"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 31 de diciembre de 2011

La noche vieja

¿Qué pasó con aquellos deseos que brotaron en nuestro corazón al terminar de oír las doce campanadas y nos hicieron decir: "¡Ahora sí, este año sí!

Son las 12. Las 12 de la noche.

Parece que los meses del año que termina, con sus días y sus horas se columpian en cada una de ellas... Doce meses, doce campanadas. El año se va. El año se acaba. Se esfuman los doce meses como en un conjuro de tiempo y eternidad. Los tuvimos en nuestras manos paro ya no volverán.

Fueron instantes nuestros, únicos e irrepetibles, vividos dentro de nuestro libre albedrío, hora tras hora y ahora se van, perdiéndose en la noche última del año. La noche vieja.

El poeta dice:

El indivisible tiempo
lo hemos dividido en años
y así decimos que pasa
cuando nosotros pasamos.

Así es, decimos que el tiempo se va cuando somos nosotros los que nos vamos. Decimos que el tiempo corre, que el tiempo vuela, pero los que corremos, los que volamos sobre el tiempo somos nosotros. El tiempo siempre está, el tiempo ni tiene tiempo, ni es joven ni viejo, nosotros si.

Las 12. Es Noche Vieja. Un año nuevo está por comenzar.

Las 12 horas del 31 de diciembre. ¿Qué hicimos con estos trescientos sesenta y cinco días? ¿Qué dijimos, qué pensamos una noche como esta pero del año pasado? ¡Cuántos planes, cuántas promesas, cuántos propósitos! ¿Somos los mismos de aquella noche de otras muchas noches o sentimos que fuimos limando las aristas de nuestro carácter, rellenando "baches" en los que caíamos una y otra vez, quitando obstáculos, que quizá amábamos pero que nos hacían tropezar en nuestro plan de ser mejores como seres humanos en nuestra plenitud y dignidad? ¿Qué pasó con aquellos deseos vehementes que brotaron en nuestro corazón al terminar de oír las doce campanadas y nos hicieron decir: "¡Ahora sí, este año nuevo sí!

Poco a poco se nos fueron aminorando las fuerzas, el entusiasmo, y llegó esa desgana o indiferencia por las cosas. La bruma de la rutina nos envolvió en sus días grises y nos heló el corazón y el coraje.

O no fue así... y sentimos que sí ha habido un cambio positivo. Que el sol del amor nos arropa y podemos repartir el calor que hay en nuestra alma a los demás. Que estamos en pie de lucha, que las 12 campanadas resuenan en nuestro corazón como el tañer de las campanas de la ermita invitándonos a orar.


Que cada campanada se un:

Perdón y gracias, Dios mío, me estás regalando otro año para crecer en la fe y en el amor a Ti y a los demás. El tiempo pasado está en Tus manos , el que comienza en las mías, pero quiero que Tu me acompañes a vivirlo!.


Y con el año que se va y el nuevo que comienza, en esta Noche Vieja, la más vieja del año, recordamos al poeta que nos dice:

Un año más, no mires con desvelo
la carrera veloz del tiempo alado
que un año más en la virtud pasado
un paso es más que te aproxima al cielo.

Y siguiendo con los versos terminaremos esta pequeña reflexión con uno que una noche como esta me inspiro:

Esta noche es "noche-vieja"
y yo hago un alto en mi camino,
sentada bajo la luna
abro mi alforja y la miro.
¿Qué es lo que tengo en ella?
Oro y plata:-Te lo cambio
por la sonrisa de un niño.

Quiero caminar descalza
por lo prados con rocío
quiero soltar mis amarras
y extender libre mis alas
y sentir mi poderío.

Poderío y libertad
olvidando el claro-oscuro
de ambiciones que esclavizan
tan pesadas como un yugo.

Esta noche es "noche vieja"
tengo el alma transparente,
cuando llegue el año nuevo
que me encuentre en la vereda
como quién vuelve a nacer,
sin sandalias ,sin alforja,
con la piel limpia de luna
las estrellas en mi pelo
y cantando el "aleluya".

