Pío XII
«INGRUENTIUM MALORUM»
SOBRE EL ROSARIO EN LA FAMILIA
Carta Encíclica del Papa Pío XII promulgada el 15 de septiembre de 1951
SOBRE EL ROSARIO EN LA FAMILIA
Carta Encíclica del Papa Pío XII promulgada el 15 de septiembre de 1951
Por ello, con alegre expectación y reanimada esperanza vemos acercarse ya el próximo
mes de octubre, durante el cual los fieles acostumbran acudir con mayor
frecuencia a las iglesias, para en ellas elevar sus súplicas a María mediante
las oraciones del santo Rosario. Oraciones que este año, Venerables Hermanos,
deseamos se hagan con mayor fervor de ánimo, como lo requieren las necesidades
cada día más graves; pues bien conocida Nos es la poderosa eficacia de tal
devoción para obtener la ayuda maternal de la Virgen, porque, si bien puede
conseguirse con diversas maneras de orar, sin embargo, estimamos que el santo
Rosario es el medio más conveniente y eficaz, según lo recomienda su origen,
más celestial que humano, y su misma naturaleza. ¿Qué plegaria, en efecto, más
idónea y más bella que la oración dominical y la salutación angélica, que son
como las flores con que se compone esta mística corona? A la oración vocal va
también unida la meditación de los sagrados misterios, y así se logra otra
grandísima ventaja, a saber, que todos, aun los más sencillos y los menos
instruidos, encuentran en ella una manera fácil y rápida para alimentar y
defender su propia fe. Y en verdad que con la frecuente meditación de los
misterios el espíritu, poco a poco y sin dificultad, absorbe y se asimila la
virtud en ellos encerrada, se anima de modo admirable a esperar los bienes
inmortales y se siente inclinado, fuerte y suavemente, a seguir las huellas de
Cristo mismo y de su Madre. Aun la misma oración tantas veces repetida con
idénticas fórmulas, lejos de resultar estéril y enojosa, posee (como lo
demuestra la experiencia) una admirable virtud para infundir confianza al que
reza y para hacer como una especie de dulce violencia al maternal corazón de
María.
4. Trabajad, pues, con especial solicitud, Venerables Hermanos, para que los
fieles, con ocasión del mes de octubre, practiquen con la mayor diligencia
método tan saludable de oración y para que cada día más lo estimen y se
familiaricen con él. Gracias a vosotros, el pueblo cristiano podrá comprender
la excelencia, el valor y la saludable eficacia del santo Rosario.
Juan XXIII
«GRATA RECORDATIO»
SOBRE EL REZO DEL SANTO ROSARIO
Carta Encíclica del Para Juan XXIII promulgada el 26 de Septiembre de 1959
Desde los años de Nuestra juventud, a menudo vuelve a Nuestro ánimo el grato
recuerdo de aquellas Cartas encíclicas [1] que Nuestro Predecesor, de i. m.,
León XIII, siempre cerca del mes de octubre, dirigió muchas veces al mundo
católico para exhortar a los fieles, especialmente durante aquel mes, a la
piadosa práctica del santo rosario: Encíclicas, varias por su contenido, ricas
en sabiduría, encendidas siempre con nueva inspiración y oportunísima para la
vida cristiana. Eran una fuerte y persuasiva invitación a dirigir confiadas
súplicas a Dios a través de la poderosísima intercesión de la Virgen Madre de
Dios, mediante el rezo del santo Rosario. Este, como todos saben, es una muy
excelente forma de oración meditada, compuesta a guisa de mística corona, en la
cual las oraciones del "Pater noster", del "Ave María" y
del "Gloria Patri" se entrelazan con la meditación de los principales
misterios de nuestra fe, presentando a la mente la meditación tanto la doctrina
de la Encarnación como de la Redención de Jesucristo, nuestro Señor.
Juan Pablo II
Meditar con María los misterios de la Redención rezando el Rosario
(Homilía pronunciada durante la Misa para las Asociaciones y Movimientos
marianos en la plaza de San Pedro, 2 de octubre de 1983)
El saludo del arcángel Gabriel a María
1. «Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo aquél...».
