Autor: Pablo
Cabellos Llorente
Que
pase una hoja del calendario no parece constituir factor alguno que aporte un
cambio. Pero aunque no sea cierto aquello de que año nuevo vida nueva, puede
ser una oportunidad para rebelarnos contra muchas cosas, en primer lugar, con
nosotros mismos. Así no caeremos en ese error tan nuestro de culpar al primero que pasa de cualquier desgracia sucedida.
Lo que continúa no quiere estar escrito desde la tarima de una cátedra ni con
ánimo de anatematizar a nadie, aunque no siento miedo alguno para llamar a las
cosas por su nombre, sin arrogarme más
autoridad que la pueda tener mi razón.
Lo
primero, porque está más en la calle, es
la tremenda corrupción económica, detonante para el descontento lógico de
muchos. Mi primera discrepancia: esa lamentable podredumbre no es, según me
parece, la causa de nuestros males. En todo caso, los pone en el candelero de
modo alarmante. Para ir explicando mi porqué de tal aseveración, voy a seguir
añadiendo otros modos de descomposición que hemos orillado por aquello de lo
políticamente correcto –el encubrimiento de mil mentiras- y hasta por una
especie de consenso para no hablar
críticamente de asuntos como la Ley de Género –ojo, no me refiero a la de la
violencia-, las deslealtades matrimoniales aireadas como algo moderno, la
investigación con embriones, el
asesinato por el desquiciado “derecho” al aborto, leyes de educación que han producido cuando
menos una porción de parados poco cultivados.
Los asuntos enumerados y otros muchos -juicios
paralelos por filtraciones, jueces que encausan a personas por miedo al qué dirán, judicialización de la vida pública (aunque sí hay mucho que
juzgar), sentencias de nunca jamás, etc.- tampoco son la causa de lo que nos
pasa. Más próximos a la raíz habría que situar la no infrecuente frivolidad de
nuestros diversos parlamentos que no gastan
la pólvora en salvas, sino en
insultos peores que los que se escuchan en los campos de fútbol. O en
dirigentes políticos que llaman sensato
a incumplimientos graves de sus programas, unos por retirar la ley del aborto,
y los anteriores por cambiarla habiendo programado no hacerlo. Después, los
sucesores de estos anuncian que nunca pactarán con un partido que estuvo a
punto de no retirar la reforma, mientras que algunos brindan al sol porque es barato. ¿No es todo
eso inmoral? Pero tampoco pienso que sea la causa de nuestros problemas. Más
bien, son resultados de una dificultad más honda.
Ese
panorama sí constituye la explicación de que hayan aparecido “soluciones”
desnortadas, pero que son expresión del cansancio, del hartazgo, de la impaciencia
de muchos, del paro, quizá no precisamente de los que lideran esa especie de
movimiento, algo rancio por sus raíces marxistas adornadas con flecos de
populismo, que no son de éxito ni siquiera en el sufrido Tercer Mundo. No parece
la solución, pero puede ser el resultado de una sociedad civil adormecida, que
ha dejado todo en manos de partidos corruptos, sindicatos alineados y
patronales cuando menos inoperantes, todos ellos recibiendo mucho dinero del
sufrido contribuyente. El movimiento populista ha aprovechado todo en beneficio
propio, idéntico a lo que han hecho los demás. ¿No es todo eso inmoral?
Escribió M. Weber que los valores últimos y más sublimes han desaparecido de la
vida pública. Tarea de todos es recuperarlos porque lo sublime se relegó al
ámbito privado.
Y
la sociedad civil dormitada ha encontrando un canal que no es solución de nada,
aunque posea un punto de razón. Ahí
puede verse la necesidad de cambiar con
el Año Nuevo, porque es como decir ahora, no porque la alteración del
calendario aporte nada, sino porque urge no continuar así: es forzoso generar ilusión,
trabajo, nuevos modos de hacer, menos burocracia esclerótica, promoción de
emprendedores, menos asesores, otro talante que nos lleve a todos a ser
servidores de los demás… Se nos llena la boca hablando de democracia avanzada,
y tal vez existan más libertades, pero mucha menos Libertad. Y como cada cual
vigila su puesto, aunque saque pecho para autoproclamarse servidor del pueblo,
se puede inquirir: ¿no aporta todo esto una nueva inmoralidad desanimante? Y no pienso en confesionalismos.
Eso ya lo escribieron Sócrates, Platón, Aristóteles o Virgilio.
Estoy de acuerdo con el comentario leído...
ResponderEliminarGracias Missly, saludos atentos.
ResponderEliminarManuel Murillo.