Una bendición que no pasa de moda
Aquella herejía jansenista quiso apartar
a las almas de la Sagrada Comunión, pero Jesús le ganó la partida...
Corrían los últimos años del siglo
diecisiete y se había echado sobre toda Europa dentro de la Iglesia una herejía
verdaderamente mala, maldita, nacida del mismo infierno. Se le llamó
Jansenismo. ¿En qué consistía?
Tenía las apariencias de algo muy justo,
como era el respeto grande a Dios. Decían aquellos herejes, que se confesaban
muy católicos: Como Dios es tan grande, tan santo, tan santísimo, solamente nos
podemos acercar a El con un alma purísima, con una conciencia inmaculada, con
una santidad digna de Dios. Esto es lo que decían ellos.
Pero, como nadie se veía con una limpieza de alma tan exquisita, ¿qué ocurría?
Pues que las almas, en vez de acercarse confiadamente a Dios, huían de El por
miedo. Sobre todo, se alejaron de la Sagrada Comunión. No se atrevían a
comulgar porque nadie era digno de recibir al Señor. Total, que el Sacramento de
los Sacramentos no servía para otra cosa sino para caer de rodillas ante él en
adoración profunda, llena de temor, y para nada más.
El mal era muy grave. Pero fue el mismo Jesús quien puso remedio. Se aparece a
Margarita María —precisamente en la octava del Corpus—, le muestra el Corazón
sobre su pecho, y le dice unas palabras que han pasado a la historia de la
piedad cristiana moderna:
- Este es el Corazón que tanto ha amado a los hombres, que no ha ahorrado nada
hasta entregarse del todo por ellos, y, sin embargo, no recibo de ellos más que
ingratitud y menosprecios. Encarga a Margarita María que propague la devoción
al Corazón de Jesús, y le hace la gran promesa:
- Yo prometo la salvación a todos los que comulguen nueve primeros viernes de
mes seguidos como una reparación a mi Corazón divino. ¿Cuál fue el resultado?
Las almas, antes tan miedosas de acercarse a comulgar, perdieron el temor.
Empezaron a comulgar los Primeros Viernes, seguían comulgando los demás días, y
después se convirtió la Sagrada Comunión —como lo fue desde el principio en la
Iglesia— en el alimento normal del cristiano cara a la vida eterna. Jesús había
conseguido con aquella aparición y aquella promesa lo que El pretendía: hacer
de la Eucaristía el centro de la vida cristiana.
La verdad es que vale la pena conservar la costumbre de la Sagrada Comunión en
los Primeros Viernes. Indiscutiblemente, que trae muchas bendiciones y gracias
sobre toda la Iglesia.
En la evangelización primera de muchas Misiones modernas, la práctica de los
Primeros Viernes ha jugado un gran papel y ha metido hondamente la costumbre de
recibir al Señor en el Sacramento.
Se hizo célebre el caso de un indio piel roja en Norteamérica. El jefe de la
tribu, llamado Ciprá, se hace un corte en la mano al trabajar. Ante el peligro
de infección, el Padre Misionero le obliga a emprender un largo viaje en busca
del médico, el cual, ante la gravedad del caso, le manda quedarse unos días
para hacerle una cura radical, antes de que se extienda la gangrena. Y el
indio:
- No puedo detenerme. Mañana es Primer Viernes y tengo que ir con los demás de
mi tribu a la Misión a recibir la Comunión del “vestidura negra”. Ya volveré
después.
- Pero después ya será demasiado tarde, y habré de cortarte la mano.
- No importa. Me cortarás la mano. Pero Ciprá no faltará a la Comunión del
Primer Viernes con los demás de la tribu. No hubo manera de convencer a aquel
indio cabezón. Marchó, recibió la Comunión de manos del “vestidura negra” —como
llamaban al Padre con sotana—, y, al volver, la cosa ya no temía remedio.
- Ya te lo dije... Ahora es necesario amputarte tres dedos al menos. Y el
cacique, simpático: - Pues, corta los tres dedos, que no valen lo que una
Comunión.
En fin, dejemos al indio piel roja con su mano maltrecha, para preguntarnos
ahora nosotros: ¿qué queda de aquella práctica tan bella de la Comunión en los
Primeros Viernes? ¿Ha pasado de moda? No, afortunadamente. No ha pasado de
moda, aunque hoy ya no tenga la fuerza que tuvo en años pasados. Son muchas las
iglesias que se ven muy concurridas en los Primeros Viernes de mes, muchas las
confesiones y muy nutridas las filas de los comulgantes. Quizá ya no se mira
hoy tanto eso de la promesa de la salvación, que, al fin y al cabo, es una
promesa de una revelación privada, en la cual nadie está obligado a creer.
El gran fruto de la práctica de los Primeros Viernes es que ahora se comulga
para obsequiar al Corazón de Jesús, para desagraviarle por los pecados del
mundo, para rogar por la salvación de todos. Y más que en la promesa a
Margarita María, se mira a la gran promesa de Jesús en el Evangelio, que nos
dice:
- Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en
el último día (Juan 6,57)
Por estas palabras de Jesús en el Evangelio de Juan, sabemos que es imposible
se pierda quien ha hecho de la Comunión el alimento ordinario de su vida
cristiana. Más que de los Primeros Viernes, hacemos caso de la Comunión en la
Misa dominical. Y, lo que es mucho mejor, de la Misa de cada día. Porque son
muchos los trabajadores que, después de las labores de la jornada, se meten en
la Iglesia para no perder su Comunión diaria. Este, éste ha sido el gran fruto
de esa práctica tan devota, que ha conseguido hacer de todos los días otros
tantos Primeros Viernes de mes.
Aquella herejía jansenista quiso apartar a las almas de la Sagrada Comunión,
pero Jesús le ganó la partida. Por nuestra parte, le decimos al Señor que sí,
que cuente con nosotros cuando nos llama al comulgatorio. ¿Por qué no vamos a
comulgar, si con la Comunión le damos al Corazón de Jesucristo la mayor de las
alegrías?...
Por: Pedro García Cmf | Fuente: www.riial.org
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