Esta noche es noche vieja,
y yo tengo el alma nueva...
¡quién lo pudiera creer!
Autor: Ma Esther De Ariño

viernes, 30 de diciembre de 2011

Una familia feliz porque ahí estaba Dios.

Una familia muy pobre, tenía lo elemental para vivir. Sin embargo, ha sido la familia más feliz.

Hoy se celebra la fiesta de la Sagrada Familia. Una familia formada por José, María y el Niño Jesús. Era una familia muy pobre, tenía lo elemental para vivir. Sin embargo, ha sido la familia más feliz.

Feliz porque ahí estaba Dios. Una familia feliz porque ahí se rezaba todos los días. Feliz porque ahí se trabajaba con paz y con amor. Allí se amaba la vida, allí se amaban entre ellos con un grandísimo corazón.

¡Cuánto necesitamos nosotros que esa Sagrada Familia nos ayude a recuperar muchos valores familiares que se ha llevado el viento!

¡Oh Familia de Nazareth, qué pocos elementos te bastaron para ser una familia feliz y hermosa! ¡Cómo necesitamos que vuelvas a injertar en nuestros hogares, en nuestros corazones, esa maravillosa gama de virtudes que tiene la familia!

Todos los que quieran saber cuál es la familia más maravillosa deben visitar Nazareth, y preguntar a José a Jesús y a María cómo se puede ser feliz en familia.
Autor: P. Mariano de Blas.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Quisiera tener una familia

Mañana Fiesta de la Sagrada Familia. Con mi nacimiento, no sólo haré sagrada la familia, sino que les enseñaré a vivir en ella.
El arcángel Gabriel permanecía de pie sobre un precipicio, y tenía su mirada puesta en Nazaret. Procuraba serenarse, pues la grandeza de su nueva misión le sobrecogía. Dentro de unos momentos, bajaría a la tierra y daría el mensaje más grato que hombre alguno hubiese escuchado jamás.

- ¿Listo para bajar a la tierra? -oyó tras de sí.
-Claro, Señor -le respondió el arcángel con una sonrisa-, aunque te he de decir que nunca he estado tan nervioso.
- Es normal, sientes que la misión te sobrepasa. Pero créeme, tú eres el ángel indicado... tú eres mi mensajero -señaló, recordándole el significado de su nombre.

Después, ambos bajaron otra vez la cabeza y posaron su mirada en María, quien aseaba con cuidado la casa de sus padres.
-Señor -dijo el arcángel con reverencia, sin dejar de ver a María-, ¿por qué quieres tener una familia? Digo, que te hagas hombre, jamás lo comprenderé; pero, que quieras ser en todo igual a ellos y que desees recorrer todas las etapas de su vida... creo que me cuesta un poco más -suspiró.
Jesús miró con amor al arcángel, y respondió:
-Gabriel, me alegra escuchar tu pregunta -exclamó con verdadera felicidad. Tú sabes que los planes divinos siempre son razonables -Hizo una pausa-. Bueno, razonables a nuestra manera -dijo, sonriendo con dulzura-. Tú piensas que no hay necesidad para encarnarme en una familia, pero Yo te digo que no hay nada más acogedor y necesario. Acogedor, porque cuando Yo me encarne y abrigue en su seno, me sentiré tan confortado como en la Trinidad misma, pues la familia es su mismo reflejo.

El ángel quedó boquiabierto ante esta increíble revelación. Dentro de sus múltiples conocimientos, jamás habría reparado en esta grandiosa verdad.

-Y es necesaria -continuó el Señor-, porque ejerce un papel fundamental en la sociedad humana: es su corazón mismo. Desde ella, se edifican las naciones o se destruyen los pueblos. Ella es la cuna del progreso y la salvaguarda de las buenas costumbres. ¡Ya te imaginarás cuán grata es para mi corazón! -Hizo una breve pausa, y continuó-: Con mi nacimiento, no sólo haré sagrada la familia, sino que les enseñaré a vivir en ella.

