Se puede tener sólo con los tesoros del cielo: el amor, la paciencia, el
servicio a los demás, la adoración a Dios.
Fragmento de la homilía del Papa Francisco el viernes 20 de junio de 2014
Dinero, vanidad y poder no hacen feliz al hombre.
Los auténticos tesoros, las riquezas que cuentan, son el amor, la
paciencia, el servicio a los demás y la adoración a Dios.
No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma
los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el
cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren
boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón». (Mateo 6,
19-23).
No acumuléis tesoros en la tierra. Es un consejo de prudencia. Tanto que Jesús
añade: «Mira que esto no sirve de nada, no pierdas el tiempo».
Son tres, en particular, los tesoros de los cuales Jesús pone en guardia muchas
veces:
· El
primer tesoro es el oro, el dinero, las riquezas. Y, en efecto, «no estás a
salvo con este tesoro, porque quizá te lo roben. No estás a salvo con las
inversiones: quizá caiga la bolsa y tú te quedes sin nada. Y después dime: un
euro más ¿te hace más feliz o no?. Por lo tanto, las riquezas son un tesoro
peligroso.
Cierto, pueden también servir «para hacer tantas cosas buenas», por ejemplo:
para poder llevar adelante la familia. Pero, si tú las acumulas como un tesoro,
te roban el alma. Por eso Jesús en el Evangelio vuelve sobre este argumento,
sobre las riquezas, sobre el peligro de las riquezas, sobre el poner las
esperanzas en ellas.
· El
segundo tesoro del que habla el Señor «es la vanidad», es decir, buscar
"tener prestigio, hacerse ver". Jesús condena siempre esta actitud:
Pensemos en lo que dice a los doctores de la ley cuando ayunan, cuando dan
limosna, cuando oran para hacerse ver. Por lo demás, tampoco la belleza sirve,
porque también... se acaba con el tiempo.
· El
orgullo, el poder, es el tercer tesoro que Jesús indica como inútil y
peligroso. Una realidad evidenciada en la primera lectura de la liturgia tomada
del segundo libro de los Reyes (11, 1-4. 9-18. 20), donde se lee la historia de
la «cruel reina Atalía: su gran poder duró siete años, después fue asesinada».
En fin, «tú estás ahí y mañana caes», porque «el poder acaba: cuántos grandes,
orgullosos, hombres y mujeres de poder han acabado en el anonimato, en la
miseria o en la prisión...».
He aquí, pues, la esencia de la enseñanza de Jesús: «¡No acumuléis! ¡No
acumuléis dinero, no acumuléis vanidad, no acumuléis orgullo, poder!
¡Estos tesoros no sirven!».
Más bien son otros los tesoros para acumular. Hay un trabajo para acumular
tesoros que es bueno». Lo dice Jesús en la misma página evangélica: «Donde está
tu tesoro allí está tu corazón».
Este es precisamente «el mensaje de Jesús: tener un corazón libre».
En cambio «si tu tesoro está en las riquezas, en la vanidad, en el poder, en el
orgullo, tu corazón estará encadenado allí, tu corazón será esclavo de las
riquezas, de la vanidad, del orgullo».
Un corazón libre se puede tener sólo con los tesoros del cielo: el amor, la
paciencia, el servicio a los demás, la adoración a Dios. Estas «son las verdaderas
riquezas que no son robadas». Las otras riquezas -dinero, vanidad, poder- «dan
pesadez al corazón, lo encadenan, no le dan libertad».
Hay que tender, por lo tanto, a acumular las verdaderas riquezas, las que
«liberan el corazón» y te hacen «un hombre y una mujer con esa libertad de los
hijos de Dios». Se lee al respecto en el Evangelio que «si tu corazón es
esclavo, no será luminoso tu ojo, tu corazón».
Un corazón libre es un corazón luminoso, que ilumina a los demás, que hace ver
el camino que lleva a Dios, que no está encadenado, que sigue adelante y además
envejece bien, porque envejece como el buen vino: cuando el buen vino envejece
es un buen vino añejo. Al contrario, el corazón que no es luminoso es como el
vino malo: pasa el tiempo y se echa a perder cada vez más y se convierte en
vinagre.
Pidamos al Señor para que nos dé esta prudencia espiritual para comprender bien
dónde está mi corazón, a qué tesoro está apegado. Y nos dé también la fuerza de
«desencadenarlo», si está encadenado, para que llegue a ser libre, se convierta
en luminoso y nos dé esta bella felicidad de los hijos de Dios, la verdadera
libertad».
Autor: SS Francisco | Fuente:
vativan.va
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