"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 30 de junio de 2012

LA CARIDAD ANIMADORA DE MARÍA

María, ten caridad con nosotros y enséñanos a rezar, porque nos conformamos con nuestras devociones y creemos que con eso, basta.

María en PENTECOSTÉS

Hechos 1, 14)


Composición de Lugar: "Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús y con los hermanos de éste" (Hechos 1, 14). Ahí estaba María con los apóstoles, en oración íntima, preparándoles para la venida del Espíritu Santo, animándoles, pues Jesús se acababa de ir al cielo, y ellos se sentían solos, desprotegidos y con mucha añoranza del Maestro. ¿Qué les diría María? ¿Cómo les animaría? Cuántos recuerdos se agolpaban en la mente y en el corazón de María y de los apóstoles. Metámonos también nosotros en ese Cenáculo para prepararnos, con María, para la venida del Espíritu Santo. María ya tenía una larga historia personal con el Espíritu, desde la Encarnación. ¿Quién mejor que Ella para enseñarnos cómo prepararnos para Pentecostés?

Petición: Señor, que sea un gran animador entre mis hermanos los hombres, con una caridad que transmita seguridad, consuelo y aliento, a ejemplo de María en el Cenáculo.

Fruto: Ser siempre a mi alrededor un auténtico paráclito (animador y consuelo) para mis hermanos, como lo fue María en Pentecostés con los apóstoles a quienes ayudó a prepararse para recibir al Espíritu Santo.


Puntos:

1. La caridad de María les enseñaba con paciencia de madre y maestra a rezar a los apóstoles durante la espera de Pentecostés: ¡Qué dichosos los apóstoles que pudieron orar junto con la Virgen! Ella dirigiría la oración. Ella daría ejemplo de fervor. Sólo con mirarla a Ella, se disiparía el cansancio, la tibieza, las distracciones de los apóstoles. Esta caridad de María comprendía el tedio de los apóstoles que estaban ya fatigados de tanto esperar. Esta caridad de María excusaba los defectos de estos hombres tan llenos de defectos todavía, pero cuyo amor a Cristo su Hijo era evidente. Esta caridad de María animaba a estos apóstoles que experimentaron la ausencia de Cristo, después de tres años de tanta intimidad con Él. Les enseñaba a rezar. Enseñar a quien no sabe es una obra de misericordia, es un acto de caridad sublime. Enseñar a rezar, porque María sabía que la oración es fuerza, es luz, es consuelo para el camino. Les enseñaba a rezar con humildad, con confianza, con perseverancia y con corazón limpio y desinteresado. Les enseñaba esa oración personal e íntima, amasada de fe y gratitud, de entrega y humildad. Y también les enseñaba la oración comunitaria, hecha como Iglesia, en nombre de la Iglesia.

Ah, María, ten caridad con nosotros y enséñanos también a nosotros a rezar, porque nos conformamos muchas veces con nuestras devociones y creemos que con eso, basta. La oración es mucho más que rezar nuestras devociones privadas. Es abrirme y escuchar a Dios como persona, con toda mi mente, corazón, afecto y voluntad, y donde Dios me transforma poco a poco, y así poder hacer en mi vida su santísima voluntad.


2. La caridad de María les ayudó a abrir la mente, el corazón y la voluntad de los apóstoles para recibir el don del Espíritu Santo el día de Pentecostés. El primer "Pentecostés" para María, por así decir, fue el día de la Anunciación, cuando el Espíritu Santo descendió sobre ella e hizo el milagro de la fecundación del Verbo en su seno. La caridad de María les enseñó cómo abrir la mente, el corazón y la voluntad para la venida del Espíritu Santo. Les decía que abrieran la mente, porque el Espíritu Santo es Luz que les iluminaría para que comprendiesen el mensaje de su Hijo Jesús antes de predicarlo. Les decía que abrieran el corazón, porque el Espíritu Santo es Amor que limpia toda impureza y deseos terrenos, y de esta manera harían de su corazón un auténtico oasis donde Cristo podría reponer sus fuerzas e intimar con ellos. Les decía que abrieran su voluntad, para que el Espíritu Santo les llenase de fuerzas para después ser valientes testimonios de Cristo, como realmente lo fueron. Oh, María, dime cómo tengo yo que abrirme a este Don Supremo del Espíritu.


3. La caridad de María fue aliento y estímulo para lanzar a estos apóstoles por el mundo entero predicando el evangelio de su Hijo. Les dijo que ya estaban capacitados para ir y predicar con valentía la buena nueva de su Hijo Jesús. Les dijo que no tenía que importarles lo que dijeran o dejaran de decir los otros, pues el Espíritu Santo pondría las palabras acertadas en su boca. Les alentó para que no se desanimasen ante las dificultades que encontrarían en muchas casas y ciudades. Les consoló el corazón, tan necesitado del cariño maternal. Les aseguró que el Espíritu es viento impetuoso que les llevaría con fuerza por todos los rincones del mundo. Les aseguró que el Espíritu es lengua de fuego que se les meterá en el corazón y les hará hablar sin miedo y sin cobardías, hasta convertirles en celosos apóstoles y mártires. Les aseguró que el Espíritu restaurará la unidad perdida en Babel, donde el orgullo humano fue castigado con la diversidad de lenguas.

El Espíritu es forjador de unidad y comunidad. Ahí está María en esta primera Iglesia, en esta Iglesia primitiva. Está en medio de la Iglesia naciente. Está como la madre de Jesús, amándolo en estos hombres concretos que Él había elegido.

Conoce las debilidades y los miedos de esta primera comunidad eclesial y la ama en su realidad concreta. Les dice que a ellos se les ha encomendado el Reino. La pequeñez de los instrumentos no asusta a María. La presencia de María en este Cenáculo es solidaridad activa y consoladora con la comunidad de su Hijo. Ella es la que con mayor anhelo y fuerza implora la venida del Espíritu. Ella es la Madre de la Iglesia. Todo su amor y todos sus desvelos son ahora para esa Iglesia naciente que es la continuación de la obra de Jesús. Ella acompaña la difusión de la Palabra, goza con los avances del Reino, sigue sufriendo con los dolores de la persecución y las dificultades apostólicas. Ignoramos cómo transcurrieron los últimos años de María y también cuándo y dónde aconteció el final de su vida terrena. Pero seguramente fueron años de íntima unión con Cristo y con su obra. Y ese final marcó el inicio de otra forma de existencia, junto al Señor glorificado y junto a nosotros. Ella desde el Cielo sigue derramando su caridad con su mediación e intercesión por nosotros, sus hijos.


Preguntas para reflexionar:
·  ¿Qué experiencia tengo del Espíritu Santo en mi vida? ¿Puedo decir que es para mí Luz para mi mente, consuelo para mi corazón y fuerza para mi voluntad?
·  ¿Suelo ser para mis hermanos "paráclito", es decir, consuelo y aliento, como lo fue María para los apóstoles? ¿O por el contrario los demás se apartan de mí porque soy portador de negativismo, disgustos y reclamos?
·  ¿El Espíritu Santo me lanza a llevar el mensaje de Cristo por todas partes: en mi casa, entre mis vecinos, en mi trabajo, con mi grupo de amigos? ¿O soy cobarde y tengo respeto humano para hablar y dar testimonio de Cristo?
·  ¿Cómo es mi relación con María Santísima, madre de Cristo, madre de la Iglesia y madre mía: filial e íntima, esporádica o constante?
Autor: P Antonio Rivero LC.

viernes, 29 de junio de 2012

ENTREVISTA A SAN PEDRO Y SAN PABLO

¿Qué nos platicarían estos grandes apostoles? ¡Cuántas cosas nos enseñarían!Sus palabras son actuales, solo tenemos que leerlas en las Sagradas Escrituras.
ENTREVISTA A SAN PEDRO EN EL CIELO

Vamos a hacer una entrevista a aquel pescador de Galilea llamado Simón Pedro:

Pregunta: ¿Qué sentiste al negar a Cristo?

Respuesta: Fue el día más triste de mi vida; no se lo deseo a nadie. Yo era muy duro para llorar, pero ese día lloré a mares; no lo suficiente, porque toda la vida lloré esa falta. Sin embargo, por haber negado al Señor un día, lo amé muchísimo más que si nunca lo hubiera hecho. Esas negaciones fueron un hierro candente que me traspasó el corazón.

Pregunta: ¿Prefieres el nombre de Pedro al de Simón?

Respuesta: Sí, porque el nombre de Simón me lo pusieron mis padres; el de Pedro, Cristo. Además, es un nombre que encierra un gran significado. Por un lado me hace feliz que Él me haya hecho piedra de su Iglesia; por otro lado, me produce gran confusión, porque yo no era roca, sino polvo vil. Cristo ya no me llama Simón, Él prefiere llamarme roca; y en el cielo todos me llaman Pedro.
Mi antiguo nombre ya se me olvidó. Cuando pienso en mi nuevo nombre, cuando me llaman Pedro, inmediatamente pienso en la Iglesia. Me llaman así con un sentido muy particular los demás vicarios de Cristo que me han seguido, y yo siento ganas de llamarles con el mismo nombre, porque todos somos piedra de la misma cantera, todos sostenemos a la Iglesia.

Pregunta: ¿Por qué dijiste al Señor aquellas palabras: «Señor, a quién iremos, si Tú tienes palabras de vida eterna»?

Respuesta: Me salieron del corazón. La situación era apurada, y había que hacer algo por el Maestro; veía a mis compañeros indecisos, y sentí la obligación de salvar la situación y confiar; por eso dije en plural: «¿A quien iremos Señor? Tú tienes palabras de vida eterna». Yo mismo no comprendía en ese tiempo muchas cosas del Maestro. Ni pienses que entendía la Eucaristía, pero dejé hablar al corazón, y el corazón me habló con la verdad.
Yo amaba apasionadamente al Maestro y aproveché aquel momento supremo para decir bien claro y bien fuerte: «Yo me quedo contigo». Y, de lo que entonces dije, nunca me arrepentí.

Pregunta: ¿Qué sentiste cuando Cristo Resucitado se te apareció?

Respuesta: Es difícil, muy difícil de expresar, pero lo intentaré. Por un segundo creí ver un fantasma, luego sentí tal alegría que quise abrazarlo con todas mis fuerzas. «¡Es Él!» pensé, pero luego sentí cómo se me helaba la sangre, y quedé petrificado sin atreverme a mover. Él fue quien me abrazó con tal ternura, con tal fuerza... Y oí muy claras sus palabras: «Para mí sigues siendo el mismo Pedro de siempre».

Pregunta: ¿Qué consejo nos das a los que seguimos en este mundo?

Respuesta: Puedo decirles que mi actual sucesor, Benedicto XVI, es de los mejores. Háganle caso y les irá mejor.

Pedro es el típico hombre, humilde de nacimiento, que se hizo grande al contacto con Cristo. El típico hombre, pecador como todos, pero que, arrepentido de su pecado, logró una santidad excelsa.


ENTREVISTA EN EL CIELO A SAN PABLO

Quisiéramos hoy hacerle algunas preguntas al fariseo Pablo de Tarso.

Pregunta: ¿Qué sentiste en el camino hacia Damasco, caído en el suelo, tirado en el polvo?

Respuesta: Yacía por tierra, convertido en polvo, todo mi pasado. Mis antiguas certezas, la intocable ley mosaica, mi alma de fariseo rabioso, toda mi vida anterior estaba enterrada en el polvo.

Fue cuestión de segundos. Del polvo emergía poco a poco un hombre nuevo. Los métodos fueron violentos, tajantes, «es duro dar coces contra el aguijón», pero sólo así podía aprender la dura lección.

