Es simplemente incomprensible, pero Él te ayudará a recuperar la paz y a
experimentar con más fuerza aún su paternidad.
¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Cómo lo permite Dios? ¿Qué hice para merecer
este castigo? ¿Qué será de mi futuro?
Son preguntas hirientes que brotan con frecuencia en medio del sufrimiento.
Con el salmista (Sal 30) gritamos:
Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.
Le damos vueltas con la cabeza y no entendemos nada. Es simplemente
incomprensible. Toda la sensibilidad se retuerce y a veces se rebela. No es
para menos. "No lo entiendo, Señor, no tiene ningún sentido, no me entra
en la cabeza."
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
Tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;
ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve.
Las cosas no me cuadran
Lo que estás viviendo te parece que no encaja con el concepto del Dios bueno y
justo del que has oído hablar tantas veces. Viene la tentación de la
desesperanza y hasta la fe se ve amenazada.
Pero apenas puedes levantar la mirada, ves el universo: su belleza, el orden,
la perfección, el detalle, la grandeza, la abundancia... y no es difícil
concluir que lo hizo y lo conserva un Padre bueno que vela por sus hijos.
Ves tu vida: el mero hecho de existir cuando podrías no haber sido, tu
capacidad de amar, tu familia, tu bautismo, tu educación, tus amigos... y
tantas cosas buenas y bellas de tu persona y de tu historia. Aunque no es que
todo sea perfecto, su belleza y gratuidad desvelan el rostro amable de un Dios
que cobija a sus criaturas.
La Providencia Divina
Esa es la Providencia. No se puede probar con argumentos, hay que
experimentarla. A veces se nubla u oscurece, más cuando se está en medio de la
batalla; son momentos, sucesos o circunstancias particulares, pero cuando se ve
en perspectiva todo adquiere sentido. Y a veces se requieren décadas para tener
suficiente perspectiva. Es como estar perdido en medio de un laberinto y luego
ser capaz de verlo desde lo alto y encontrarle sentido.
La historia de José, hijo de Jacob, es elocuente: pasó una historia de odio,
envidia, mentira, ingratitud, sensualidad... para que llegara a cumplirse el
designio de Dios sobre su pueblo. Vale la pena recordarlo. Sus hermanos primero
se burlaron de él, después le odiaron y le rechazaron, planearon su muerte, por
fin lo arrojaron a un pozo, lo vendieron como esclavo a los primeros
extranjeros, unos egipcios, que pasaron por ahí e informaron a su padre que
había muerto. La esposa del faraón lo tentó, luego mintió y lo acusó
injustamente. José acabó en la cárcel del faraón. ¿Podría haber imaginado lo
que iba a suceder después? El caso es que Dios le concedió el cargo
administrativo más alto en el reino; tuvo la oportunidad de perdonar a sus
hermanos, de volver a abrazar a su padre, de ofrecer a su familia y a las familias
de todos sus hermanos una nueva tierra, un nuevo pueblo, una nación donde
salvar sus vidas en un momento de tremenda hambre y carestía. El pueblo de
Israel creció y se consolidó en Egipto.
Incendios que dan vida
Hace unos meses me invitaron a dar un taller de oración en Calgary. Tuvimos el
curso en un lugar montañoso con zonas inmensas de bosque. Mientras iba por
carretera pasamos por un bosque amplísimo que se había incendiado, sólo se
veían troncos caídos y cenizas. Mi reacción natural fue decir: "¡Qué
desastre!" Poco después apareció un gran cartel que decía: "Incendios
que dan vida". El fuego forma parte del sistema de regeneración de un
bosque. Cantidad de semillas permanecen encerradas en las piñas hasta que el
calor de un incendio las libera. Las cenizas fertilizan el campo. Gracias a
incendios de hace 30 años tenemos ahora bosques espléndidos.
Es necesario ver el conjunto en perspectiva. La oración es el mirador
Cuando el sufrimiento y el misterio se hacen presentes en la propia vida,
tenemos en las manos un momento privilegiado para hacer oración. No
necesariamente se encuentran respuestas; más aún, rara vez se encuentran
explicaciones lógicas a lo que sucede, pero es tiempo fecundo para crecer en el
conocimiento personal, para reconocer los propios límites, dejarse interpelar
por Dios que nos llama a la conversión y anclar la vida en una confianza
inquebrantable en la providencia de Dios.
La historia es como un río que lleva su curso; en el camino encuentra tropiezos
y remolinos, pero sigue su curso. Y el Plan de Dios se cumplirá. "En el
mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo." (Jn
16,33)
"Yo confío en ti, Señor,
te digo: -tú eres mi Dios-.
En tus manos están mis azares (...);
qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen".
Cuando Dios permite que suframos sus hijos, nos ofrece una oportunidad de
purificación y, sobre todo, de alguna manera nos dice: "No busques más
razones, me tienes a mí como respuesta".
"Yo decía en mi ansiedad:
"me has arrojado de tu vista";
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba".
Tu oración la escucha el mismo Dios que vio en la cruz a su único Hijo,
Jesucristo: el crucificado que redimió a la humanidad.
La presencia infalible de Dios Padre y el ejemplo silencioso de Cristo
crucificado se manifiestan a la hora de la prueba como una nueva epifanía del
amor personal de Dios en tu vida. No hay manera de demostrarlo, pero quizá es
una experiencia que habrás vivido más de alguna vez. Cuando abres la puerta de
la fe, Él te ayuda a encajar el golpe, a recuperar la paz y a experimentar con
más fuerza aún su paternidad.
Piénsalo un poco. En tu propio sufrimiento, al cabo de los años, ¿has
experimentado de alguna manera la mano Providente de Dios? Si no es así,
convérsalo con Él.
Autor: P. Evaristo Sada LC
No hay comentarios:
Publicar un comentario