Hace falta reconocer que sólo existe un refugio realmente bueno para cada
corazón humano.
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Ante las dificultades, mientras llega el cansancio
de la vida, cuando aumentan los dolores del cuerpo o del alma, buscamos
refugios de paz, de alegría, tal vez de olvido.
Los refugios pueden ser variados. Hay quienes simplemente buscan su refugio
en el sueño, como una especie de bálsamo para olvidar las penas y las
angustias de cada día. Otros se refugian en un cuarto de su casa, o entre
libros, o en el bar donde encontrar amigos y ambientes diferentes. Otros
anhelan ese refugio en el trabajo, o en el coche, o en la televisión, o en la
computadora, o en la música. Algunos, por desgracia, se crean un mundo
artificial de sensaciones con la droga o con el alcohol, para consolar
(falsamente) penas y dolores del alma.
Muchos de los refugios son simplemente un engaño, como un espejismo que
enciende ilusiones pasajeras en el corazón, para luego dejarnos indefensos y
cansados frente a los problemas que ahí siguen, con su peso de amenazas y con
su martilleo obsesivo.
Existen, sin embargo, otro tipo de refugios que pueden ser sanos, que
restablecen las fuerzas del alma para reemprender la lucha. Un rato de
deporte, un diálogo con un amigo sincero, un libro bueno, devuelven serenidad
al alma, abren horizontes de esperanza, nos preparan para volver con más
bríos al combate de cada día. Pero en muchas ocasiones esos refugios también
son insuficientes.
Por eso hace falta reconocer que sólo existe un refugio realmente bueno para
cada corazón humano. Es el que se alcanza desde el encuentro sincero con
Dios. Porque Dios da sentido a la vida, nos ha creado, nos tiende la mano
como Salvador, nos espera cada día y tras la hora definitiva de la muerte.
A Dios nos acercamos en esos momentos de oración sincera, cuando le abrimos
el alma, cuando le pedimos ayuda, cuando nos ponemos llenos de confianza
entre sus manos. A Dios lo tocamos cuando podemos recibir los sacramentos,
especialmente el gran regalo de la misericordia (la confesión) y el inmenso
abrazo que es posible en cada Eucaristía. A Dios lo escuchamos con el
espíritu abierto cuando leemos su Palabra, cuando creamos en nuestro interior
espacios de silencio que nos permiten escuchar sus susurros cotidianos.
Es Dios el verdadero refugio que anhelamos. Porque sólo Dios conoce
plenamente lo que hay en cada corazón humano. Porque sólo Él puede ofrecer
consuelos verdaderos y palabras de ternura que curan y que lanzan a vivir
desde una fe intensa, una esperanza alegre y un amor hecho servicio a quienes
recorren a nuestro lado el mismo camino del existir terreno.
Autor: P. Fernando Pascual LC
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
lunes, 28 de julio de 2014
Refugios, los consuelos que buscamos
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