Hoy, primer domingo de octubre, os saludo a todos los miembros de los
Movimientos marianos, devotos del «Saludo del ángel» que estáis en Roma con
ocasión del Jubileo extraordinario de nuestra Redención. El Evangelista Lucas
dice que María «se turbó» ante las palabras que le dirigió el arcángel Gabriel
en el momento de la anunciación y «se preguntaba qué saludo era aquél».
Esta meditación de María constituye el modelo primero de la oración del
Rosario. Es la oración de quienes aman el saludo del ángel a María. Lss
personas que rezan el Rosario vuelven a tomar con el pensamiento y el corazón
la meditación de María y rezando meditan «qué saludo era aquel».
El contenido arcano del mensaje
2. En primer lugar repiten las palabras dirigidas a María por Dios mismo a
través de su mensajero.
Las personas que aman el saludo del ángel a María repiten unas palabras que
vienen de Dios. Al rezar el Rosario, pronunciamos una y otra vez estas
palabras. No es ésta una repetición simplista. Las palabras dirigidas a María
por Dios mismo y pronunciadas por el mensajero divino encierran un contenido
arcano.
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo...» (Lc 1, 28), «bendita
entre las mujeres» (Lc 1, 42). Dicho contenido está íntimamente vinculado al
misterio de la redención. Las palabras del saludo angélico a María introducen
en este misterio y al mismo tiempo encuentran en él su explicación.
Lo dice la primera lectura de la liturgia de hoy, que nos remonta al libro del
Génesis. Aquí precisamente, en el trasfondo del primer y al mismo tiempo
original pecado del hombre, anuncia Dios por primera vez el misterio de la
redención. Da a conocer por vez primera su acción en la historia futura del
hombre y del mundo.
En efecto, al tentador escondido bajo forma de serpiente, el Creador habla así:
«Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya: Ella
te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar».
La Virgen de Nazaret
3. Las palabras que oye María en la anunciación revelan que ha llegado el
tiempo del cumplimiento de la promesa contenida en el libro del Génesis. Del
protoevangelio pasamos al Evangelio. Está a punto de tener cumplimiento el
misterio de la redención. El mensajero del Dios eterno saluda a la «Mujer»;
esta mujer es María de Nazaret. La saluda en consideración a la «Estirpe» que
Ella deberá acoger de Dios mismo. «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra»... «Concebirás y darás a luz un
hijo y le pondrás por nombre Jesús».
Palabras decisivas ciertamente. El saludo del ángel a María marca el comienzo
de las «obras de Dios» más grandes en la historia del hombre y del mundo. Este
saludo abre de cerca la perspectiva de la redención.
No es, pues, de extrañar que María se «turbase» después de oír las palabras de
este saludo. La cercanía de Dios vivo produce siempre santo temor. Ni es de
maravillar que María preguntase «qué saludo era aquel». Las palabras del arcángel
la situaron ante un misterio divino inescrutable. Más aún, la implicaron en la
órbita de este misterio. No se puede meramente constatar tal misterio. Hay que
meditarlo de continuo y con profundidad creciente. Pues tiene fuerza para
llenar no sólo una vida, sino también la eternidad.
Y todos los que amamos el saludo del ángel tratamos de participar en la
meditación de María. Y tratamos de hacerlo sobre todo cuando rezamos el
Rosario.
Gozo, dolor y gloria
4. En las palabras pronunciadas por el Mensajero en Nazaret, María como que
vislumbró en Dios toda su vida en la tierra y en su eternidad.
Pues, ¿por qué María, al oír que iba a ser Madre de Dios, no responde con
entusiasmo espiritual, sino ante todo con un humilde Fiat: «Aquí está la sierva
del Señor, hágase en mí su palabra»?
¿Acaso no fue porque sintió ya desde entonces el dolor acuciante del reinar «en
el trono de David» que iba a corresponder a Jesús?
Al mismo tiempo el arcángel anuncia que «su reino no tendrá fin».
En las palabras del saludo angélico a María, comienzan a desvelarse todos los
misterios en que tendrá cumplimiento la redención del mundo, misterios gozosos,
dolorosos y gloriosos. Igual que en el Rosario.
Al preguntarse María «qué saludo era aquel», parece como que entra en todos
estos misterios y nos introduce a nosotros en ellos.
