Lejos de manifestar una valía superior, creerse más que otros denota baja
autoestima, pues la inseguridad hace que esa persona actúe con prepotencia
El ser humano tiene mucho de qué sentirse orgulloso:
simple y llanamente, está hecho a imagen y semejanza de Dios, Quien le ha dado
virtudes y habilidades para ponerlos a su servicio y el de sus hermanos, así
que bien puede presumir de su alta dignidad. Sin embargo, para fines prácticos,
lo ideal es que se conduzca por la vida como un ser sencillo, amable y generoso
con todos.
Si bien es cierto que hay quienes han sido favorecidos con bienes materiales,
una formación académica esmerada y lujos de todo tipo, en cuanto a educación
moral y espiritual son sumamente pobres. Y es que ocurre que, algunas personas
que tienen estas ventajas económicas, no saben tratar a sus semejantes. Piensan
que valen más que los demás y lo demuestran de la peor manera, haciendo objeto
de sus burlas y humillaciones a los que trabajan para ellos o les brindan algún
tipo de servicio. No caen en cuenta de que la época del servilismo y la
esclavitud ya ha sido superada. Bueno, al menos en teoría.
Sin embargo, lejos de manifestar una valía superior, creerse más que otros denota
baja autoestima, pues la inseguridad hace que esa persona actúe con prepotencia
y de alguna, manera busca escudarse detrás de una máscara de superioridad y
autosuficiencia. Son los clásicos sabelotodo que imaginan que sobajando a otras
personas, se ganarán su respeto. Craso error, pues ocurre todo lo contrario. Y
por si fuera poco, cuando se trata a los demás como subordinados, estamos
faltando a la caridad.
Alguna vez me ha tocado escuchar durante una conversación que hay quien aún se
refiere a las personas que se dedican al trabajo doméstico como “servidumbre”,
ese es un concepto obsoleto que ya deberíamos haber superado. Simplemente hay
diversidad de oficios y profesiones y todos son honrosos, siempre y cuando sean
para dignificar al que lo realiza, pues supone la producción de un bien o
servicio que atraerá una ganancia monetaria y que se sumará al esfuerzo de
millones de seres humanos que trabajan para su sustento y el bienestar de su
país. Viene a mi mente una imagen contemporánea que retrata la igualdad de la
humanidad.
Desde su elección, el Papa Francisco ha sorprendido por su sencillez, y, fiel a
su costumbre, recientemente lo hizo deteniéndose ante un hombre desfigurado por
una enfermedad que deformaba su rostro y cabeza. Lo abrazó con ternura y el
hombre lloró.
¿Por qué pensar que las personas valen más por lo que tienen que por lo que
son? Ni el título universitario, ni las posesiones, ni los bienes materiales
determinan quienes somos, únicamente lo hace nuestro mismo origen: Dios. Por
supuesto, cada uno tiene talentos y dones especiales, que debemos aprovechar,
desarrollar y poner al servicio de los demás, pues afortunadamente, no somos
buenos para todo, dentro de la riqueza de la variedad, hay gente para cada ramo
del conocimiento humano: algunos son buenos para las matemáticas, otros para la
lógica, otros más para las relaciones públicas, unos para las artes y las
ciencias , otros más para los deportes, en fin, por eso hay miles de
actividades en el mundo que no pueden ser desempeñadas por las mismas personas,
cada quien es bueno para algo específico.
Por ende, dentro de la infinita riqueza de la raza humana encontramos personas
que son afines por sus caracteres, gustos y aficiones, entre otros elementos, y
hay quienes hacen clic inmediatamente, por cuestiones químicas, otras, por el
contrario, se detestan y no se gustan, ni siquiera por el aroma que despiden,
lo único cierto es que cada uno es especial, único e irrepetible, y de la misma
manera, cada quien tiene una misión en la vida, nadie puede sustituir a otro,
el lugar que tenemos reservado en este espacio no puede ser llenado por ningún
suplente, así que, veamos a los demás como lo que son, personas valiosas que
merecen vivir, no importando la razón.
Por eso, recordemos que la humildad es una virtud que se cultiva, nadie nace
con ella, entre más nos hagamos conscientes de su belleza, desearemos hacerla
nuestra para siempre. Seamos como Jesús, mansos y humildes de corazón. Si todos
tratáramos con delicadeza a nuestros hermanos, el mundo cambiaría muy pronto,
¿no creen?
Autor: Mónica Muñoz | Fuente: El observador
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