Cada día es una oportunidad para que nosotros también pronunciemos un
"sí" lleno de amor a Dios, en las pequeñas y grandes cosas.
Fiat. Hágase. Con esta palabra Dios creó el mundo, con todas sus maravillas. La
tierra y el cielo, los astros, las aguas, las plantas, los animales, el hombre.
Y vio que era bueno (cf. Gn 1). El hombre canta con el salmista al
contemplar la creación: ¡Grandes y admirables son tus obras Señor! Esta primera
creación, Dios la realizó sin depender de nadie. Por amor lo quiso así y creó
con su libre voluntad.
Al hombre lo creó a su imagen y semejanza (Gn 1, 26), y le dio el don de
la libertad. Lo hizo capaz de responder "sí" o "no" a su
voz. Y el hombre pecó, se dejó engañar por la serpiente y le volvió la espalda
a su Dios. Entonces, de nuevo movido por el amor, Dios emprendió la obra de una
nueva creación, una segunda creación: decidió salvar al hombre del pecado. Tanto
amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único (Jn 3, 16).
El fiat de María fue la segunda la segunda creación, la obra redentora del
hombre, provoca en nosotros un asombro aún mayor que la primera. Porque ahora
Dios no quiso actuar por sí solo, aunque podía hacerlo así. Prefirió contar con
la colaboración de sus creaturas. Y entre ellas, la primera de la que quiso
necesitar fue María. ¡Atrevimiento sublime de Dios que quiso depender de la
voluntad de una creatura! El Omnipotente pidió ayuda a su humilde sierva. Al
"sí" de Dios, siguió el "sí" de María. Nuestra salvación
dependió en este sentido de la respuesta de María.
San Lucas, en el capítulo 1 de su Evangelio, traza algunas características del
asentimiento de la Virgen. Un fiat progresivo, en el que el primer paso es la
escucha de la palabra. El ángel encontró a María en la disposición necesaria
para comunicar su mensaje. En la casa de Nazaret reinaban la paz, el silencio,
el trabajo, el amor, en medio de las ocupaciones cotidianas. Después la palabra
es acogida: María la interioriza, la hace suya, la guarda en su corazón. Esa
palabra, aceptada en lo profundo, se hace vida. Es una donación constante, que
no se limita al momento de la Anunciación. Todas las páginas de su vida, las
claras y las oscuras, las conocidas y las ocultas, serán un homenaje de amor a
Dios: un "sí" pronunciado en Nazaret y sostenido hasta el Calvario.
El fiat de María es generoso. No sólo porque lo sostuvo durante toda su vida,
sino también por la intensidad de cada momento, por la disponibilidad para
hacer lo que Dios le pedía a cada instante.
Como Dios quiso necesitar de María, ha querido contar con la ayuda que nosotros
podemos prestarle. Como Dios anhelaba escuchar de sus labios purísimos Hágase
en mí según tu palabra (Lc 1, 38), Dios quiere que de nuestra boca y de
nuestro corazón brote también un "sí" generoso. Del fiat de María
dependía la salvación de todos los hombres. Del nuestro, ciertamente no. Pero
es verdad que la salvación de muchas almas, la felicidad de muchos hombres está
íntimamente ligada a nuestra generosidad.
Cada día es una oportunidad para que nosotros también pronunciemos un fiat
lleno de amor a Dios, en las pequeñas y grandes cosas. Siempre decirle que sí,
siempre agradarle. El ejemplo de María nos ilumina y nos guía. Nos da la
certeza de que aunque a veces sea difícil aceptar la voluntad de Dios, nos
llena de felicidad y de paz.
Cuando Dios nos pida algo, no pensemos si nos cuesta o no. Consideremos la
dicha de que el Señor nos visita y nos habla. Recordemos que con esta sencilla
palabra: fiat, sí, dicha con amor, Dios puede hacer maravillas a través de
nosotros, como lo hizo en María.
Autor: Ignacio Sarre Guerreiro
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