En el camino hacia Damasco me encontré con el Maestro un día que nunca olvidaré.

Aquella voz y aquel Cristo de Damasco se me clavaron como espada en el corazón. Cristo entró a saco en mi castillo rompiendo puertas, ventanas; una experiencia terrible; pero considero aquel día como el más grande de mi vida.


Pregunta: ¿Sigues diciendo que todo lo que se sufre en este mundo es juego de niños, comparado con el cielo?

Respuesta: Lo dije y lo digo. Durante mi vida terrena contemplé el cielo por un rato; ahora estaré en él eternamente. El precio que pagué fue muy pequeño. El cielo no tiene precio. ¡Qué pena da ver a tantos hombres y mujeres aferrados a las cosas de la tierra, olvidándose de la eternidad!

Vale la pena sufrir sin fin y sin pausa para conquistar el cielo. El Cristo de Damasco será mío para siempre; llegando aquí lo primero que le he dicho al Señor ha sido: «Gracias Señor, por tirarme del caballo»; pues Él me pidió disculpas por la manera demasiado fuerte de hacerlo.

Pregunta: ¿Qué querías decir con aquellas palabras: “¿Quién me arrancará del amor a Cristo?”

Respuesta: Lo que las palabras significan: que estaba seguro de que nada ni nadie jamás me separaría de Él, y así fue. Y, si en la tierra pude decir con certeza estas palabras, en el cielo las puedo decir con mayor certeza todavía.
El cielo consiste en: “Cristo es mío, yo soy de Cristo por toda la eternidad” ¿Sabes lo que se siente, cuando Él me dice: «Pablo, amigo mío?».

Pregunta: Un día dijiste aquellas palabras: “Sé en quién he creído y estoy tranquilo”. Explícanos el sentido.

Respuesta: Cuando llegué a conocerlo, no pude menos de seguirlo, de quererlo, de pasarme a sus filas; porque nadie como Él de justo, de santo, de verdadero.
Supe desde el principio que no encontraría otro como Él, que nadie me amaría tanto como aquél que se entregó a la muerte y a la cruz por mí.

Pregunta: ¿Un consejo desde el cielo para los de la tierra?

Respuesta: Uno sólo, y se los doy con toda la fuerza: “Déjense atrapar por el mismo Señor que a mi me derribó en Damasco”.

Si todos los enemigos del cristianismo fueran sinceros como Pablo de Tarso, un día u otro, la caída de un caballo, una experiencia fuerte o una caricia de Dios les haría exclamar como él: «Señor, ¿qué quieres que haga?».
Autor: P Mariano de Blas LC.

jueves, 28 de junio de 2012

A TU IMAGEN NOS CREASTE, SEÑOR

¿Qué tanto me parezco a Ti? Porque he sido creado a tu imagen. Pero para ser reflejo de Ti, tengo que dejar de ser yo mismo.

Hoy Señor, no estás oculto tras la puerta del Sagrario, no, estás expuesto en el Altar en una hermosa Custodia. Ahí te ha puesto el sacerdote para que nuestros ojos te vean y te adoremos.

El alma se arrodilla ante ti, ¡Oh, Señor de la Historia, Rey de reyes, Dios de misericordia!

Y llega la pregunta: - “¿Qué tanto conozco yo a este Cristo, a este Jesús, que está oculto en esa Sagrada Hostia? ¿Eres para mí algo lejano, algo distante, eres alguien a quien tengo que tratar de usted? O, ¿eres mi amigo y tengo contigo una relación cordial y amorosa? ¿Eres algo así como mi padre, mi madre, mi hermano, mi mejor amigo? ¿Qué respuesta puedo darte, Señor?

Solo sé que te amo. Porque he sido creada a tu imagen. A imagen de Dios. Y siendo imagen tuya, sé que cuando llegue la hora de presentarme ante Ti, me abrazarás y me pondrás a tu lado. Pero para ser reflejo de Ti, tengo que dejar de ser yo misma y empezar a juzgar a los demás como juzgas tú, como amas tu a todo los seres, como haces tú con esta enfermedad, con esta soledad, con esta ancianidad, con esta juventud, con este matrimonio, con estos hijos, con estos nietos, con este trabajo duro y cansado, o con esta falta de él. Y como haces tú con mi miedo, con mi angustia. Y sentir como tú sientes, para perdonar o para pedir perdón.

¿Qué tanto me parezco a ti, Señor?

Tú lo hiciste todo por amor. Esa es tu gran enseñanza, esa es tu gran verdad. Pero los actos de amor no son siempre para ratos bonitos, a veces es algo que duele, que cuesta, porque no está en las palabras sino en los actos y a veces esos actos son de sacrificio, de renuncia, de aceptación, de tolerancia, de entrega: eso es amor.

¿Y cómo lograremos todo esto? ORANDO. Orar es tener un trato personal con Dios. No solo rezar cuando hay dificultades. Y tampoco la oración se concreta, como ahora, que estoy en la Capilla y Tú estás expuesto para ser adorado y que brote ante Ti, una oración. No, todo nuestro día puede convertirse en oración, en rezo, si te involucro en todo mi diario vivir, los buenos ratos, los malos, los alegres, los tristes... el día completo, con sus horas y minutos, el descanso de la noche y el amanecer del nuevo día... todo eso es orar.

Unido a esa forma de vivir puedo poco a poco irme pareciendo a Ti, Señor. Tu ayuda y apoyo será mi mayor fuerza para dar testimonio de QUE A TU IMAGEN NOS CREASTE, SEÑOR.
Autor: Ma Esther De Ariño.

miércoles, 27 de junio de 2012

HAY  QUE  SABERLO
            Con este título, tanto en texto como en PowerPoint, circula un notable documento con las cifras que la Iglesia Católica ahorra al Estado Español. Los números son elocuentes y van desde 5.141 centros de enseñanza que ahorrarían al Estado unos tres millones de euros por centro, pasando por 107 hospitales cuyo ahorro sería de ciento cincuenta millones por clínica, o 105 asilos, dispensarios, atención a minusválidos o terminales con un gasto evitado al erario público de cuatro millones de euros por entidad, y habría que continuar por Caritas, Manos Unidas, centros para marginados, etc. Por si sirve: Rouco cobra 1.150 euros al mes, y un sacerdote entre 800 y 900.
            La Iglesia no acostumbra a pasar factura de sus tareas altruistas, para creyentes o no. Tampoco de las realizadas por muchos católicos a título personal o asociados con otros, pero movidos indudablemente por su fe, por el mandamiento del amor. Seguramente porque, a pesar de las miserias humanas, se empeña en practicar aquello que expresa tan bellamente san  Jerónimo: quien es esclavo de las riquezas, las guarda como esclavo; pero el que sacude el yugo de la esclavitud las distribuye como señor. Ese señorío implica no hacer alarde del bien que se practica pero, en ocasiones, hay que decirlo, porque todavía hay quien cree que el Estado mantiene a la Iglesia, y que debe reclamarle impuestos cuya exención está prevista en los Acuerdos con la Santa Sede, exención que también afecta a otras muchas entidades.
            Precisamente, ha sido el jefe de un partido político o sindicato -me da igual- el que ha reconocido que, en su Autonomía, no paga IBI ninguna de sus sedes, pero lo encuentra razonable porque son de interés público. Y aquí también hay algo que saber y es muy sencillo: son muchos los ciudadanos cuyo interés por la religión es mayor que el suscitado por partidos o sindicatos del signo que sean. Basta pensar en los asistentes a la misa dominical, un número mucho mayor que el de afiliados a cualquiera de esas entidades. Dicho con toda paz y sin ánimo de agravio alguno, pero ¡ya está bien! de considerar la religión como algo privado. Cierto es que  nadie es obligado a ninguna práctica religiosa, como tampoco es forzoso pertenecer a una ONG, sindicato, partido, etc. Es más, son muchos los que consideran que si el Estado tiene como misión velar por el bien común, sin  la más mínima duda, parte importante del mismo es lo relacionado con la fe.
            La Iglesia ha ido escapando del confesionalismo que coarta la libertad y la ata al gobierno de turno. Quedan uno o dos estados confesionales. También por ese motivo -aunque el primero y principal sea el amor-, la Iglesia huye de pasar factura, no desea que la mano derecha sepa lo que hace la izquierda, por expresarlo con frase evangélica. No tiene 365 centros para atender a cincuenta y tres mil personas marginadas -que evitan al Estado un gasto de medio millón de euros por centro- para irlo contando por ahí; ni pasa cuenta del costoso mantenimiento de su patrimonio artístico que paga en un ochenta por ciento. Pero aún queda gente que ve ese patrimonio como "las riquezas de la Iglesia", cuando es bien sabido que son una fuente grande de atracción turística y un bien del que dispone todo el país. Sin embargo, no nos da ninguna vergüenza decir que también son para el culto de Dios, asunto de mucho interés general puesto que son millones de personas los que, con más o menos frecuencia, participan de él. En cualquier caso, esa "riqueza" cuesta entre treinta y dos y treinta y seis millones de euros por año.
   
 Siempre que sea necesario estamos dispuestos a "poner la otra mejilla", pero sin que tal actitud suponga una dejación de deberes o derechos que nos corresponden por estricta justicia. Con nuestros haberes, fruto de nuestro sudor y de nuestro trabajo -escribió Casiano- debemos ayudar a los necesitados, sin dudar ni escondernos para expresar que Dios es la primera necesidad del hombre y, cuando desaparece de nuestro horizonte, queda la vida con bien poco sentido.
            Nuestro Señor Jesucristo, que funda la Iglesia Santa, espera que los miembros de este pueblo se empeñen continuamente en buscar la santidad. No todos responden con lealtad a su llamada. Y en la Esposa de Cristo se perciben, al mismo tiempo, la maravilla del camino de salvación y las miserias de los que lo atraviesan. Estas palabras de san Josemaría Escrivá nos sitúan en el punto justo: porque la santidad exige amor a Dios y a los hombres, una dedicación que se traduce en conducta,  nunca puede ser algo meramente interior. Es más, no sería buen católico aquel que ocultase arteramente su condición en un ambiente no favorable, ni tampoco el que se aprovechase de un clima favorable, ni el que no traduce su fe en obras.
            Se ha repetido hasta la saciedad la frase evangélica: al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Pues eso.
Autor: Pablo Cabellos Llorente

El tesoro escondido de Benedicto XVI

Las homilías sobre el Bautismo. La última es de hace pocos días y es la decimoquinta de la serie. Con una pasaje fulgurante contra las "pompas del diablo" que triunfan en la mentalidad corriente
Ha pasado casi inadvertida al gran público, pero la "lectio divina" que Benedicto XVI ha pronunciado el lunes 11 de junio por la tarde en la basílica de San Juan de Letrán, la catedral de Roma, ha sido uno de los momentos más alto de esa obra maestra que son sus homilías sobre el Bautismo.

Que Benedicto XVI esté destinado a pasar a la historia por su predicación litúrgica, como antes que él el papa León Magno, es una hipótesis ya más que consolidada.

Pero en el gran "corpus" de sus homilías, las que están dedicadas al Bautismo tienen un lugar de relevancia única.

El mandato a bautizar "en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo" está en las últimas palabras de Jesús en esta tierra. La Iglesia las tomó muy en serio, y es así como genera a sus hijos, desde siempre. En consecuencia, el Bautismo es el acto de nacimiento y el documento de identidad de todo cristiano.

