La necesidad del descanso y la serenidad es algo
que viene pedido por la naturaleza humana. En las primeras páginas del
Génesis se nos dice que: “cuando llegó el día séptimo Dios había terminado
su obra, y descansó de todo lo que había hecho” (2,2). El mismo Jesús
invitó a sus discípulos: “a un lugar solitario para descansar un poco.
Porque eran tanto los que iban y venían, que no tenían tiempo para comer”
(Mc 6,31). ¿Qué quiere decir todo esto? ¡Que las vacaciones no son un
invento de la sociedad del bienestar! Hay dos formas de vivir el tiempo
vacacional: la más potenciada por la cultura hedonista domínate es el
“dolce far niente”. Es decir, deja a un lado la cabeza, el corazón, la
conciencia, para vivir la aventura humana del capricho de moda. Otra manera
es la que propone Benedicto XVI “metiendo el Evangelio en la maleta” (Zenit
3.7.2011), que significa convertirnos en dueños de nuestras vacaciones,
saber valorarla pero nunca mitificarla y descubrir los valores que encierra
esa época del año:
1º El descanso: la fatiga y el afán por el trabajo y otras ocupaciones,
ofusca el criterio de lo verdadero y lo justo. Las vacaciones son un
periodo útil para reponer fuerzas físicas, psíquicas y espirituales que
posibiliten un cambio en los aspectos de la vida que lo requieran.
2º La reflexión: hay que buscar espacio y tiempo para pensar en uno mismo.
No tengas miedo de reencontrarte contigo y vencer la superficialidad que
produce el ajetreo de la vida ordinaria. Para ello, no olvides los
Evangelios que te ayudarán.
3º La alegre serenidad: las diversiones distraen, los viajes alejan
momentáneamente los problemas. Pero la alegría permanente brota de tener la
“casa interior” en orden. Las vacaciones son un tiempo privilegiado para
una “puesta a punto”.
4º La familia: en una sociedad donde trabaja el padre y la madre fuera del
hogar, los hijos gozan poco de sus progenitores. El periodo vacacional
puede estrechar mucho más los lazos familiares, crecer en comunicación
entre sus miembros y ayudar a aquel que más lo necesite.
5º La amistad: las relaciones entre los amigos necesitan su tiempo. Las
vacaciones son un momento propicio para acercar amistades, reparar olvidos,
subsanar malos entendidos, visitar al amigo enfermo y dedicar horas a
disfrutar de las buenas compañías
6º Redescubrir la belleza de la fe: las vacaciones no se reduce a “campo,
mar o montaña”. Hay que saber captar la hermosura de las obras humanas que
nos legaron nuestros mayores. Este tiempo de asueto se puede gastar en
cultivar la sensibilidad hacia nuestro patrimonio histórico, artístico,
cultural y religioso que son expresiones de la vida de nuestros
antepasados.
7º El silencio: en él logramos percibir las voces más significativas para
nuestra realización personal. Quienes aprecian el silencio se convierten en
“maestros” del escuchar y comunicar.
8º La oración: tan escasa por las múltiples ocupaciones, es ahora un
momento para mayor comunicación con el Señor y recibir de Él la fuerza y el
estímulo para nuestro camino diario.
9º La creación: en la época vacacional muchas personas tienen más
oportunidad de contemplar y valorar el hermoso espectáculo que cada día nos
ofrece gratuitamente la madre naturaleza donde está tan palpable la huella
del Creador.
10º La solidaridad: en vacaciones nunca se debe olvidar el amor a los
pobres. Ello se manifiesta en el austeridad en gasto y en el compartir,
cuidando y dando compañía a los mayores, apoyando interesantes actividades
sociales y pastorales en zonas.
Autor: monseñor Juan del Río Martín | Fuente: Zenit.org
*Monseñor Juan del Río Martín es el arzobispo
castrense de España
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