Cantar a María es una manera íntima, humana, muy
nuestra, de cantar a Dios. Es reconocer que la Redención ha sido completa
en nuestra Madre. Es celebrar que Ella, en cierto modo, nos representa ante
el Dios amante de la vida, redentor del hombre y de la historia.
Cantar a María es mirar al mundo con ojos distintos. Porque la santidad
divina purificó completamente una existencia humana. Porque el sí de la
creatura fue genuino y alegre. Porque el Amor encontró en una joven de
Nazaret su morada. Porque no faltó el vino en Caná y empezaron, para todo
el mundo, las bodas del Cordero.
Cantar a María es reconocer la grandeza de Dios. Porque mira al humilde,
porque acoge al débil, porque rechaza al soberbio, porque salva al pecador
arrepentido. Porque quiso ser Niño, porque quiso tener Madre humana, porque
empezó a ser Hermano nuestro. Porque tuvo necesidad de alguien que
sufriese, como Mujer, como Mediadora, al lado de la cruz.
Cantar a María es aprender a ser como niños. Porque necesitamos la paz de
su mirada, el calor de su compañía, la ternura de su afecto, la alegría de
su sí al Padre. Porque queremos ser creyentes como Ella, porque necesitamos
fiarnos de Dios, porque no nos resulta fácil caminar en las tinieblas,
porque necesitamos ayuda para escuchar la voz del Espíritu.
Cantar a María es parte de nuestro caminar cristiano. No hay Hijo del
Hombre sin la Madre. Jesús la quiso, y, en Ella, nos quiso a todos. También
a quien lucha contra el egoísmo, a quien siente difícil la pureza, a quien
piensa que es imposible el amor al enemigo. También a quien se levanta, una
y mil veces, tras la caída, para pedir perdón a Dios (un Dios presente a
través del sacerdote que repite lo que diría el Hijo: te perdono).
Cantar a María es decir, simplemente, desde el corazón, un gracias a Dios.
Porque en su Madre nos ha amado con locura. Porque venció así nuestro
pecado. Porque nos abrió el cielo, donde está Ella esperándonos. Porque nos
quiere pequeños, débiles, pero seguros: no hay miedo junto a la Madre. Sólo
hay esperanza, alegría y amor sincero.
Autor: P. Fernando
Pascual
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