Por este motivo es tan central en la predicación de Benedicto XVI. En una época de difuso analfabetismo religioso, de fe trémula y de disminución del bautismo en los países de antigua cristiandad, el papa Joseph Ratzinger quiere partir de nuevo desde los cimientos de la vida cristiana y devolverlos a la mirada de todos en su espléndida belleza.

Sus homilías sobre el bautismo son un ejemplo clarísimo, como lo es la "lectio divina" que, el pasado 11 de junio, pronunció ante los fieles de Roma que atestaban la catedral.

Benedicto XVI habló improvisando, como los antiguos Padres de la Iglesia. Por encima de él los oyentes podían admirar, en el centro del antiguo mosaico del ábside, una cruz con gemas de la cual brotan ríos de agua viva.

El nexo entre el Bautismo y la cruz ha sido justamente uno de los puntos relevantes de la "lectio divina" del Papa, que ha tomado como punto de partida el "mandato" dado por Jesús a los apóstoles antes de subir al cielo: " Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

Otro pasaje de la "lectio" que ha impactado mucho a los presentes ha sido el momento en el que el papa ha vuelto a dar significado y frescura actual a una antigua fórmula del rito: la renuncia de quien recibe el Bautismo "a Satanás y sus pompas", fórmula hoy en día sustituida por la endeble renuncia "a las seducciones del mal".

Desde que ha sido elegido papa, hace siete años, Benedicto XVI ha administrado el Bautismo catorce veces, dedicándole cada vez una homilía.

Siete veces el domingo que cada año sigue a la Epifanía, el domingo que celebra el Bautismo de Jesús en el Jordán.

Y otras siete veces en la vigilia pascual.

En el primer caso bautizando a niños, casi siempre de Roma, en la Capilla Sixtina; en el segundo, bautizando a adultos, procedentes de todas las partes del mundo, en la basílica de San Pedro.

"Lectio divina" pronunciada por el papa en la basílica de San Juan de Letrán el 11 de junio de 2012, en la apertura de la Asamblea eclesial de la diócesis de Roma, su diócesis, dedicado precisamente al Bautismo y a su pastoral.

Autor: Sandro Magister.

martes, 26 de junio de 2012

¿CÓMO ORAR CUANDO ESTÁS DECEPCIONADO?

¿Buscamos certezas? Aquí está la más sólida de todas. Del amor de Dios podemos estar siempre seguros, completamente seguros.

Seguramente has tenido la experiencia de una decepción, un fracaso, una traición, de cuando tal vez alguien que considerabas un buen amigo o un buen socio te da una puñalada por la espalda, un ser querido que desaparece cuando más lo necesitas y te deja en completa soledad, un tiempo prolongado de inestabilidad en tu casa, de un hermano, un hijo o un amigo que se va, de alguien que no cumplió su palabra y tú sufriste graves consecuencias, un sueño en el que has invertido mucho y se te derrumba... Me refiero a la experiencia de haber puesto tus esperanzas en alguien o en algo y que todo se te venga abajo.

Experimentas una gran decepción. Surgen en la mente todo tipo de preguntas. Te cuestionas si fuiste tú el culpable. Dudas de todo y de todos. Como Jeremías, tu también dices: Maldito el hombre que confía en el hombre (Jer 17, 5) y como el salmista: Mejor es confiar en Yahvé, que confiar en el hombre. (Salmo 118)

Hay personas que en éstas circunstancias se desmoronan, caen en profunda depresión, otros incluso se suicidan. Son situaciones difíciles, a veces muy difíciles, pero también pueden ser muy provechosas. Yo creo que, por más dolorosas que se presenten, son oportunidades de oro para afianzarse y crecer. Cuando se te desmorona un edificio, es una oportunidad privilegiada para construir, ahora sí, sobre roca firme. He tenido experiencias de éstas en mi vida y he podido acompañar a muchas personas en momentos similares y los he visto madurar y superarse como nunca.

Lo que se echa de menos en estas situaciones es la fidelidad. Viene una gran nostalgia de un amor que sea fiel, que no falle, que no pueda fallar. Algo o alguien que dé garantías de estabilidad. El amor no puede pisar sobre arenas movedizas, necesita tierra firme: FIDELIDAD. Y entonces nos acordamos de Dios. Ayer mismo, una universitaria que participa en el taller de oración que estoy impartiendo en Medellín, me decía: En estos momentos, sé y entiendo que si estoy con Dios, nadie puede afectar mi estabilidad.

En el contexto bíblico, la fidelidad es sobre todo un atributo divino: Dios se nos da a conocer como Aquél que es fiel para siempre a la alianza que ha establecido con su pueblo, no obstante la infidelidad de éste. En su fidelidad, Dios garantiza el cumplimiento de su plan de amor, y por esto es también digno de fe y veraz. (Benedicto XVI, 11 de junio de 2012)

No porque Dios sea fiel se acabaron los problemas. El es fiel, pero sus designios no dejan de ser misteriosos. Por nuestra parte, seguimos siendo libres: otro gran misterio. Nuestra relación con Dios, nuestro fiarnos de Dios, no está completamente resuelto en Él. Somos libres y por ello nuestra relación con Él mantiene un carácter fundamental de pregunta.

Si vivimos estos momentos como personas humildes, profundas y coherentes, en lugar de caer en un hoyo, son oportunidades excelentes para crecer en el conocimiento de Dios y en amistad con Él. En tiempos de "arenas movedizas" creo que hay que buscar espacios de silencio y soledad y hacer oración. Este es el consejo de Santiago: ¿Sufre alguno entre vosotros? Que ore. (Santiago 5, 13)

En la oración experimentamos a Alguien que sí es fiel, la Roca firme en la que podemos confiar. Y no es que haya que ir a la oración como un escape o en busca de un sedante, sino en busca de Alguien, del único que es eternamente fiel. A la oración vamos a pisar Roca firme, vamos a abrazarnos a un Amor seguro, a descansar en un Amigo eterno. Dios es y será fiel a su Alianza.

¿Buscamos certezas? Aquí está la más sólida de todas. Del amor de Dios podemos estar siempre seguros, completamente seguros. Lo sintamos o no lo sintamos. A veces dudamos del amor de Dios porque no nos concede lo que pedimos, pero no es que diga "no" sino "te tengo algo mejor"; otra cosa es que no lo entendamos. Creo que Cristo tampoco entendió que el Padre guardara silencio en su oración en Getsemaní. Pero más tarde resucitó.


Autor: P Evaristo Sada LC.
Este artículo se puede reproducir sin fines comerciales y citando siempre la fuente www.la-oracion

lunes, 25 de junio de 2012

ANTE DIOS, ¿EXCUSARSE O ACUSARSE?

Las excusas fluyen, con un deseo de ocultar el mal realizado, o simplemente para explicar que no fuimos tan malos.

Nos resulta fácil excusarnos. Casi parece un mecanismo de autodefensa que surge desde las primeras etapas de la infancia y que dura casi toda la vida.

"No me di cuenta de lo que hacía. Es que todos se comportan igual. Fue un momento de debilidad. En el fondo, no es tan malo. No hay que ser escrupulosos. Actué seguramente bajo el efecto de las estrellas..."

Las excusas fluyen, con un deseo de ocultar el mal realizado, o simplemente para explicar que no fuimos tan malos. Además, no hay que ver pecado detrás de cada esquina...

San Agustín tiene un sermón (el número 29) donde trata de este mismo tema. El santo notaba cómo algunos hombres, cuando eran acusados de sus faltas, empezaban a excusarse según las costumbres de aquel tiempo: "El diablo me obligó a hacerlo... El destino me arrastró..."

Según explicaba Agustín, este modo de comportarse implica una victoria del demonio. Porque, cuando uno se convierte en su propio abogado, entonces triunfa el acusador, es decir, el diablo.

En cambio, si uno se acusa a sí mismo, es derrotado el gran acusador: salimos de las tinieblas para entrar en la luz.

Por lo tanto, hay que superar la manía autoexculpatoria para llegar a ser honestos, para reconocer que no hicimos el mal movidos por el demonio, por el destino, por la suerte, sino por nuestra culpa.

Con palabras sencillas, como las que leemos en el salmo 51, podemos reconocer nuestro pecado: Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí; contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí (Sal 51,5-6). O, como decimos al inicio de la misa: Yo confieso... por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa....

Entonces, cuando dejamos de excusarnos, cuando reconocemos nuestra culpa, cuando nos acusamos, como enseñaba san Agustín, nos ponemos delante del Médico para pedir que nos cure, que nos levante, que nos salve.

Así resulta posible iniciar el camino de la salvación. Nos acercamos a Dios desde nuestra verdad, con lo que somos: debilidad y pecado. Entonces escuchamos que Jesús nos dice, lleno de Amor y misericordia, que no nos condena, sino que vino precisamente para salvarnos. (cf. Jn 3,17).
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 24 de junio de 2012

¿CÓMO PUEDO ENCONTRAR A DIOS?

Nadie puede saber lo que habrá de suceder mañana. Qué triste sería si lo supiéramos. Toda la emoción de vivir se perdería, y nuestra vida sería como una película que ya vimos.

Cuenta la historia de un hombre muy rico y orgulloso que quería encontrar a Dios. Un día se acercó a un ermitaño que vivía en las afueras del pueblo, hombre sabio y prudente, quien lo llevó a lo alto de la montaña.

Allí lo dejó durante dos días, sin permitirle beber agua. Luego fueron donde nacía el río del pueblo, y le dijo:

En este momento, para sobrevivir necesitas agua. ¿Cómo lo harías?

El hombre se arrodilló, y bajando su cabeza bebió del cañito de agua que brotaba del suelo.

Díjole el sabio:

Eso es lo que harás para encontrar a Dios. Deja a un lado tu orgullo y reconoce tu necesidad de Dios, la fuente de agua viva, arrodillándote hasta tocar el suelo. Es la única forma de beber el agua que te salvaría de morir de sed. Asimismo, para salvar tu alma, debes reconocer que sin Dios no tienes salvación.

Dice el Señor que el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna. (Jn 4, 14). Y más adelante añade: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí. (Jn 7, 37b). Y más aún: El que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida. (Ap 22, 17c).

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Y ahora otro cuentito, el del profesor que fue invitado a dar una conferencia en una base militar, y en el aeropuerto lo recibió un soldado llamado Ralph, quien encontró a Dios sirviendo a sus semejantes.

Recogiendo las maletas, Ralph ayudó a una anciana con su equipaje, cargó dos niños para que vieran a Santa Claus, y orientó a una persona, mientras sonreía alegremente.

¿Dónde aprendió a comportarse así? -preguntó el profesor.

En la guerra, contestó Ralph. En Vietnam su misión había sido limpiar campos minados, viendo como varios amigos encontraban una muerte prematura.

Me acostumbré a vivir paso a paso. Nunca sabía si el siguiente iba a ser el último, y por eso tenía que sacar el mayor provecho del momento que transcurría entre alzar un pie y volver a apoyarlo. Cada paso era toda una vida.

Nadie puede saber lo que habrá de suceder mañana. Qué triste sería el mundo si lo supiéramos. Toda la emoción de vivir se perdería, y nuestra vida sería como una película que ya vimos. Ninguna sorpresa, ninguna emoción. Pienso que lo que se requiere es ver la vida como lo que es, una gran y emocionante aventura.

Y en ese trajinar, Ralph observó que al final no importará quién haya acumulado más riquezas, ni quién haya llegado más lejos, sino que lo único que importará es quien haya amado más.
Ralph se dio cuenta que más ama quien más ha servido, porque aprecia su vida y la vida de los demás, y como dice el Señor, al referirse a los pobres, los ancianos, los niños, los necesitados y desvalidos: En verdad os digo, que cuanto hagan a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo hicieron. (Mt 25, 40).