Nos introduce en los misterios de Cristo y juntamente en sus propios misterios.
Su acto de meditación en el momento de la anunciación, abre el camino a
nuestras meditaciones durante el rezo del Rosario y gracias a éste.
En oración con María
5. El Rosario es la oración en la que, con la repetición del saludo del ángel a
María, tratamos de sacar nuestras consideraciones sobre el misterio de la
redención partiendo de la meditación de la Virgen. Su reflexión iniciada en el
momento de la anunciación prosigue en la gloria de la asunción. Profundamente
inmersa en el misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en la
eternidad María se une, por ser Madre nuestra, a la plegaria de quienes aman el
saludo del ángel y lo expresan en el rezo del Rosario.
En esta oración nos unimos a Ella como los Apóstoles congregados en el Cenáculo
después de la ascensión de Cristo. Lo recuerda la segunda lectura de la
liturgia de hoy sacada de los Hechos de los Apóstoles. Tras citar los nombres
de cada Apóstol, el autor escribe: «Todos ellos se dedicaban a la oración en
común, junto con algunas mujeres, entre ellas María la madre de Jesús, y con
sus hermanos».
Con esta oración se preparaban a recibir al Espíritu Santo el día de
Pentecostés.
Oraba con ellos María, quien el día de la anunciación había recibido al Espíritu
Santo con plenitud eminente. La plenitud particular del Espíritu Santo
determina en Ella una particular plenitud de oración. Con esta plenitud
singular María ora por nosotros y con nosotros.
Preside maternalmente nuestra oración. Congrega sobre toda la tierra inmensas
legiones de los que aman el saludo del ángel, y éstas junto con Ella mientras
rezan el Rosario «meditan» el misterio de la redención del mundo. De este modo
se prepara la Iglesia sin cesar a recibir al Espíritu Santo, como el día de Pentecostés.
La Encíclica de León XIII sobre el Rosario
6. Se cumple este año el primer centenario de la Encíclica del Papa León XIII
Supremi apostolatus, con la que este gran Pontífice decretó la dedicación
especial del mes de octubre al culto de la Virgen del Rosario. Subrayaba él con
fuerza en este documento, la eficacia extraordinaria de esta oración rezada con
alma pura y devoción, para obtener del Padre celestial, en Cristo y por
intercesión de la Madre de Dios, protección contra los males más graves que
puedan amenazar a la cristiandad y a la misma humanidad, y conseguir así los
supremos bienes de la justicia y la paz entre los individuos y entre los
pueblos.
Con este gesto histórico, León XIII no hacía otra cosa sino sumarse a los
numerosos Pontífices que le habían precedido entre ellos San Pío V y dejaba una
consigna a quienes le iban a seguir en el fomento de la práctica del Rosario.
Por ello, también yo quiero deciros a todos: haced que el Rosario sea «dulce
cadena que os una a Dios» por medio de María.
Rezar todos juntos a la Madre de Dios
7. Grande es mi alegría por haber podido celebrar hoy con vosotros la
solemnidad litúrgica de la Reina del Santo Rosario. De esta significativa
manera nos inserimos todos en el Jubileo extraordinario del Año de la
Redención. Juntos todos nos dirigimos con gran amor a la Madre de Dios
repitiendo las palabras del arcángel Gabriel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo», «bendita tú entre las mujeres».
Y en el centro de la liturgia de hoy escuchamos la respuesta de María:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, / se alegra mi espíritu en Dios mi
Salvador, / porque ha mirado la humildad de su sierva. / Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones».
El Rosario, plegaria en favor del hombre
(Angelus del 2 de octubre, 1983)
1. En este mes de octubre, consagrado por tradición al Santo Rosario, quiero
dedicar la alocución del Angelus a hablar de esta plegaria tan entrañable al
corazón de los católicos, tan amada por mí y tan recomendada por los Papas
predecesores míos.
En este Año Santo extraordinario de la Redención, también el Rosario adquiere
perspectivas nuevas y se llena de intenciones más fuertes y más amplias que en
el pasado. Hoy no se trata de pedir grandes victorias. como en Lepanto y Viena,
sino que, más bien, se trata de pedir a María que nos haga valerosos
combatientes contra el espíritu del error y del mal, con las armas del
Evangelio, que son la cruz y la Palabra de Dios.
