"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

lunes, 1 de agosto de 2011

Testigos luminosos del Maestro

Gracias a ellos, sigue vivo el fermento bueno en el mundo, pervive la presencia de la gracia entre los hombres.
Los grupos, las sociedades, los pueblos, pueden corromperse y pueden regenerarse.

La corrupción llega, en ocasiones, poco a poco, desde cosas pequeñas. Luego pasa a lo grande: matrimonios rotos, adolescentes descarriados, jóvenes sin ilusiones y esclavizados por las drogas, adultos prisioneros por la avaricia y por el afán desmedido de un bienestar insolidario.

Hay pueblos y naciones que han dado las espaldas al Evangelio. Llegan a vivir una “apostasía silenciosa”, como recordaba el beato Juan Pablo II. Aceptan los criterios del mundo. Se someten al señor de las tinieblas y se alejan de la luz (cf. Ef 4,18). Por eso buscan la oscuridad, intentan que sus obras no queden al descubierto. Olvidan que nada puede esconderse a la mirada de Dios: “No se le ocultan sus iniquidades, todos sus pecados están ante el Señor” (Si 17,20).

En la historia humana, sin embargo, hay personas y núcleos que resisten al contagio del mal. No lo hacen con un extraño deseo de distinguirse, de ser diferentes. Quieren, simplemente, conservar un tesoro inmenso, magnífico, que les llega de Dios y les lleva a Dios.

Estas personas buscan ser auténticos creyentes. Leen y viven el Evangelio. Participan con fe profunda en la Eucaristía. Recurren al gran regalo de la misericordia en la confesión. Intentan, respetuosamente, tender la mano a quienes les piden razones de su esperanza. Prefieren sufrir por hacer el bien que por hacer el mal (cf. 1Pe 3,14-17). Perdonan, aman, ayudan incluso a sus enemigos.

Son hombres y mujeres que brillan, porque reciben la luz de Cristo. Abandonaron un día las tinieblas y acogieron una vida que viene de lo alto. Son capaces de regenerar el mundo que les rodea.

Sus nombres pueden quedan ocultos, incluso ridiculizados, en aquellos ambientes en los que domina el odio hacia lo que viene de Cristo. Pero esos nombres están escritos en el cielo (cf. Lc 10,20).

Gracias a ellos, sigue vivo el fermento bueno en el mundo, pervive la presencia de la gracia entre los hombres.

Dios ofrece, desde la vida de esos testigos, una señal de esperanza, sobre todo para quienes han sido atrapados por las fuerzas oscuras del mal.

Para Él todo es posible. Desde Su Amor, y con ayuda de testigos luminosos del Maestro, hasta el más miserable puede dejar el pecado para introducirse en el mundo maravilloso de la gracia.
Autor: P. Fernando Pascual LC

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