El rico y orgulloso se arrodilló y encontró a Dios. Ralph lo encontró sirviendo al prójimo.

¿Y tú? ¿Cuál es tu historia?


Bendiciones y paz.
Autor: Juan Rafael Pacheco.

sábado, 23 de junio de 2012

LA CARIDAD INGENIOSA, ATREVIDA Y EFECTIVA DE MARÍA

El amor de María nuestra madre, intuye y se adelanta y se cree con confianza para pedir a Dios la solución.

LAS BODAS DE CANÁ


Composición de Lugar: María recibió una invitación para acudir a unas bodas que se celebraban en Caná de Galilea. Unas bodas, en Palestina y entre los judíos, era un acontecimiento importante y revestía un carácter religioso, pues era el medio de perpetuar la raza hasta la plenitud de los tiempos, es decir, hasta los días del Mesías. Los contrayentes eran amigos, parientes quizá, y María aceptó la invitación y acudió a Caná. Fue también invitado Jesús con sus discípulos, y de nuevo se encontraron reunidos, siquiera fuese transitoriamente y por breve tiempo, Madre e Hijo. Y, ¿qué pasó? Vayamos también nosotros a Caná, pues hemos sido invitados con María y Jesús.

Petición: Señor, dame ojos y corazón para intuir las necesidades de mi prójimo y en la medida de mis posibilidades, ayúdame a solucionarlas, a ejemplo de María, que con su poderosa intercesión logró alegrar ese momento hermoso con el vino nuevo de su Hijo.

Fruto: Tener los ojos abiertos a las necesidades de mi prójimo. Tener el corazón listo para conmoverme y las manos listas para ayudar.

Puntos: Veamos los detalles de caridad de María en Caná.


1. María estaba invitada: quien vive en la caridad y con caridad siempre es querido en todas partes y, por lo mismo, fácilmente es invitado a estos eventos alegres, humanos y sociales. Y allá fue, porque el amor trata de difundirse por todas partes. ¿Cómo no compartir la alegría de los demás y felicitarles por esta boda? Ella, la madre de Jesús, no podía despreciar estas alegrías humanas, como tampoco lo hará después Jesús, su Hijo. En muchos otros lugares de los Evangelios vemos a Jesús compartiendo banquetes, tanto que los fariseos se escandalizan de eso e incluso algunos le llaman “comilón y bebedor”. ¡Habráse visto! El corazón mezquino que no rebosa amor se escandaliza de que el otro ame y derrame su amor.

Sí, María fue invitada. Pero, ¿en verdad fue a comer y aprovecharse del banquete? El que fuera la primera que captara la insuficiente cantidad de vino sugiere que "estaba en todo", y esto supone atención, actitud observadora, pensar en lo que ocurre y no en sí misma. ¡Otra vez, la caridad, amor al prójimo! Sí, lo opuesto al egoísmo y a buscar la propia satisfacción. Quien se deja llevar por el impulso natural en sus relaciones sociales corre el peligro de ser imprudente y pecar por exceso o por defecto; está abocado a vivir para sí y no para los demás; a dejarse llevar por el egoísmo en lugar de ejercer la caridad y el amor al prójimo. No hubiera sido igual en esa boda sin la presencia de María. El amor todo lo transforma, incluso las situaciones adversas. La caridad no deja indiferente el ambiente en que está. Al contrario caldea el ambiente en que vive y alegra la vida de quienes están a su alrededor.

Quien tiene amor aumenta el grado de felicidad de los demás en la tierra. Basta una sonrisa, una palabra de aliento, un gesto de servicio. ¿Qué hizo María? ¿Qué hubiera hecho yo en su lugar: reclamar, protestar contra los novios y los servidores?


2. Se acabó el vino y María dijo a Jesús: “no tienen vino”. Aquí está el amor de María, amasado de sencillez y de fe. Sea por la afluencia de invitados, sea por error de cálculo, llegó un momento en que el vino comenzó a escasear de tal manera que era fácil prever su insuficiencia para el tiempo que todavía había de durar la fiesta. Esto era grave, porque el apuro iba a ser tal, cuando se descubriera, que bastaba para amargar a los novios el recuerdo de su boda, que se iba a convertir en regocijado comentario del pueblo durante mucho tiempo. Y aquí interviene María con su caridad intuitiva, ingeniosa y efectiva. Esto quiere decir que andaba discretamente pendiente del servicio, ayudando quizá, sin inmiscuirse en lo que era tarea propia de maestresala. En cuanto vio esto, pensó en el modo de remediarlo. Pensó en la violencia de la situación de los novios. Su bondad le llevó a compadecerse de ellos y a buscar un remedio. Ella sabía que no podía realizar un milagro, pero sabía que su Hijo sí podía. El amor intuye y se adelanta y se cree con confianza para pedir a Dios la solución. ¡Es la madre! Y comunica su preocupación a su Hijo.

María se dirige a Jesús como a su Hijo, pero Jesús le contesta como Mesías: no ha venido a remediar problemas materiales, pues es muy otra la misión que ha recibido del Padre. Aclarado esto, no tiene inconveniente en adelantar su hora: la de hacer un milagro que ponga de manifiesto su poder y dé testimonio de su divinidad. El amor todo lo puede. El amor abre el corazón de Dios. El amor humilde y confiado de María realizó lo que nadie podría hacer en ese momento: convertir el agua en vino. “No tienen vida”, ¡qué oración tan sencilla de María! Ella expone la necesidad con la simplicidad de un niño. Los niños más que pedir, exponen, y no es necesario más porque la compenetración es tan grande que los papás saben perfectamente todo lo que la frase del niño encierra, y es para ellos más clara que un largo discurso. María, siendo la más perfecta de las criaturas, o mejor todavía, la criatura perfecta, su oración, sin duda, es la más perfecta de las oraciones, la mejor hecha, la que reúne todas las cualidades en su máxima profundidad. Es el amor quien hace nuestra oración sencilla, sin rebuscamientos ni artificios. ¿Si nosotros no conseguimos de Dios lo que le pedimos no será porque nos falta sencillez en nuestra oración? Y si nos falta sencillez, ¿no será porque estamos faltos de amor en el corazón? Sólo un corazón que ama sabe ser sencillo al pedir y todo lo consigue. Como María. ¡Qué complicados somos los hombres a veces en nuestras relaciones con Dios y con los demás! Aprendamos de María.


3. "Haced lo que Él os diga". Es el amor de María lleno de confianza y humildad. La mirada suplicante, confiada, sonriente y amorosa de la Virgen no podía ser indiferente a Jesús en ningún caso. María obró con la seguridad de quien sabe lo que hace, pues el amor da seguridad y abre las puertas del corazón de Dios. Se acercó a los sirvientes y les dio unas instrucciones muy sencillas: "Haced lo que Él os diga". Tras esto, la Virgen vuelve a confundirse entre los convidados. Sólo el que ama a Dios, ama a los demás y se consume viendo cómo, por no poseerlo, no son felices. Esta vibración interior es lo que lleva a acercarles a Dios, pero sin artificios ni convencionalismo, sin acosos ni insistencias, con la tenacidad propia del amor, pero con su suavidad, haciendo que acaben queriendo, abriéndoles horizontes que tienen cerrados. "Haced lo que Él os diga": es el imperativo que lanza quien ama, porque conoce a quien es el Amor supremo. El amor aquí se hace humilde: Él es quien cuenta, no yo. Sólo Él es el Salvador y Mesías. Pero su humildad sabe dar el tono y matiz preciso a su imperativo. La oración que nace de la humildad siempre será escuchada y casi "obliga" a Dios a escuchar y hacer caso. Lo que da intensidad a una oración, lo que hace poner en ella toda el alma es la necesidad, y nadie como el humilde puede percibir hasta qué punto está necesitado de que Dios se compadezca de su impotencia, hasta qué punto depende de Él, hasta qué extremo límite es cierto que el hombre puede plantar y regar, pero que es Dios quien da el incremento (cf 1 Cor 3, 6-7), es Dios quien puede convertir esa agua en vino.

Quien no ama no es humilde. Quien no es humilde trata a Dios con prepotencia y egoísmo, y lo usa para que resuelva los problemas que nosotros mismos nos hemos planteado o sacarnos de los atolladeros en que tercamente nos hemos metido. Pero María es humilde. Expone el problema y la necesidad y deja todo en las manos de su Hijo.

Deja a Cristo el campo totalmente libre para que haga sin compromisos ni violencias su voluntad, pero es porque Ella estaba segura de que su voluntad era lo más perfecto que podía hacerse y de verdad resolvería el asunto. María confía en la sabiduría de su Hijo, en su superior conocimiento, en su visión más amplia y profunda de las cosas que abarca aspectos y circunstancias que Ella podía, quizá, desconocer. La fe y la humildad deja a Dios comprometido con más fuerza que los argumentos más sagaces y contundentes. "Haced lo que Él os diga": ¡Qué conciencia tiene María de que su Hijo es el Señor y es quien debe mandar y ordenar, y no ella! Nos pide que siempre escuchemos a su Hijo y después que hagamos lo que Él nos diga. El amor escucha y hace lo que dice y pide el Amor con mayúscula. Hacer lo que Cristo nos dice es obedecer. Por tanto el amor termina siempre en obediencia. Lo que María nos dice aquí es que obedezcamos, que pongamos toda nuestra personal iniciativa, no en hacer lo que se nos ocurra, sino al servicio de lo que Él nos indique. Como Ella, que fue siempre obediente.

Quien no ama, protesta y no obedece con alegría. Por tanto, este amor de María en Caná desemboca en obediencia a Cristo. No es un amor que se queda sólo a nivel de sentimientos y emociones, o de soluciones más o menos hermosas. El amor tiene que ser acrisolado por la obediencia. Con la obediencia hemos encontrado lo único necesario y todo lo demás viene resuelto como consecuencia. Y la obediencia consiste en cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Y fue esta obediencia de María y de los servidores quien hizo que Cristo obrase el milagro. Y no fue fácil lo que Cristo les mandó: "Llenen de agua esas tinajas" ¿No será esto absurdo? Los servidores no protestan ni reclaman ni cuestionan. Obedecen, simplemente. Y obedecieron inmediatamente. Y obedecieron hasta el final, llenando las tinajas hasta arriba. No puede obedecerse a medias.


Preguntas para reflexionar:
·  ¿Qué me impide ver las necesidades de los demás: mi maldito egoísmo que me ciega, mi corazón duro y soberbio, mis manos cerradas y ociosas?
·  ¿Pido a Jesús por las necesidades del mundo, de la Iglesia y de las familias? ¿O sólo pido por mí y mis cosas? ¿Pido, como María, con fe, con humildad, con amor, con confianza, con obediencia?
·  ¿Tengo el vino de mi caridad dulce y oloroso para compartir con los demás, o está ya picado y avinagrado por mi egoísmo y orgullo?
Autor: P Antonio Rivero LC .

viernes, 22 de junio de 2012

ES GRATIS Y...¡NADIE LO PIDE!

El perdón es la medicina adecuada, la solución, el sentido de la vida, lo que andaba buscando, lo que más necesitaba.

Pues bien, hay por ahí arrumbado en las sacristías un Sacramento que se llama el "Sacramento del Perdón". Y se da gratis, no cuesta nada, pero la gente ya casi no lo pide.
Yo quisiera decir que la confesión es un encuentro con Dios. Un encuentro auténtico con Él, no deja igual, ¡transforma!.