La plegaria del Rosario es oración del hombre en favor del hombre: es la
oración de la solidaridad humana, oración colegial de los redimidos, que
refleja el espíritu y las intenciones de la primera redimida, María, Madre e
imagen de la Iglesia: oración en favor de todos los hombres del mundo y de la
historia, vivos o difuntos, llamados a formar con nosotros Cuerpo de Cristo y a
ser, con El, coherederos de la gloria del Padre.
2. Al considerar las orientaciones espirituales que sugiere el Rosario, oración
sencilla y evangélica (cf. Marialis cultus, 46), volvemos a encontrar las
intenciones que San Cipriano señalaba en el «Padre nuestro». Escribía él: «El
Señor, maestro de paz y de unidad, no quiso que orásemos individualmente y
solos. Efectivamente, no decimos: "Padre mío, que estás en los
cielos", ni "Dame mi pan de cada día". Nuestra oración es por
todos; de manera que, cuando rezamos, no lo hacemos por uno solo, sino por todo
el pueblo, ya que con todo el pueblo somos una sola cosa» (De dominica
oratione, 8).
El Rosario se dirige insistentemente a quien es la expresión más alta de la
humanidad en oración, modelo de la Iglesia orante y que suplica, en Cristo, la
misericordia del Padre. Lo mismo que Cristo «vive siempre para interceder por
nosotros» (cf. Hech 7, 25), también María continúa en el cielo su misión de Madre
y se hace voz de cada hombre y en favor de cada hombre, hasta la consumación
perfecta del número de los elegidos (cf. Lumen gentium, 62). Al rezarle le
suplicamos que nos asista durante todo el tiempo de nuestra vida presente y,
sobre todo, en el momento decisivo para nuestro destino eterno, que será la
«hora de nuestra muerte».
El Rosario es oración que indica la perspectiva del reino de Dios y orienta a
los hombres para recibir los frutos de la redención.
En este mes de octubre dedicado tradicionalmente al Santo Rosario, quiero
recordar a todos que ésta es una oración del hombre para el hombre; es la
oración de la solidaridad humana que refleja el espíritu de María, madre e
imagen de la Iglesia. El Rosario se dirige a Aquella que es la expresión más
alta de la humanidad
El Rosario, memoria continuada de la redención
(Angelus del 9 de octubre, 1983)
1. Entre los muchos aspectos que los Papas, los Santos y los estudiosos han
puesto de relieve en el Rosario, en este Año Jubilar hay que recordar obligadamente
uno. El Santo Rosario es una memoria continuada de la redención, en sus etapas
más importantes: la Encarnación del Verbo, su Pasión y Muerte por nosotros, la
Pascua que El inauguró y que se consumará eternamente en los cielos.
Efectivamente, al considerar los elementos contemplativos del Rosario, esto es,
los misterios en torno a los cuales se desgrana la oración vocal, podemos
captar mejor por qué esta guirnalda de Ave ha sido llamada «Salterio de la
Virgen». Igual que los Salmos recordaban a Israel las maravillas del Exodo y de
la salvación realizada por Dios, y llamaban constantemente al pueblo a la
fidelidad a la Alianza del Sinaí, del mismo modo el Rosario recuerda
continuamente al pueblo de la Nueva Alianza los prodigios de misericordia y de
poder que Dios ha desplegado en Cristo en favor del hambre, y lo llama a la
fidelidad respecto a sus compromisos bautismales. Nosotros somos su pueblo, El
es nuestro Dios.
2. Pero este recuerdo de los prodigios de Dios y esta llamada constante a la fidelidad
pasa, en cierto modo, a través de María, la Virgen fiel. La repetición del Ave
nos ayuda a penetrar, poco a poco, cada vez más hondamente en el profundísimo
misterio del Verbo Encarnado y salvador (cf. Lumen gentium, 65), «a través del
corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor» (Marialis cultus, 47).
