El Señor todo lo recibe, también
nuestros más pequeños ofrecimientos de amor que se convierten en una oración.
Hay
situaciones personales, familiares o comunitarias que uno no puede cambiar porque
no dependen de la propia voluntad. A veces estas situaciones nos crean
grandes sufrimientos porque nos crean heridas muy íntimas y nos
encontramos como impotentes para modificar esa determinada situación. Podemos
pedir al Señor que la cambie, podemos pedir fuerza para llevarla con paciencia
pero también podemos ofrecerla al Señor. Esta oración de
ofrecimiento es de gran valor y libera el alma de muchas inquietudes. No
es simplemente una oración de resignación, porque creemos siempre que la
omnipotencia divina puede cambiar lo que quiera según su voluntad. Es más bien
un acto de aceptación del querer de Dios que se manifiesta en
algunas circunstancias y en modos muy misteriosos para nuestra inteligencia
limitada.
El ofrecer
lo que nos crea sufrimiento, dolor, abnegación, lo que
nos molesta, sea de los demás que de nosotros mismos, puede ser muy
meritorio porque recocemos delante del Señor nuestra pequeñez y
confiamos que Él tendrá una solución en aquello que nosotros no podemos
alcanzar por nosotros mismos. Así vemos que muchas personas ofrecen sus
dolores, las penas de su familia y los problemas del mundo con gran fe y confianza a Dios. Y
vemos que son personas santas y humildes a las que el Señor escucha sus plegarias y las llena de dones espirituales.
Claro está
que si podemos hacer algo práctico por desenlazar los nudos de estas
situaciones, lo debemos hacer con prudencia y con
valor, si fuera necesario. Pero a veces los nudos son demasiado complicados
para poderlo desatar nosotros. Y ofrecer al Señor con humildad las molestias
que nos causa tales situaciones y al mismo tiempo con confianza pedirle que, si
es su voluntad, sea Él quien con su poder desate los nudos que el pecado o egoísmo humanos han
realizado, es un acto de santificación que nos llena de una
gran paz en medio del dolor.
Una tal
actitud y oración de ofrecimiento la vemos en María sobre todo cuando Ella, al
pie de la cruz, ofrece su Corazón Inmaculado al Padre, uniéndolo al de Su Hijo.
Nosotros podemos ofrecer también los pequeños sufrimientos de
cada día como oración al Padre, unidos a Jesús y a María. No temamos en ofrecer
incluso "pajitas" como decía Santa Teresa, que hablaba del
ofrecimiento de pequeñas cosas al Señor, porque, decía ella: "yo no soy
para más" y el Señor "todo lo recibe" (Libro de la Vida, 31,
23). Sí, el Señor todo lo recibe. También las pequeñas pajitas de
nuestros sufrimientos, que ponemos en el fuego de su Amor como ofrenda de
amor nuestro.
Aprendamos
a ofrecer al Señor todo, incluyendo la propia miseria. Ofrezcámosle a Él sobre
todo esas situaciones nuestras, de parientes, de amigos, de nuestra comunidad,
de nuestra patria que, por lo complejas que son, no pueden ser cambiadas de un
momento a otro, pero que siempre están bajo el poder y la providencia divinos.
El Señor todo lo recibe, también nuestros más pequeños ofrecimientos de amor
que se convierten así en una oración sencilla y sincera.
Por: P. Pedro Barrajón, L.C. | Fuente:
la-oracion.com
El contenido de este artículo puede ser reproducido total o parcialmente en internet siempre y cuando se cite su autor y fuente originales: http://www.la-oracion.com y no se haga con fines de lucro.
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