Así como los encuentros de la Samaritana, de Zaqueo, de Pablo, etc., en esos encuentros hay un algo que hacer saltar la chispa de sentir a Dios como la medicina adecuada, la solución, el sentido de la vida, el que andaba buscando, lo que más necesitaba. La medicina toca en la llaga abierta, pero no para abrirla más, sino para curarla.

El pecador ante Dios no se siente descubierto, sino perdonado. Ante Cristo Crucificado el pecador no debe sentir vergüenza sino amor. La confesión es un encuentro peculiar: la miseria choca con la misericordia, el pecador y el redentor se abrazan, el hijo pródigo y el padre se vuelven a encontrar. Pero; ¡qué manía de confesarse con el hombre y no con Dios!

Porque las sogas que me atan son de esta estopa: ¿Qué va a pensar el Padre?, el hombre? El Padre no piensa nada, no debe de pensar nada. ¿Cómo le digo esto sin descomponerme? No me atrevo, mañana me confieso, para lo mismo responder mañana.

Y, ¡qué manía de confesarse consigo mismo!: "He fallado, he caído muy bajo, muy hondo, ¡qué vergüenza!", ¿Para qué me confieso otra vez si voy a volver a fallar?

Te confiesas tu mismo ante tu orgullo herido, que supura rabia, desesperanza, porque no acepta ser un pecador más, de los que tienen que llorar y arrepentirse como todos.

Confesarse con Dios es mejor que confesarse con el hombre o consigo mismo. Duele, ¡sí!, pero ese dolor es de otra clase, duele haber herido un amor, haber ofendido a un Padre, haber roto una amistad. Dolor redentor y humilde que cura, que trae la paz de Dios.

¡Confiésate con Él!, dile tus pecados. Llórale a Dios tu arrepentimiento. Prométele que vas a cambiar, que vas a levantarte de nuevo.

Cuando te confiesas sube la cuesta del Calvario y plántate delante de ese gran Cristo Crucificado, sangrante, que está muriendo por ti. Ahí, ante ese Cristo ¡confiésate!. Cuéntale, llórale tus pecados y a Él pídele perdón.

El encuentro con el hombre provoca vergüenza, el encuentro con uno mismo provoca orgullo herido y la desesperación, el encuentro con Cristo Crucificado produce la paz del perdón.

Hoy haz una cita con el Redentor. Soy el hijo pródigo, me siento pecador, no necesito inventar pecados, ahí están, son muchos, llevan mi nombre, pero el perdón de Dios es infinitamente mayor.

Cristo perdona siempre y con mucho gusto. Ahí encontrarás siempre al mismo Dios con el perdón en la mano y en el corazón, un perdón siempre del tamaño del pecado.

A Cristo le gusta, le fascina perdonar. Con terminología humana podríamos decir, que se siente realizado perdonando, perdonándote a ti y a mi. Se trata de un encuentro con Dios muy especial.

El médico que va con el enfermo sabe muy bien qué medicina recetarle, tiene medicina para todos los males; las hay dulces, las hay pequeñas, las hay grandes, hay medicinas para todos los males.
La verdad es que cuando uno se confiesa bien, se siente curado. Es el encuentro del hombre cansado y triste con Dios Omnipotente que restaura sus fuerzas. Hay en la penitencia vitaminas para la tristeza y el cansancio, males de quien diariamente debe recorrer un largo camino.

La verdad es que la confesión restaura esas fuerzas y nos brinda paz, es el encuentro del amigo que ha fallado a la amistad con el Amigo, con Cristo, con Dios, con ese Padre misericordioso que siempre trae en las manos algo para ti.

La confesión frecuente reafirma mi amistad con Dios, con el Cristo de mis días felices y mis grandes momentos. Por eso, si al confesarme me asiste un poco de fe como un grano de mostaza, debería ser un encuentro regocijante y un gran acontecimiento cada vez.

La forma mejor de confesarse es hacerlo a la puerta del infierno para llenarnos de susto o frente a un crucifijo para llenarnos de amor.
Autor: P Mariano de Blas LC.

jueves, 21 de junio de 2012

COMUNIÓN, ALIMENTO DEL ALMA

Orar es amar y ser amado. Si te aburres, rezando, yendo a misa, es que ya no amas.
Me he preguntado muchas veces: ¿Por qué los hombres, cuando van a un banquete, saben disfrutar del comer y del beber y, en cambio, cuando van a una iglesia, se aburren soberanamente?

¿Será más importante alimentar el cuerpo que alimentar el alma? El hombre es cuerpo y alma. El cuerpo es mortal, el alma no muere. Por eso, lo lógico sería que, si siento gusto y apetito por comer y beber bien, debería sentir un apetito infinitamente mayor por las cosas del espíritu, por alimentar mi alma.

Pero, ¿por qué sentimos hambre y sed de las cosas materiales, las cosas del cuerpo, y no sentimos hambre y sed de los valores del espíritu? ¿Será porque nuestra alma está muy enferma?

Orar es amar y ser amado. Si te aburres, rezando, yendo a misa, es que ya no amas.
Autor: P Mariano de Blas LC.

miércoles, 20 de junio de 2012

EL VERDADERO AMOR: SI ME AMAS, DÍMELO CON TU VIDA

El verdadero amor es la aceptación de todo lo que el otro es, de lo que ha sido, de lo que será y de lo que ya nunca podrá ser.

La semana pasada me llegó por Internet la siguiente historia, de autor desconocido, que me ha hecho reflexionar mucho: Una enfermera recibió en la clínica a un hombre de cierta edad que necesitaba que le curasen una herida en la mano. Tenía bastante prisa, y mientras le curaba, la enfermera le preguntó qué era aquello tan urgente que tenía que hacer. El hombre le contó que su mujer vivía desde hacía ya algún tiempo en una residencia de ancianos ya que tenía un Alzehimer muy fuerte, y él iba todas las mañanas a desayunar con ella.

Mientras le terminaba de vendar la herida, la enfermera preguntó: ¿Su esposa se alarmaría mucho si usted llega tarde esta mañana? -No-, respondió el hombre, mi mujer no sabe quién soy, hace cinco años que ya no me reconoce. La enfermera, algo extrañada, le dijo: Entonces, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas?. El hombre sonrió y le dijo: Ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella. Después, la historia terminaba con esta hermosa reflexión: "El verdadero amor no se reduce a lo físico o a lo romántico; el verdadero amor es la aceptación de todo lo que el otro es, de lo que ha sido, de lo que será y de lo que ya nunca podrá ser".

Se ha idealizado tanto y se ha manipulado tanto el amor en nuestros días, que hemos hecho de él algo tan superficial que ya no sabemos qué es el verdadero amor. Cada instante, cada relación, cada momento vivido y compartido con la familia, con papá, con mamá, con los hermanos, con tus seres cercanos, es una oportunidad maravillosa para poder descubrir este amor; pero desgraciadamente, muchos no tenemos la menor idea de lo que esta palabra significa. Algunos lamentablemente reducimos nuestra relación al binomio pelea - reconciliación, dame - te doy. Los hombres discutimos muchas veces por pequeñas cosas que podrían solucionarse con un poco más de diálogo y también de madurez; nos separamos y luego nos volvemos a reconciliar... damos y quitamos y así nos la pasamos y se nos pasan los meses y hasta los años; parece que nos cuesta ponernos de acuerdo, casi podríamos decir, que ni siquiera nos entendemos a nosotros mismos.

La calidad de una buena relación consiste en ser sinceros el uno con el otro, en aprender a donarse mutuamente, en aprender a ceder, a compartir los gustos del otro, a conocerse mutuamente y aceptarse. Efectivamente, el amor verdadero no se reduce a lo físico o a lo romántico. ¿Qué sucederá con el paso de los años?, ¿por qué nuestra comunicación y nuestra relación tiende a deteriorarse? Esposo-esposa, papás-hijos, hijos-papás, novio-novia, etc...

Por lo tanto, el verdadero amor es:
·  La aceptación de todo lo que el otro es: Para aceptar a la otra persona tal como es, se necesita conocerla realmente. El conocimiento de otra persona se logra a través del trato frecuente. Hablo de un conocimiento profundo, de un compartir pensamientos, ideas, sentimientos, proyectos... ¿qué piensas de esto?, ¿cómo te gustan este tipo de cosas?, ¿qué significa esto para tí? Conocer a una persona se logra a través de la escucha; escuchar al otro con interés, con atención. ¿Cómo tenemos que cuidar este aspecto en la familia? si somos hijos, lo tenemos que tener presente con nuestros papás; y si somos papás, tendremos que tenerlo en cuenta con nuestros hijos. No pretendamos cambiarlos a nuestra medida.
·  La aceptación de todo lo que el otro ha sido: Una relación con una persona inicia en un momento determinado; pero antes de ese momento, ha habido otros momentos que han estado llenos de experiencias, de alegrías, de tristezas, de errores y aciertos, y que no pueden ser ignorados porque forman y son parte de la persona que tengo delante. En las conversaciones debería ir saliendo poco a poco la propia historia contada con sinceridad y sin miedos. No olvidemos que el verdadero amor es capaz de perdonar y de olvidar. Conocer el pasado ayuda también para ver qué pasos se pueden dar juntos hacia el futuro, donde la carga ya no la lleva uno solo sino los dos o más.
·  La aceptación de todo lo que el otro será: Toda relación conlleva un baúl de sorpresas; pero todas ellas tendrán que quedar pensadas y ponderadas durante la vida, pase lo que pase. Ya hubo diálogo y conversaciones sobre ello, tenemos que ser sensatos, no siempre seremos los mismos; una circunstancia X, una enfermedad, un accidente y la misma ley natural de la vida nos irá cambiando, y esto lo tenemos que aceptar, ¿qué estaré dispuesto a renunciar o a dar? sólo el amor te lo dirá.
·  La aceptación de todo lo que el otro ya no podrá ser: Quizá sea éste el punto más interesante. Nuestra relación, sea con quien sea, debe ser realista; aunque queramos que papá o mamá cambien, la novia o el novio mejoren cierto aspecto, si los queremos, tendremos que convivir con ello toda la vida, va dentro del paquete. El verdadero amor es ilusionado, pero no ilusorio. ¡Cuántas veces nos podemos topar con quienes dicen "él es así, pero yo lo voy a cambiar"! Sueños inconsistentes que echan a perder la felicidad de muchos. Según los expertos, es más fácil aprender nuevos comportamientos cuando somos pequeños que cuando somos grandes, árbol que crece torcido, torcido se queda. No podemos pasar la vida esperando que la persona con quien convivo vaya a cambiar o sea diferente.


Acepto y quiero lo que él o ella son ahora, en este momento, en cada momento, pues no puedo asegurar que mañana sea igual. Quizás mañana habrá unas canas de más, unas arrugas de más, una enfermedad, una pérdida de empleo; pero nada de eso puede cambiar el verdadero amor, porque se ama lo que la otra persona es, lo más profundo que hay en ella misma, esa intimidad que sólo conocen y comparten tú y ella. Ese es el amor que permite seguir amando, aún cuando ella no sabe quién soy yo, pero yo sé todavía muy bien quién es ella.
Autor: P. Dennis Doren L.C.

martes, 19 de junio de 2012

CÓMO ANULAR A UNA PERSONA


El peor daño que se le hace a una persona es darle todo. Quien quiera anular a otro solo tiene que evitarle el esfuerzo, impedirle que trabaje, que proponga, que se enfrente a los problemas (o posibilidades) de cada día, que tenga que resolver dificultades.

