El gran Bautista, el que nos anuncia la
llegada del Hijo de Dios entre los hombres, nos ayudará a preparar el camino
del Adviento.
Tercer domingo de Adviento
Walter cursó brillantemente sus estudios de Administración de empresas, y para
su tesis, se le ocurrió pensar en la funcionalidad de esa transnacional que
comienza aquí en la tierra y termina en el otro lado.
Hizo la solicitud correspondiente, y cosa increíble, le fue concedida, así que
se aprestó a marcharse, computadora en mano, y recién llegado al cielo se
encontró con San Pedro que fue el encargado de mostrarle cómo funciona la vida
en aquella próspera empresa. El santo llevó a Walter a un recorrido por el
cielo. Ambos caminaron paso a paso por unos grandes pabellones llenos de
ángeles.
San Pedro se detuvo frente a la primera sección y dijo: "Esta es la
sección de recibo. Aquí, todas las peticiones hechas a Dios mediante la oración
son recibidas". Walter miró a la sección y estaba terriblemente ocupada
con
muchos ángeles clasificando peticiones escritas en voluminosas hojas de papel,
de personas de todo el mundo.
Ellos siguieron caminando hasta que llegaron a la siguiente sección, y San
Pedro le dijo: "Esta es la sección de empaque y entrega. Aquí, las gracias
y bendiciones que la gente pide, son empacadas y enviadas a las personas que
las solicitaron". Walter vio cuán ocupada estaba. Había tantos ángeles
trabajando en ella como tantas bendiciones estaban siendo empacadas y enviadas
a la tierra.
Finalmente, en la esquina más lejana del último pabellón, Walter se detuvo en
una diminuta sección. Para su sorpresa, sólo un ángel permanecía en ella
ocioso, haciendo muy poca cosa. "Esta es la sección del agradecimiento"
dijo San Pedro a Walter. "¿Cómo es que hay tan poco trabajo aquí?"
Preguntó Walter. "Esto es lo peor"- contestó San Pedro. Después que
las personas reciben las bendiciones que pidieron, muy pocas envían su
agradecimiento.
"¿Y cómo pueden las gentes agradecer las bendiciones de Dios?
"Simple," contestó San Pedro, "sólo tendrías que decir o
escribir o poner un E-mail: “Gracias Señor".
Esta anécdota, que nos han enviado gentilmente, viene bien a cuento, porque se
nos llega ya el día de Navidad, y entre regalos y cenas y fiestas de fin de
año, se nos olvida lo más importante, que es agradecer cumplidamente a nuestro
Buen Padre Dios el tremendo regalazo que nos hizo al enviarnos a su Hijo
Jesucristo al mundo, en carne mortal, y sujeto a todas las limitaciones
humanas, menos el pecado.
Tendríamos que imitar a esos grandes santos, que cuando las condiciones eran
otras, y sólo se permitía comulgar en algunas ocasiones, digamos cada semana,
se pasaban tres días preparando la Sagrada comunión, que era recibida entre
grandes muestras de júbilo, y alegría, y los tres días restantes eran empleados
en bendecir y alabar a Dios por el gran don de la Eucaristía.
Precisamente esto es lo que nos propone San Pablo, al considerar que el Señor
está cerca: “No se inquieten por nada; más bien presente en toda
ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud”.
Quisiera que todos los cristianos, viéramos esta Navidad como un don del cielo,
como el mejor obsequio que el Señor podría haber hecho a nuestra humanidad, y
como el mejor antídoto para esa enfermedad que se anuncia ya como la nueva
enfermedad del siglo, la famosa "depre", que en serio
afecta a mucha gente sobre la tierra, y que surge en la conciencia del hombre
cuando éste se cierra a la gracia, a la amistad, a la cercanía del Dios que nos
salva en su Hijo Jesucristo.
Entonces se produce un vacío muy difícil de llenar, porque el corazón del
hombre, hecho con las dimensiones del corazón de nuestro Salvador no puede ser
llenado con cosas y cosas y cosas, como hacemos normalmente en ocasión de
Navidad, para disimular nuestro vacio interior y muchas veces nuestro egoísmo.
El Papa mismo reconoce la dificultad que está creando esta enfermedad en el
mundo, causada también por la influencia de los medios de comunicación social: que
exaltan el consumismo, la satisfacción inmediata de los deseos y la carrera
hacia un bienestar material cada vez mayor...
Esa enfermedad es siempre una prueba espiritual, y por eso es importante tender
la mano a los enfermos, ayudarles a percibir la ternura de Dios, a integrarlos
en una comunidad de fe y de vida donde puedan sentirse acogidos, comprendido,
sostenidos, en una palabra, dignos de amar y de ser amados.
Para ellos, como para cualquier otro, contemplar a Cristo y dejarse “mirar” por
él es una experiencia que los abre a la esperanza y los impulsa a elegir la
vida”. Esto es muy de considerar, por eso continuamos escuchando al Papa:
“En su amor infinito, Dios está siempre cerca de los que sufren. La enfermedad
depresiva puede ser un camino para descubrir otros aspectos de sí mismos y
nuevas formas de encuentro con Dios. Cristo escucha el grito de aquellos cuya
barca está a merced de la tormenta (Cf. Mt 4, 35-41). Está presente a su lado
para ayudarles en la travesía y guiarlos al puerto de la serenidad recobrada”.
Esta misma alegría y este compromiso de solidaridad con los que no pueden
comprar y comprar como aconsejan los medios de comunicación, son los que nos
anuncia el profeta Sofonías:
“Canta, da gritos de júbilo, gózate y regocíjate de todo corazón... el Señor
será el Rey en medio de tu pueblo y no temerán ningún mal... que no
desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador, está en medio
de ti; El se goza y se complace en ti: él te ama y se llenará de júbilo por tu
causa, como en los días de fiesta”.
Estos días, pues no serán de muchas consideraciones, sino ir saboreando,
ayudados por las palabras del Profeta Sofonías, con esa presencia del Señor
entre nosotros, y con la tremenda seguridad de que él nos ama, se complace en
nosotros, y nos hará vivir en una fiesta, en una eterna Navidad, celebrando al
Hijo de Dios que comparte nuestras miserias y nuestros dolores, pero que marca
caminos de vida nueva, de salvación y de perdón.
Como conclusión, tendríamos que sentarnos frente a San Juan el Bautista, el
gran Bautista, el que nos anuncia la llegada del Hijo de Dios entre los
hombres, para preguntarle a boca de jarro: “¿Qué debemos hacer?”.
Su respuesta será clarísima: la solidaridad y el saber compartir lo nuestro,
sin olvidarnos de la justicia y el fiel y exacto cumplimiento de nuestros
deberes.
“Quien tenga dos túnicas o dos vestidos, dé uno al que no tiene ninguno y
quien tenga comida, que haga lo mismo... no cobren más de lo establecido... no
extorsionen a nadie ni denuncien falsamente, sino conténtense con su
salario...”.
Por: P. Alberto Ramírez
Mozqueda
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