Porque también María, como Hija de Sión y heredera de la espiritualidad
sapiencial de Israel, cantó los prodigios del Exodo; pero, como la primera y
más perfecta discípula de Cristo, anticipó y vivió la Pascua de la Nueva
Alianza, guardando y meditando en su corazón cada palabra y gesto del Hijo,
asociándose a El con fidelidad incondicional, indicando a todos el camino de la
Nueva Alianza: «Haced lo que El os diga» (Jn 2, 5). Hoy, glorificada en el
cielo, manifiesta realizado en Ella el itinerario del nuevo pueblo hacia la
tierra prometida.
3. Que el Rosario, pues, nos sumerja en los misterios de Cristo, y proponga en
el rostro de la Madre a cada uno de los fieles y a toda la Iglesia el modelo
perfecto de cómo se acoge, se guarda y se vive cada palabra y acontecimiento de
Dios, en el camino todavía en marcha de la salvación del mundo.
Los misterios gozosos del Rosario
(Angelus del 23 de octubre, 1983)
1. El Santo Rosario es oración cristiana, evangélica y eclesial, pero también
oración que eleva los sentimientos y afectos del hombre.
En los misterios gozosos, sobre los que nos detenemos hoy brevemente, vemos un
poco todo esto: la alegría de la familia, de la maternidad, del parentesco, de
la amistad, de la ayuda recíproca. Cristo, al nacer asumió y santificó estas
alegrías que el pecado no ha borrado totalmente. El realizó esto por medio de
María. Del mismo modo, también nosotros hoy, a través de Ella, podemos captar y
hacer nuestras las alegrías del hombre: en sí mismas, humildes y sencillas,
pero que se hacen grandes y santas en María y en Jesús.
En María, desposada virginalmente con José y fecundada divinamente, está la
alegría del amor casto de los esposos y de la maternidad acogida y guardada
como don de Dios; en María, que solícita va a Isabel, está la alegría de servir
a los hermanos llevándoles la presencia de Dios; en María, que presenta a los
pastores y a los Magos el esperado de Israel, está la coparticipación
espontánea y confidencial, propia de la amistad; en María, que en el templo
ofrece su propio Hijo al Padre celestial, está la alegría impregnada de ansias,
propia de los padres y de los educadores con relación a los hijos o a los
alumnos; en María, que después de tres días de afanosa búsqueda, vuelve a
encontrar a Jesús, está la alegría paciente de la madre que se da cuenta de que
el propio hijo pertenece a Dios antes que a ella misma.
Los misterios dolorosos del Rosario
(Angelus del 30 de octubre, 1983)
En este último domingo del mes octubre, reflexionamos aún sobre Rosario.
En los misterios dolorosos contemplamos en Cristo todos los dolores del hombre:
en El, angustiado, traicionado, abandonado, capturado aprisionado; en El,
injustamente procesado y sometido a la flagelación; en El, mal entendido y
escarnecido su misión; en El, condenado con complicidad del poder político; en
El conducido públicamente al suplicio y expuesto a la muerte más infamante: en
El, Varón de dolores profetizado por Isaías, queda resumido y santificado todo
dolor humano.
Siervo del Padre, Primogénito entre muchos hermanos, Cabeza de la humanidad,
transforma el padecimiento humano en oblación agradable a Dios, en sacrificio
que redime. El es el Cordero que quita el pecado del mundo, el Testigo fiel,
que capitula en sí y hace meritorio todo martirio.
En el camino doloroso y en el Gólgota está la Madre, la primera Mártir. Y
nosotros, con el corazón de la Madre, a la cual desde la cruz entregó en
testamento a cada uno de los discípulos y a cada uno de los hombres,
contemplamos conmovidos los padecimientos de Cristo, aprendiendo de El la
obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz; aprendiendo de Ella a acoger a
cada hombre como hermano, para estar con Ella junto a las innumerables cruces
en las que el Señor de la gloria todavía está injustamente enclavado, no en su
Cuerpo glorioso, sino en los miembros dolientes de su Cuerpo místico.
En el Rosario, las esperanzas del hombre
(Angelus del 6 de noviembre, 1983)
En los misterios gloriosos del Santo Rosario reviven las esperanzas del
cristiano: las esperanzas de la vida eterna que comprometen la omnipotencia de
Dios y las expectativas del tiempo presente que obligan a los hombres a
colaborar con Dios.
En Cristo resucitado resurge el mundo entero y se inauguran los cielos nuevos y
la tierra nueva que llegarán a cumplimiento a su vuelta gloriosa, cuando «la
muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto
es ya pasado» (Ap 21, 4).