Regálele todo: la comida, la diversión y todo lo que pida. Así le evita usar todas las potencialidades que tiene, sacar recursos que desconocía y desplegar su creatividad. Quien vive de lo regalado se anula como persona, se vuelve perezosa, anquilosada y como un estanque de agua que por inactividad pudre el contenido.
Aquellos sistemas que por "amor" o demagogia sistemáticamente le regalan todo a la gente, la vuelven la más pobre entre las pobres. Es una de las caras de la miseria humana: carecer de iniciativa, desaprovechar los talentos, potencialidades y capacidades con que están dotados casi todos los seres humanos.
Quien ha recibido todo regalado se transforma en un indigente, porque asume la posición de la víctima que sólo se queja. Cree que los demás tienen obligación de ponerle todo en las manos, y considera una desgracia desarrollarse en un trabajo digno.

Es muy difícil que quien ha recibido todo regalado, algún día quiera convertirse en alguien útil para sí mismo. Le parece que todos a su alrededor son responsables de hacerle vivir bien, y cuando esa "ayuda" no llega, culpa a los demás de su "desgracia" (no por anularlo como persona, sino por no volverle a dar). Solo los sistemas más despóticos impiden que los seres humanos desarrollen toda su potencialidad para vivir. Creen estar haciendo bonito, pero en definitiva están empleando un arma para anular a las personas. (No quiere decir que la caridad de una ayuda temporal no sea necesaria en momentos especiales).
Autor: ANA CRISTINA ARISTIZÁBAL URIBE
anacauribe@gmail.com

 

¿QUÉ ESCONDE Y QUÉ REVELA EL CORAZÓN DE UN HOMBRE?

A través del corazón podemos entrar a lo más profundo y genuino de cada persona. Siempre está en busca de amar y de ser amado
Juan Pablo II dijo a los jóvenes en París el 1 de julio de 1980: "Toda la historia de la humanidad es la historia de la necesidad de amar y de ser amado. El corazón humano es un buscador apasionado. Siempre está en busca de amar y de ser amado. Si conoces lo que busca, lo que sueña, a qué se adhiere, entonces conocerás lo que esconde. Su búsqueda lo revela." Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón (Lc 12, 34)

El corazón nos habla de todo lo que es propio de un hombre. A través del corazón podemos penetrar todo nuestro ser (Sal 102,1), lo más profundo y genuino de cada persona. Si conocemos y tocamos el corazón de una persona, llegamos a su centro, a lo más íntimo. A "todo lo que se expresa como persona única e irrepetible en su yo íntimo y, al mismo tiempo, en su trascendencia." (Juan Pablo II, Vancouver, 1984)

Vamos al corazón de Jesús de Nazaret. Si tomamos los evangelios y si hacemos memoria de cómo es Él con nosotros, encontramos un corazón manso, que escucha, que acompaña, que se conmueve, que conecta con los sentimientos más profundos del que tiene delante y se compadece, un corazón que sufre; un corazón profundo, que es todo entrega.

En el caso de Jesús, Dios hecho hombre, su corazón humano esconde el misterio de la Trinidad y nos revela el amor de Dios, la intimidad y la trascendencia del amor divino. Por eso, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús nos propone contemplar el amor divino en el corazón humano de Jesús.

"¡Si los hombres de hoy, y especialmente los cristianos, llegasen a descubrir de nuevo las maravillas que se pueden conocer y gozar en la celda interior, y más aún en el Corazón de Cristo! ¡Entonces, sí, el hombre volvería a encontrarse a sí mismo, las razones de su dignidad, el fundamento de cada uno de sus valores, la altura de su vocación eterna!" (Juan Pablo II, 29/IV/1980)

Nuestra oración ha de estar centrada en el corazón de Cristo. ¿Lo está? En la meditación diaria tomamos los evangelios, nuestra propia experiencia junto a Él y la de tantos otros, y buscamos conocer quién es Jesús, cómo es, cómo siente, qué le hace sufrir y cómo sufre, qué le gusta, cuáles son sus ilusiones, cómo trata a sus amigos y a sus enemigos, en qué sueña, qué le preocupa, cuándo se aflige, qué le conmueve, qué busca, a quién busca, con quién se detiene, cómo reacciona, cuándo se alegra, cuándo llora, cómo llora, a quién ama, cómo ama... ¿Es así nuestra oración?

En la meditación nos detenemos a mirar y contemplar la mirada de Jesús. Mirándole descubrimos que él nos estaba mirando primero y que "el Señor mira el corazón" (1 S 16,7) Su mirada es pura, infunde paz y seguridad. Y ese intercambio de miradas entre tú y Jesús en la oración, te introduce en el conocimiento interno de Jesús, bajo la acción del Espíritu Santo, y despierta en ti una fascinación y un deseo de ser su amigo, de amarle y seguirle. Así, la contemplación del corazón humano de Jesús en la oración es la puerta para entrar en la intimidad de la comunión trinitaria.

De nuevo nos encontramos con el costado traspasado: Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado (Jn 20, 27) Es una invitación a escrutar la intimidad del amor de Dios que se encarnó, murió yresucitó. Y ya verás, si en la oración introduces la mano, la mente y el corazón en el amor del corazón de Cristo, encontrarás que su bondad es poderosa; a esa omnipotencia en el manar de su bondad la llamamos: Misericordia.


Sagrado Corazón de Jesús, en tí confío
Autor: P Evaristo Sada LC.

lunes, 18 de junio de 2012

SED DE AMOR

¿Qué hay dentro de mí? ¿Por qué esa inquietud eterna? ¿Por qué la vida cotidiana no basta para llenar mis sueños? ¿Qué busco?

Una sed que está ahí. Presente, respetuosa, a veces con un deje de cansancio o de pena. Quisiera levantar nuestro corazón a nuevos horizontes, abrir nuestra mente a verdades profundas, desatar energías que duermen en la satisfacción de la nada.

Cada uno tenemos, muy dentro, indestructible, una sed intensa, profunda, insaciable. Sed de amor y de verdad. Sed de alegría y de entrega. Sed de justicia y de paz. Aunque también hemos acumulado mucha arena para apagar o esconder el deseo de un amor más grande.

Encendemos la radio, entramos en internet para buscar novedades, conversamos con personas desconocidas en un chat de emociones, salimos a la calle a ver una película o a divertirnos con los amigos, vamos a un parque para contemplar cipreses y jilgueros... La sed no se deja saciar, parece implacable, como un anhelo de algo que nos falta, de algo más grande, más hermoso, más profundo, más bello.

¿Qué hay dentro de mí? ¿Por qué esa inquietud eterna? ¿Por qué la vida cotidiana no basta para llenar mis sueños? ¿Qué busco? ¿Hacia dónde me dirijo? ¿Será que alguien me llama o me espera más allá del gris de mis mañanas?

Los encuentros se suceden. Las prisas llenan la jornada. Tenemos muchas cosas que hacer. Muy pocas las hacemos realmente por gusto. Pero incluso aquello que tanto deseaba, aquello por lo que soñé meses y meses (un viaje, un encuentro, una conquista profesional), cuando llega no me satisface, no me llena.

Es una sed misteriosa, profunda, discreta. No sé si hoy la dejaré de lado, no sé si buscaré nuevamente caminos fugaces para contentar mi espíritu con vientos y nubes pasajeras. No sé si hoy será otro día más, monótono, gris, tal vez lleno de emociones intensas y huecas. No sé si esta noche, cuando llegue a la cama, sentiré de nuevo esa sed que me inquieta y que me invita a nuevas metas, a horizontes de amor y de esperanza.

Una sed que quizá me lleve a pensar en ese Dios del que he nacido, que me ama. Un Dios hacia el que avanzo, mientras la tierra gira imperturbada y un gorrión canta, sencillo y bullicioso, junto a mi ventana...
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 17 de junio de 2012

¿EN QUÉ MUNDO VIVES?

Dejemos que hoy salga ese niño que todos tenemos dentro, no permitamos que los años nos opaquen todas aquellas ilusiones, sueños, buenos sentimientos
No me vas a decir que nunca te dijeron: Pero ¿en qué mundo vives? Dejemos que hoy salga ese niño que todos tenemos dentro, no permitamos que los años nos opaquen todas aquellas ilusiones, sueños, buenos sentimientos, e incluso, aquellas pequeñas travesuras que algún día quisimos hacer, ¡con qué cariño recordamos aquellos momentos! ¡Cómo no recordar el momento maravilloso de nuestra primera comunión, cómo nos preparamos! es que realmente ahí estaba Jesús. ¿Hoy podríamos decir lo mismo?, ¿hoy siento y experimento con esa misma intensidad la cercanía y presencia de Este Gran Amigo?, ¿hoy sigo teniendo en mi corazón a Jesús y por eso cada vez que lo recibo me estremezco?, ¡qué difícil es permanecer con esa sencillez de vida!, ¡qué difícil es hacerlo cuando vivimos en el mundo de los grandes, de los profesionales, de los que "SÍ HAN VIVIDO", en el mundo de los así llamados sabios de este mundo!, ¡qué diferente es el mundo de los niños!

...

Mañana en la mañana abriré tu corazón, le explicaba el cirujano a un niño.

Y el niño interrumpió: ¿Usted encontrará a Jesús ahí?

El cirujano se quedó mirándolo, y continuó: Cortaré una pared de tu corazón para ver el daño completo.

Pero cuando abra mi corazón, ¿encontrará a Jesús ahí?
volvió a interrumpir el niño.

El cirujano se volvió hacia los padres, quienes estaban sentados tranquilamente.
Cuando haya visto todo el daño ahí, planearemos lo que sigue, ya con tu corazón abierto.

Pero, ¿usted encontrará a Jesús en mi corazón? La Biblia bien claro dice que Él vive ahí. Las alabanzas todas dicen que Él vive ahí.... ¡Entonces usted lo encontrará en mi corazón!


El cirujano pensó que era suficiente y le explicó: Te diré qué encontraré en tu corazón: Encontraré músculo dañado, baja respuesta de glóbulos rojos y debilidad en las paredes y vasos; y aparte, me daré cuenta si te podamos ayudar o no.

¿Pero encontrará a Jesús ahí también? Es su hogar, Él vive ahí, siempre está conmigo.


El cirujano no toleró más los insistentes comentarios y se fue. Enseguida se sentó en su oficina y procedió a grabar sus estudios previos a la cirugía: Aorta dañada, vena pulmonar deteriorada, degeneración muscular cardiaca masiva. Sin posibilidades de trasplante, difícilmente curable. Terapia: Analgésicos y reposo absoluto. Pronóstico: tomó una pausa y en tono triste dijo: muerte dentro del primer año. Entonces detuvo la grabadora. Pero, tengo algo más que decir: ¿Por qué? preguntó en voz alta, ¿Por qué hiciste esto a él? Tú lo pusiste aquí, tú lo pusiste en este dolor y lo has sentenciado a una muerte temprana. ¿Por qué?
De pronto, Dios nuestro Señor le contestó:

El niño, mi oveja, ya no pertenecerá a tu rebaño porque él es parte del mío, y conmigo estará toda la eternidad. Aquí en el cielo, en mi rebaño sagrado, ya no tendrá ningún dolor, será confortado de una manera inimaginable para tí o para cualquiera. Sus padres un día se unirán con él, conocerán la paz y la armonía juntas en mi reino, y mi rebaño sagrado continuará creciendo.

El cirujano empezó a llorar terriblemente, pero sintió aun más rencor, no entendía las razones y replicó: Tú creaste a este muchacho, y también su corazón ¿para qué?, ¿para que muera dentro de unos meses?

El Señor le respondió:

Porque es tiempo de que regrese a su rebaño, "su tarea en la tierra ya la cumplió". Hace unos años envié una oveja mía con dotes de doctor para que ayudara a sus hermanos, pero con tanta ciencia se olvidó de su Creador. Así que envié a mi otra oveja, el niño enfermo, no para perderlo, sino para que regresara a mí aquella oveja perdida hace tanto tiempo.

