Jesús Sacramentado ¿por qué tu Corazón nunca me ha juzgado tan severamente
como yo acostumbro a juzgar a mis semejantes?
No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que
juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá a
vosotros. ¿Cómo es que miras la brizna en el ojo de tu hermano, y no reparas en
la viga que hay en tu ojo?. ¿O cómo vas a decir a tu hermano: Deja que te saque
esa brizna del ojo, teniendo la viga en el tuyo?. Hipócrita, saca primero la viga
de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano. (Mateo
7, 1-5)
Señor, acabamos de leer tus palabras según el evangelista San Mateo. Con qué
claridad nos está hablando el Maestro, con qué claridad nos llega tu mandato,
Señor: ¡NO JUZGUÉIS!...
¿Y qué hago yo de la mañana a la noche? Juzgar, criticar, murmurar... voy de
chisme en chisme sin detenerme a pensar que lo que traigo y llevo entre mis
manos, mejor dicho en mi lengua, es la fama, la honestidad, el buen nombre de
las personas que cruzan por mi camino, por mi vida. Y no solo eso, me erijo en
juez de ellos y ellas sin compasión, sin caridad y como Tu bien dices, sin
mirar un poco dentro de mí.
Señor, en este momento tengo la dicha inmensa e inmerecida de estar frente a Ti,
Jesús, ¡qué pena tengo de ver esa viga que no está precisamente en mi ojo, sino
en mi corazón...! ¿Por qué en este momento me siento tan pequeña, tan sin
valor, con todas esas "cosas" que generalmente critico de los demás y
que veo en mí son mayores y más graves?
Jesús Sacramentado ¿por qué tu Corazón nunca me ha juzgado tan severamente como
yo acostumbro a juzgar a mis semejantes?
Solo hay una respuesta: ¡porque me amas!
Ahora mismo me estás mirando desde esa Sagrada Hostia con esos ojos de Dios y
Hombre, con los mismos que todos los días miras a todos los hombres y mujeres,
como miraste a María Magdalena, como miraste al ladrón que moría junto a ti y
por esa mirada te robó el corazón para siempre... y así me estás mirando a mí
esta mañana, en esta Capilla me estás hablando de corazón a corazón:
"Ámame a mi y ama a los que te rodean, no juzgues a los que cruzan por tu
camino, por tu vida... ámalos como me amas a mi, porque todos, sean como sean,
son mis hijos, son mis criaturas y por ellos y por ti estuve un día muriendo en
una Cruz... Te quiero a ti, los quiero a ellos, a TODOS...¡NO LOS
JUZGUES!"
Señor, ¡ayúdame!
Arranca de mi corazón ese orgullo, esa soberbia, ese amor propio que no sabe
pedir perdón y aún peor, ese sentimiento que me roe el alma y que no me deja
perdonar... No perdones mis ofensas, mis desvíos, mi frialdad, mi alejamiento
como yo perdono a los que me ofenden - así decimos en la oración que tu nos
enseñaste, el Padrenuestro - a los que me dañan, a los que me lastiman, porque mi
perdón suele ser un "perdón limitado", lleno de condiciones....
¡Enséñame Señor, a dar ese perdón como es el tuyo: amplio, cálido, total,
INFINITAMENTE TOTAL!
Hoy llegué a esta Capilla siendo la de siempre, con mi pereza, con mis
rencillas muy mías y mis necedades, mi orgullo, mi intransigencia para los
demás, sin paz, con mis labios apretados, sin sonrisa, como si el mundo
estuviera contra mi...
Pero Tu me has mirado, Señor, desde ahí, desde esa humildad sin límites, desde
esa espera eterna a los corazones que llegan arrepentidos de lo que somos... y
he sabido y he sentido que me amas como nadie me puede amar y mi alma ha
recobrado la paz.
Ya no soy la misma persona y de rodillas me voy a atrever a prometerte que
quiero ser como esa custodia donde estás guardado y que donde quiera que vaya,
en mi hogar, en mi trabajo, en la calle, donde esté, llevar esa Luz que he
visto en tus ojos, en los míos, y mirar a todos y al mundo entero con ese amor
con que miras Tu y perdonar como perdonas Tu....
¡Ayúdame, Señor, para que así sea!
Autor: Ma Esther De Ariño
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