Desde la humildad podemos suplicar insistentemente a Jesús. ¿Qué
necesidad tenemos y queremos pedir a Jesús?
La oración es mirar a Jesús con la confianza de un niño; caer a sus pies con
la confianza de un enfermo y suplicarle con insistencia con la confianza de
un pobre. Él está cerca de ti, viene como Padre, médico y rey de tu corazón,
no temas, acércate y tu alma gozará de su presencia y de su amor. Es la fe la
que te dará alas para llegar hasta Él.
Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus
pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir;
ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él.
Le seguía un gran gentío que le oprimía. (...) Mientras estaba hablando
llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto;
¿a qué molestar ya al Maestro?» Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al
jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le
acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a
la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y
otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y
lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de él. Pero él
después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre
y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le
dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La
muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años.
Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo
supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer. (Mc 5, 22-24; 35-43)
Buscar a Jesús
Mis ojos en tu mirada y tu mirada en mis ojos
Acudir a Jesús es ponerse en camino, estar atento a sus señales, sus huellas,
sus palabras. Es oír de Él para buscarlo a Él. Buscar sus huellas es el
primer paso. Abrir el corazón y la mente para que el mundo y los hombres nos
hablen de Él. La oración es vivir sus huellas, tener hambre de Él para que
poniéndonos en su presencia se nos revele, nos regale su mirada, su Palabra,
su vida y su corazón.
Jairo era un personaje importante, jefe de la sinagoga, donde los judíos
daban culto. Había escuchado del Maestro Jesús. Un nuevo profeta con
sabiduría y poder. En un principio vio en Él al médico que podría curar a su
hija. Tenía una gran necesidad de encontrarlo, pues Él quizás podría darle el
regalo de curar a su hija gravemente enferma. Busca, pregunta, sale de sus
seguridades y con la mente y su corazón puestos en su hija, lo encuentra.
Su búsqueda ha dado su fruto, está allí, en medio de la muchedumbre. Se
acerca con cautela al inicio pero con decisión. No puede perder tiempo, tiene
que reclamar su atención, su hija está grave.
Así es también nuestra oración, está búsqueda del maestro nos tiene que
llevar a salir de nosotros, de nuestras seguridades, del afán de controlar
nuestra vida, de ser creadores de nuestra propia felicidad para salir a la
búsqueda de quien no sólo da la felicidad, sino de quien es la Felicidad.
Muchas veces Dios usa la cruz, la enfermedad, la soledad, la tristeza como
medios para salir en búsqueda de su corazón. Así nuestros ojos tan centrados
en nosotros mismos volarán hasta los de Cristo y entonces, podremos
experimentar la alegría de ser penetrados por la mirada de Aquel que nos
consuela porque nos conoce y nos ama.
Mis rodillas se doblan irresistiblemente ante ti
El cruzar la mirada con la de Jesús lleva a la acción. Más bien a la
pasividad de la acción: Jairo se deja caer de rodillas en signo de adoración,
admiración, pequeñez, súplica. El amor expresado en una mirada suaviza el
corazón, debilita todo miedo y da paso a este signo de sumisión y de entrega
total en las manos de Dios.
Ponerse de rodillas ante Dios es señal de abandono, de seguridad puesta a los
pies del Maestro. De rodillas no tenemos facilidad de movimientos, no podemos
huir, no nos podemos defender. Sí, la oración verdadera es un acto de
humildad, de presentarnos indefensos ante el amor de Dios. ¿Cuántas veces
vivimos defendiéndonos del amor de Dios, del camino estrecho de su
seguimiento, de la cruz? Cuanto más recemos y estemos en su presencia, más
humildes seremos, más cerca de la tierra estaremos y así recordaremos nuestro
origen y la necesidad de Dios.
Pero Cristo no quiere humillarnos. Nos deja así de rodillas para que
levantemos la mirada, olvidándonos de nosotros mismos, para así contemplar su
mano que se tiende para levantarnos, sostenernos y acariciar nuestras
heridas. El ejercer su poder sobre nosotros a través del amor incondicional y
constante.
Por eso puedo decir que la oración debe ser para mí un doblar
irresistiblemente las rodillas ante su amor, un sentirme seguro en mi
inseguridad, un humillarme para ser exaltado por su mano que se tiende para
sostenerme, acogerme, y abrazarme.
Levantados por Cristo podemos pedir con confianza
De rodillas se ve el mundo desde una perspectiva distinta. No hay
escapatoria, vemos todo más cerca del suelo y más lejos del cielo. Pero
Cristo no nos quiere allí tendidos. Nos permite unos minutos, unas horas en
esa postura espiritual porque sabe que nos hace bien.
Al inicio de la oración hemos buscado salir de nosotros mismos, lo hemos
buscado a Él, hemos llegado hasta su mirada y sus ojos nos han penetrado el
corazón. Esta fuerza poderosa de Jesús nos ha "derribado" hasta el
suelo y de rodillas nos hemos reconocido pecadores, enfermos, pobre,
necesitados de su amor.
Ahora, con nuestro corazón bien dispuesto podemos pedir lo que más
necesitamos. Desde la perspectiva de la humildad podemos suplicar insistentemente
como lo hizo Jairo. ¿Qué necesidad vital tenemos y queremos pedir a Jesús?
Entremos en nuestro corazón desde la humildad y veamos qué queremos,
necesitamos, amamos para presentarlo al divino Maestro. Tenemos la seguridad
de que Él conoce nuestro corazón mejor que nosotros y desde antes de que se
lo pidamos, ya se encuentra nuestra petición en su corazón. Por eso, cuando
Él nos levanta, nos vuelve a mirar y nos escucha ya sabe lo que necesitamos.
El final de esta historia de Jairo ya lo conocemos: Cristo le dice, "no
temas, ten fe" y lo demás, sucede porque ya estaba escrito en el corazón
de Jesús.
Autor: P. Guillermo
Serra, LC
|
"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
martes, 16 de septiembre de 2014
Buscar a Jesús con confianza
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario