Sólo me hace falta permitir,
que mi tiempo ya no sea mío, y empezar a descubrir un mundo maravilloso de amor
sin límites.
Lo sé por tu Palabra: amas al hombre. A ese hijo tuyo que tantas veces te ha
negado. A ese ser débil y frágil que promete ser honesto y no lo cumple. A esa
creatura que piensa, sueña, ama, y sucumbe ante el egoísmo, el placer, el
dinero.
¿Por qué buscas al hijo rebelde? ¿Por qué abres puertas para que pueda
encontrarte quien te ha rechazado tantas veces? ¿Por qué esperas a quien vive
envuelto en autoengaños de poder y de soberbia?
Me cuesta entender esa paciencia infinita de tu Corazón. Dios, si no fueras tan
bueno, hace ya mucho tiempo que nos habrías abandonado a nuestra suerte.
Sin embargo, sigues tras mis huellas. Esperas a que te abra una rendija, una
pequeña grieta en mi alma.
Si algún día dejo de lado mis miedos, mis avaricias, mis complejos; si, tal vez
en este momento, permito que tu Palabra limpie la sangre de mis heridas,
empezaré a descubrir un mundo maravilloso de amor sin límites, de servicio
alegre, de esperanza filial.
Sólo me hace falta abrirte una rendija. Permitir, por un momento, que mi tiempo
ya no sea mío, para dejarte decirme, al oído, tu gran sueño: ven a casa, hijo
mío, y celebremos juntos un banquete de perdón, de paz, de alegría plena...
Autor: P. Fernando Pascual LC
No hay comentarios:
Publicar un comentario