El cirujano lloró y lloró inconsolablemente. Días después, luego de practicar la cirugía, el doctor se sentó a un lado de la cama del niño; mientras que sus padres lo hicieron frente al médico. El niño despertó y murmurando rápidamente preguntó:

¿Abrió mi corazón?

-dijo el cirujano.

¿Qué encontró? -preguntó el niño

Tenías razón, encontré ahí a Jesús.


El mensaje de Jesús es siempre hermoso y claro, sólo el que es como niño entrará en el reino de los cielos, el que permanece como niño tendrá su corazón limpio para recibirlo, el que tiene la inocencia de un niño lo podrá trasmitir, y sin duda, ese mensaje llegará a transformar el mundo de los grandes, que esperamos no sea el tuyo. ¿En qué mundo vives, en el de los grandes o en el de los niños?
Autor: P. Dennis Doren L.C.

sábado, 16 de junio de 2012

EL CORAZÓN GENEROSO Y TIERNO DE MARÍA

¿Podemos, acaso, tu y yo amar y entregarnos de igual manera? El corazón humano de María pudo hacerlo.

Santa María no tuvo más corazón ni más vida que la de Jesús. Una vida y un corazón humanos pero de Jesús. ¿Podemos, acaso, tu y yo amar y entregarnos de igual manera? El corazón humano de María pudo hacerlo. Tú y yo tenemos su propio corazón como un escalón a la Puerta Santa que es Jesús. Con el ejemplo de la Santa Madre de Dios, no solo sabemos que podemos amar a Cristo, debemos amarle así porque la tenemos a Ella misma como intercesora.

Corazón generoso y tierno corazón como por naturaleza es el de toda mujer que es madre, el de María nos inspira profundamente. Y podríamos admirar a la Virgen por amar al Niño Dios, de igual manera que admiramos a cualquier madre que sostiene a su pequeño en los brazos. Pero el corazón de María ya era de Dios aún antes de la Anunciación. Había decidido reservar su corazón a Dios sin necesitar algún prodigio. En la Anunciación se consuma la previa entrega que ya se había realizado. ¿Cómo nos extraña entonces que haya podido pronunciar esas palabras que la han subido a la cúspide de la Fe "Hágase en mí según tu palabra"? Pensándolo con mayor hondura el corazón de María, sí es corazón humano, no solo era capaz de eso, sino de mucho más.

El corazón amoroso y entregado es, en su generosidad, un corazón fiel: Un corazón humano al pie de la cruz. Si con facilidad podíamos imaginar la ternura de la escena en el pesebre, con gran dificultad podemos apenas hacer un esbozo en la imaginación de la Santísima Virgen recibiendo de José de Arimatea el cuerpo ensangrentado de su hijo. ¿Cómo imaginar el dolor de una Madre que limpia, con mano trémula, la sangre de su hijo? Remueve en lo más profundo aún a nuestro propio y durísimo corazón el pensar en la mirada de María ante el rostro desfigurado y atrozmente golpeado de Jesucristo. Y su corazón dolido estaba ahí, fiel, al pie de la cruz. ¿Dónde está nuestra corazón? ¿Al pie de la cruz como el de la Santísima Virgen o escondido y alejado como el de los discípulos que abandonaron al Señor?

El corazón de María nos muestra todas las encontradas emociones que un corazón es capaz de sentir. Es el corazón de la Virgen uno tan grande y tan generoso, que es además nuestro propio refugio. Su corazón es, además de ejemplo y con dignidad sobresaliente para ser admirado, el consuelo para la aflicción. ¿Cuánto no comprenderás nuestros humanos dolores ella que enfrentó el dolor más profundo que se pueda experimentar?

Pero el corazón humano de nuestra Madre en Cristo no solo es un ejemplo de ternura amorosa o de abyecto dolor. María en su corazón es la Madre del buen consejo, y quien mejor nos puede enseñar a vivir el amor al prójimo. Poderoso corazón el de María, que puede convertir nuestro egoísmo y amor propio en caridad y amor a Dios. El corazón entregado de María debería enseñarlos a pedirle confiados a Dios: "Padre, mi corazón puede poco ¡Haz que te ame mas!".


Es a la Madre de Dios a quien hemos de acudir para pedirle que nos enseñe a amar más, a entregar más, a ser más justos, a rogarle que con su corazón dulcísimo nos proteja, nos enseñe, nos guíe.

El corazón humano de María. Humano. Como el tuyo y como el mío.
Autor: Oscar Colorado Nates.

viernes, 15 de junio de 2012

TERNURA DEL SAGRADO CORAZÓN CON LOS HOMBRES

Jesús que mira a todos los hombres como hermanos suyos amándolos con la mayor ternura.
I. JESÚS ES NUESTRO AMIGO

Del amor a Dios procede necesariamente el amor a los hombres que son hijos suyos. Jesús tiene para nosotros Corazón de amigo; así quiere Él mismo llamarse, y con razón, pues tiene de amigo el afecto, la fidelidad y el incesante desvelo. ¡Oh, palabra dulce! ¡Oh título amable! ¿Qué cosa hay incomparable con este amigo fiel? ni ¿qué es todo el oro y plata su comparación? (Eccl. 6).

Discípulo afortunado que reclinásteis vuestra cabeza sobre el Corazón de Jesús, y fuísteis objeto de su predilección, decidnos si el divino Salvador sabe amar a sus amigos, y si Él mismo es aquel amigo fiel que da la vida y la inmortalidad, sirviendo al mismo tiempo de defensa y baluarte a sus amigos (Ibid). Jesús es en efecto al amigo verdadero que no nos abandona en la desgracia ni aún en la muerte; que mira por nuestros intereses y nos ama con un amor puro y desinteresado. ¡Oh! ¡cuán mal he correspondido yo hasta aquí a su amistad divina! Dios mío, ¡cuán sensible es mi corazón para con las criaturas y cuán duro para Vos! ¡Ah! ¡Si al menos no hubiese yo jamás abandonado a este amigo!... ¡Si no le hubiese hecho traición!... ¡Oh Jesús mío! perdonad mi infidelidad.


II. ES NUESTRO HERMANO

El Corazón de Jesús es el Corazón de un hermano. Al título de amigo junta el Salvador otro todavía más tierno; el título de hermano. ¿Qué cosa hay más dulce que el amor fraternal? ¿Que cosa más íntima que los lazos que unen entre sí a los hermanos? "Id a mis hermanos, dijo Jesús a la Magdalena, y decidles de mi parte: suba a mi Padre y vuestro Padre" (Jo.20). Por otra parte este título no es en los labios de Jesús un nombre vano; puesto que en esta cualidad quiere que participemos de sus bienes haciéndonos coherederos de Él. Coheredes Christi (Rom. 8).

Pero lo que más hace resaltar la fuerza de este amor, es nuestra indignidad e ingratitud; por cuanto nosotros le hemos tenido en poco, le hemos rechazado, ultrajado y hasta entregado a la muerte, y a pesar de esto Él nos ha amado buscándonos para rescatarnos del infierno, y de infelice
Autor: Pbro. Patricio Romero.

jueves, 14 de junio de 2012

EUCARISTÍA Y SAGRADO CORAZÓN

Visitando al Santísimo Sacramento, vivo en cada Iglesia, el Sagrado Corazón de Jesús recibe adoración y amor de nuestra parte.
La Eucaristía fue el regalo más hermoso y valioso del Sagrado Corazón de Jesús. La Eucaristía nos introduce directamente en el Corazón de Jesús y nos hace gustar sus delicias espirituales. En la eucaristía, como en la cruz, está el Corazón de Jesús abierto, dejando caer sobre nosotros torrentes de gracia y de amor.

En la Eucaristía está vivo el Corazón de Cristo y en una débil y blanca Hostia, parece dormir el sueño de la impotencia, pero su Corazón vela. Vela tanto si pensamos como si no pensamos en Él. No reposa. Día y noche vela por nosotros en todos los Sagrarios del mundo. Está pidiendo por nosotros, está pendiente de nosotros, nos espera a nosotros para consolarnos, para hacernos compañía, para intimar con nosotros.

Hay por lo tanto una relación estrechísima entre la eucaristía y el Sagrado Corazón. ¿Cuál es el mejor culto, la mejor satisfacción, la mejor devoción que podemos dar al Sagrado Corazón?

Participando en la Eucaristía, Jesús recibe de nosotros el más noble culto de adoración, acción de gracias, reparación, expiación e impetración.

Visitando al Santísimo Sacramento, vivo en cada Iglesia, el Sagrado Corazón de Jesús recibe adoración y amor de nuestra parte. Por eso está encendida la lamparita, símbolo de la presencia viva de ese Corazón que palpita de amor por todos.

Damos culto al Corazón de Jesús, haciendo la comunión espiritual, ya sea que estemos en el trabajo, en el estudio, en la calle. Es ese recuerdo, que es deseo profundo de querer recibir a Cristo con aquella pureza, aquella humildad y devoción con que lo recibió la Santísima Virgen. Con el mismo espíritu y fervor de los santos.

Haciendo Hora Santa, Jesús recibe también reparación. Cada pecado nuestro le va destrozando e hiriendo su divino corazón. Con la Hora Santa vamos reparando nuestros pecados y los pecados de la humanidad. Así se lo pidió Cristo a santa Margarita María de Alacoque en 1673 en Paray-Le-Monial (Francia).

También los primeros viernes de cada mes son ocasión maravillosa para reparar a ese corazón que tanto ha amado a los suyos y que no recibe de ellos sino ingratitudes y desprecios.

El culto al Sagrado Corazón de Jesús es la respuesta del hombre y de cada uno de nosotros al infinito amor de Cristo que quiso quedarse en la eucaristía para siempre. Que mientras exista uno de nosotros no vuelva Jesús a quejarse: “He aquí el Corazón que tanto ha amado y ama al hombre y en respuesta no recibo sino olvido e ingratitud”.

Este culto eucarístico es la respuesta de correspondencia nuestra al amor del Corazón de Jesús, pues es en la eucaristía donde ese corazón palpita de amor por nosotros.
Autor: P. Antonio Rivero LC.

¡Oh Corazón de Jesús!
Pongo toda mi confianza en Ti.
De mi debilidad todo lo temo,
pero todo lo espero de tu bondad.
A tu Corazón confío... (petición).
¡Jesús mío!, yo cuento contigo,
me fío de Ti, descanso en Ti.
¡Estoy seguro en tu Corazón!

miércoles, 13 de junio de 2012

MI CAMINAR CON DIOS

La generosidad de Dios supera, por mucho, lo que yo le pueda dar. Su amor, su paciencia, su perdón, son señales claras de su presencia.

No sé cuál sea la experiencia que tú tengas, pero para mí ha sido todo muy claro, la generosidad de Dios supera, por mucho, lo que yo le pueda dar. Su amor, su paciencia, su perdón, su comprensión, son señales tan claras de su presencia cercana en mi vida, que sólo tengo palabras de agradecimiento y admiración.

Una cosa he aprendido en mi vida al caminar: "No puedo ganarle a Dios cuando se trata de dar" Por más que yo quiero darle, siempre me gana Él a mí, porque me regresa más de lo que yo le dí. Si yo doy, no es porque tengo, más bien tengo porque doy; y cuando Dios me pide, es porque Él me quiere dar; y cuando Dios me da, es porque me quiere pedir. Si tú quieres, haz la prueba y comienza a darle hoy, ya verás que en poco tiempo tú también podrás decir... Una cosa he aprendido en mi vida al caminar: "no puedo ganarle a Dios cuando se trata de dar".

