"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 10 de septiembre de 2013

Elegancia

Autor: Carolina Crespo Fernández


El diccionario de la RAE dedica pocas palabras al término "elegancia", a pesar de que el cultivo de este arte forma parte de la educación humana. 

Una cosa es la "educación" –practicar las formas de cortesía– y otra la "formación", la transmisión de hábitos de comportamientos humanos. 

El cultivo de la elegancia pertenece a las profundidades de la sensibilidad humana y es difícil de expresar. La elegancia es sublime, se eleva sobre lo normal. De la elegancia hablan desde los llamados entendidos en la materia en las revistas especializadas en moda hasta los expertos del marketing. Pero, ni unos ni otros, tienen en cuenta que la elegancia es un bien invisible. 

La elegancia no tiene nada que ver con lucir el más famoso de los reptiles del ámbito de la moda y otros sucedáneos, sino que es algo más elevado. No hay que dejarse tiranizar por los llamados especialistas en elegancia, que solo se mueven por criterios humanos y comerciales.


La elegancia invita a la trascendencia; va más allá de las tendencias de moda que nos tratan de imponer cada temporada; la elegancia no pasa nunca de moda, es clásica. La elegancia la conforman el modo de andar, el porte, el modo de hablar, de vestir, de comer, etc. Decía Azorín: "Hay un modo elegante de llevar un traje, de sostener una pluma entre los dedos para escribir (?), formas de hacer que requieren un aprendizaje." 

Es cierto que nuestra imagen es nuestra tarjeta de presentación; es nuestra proyección al exterior. Pero, ese envoltorio que es nuestra imagen, para ser elegante, ha de contener equilibrio y armonía. Por ello, la elegancia es un don que nace dentro y se transmite al exterior. 

No solo somos un cuerpo, sino un ser con un alma, pero solo la belleza de esta última es inmune al paso del tiempo. Cuando se posee armonía entre el interior y el exterior se puede decir que los ojos son el reflejo del alma, al margen de la edad, de la estatura y de la complexión física; por ello, hay que percibir más allá de las apariencias, captar la belleza sutil y la belleza espiritual. "Lo esencial es invisible a los ojos", escribió Antoine de Saint-Exupéry.

Caminemos pues, contracorriente, no admiremos a esos modelos que invaden todos los medios de comunicación, porque no son superiores a nosotros; huyamos de la ordinariez, de la vulgaridad, de la zafiedad y del mal gusto, en aras de una sociedad más delicada, sutil, sensible, cultivada, distinguida y elegante. Por supuesto que esto requiere esfuerzo, porque para alcanzar los valores más sublimes hay que llegar a la cima, pero creo que merecía la pena.

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