Al ascender Cristo al cielo, en El se exalta a la naturaleza humana que se
sienta a la diestra de Dios, y se da a los discípulos la consigna de
evangelizar al mundo; además, al subir Cristo al cielo, no se eclipsa de la
tierra, sino que se oculta en el rostro de cada hombre, especialmente de los
más desgraciados: los pobres, los enfermos, los marginados, los perseguidos...
Al infundir el Espíritu Santo en Pentecostés, dio a los discípulos la fuerza de
amar y difundir la verdad, pidió comunión en la construcción de un mundo digno
del hombre redimido y concedió capacidad de santificar todas las cosas con la
obediencia a la voluntad del Padre celestial. De este modo encendió de nuevo el
gozo de donar en el ánimo de quien da, y la certeza de ser amado en el corazón
del desgraciado.
En la gloria de la Virgen elevada al cielo, contemplamos entre otras cosas la
sublimación real de los vínculos de la sangre y los afectos familiares, pues
Cristo glorificó a María no sólo por ser inmaculada y arca de la presencia
divina, sino también por honrar a su Madre como Hijo. No se rompen en el cielo
los vínculos santos de la tierra; por el contrario, en los cuidados de la
Virgen Madre elevada para ser abogada y protectora nuestra y tipo de la Iglesia
victoriosa, descubrimos también el modelo inspirador del amor solícito de
nuestros queridos difuntos hacia nosotros, amor que la muerte no destruye, sino
que acrecienta a la luz de Dios.
Y, finalmente, en la visión de María ensalzada por todas las criaturas,
celebramos el misterio escatológico de una humanidad rehecha en Cristo en
unidad perfecta, sin divisiones ya ni otra rivalidad que no sea la de
aventajarse en amor uno a otro. Porque Dios es amor.
Así es que, en los misterios del Santo Rosario contemplamos y revivimos los
gozos, dolores y gloria de Cristo y su Madre Santa, que pasan a ser gozos,
dolores y esperanzas del hombre.
En oración con María, Madre del Señor
(Angelus del 13 de noviembre, 1983)
1. La Iglesia es, ante todo, una comunidad orante. El Pueblo de Dios ha sido
liberado para celebrar el culto del Señor. Toda la vida de los redimidos debe
ser un acto de culto, una liturgia de alabanza, un sacrificio agradable a Dios.
La transformación de nuestra vida y del mundo en sacrificio de alabanza no es
obra nuestra, sino del Señor. Uniéndonos a Cristo-Sacerdote, a su sacrificio y
a su oración, nosotros con todo el universo nos convertimos en una ofrenda al
Señor.
Los creyentes son esencialmente una comunidad litúrgica: en el templo, en las
casas, en la vida ejercitan el oficio sacerdotal. Los Hechos de los Apóstoles,
al presentar los rasgos fundamentales de la Iglesia primitiva, ponen de relieve
la importancia que en ella tenía la «oración»: «Perseveraban en oír la
enseñanza de los Apóstoles, y en la unión fraterna, en la fracción del pan y en
la oración... Diariamente acudían unánimemente al templo, partían el pan en las
casas... alabando a Dios» (Act 2, 42. 46-47). Y también: «Todos éstos
perseveraban unánimes en la oración... con María, la Madre de Jesús» (Act 1,
14).
2. En la comunidad de los creyentes en oración, María está presente, no sólo en
los orígenes de la fe, sino en todo tiempo.
«Así aparece Ella en la visita a la madre del Precursor, donde abre su espíritu
en expresiones de glorificación a Dios, de humildad, de fe, de esperanza: tal
es el Magníficat, la oración por excelencia de María, él canto de los tiempos
mesiánicos, en el que confluyen la exultación del Antiguo y del Nuevo Israel»
(Exhortación Apostólica de Pablo VI Marialis cultus, 18). María aparece virgen
en oración en Caná, virgen en oración en el Cenáculo. «Presencia orante de
María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque Ella,
asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación. Virgen
orante es también la Iglesia, que cada día presenta al Padre las necesidades de
sus hijos, alaba incesantemente al Señor e intercede por la salvación del
mundo» (ib. 181).
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