Un día, un hombre sabio y piadoso clamó al cielo por una respuesta. El hombre aquel, encabezaba un grupo de misioneros que oraban por la paz del mundo, para lograr que las fronteras no existieran y que toda la gente viviera feliz. La pregunta que hacían era: ¿Cuál es la clave, Señor, para que el mundo viva en armonía?

Entonces los cielos se abrieron, y después de un magnífico estruendo, la voz de Dios les dijo: COMODIDAD. Todos los misioneros se veían entre sí, sorprendidos y extrañados de escuchar tal término de la propia voz de Dios.

El hombre sabio y piadoso, preguntó de nuevo: ¿Comodidad Señor?, ¿qué quieres decir con eso?

Dios respondió:

La clave para un mundo pleno es: Como dí, dad; es decir, así como yo les dí, dad tú a tu prójimo. Como dí, dad tú fe; como dí, dad tú esperanza; como dí, dad tú caridad; como dí, sin límites, sin pensar en nada más que dar, dad tú al mundo.

Dios nos da un gran ejemplo de amor y humildad, ahora nos toca a nosotros, dando lo poco o mucho que podamos. Lo importante es hacerlo con amor y sin buscar nada a cambio, sólo querer el bien de los demás. Por eso la clave está en: Como dí, dad.
Autor: P. Dennis Doren L.C.

martes, 12 de junio de 2012

HOY PUEDO DARLE UN BESO A DIOS

Nunca podremos captar todo el significado de una cosa si no la experimentamos, si no somos capaces de verla, de tocarla.
En otro tiempo Dios, que no tenía cuerpo ni figura, no podía de ningún modo ser representado con una imagen. Pero ahora que se ha hecho ver en la carne y que ha vivido con los hombres, puedo hacer una imagen de lo que he visto de Dios... con el rostro descubierto contemplamos la gloria del Señor (...) La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, del mismo modo que el espectáculo del campo estimula mi corazón para dar gloria a Dios» (San Juan Damasceno, imag. 1, 16).

***

Durante la comida de ayer, un amigo mío irlandés me comentaba que la primera vez que pasó calor en su vida fue en Salamanca, España. Era el mes de agosto y salió al campo árido de Castilla. El paisaje que descubrió nada tenía que ver con las lluviosas tardes de su querida isla irlandesa. Y fue ahí donde, por primera vez, entendió aquellas palabras de Cristo: Si alguno tiene sed, que venga a mí. Hasta el momento, aunque las había leído, no había entendido del todo.

Esta conversación me hizo recordar la noticia que leí hace poco sobre la publicación de la primera Biblia adaptada al lenguaje de los esquimales en Canadá. ¿Cómo explicar el término “Pastor” a los que nunca han visto una oveja? Tuvieron que buscar realidades que ellos entendieran para poder transmitirlo.

Así somos los seres humanos. Nunca podremos captar todo el significado de una cosa si no la experimentamos, si no somos capaces de verla, de tocarla. Por eso la Encarnación de Cristo fue, sin lugar a dudas, una revolución: Dios se hizo visible, de carne y hueso. Y cuando Él ascendió al cielo, no quiso desampararnos: nos dejó la Eucaristía y, en un segundo pero importante lugar, las imágenes, acercándonos más al misterio de Dios.

Si meditamos a fondo, creo que todos somos conscientes de que muchas de nuestros momentos más hermosos de diálogo con Dios han sido delante de una imagen. Así sucedió en la vida de los santos. Santa Teresa, por ejemplo, inició su conversión al ver una imagen de Cristo flagelado. San Francisco de Asís emprendió la fundación de los franciscanos ante un crucifijo dentro de una iglesia en ruinas. ¿Y tú?

El texto de San Juan Damasceno es una oda a la oración delante de una imagen: La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Y sí, tal vez nunca comprenderemos del todo quién es Dios, pero podemos intuirlo gracias a la contemplación de un crucifijo, llagado ahí por amor a mí; tal vez no alcancemos a darnos cuenta del maternal cuidado que María tiene si no la vemos en alguna de sus advocaciones. Y la lista sigue...

Hoy puede ser una buena oportunidad para acercarte a una de estas imágenes y, a través de ella, decirle a Dios: «¡Cuánto me has amado, Señor». Y terminar mi oración con un beso lleno de ternura. ¿A que así la oración no parece tan difícil.
Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.

lunes, 11 de junio de 2012

PREDICAR CON EL EJEMPLO

Es fácil hablar y hablar pero lo más hermoso, es actuar y vivir según el Evangelio.
El discurso estuvo perfecto. Las palabras fluían naturalmente. Las ideas estaban trabadas con armonía y precisión. Las imágenes fueron adecuadas, escogidas cuidadosamente por el orador. El tono, insuperable, se adaptaba a cada frase de la mejor manera posible.

Al final, el público se levantó entusiasmado y mostró su asentimiento con un aplauso sonoro.

Puede ser más o menos fácil explicar una virtud, exaltar el bien, defender la justicia, promover valores auténticamente humanos y cristianos. Pero en ocasiones las palabras parecen huecas: les falta algo de alma, de fuego, de garra. Les falta el apoyo insuperable de una vida íntegra, de un comportamiento ejemplar.

A veces podemos incurrir en el absurdo de predicar sobre un tema que luego no vivimos. El discurso puede parecer magnífico, pero carece de algo profundo que se llama autenticidad.

Al revés, una persona quizá no es capaz de expresarse con propiedad, no conoce los recursos de la oratoria, tiene una voz poco favorecida. Pero si vive de modo íntegro y coherente según las virtudes más elevadas, su misma presencia se convierte en un discurso sin palabras que arrastra, que convence, que llega a los corazones.

Escucho en lo interior de mi conciencia un susurro respetuoso y atrevido: "¿y tú?". Es fácil hablar, hablar, hablar. Lo más hermoso, lo más incisivo, lo más completo, es actuar y vivir según el Evangelio.

Quizá, entonces, llega el momento de escribir o de hablar un poco menos y de empezar esa maravillosa comunicación que consiste, simplemente, en predicar con el ejemplo...
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 10 de junio de 2012

¡Dios mío y todas mis cosas!

Ni el bienestar, ni la fama, ni el amor humano, nada ni nadie, pueden llenar el vacío que se produce en el corazón cuando falta Dios.

Francisco de Asís, uno de los Santos más queridos de la Iglesia, tenía este lema, que se repetía siempre:

¡Dios mío y todas mis cosas!

Con ello venía a confesar que lo único que le interesaba en la vida, lo único en que valía la pena pensar, lo único por que se podía aspirar es Dios y nada más que Dios. En Dios tenía toda su riqueza, y fuera de Dios no le decían nada todas las criaturas de este mundo, que, en tanto valen, en cuanto nos llevan a Dios.

Este mensaje de Francisco es perenne, para todos los lugares y todos los tiempos, para los pueblos igual que para cada persona en particular.

En nuestros días debe ser más actual que nunca, porque aún están coleteando en el mundo las consecuencias del ateísmo militante, y, además, se nos echa encima un nuevo paganismo.

Hoy contamos ciertas cosas del comunismo ateo con una satisfacción muy grande. Porque, ¡gracias a Dios!, pasaron aquellos años en que estaba proscrita la religión, y el sólo nombrar a Dios ya era un delito penado con la misma muerte. ¿Es posible esto?... ¡Y tan posible!

Por poner un caso nada más. En la revolución marxista española de 1936, es allanado un apartamento en busca de algún sacerdote. No se encuentra a nadie, porque el Padre que allí había lo supo disimular tan bien, que los milicianos se marchaban tal como habían venido. Lo malo fue que, al despedirse, aquel hombre, de quien no sospecharon, los despidió cortésmente con el simple y tradicional ¡Adiós!... Los rojos entran en sospechas.

-¿Qué es eso de “adiós”?... Ahora se dice “¡Salud!”...

Y por aquel ¡adiós! educado que le salió tan espontáneo, el Sacerdote paró ante el pelotón de fusilamiento... Repetimos, ¿es posible que se odie así a Dios?...

Esto fue el comunismo en todas partes. En Rusia, para ir contra Dios, se llegó a dar normas que nos parecen inconcebibles. Por ejemplo, se ordenó que en todas las escuelas se escribiera el nombre de Dios con minúscula. Porque Dios no era un ser divino, singular y personal, sino un producto de la razón, una fantasía ingeniosa, un cuento pasado de moda, una palabra común carente de sentido.

Sabemos que este hecho fue la última gota que rebasó la paciencia del gran disidente soviético y premio Nobel de Literatura. Descaradamente, se rebeló contra la orden gubernativa de escribir así el nombre de Dios, mientras que había de escribirse con mayúscula el de la policía o cualquier organismo del Estado. Las palabras de este valiente tuvieron resonancia mundial:
Es el colmo de la mezquindad atea contra la más excelsa fuerza creadora del universo, y ¡no me someteré a esta nueva indignidad!...

Gracias a DIOS y habremos de escribir con mayúsculas las cuatro letras del nombre bendito, que todo ha cambiado en aquellos países esperanzadores, en los que hoy se vuelve a adorar públicamente a Dios como es debido. El ateísmo oficial hubo de declararse impotente frente a la fuerza interna que el Reino de Dios desarrollaba dentro del pueblo ruso.

Pero este fenómeno es siempre para nosotros un aviso, una invitación, una exigencia.

En la vida del hombre, y más en nuestros tiempos de tan grave secularización, se corre el peligro de olvidar a Dios. Más, se correría el peligro de abandonar conscientemente a Dios, si es que Dios llegara un día a estorbar en el disfrute del mundo. Nosotros vemos el peligro del materialismo moderno, y nos preguntamos para prevenirnos:

- ¿Quién podrá más, Dios o el materialismo que nos rodea? ¿Quién nos seducirá definitivamente, el placer o Dios?...

El grito del salmo: ¿Quién, fuera de Dios?, debe tener en la vida del hombre resonancias fuertes y continuas. Es casi un grito de guerra. La que se libra dentro de cada uno, cuando ve que a su alrededor apostatan muchos del amor de Dios para darse sin freno a las cosas perecederas.

Ni el bienestar, ni la fama, ni el amor meramente humano, ni nada ni nadie, pueden llenar el vacío que se produce en el corazón cuando falta Dios.
Lo único que nos llena es ese Dios que satisface nuestra sed de eternidad.

Un filósofo de la antigüedad griega, después de pasearse por todo el mercado sin haber comprado nada, pronunció su sentencia célebre:
¡De cuántas cosas no tengo necesidad alguna! Me sobra todo. Me basta la filosofía de mi cabeza...
El hombre que se contenta con Dios, dice también: ¡No necesito nada! Con Dios tengo bastante...

Serán inmortales los versitos de Teresa de Jesús:
Quien a Dios tiene nada le falta: sólo Dios basta.

Una persona célebre en nuestros tiempos, ciega y sordomuda desde su nacimiento, pero que llegó a una superación sorprendente, lo dijo de manera humilde, aunque profundamente sabia y con dulce poesía:
Yo creo que Dios es para mí como el sol para el color y la fragancia para la flor. Como la luz en las tinieblas y la voz en mi silencio.
El ¡Dios mío y todas mis cosas! franciscano, es no solamente la aspiración de un Santo. Es, así de sencillo, la experiencia más elemental que dicta el simple sentido común....

P. Federico Vila, Claretiano, mártir en Tarragona. Solsenitzyn. Helen Keller. Sal. 18, 32.
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.