y,
sobre todo, si se reconoce con el más alto grado de mérito, no debe tener más
mira que la siguiente: debiendo consistir la justa recompensa del mérito
en bienes exteriores, el mayor de todos estos bienes debe ser a nuestros ojos
el que atribuimos a los dioses; el mismo que por encima de todos los demás
ambicionan los hombres revestidos de las más altas dignidades, y que es también
la recompensa de las acciones más brillantes; este bien no es otro que el
honor. El honor sin contradicción es el más grande de los bienes exteriores al
hombre. Y así el magnánimo deberá ocuparse exclusivamente en su conducta de lo
que puede procurar el honor o ser causa de deshonor, sin que por otra parte
esta preocupación salga nunca de sus justos límites. Y ciertamente no sin razón
los corazones magnánimos miran con respeto al honor, puesto que los grandes lo
ambicionan sobre todo y lo miran como su más digna recompensa.
El
magnánimo se ocupa del honor, pero también Aristóteles afirmará que no hay
honor ni magnanimidad sin una virtud perfecta. Esa virtud que perfecciona es la
humildad –una aportación cristiana- porque conduce a apreciar a los demás, como
son y con sus problemas, sin empequeñecerlos con nuestro mundo pequeño. La
magnanimidad es una disposición a dar más allá de lo que se considera normal,
de entregarse hasta las últimas consecuencias, de emprender sin miedo, de
avanzar pese a cualquier adversidad. El ánimo grande, la magnanimidad, es el
valor que convierte a un simple ser humano en un héroe. He leído en una
Web: en el momento que vivimos estamos propensos a conformarnos con lo que
somos: calculadores y egoístas, orientando nuestros esfuerzos a la adquisición
de bienes materiales y a la búsqueda de riqueza… Para lograr esto último no
hace falta magnanimidad porque la ambición es suficiente. Un ánimo grande se
caracteriza por la búsqueda de su perfección como ser humano y la entrega total
de su persona para servir a los demás desinteresadamente. Así el cristianismo
superó al mejor de los filósofos.
Quizás
no tengo razón, y la revista y los manifestantes en París, o muchos de
ellos, lo hacían desinteresadamente y al servicio de grandes ideales para
la humanidad entera. Al menos merecieron las portadas de todos los
medios. Pero uno no deja de preguntarse si en eso consisten la magnanimidad, el
honor y la humildad. Me parece que no. Empequeñecimiento global.
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