El ángel titubeó un momento, asombrado como estaba por las palabras de su Señor.
-Pero -vaciló-, ¿podrán imitar los hombres a una familia perfecta?, ¿no se desalentarán?
-Por supuesto que podrán: porque será perfecta según Dios, no según los hombres. Será perfecta por sus integrantes, no por sus posesiones; por sus virtudes, no por sus apariencias. Y, aunque sea perfecta, no carecerá de penalidades. ¡Imagínate!, llegaré al mundo como un niño no buscado; porque mis padres, María y José, se han propuesto vivir como hermanos. Por eso, tu anunciación será una contradicción para mi madre, quien escogió la virginidad para agradar a Dios, y a la vez inquietará a mi padre, quien desconocerá la sobrenaturalidad del embarazo -concluyó, expresando lo venidero.

-Bueno -dijo Gabriel-, pero esa situación no incumbe a todas las familias: sólo a unas cuantas.
-Tienes razón, Gabriel. Aunque sábete que sí es necesario que padezcan estos problemas, pues son aprietos que desgarran el alma. Pero, para satisfacer tu curiosidad, te diré que mi familia será, sobre todo, modelo de amor: y el amor, es una virtud que todos pueden imitar. Por darte un ejemplo, te diré que Yo seré perseguido desde mi nacimiento, y, sin embargo, mis padres preferirán expatriarse a entregarme a la espada. Ya verás después cómo se persigue a la familia, y comprenderás lo heroico que resulta abandonar el propio país para salvar a los seres queridos.

El ángel volvió a repasar meditativo las palabras de su Señor con una mezcla de asombro.
-Señor -se atrevió a decir-, Tú sabes que nosotros, los ángeles, no tenemos familia. Tú nos formaste a cada uno por separado, al igual que formas las almas de los hombres; pero sin concedernos descendencia ni ascendencia. Nosotros desconocemos qué es tener un padre o una madre, hijos o hermanos. Por eso, disculpa mi pregunta: ¿podrías decirme qué beneficios encierra una familia?
-¡Claro! El primero y el más grande, es el amor que se fomenta e intercambia entre sus miembros: éste produce una profunda alegría. El segundo, que es su consecuencia, es la unidad: ésta impregna el ambiente de verdadera amistad. Y el tercero, es su capacidad de influir en la sociedad, impregnándola de las virtudes familiares.

-Señor -dijo el ángel emocionado-, ¡qué grandiosa debe ser una familia!

-Y lo es Gabriel... ¡sí que lo es! Ahora comprendes, ¿por qué quiero una?

-Sí, Señor -exclamó radiante-. Y tanto que yo también quisiera tener una familia.

Acabado el diálogo, Gabriel descendió, enviado por Dios, a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen llamada María. Y entrando, le dijo:
-Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
Ella se preocupó mucho por estas palabras, y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo:
-No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios...
Autor: Gustavo Velázquez Lazcano, LC

Con María, el día de los Santos Inocentes

José y María se miran, abundantes lágrimas caen por sus mejillas, se abrazan y abrazan al niño. Es la noche más larga, más atroz, más cruel, que les ha tocado vivir a ambos.

Existen, en nuestra vida, dolores que nos resultan incomprensibles, atroces, injustos y, sobre todo, inmerecidos. Pero, sea cual fuere la reacción que tengamos frente al dolor, él sigue allí, y nos atraviesa el alma como una afilada espada. Hoy mi dolor y mi tristeza no me dejan verte, María, como ansía mi corazón, pero sé que estas allí, aunque no pueda sentirte, estas detrás de mi dolor para sostenerme, para transformar el llanto en camino hacia al Padre.

- En profecía cumplida... -dices a mi corazón, mas, no comprendo.

- Hoy voy a hablarte de esos dolores incomprensibles que desgarran el alma y que luego, por la misericordia de Dios, se transforman en camino.

- Háblame Señora, que mi alma tiene tanta sed de tu compañía. Mi alma ansía caminos que no encuentro en la oscuridad de esta noche demasiado larga.

- Yo conozco bien las noches largas. Te hablaré de una en especial, que me pareció eterna. De una noche anunciada, tan anunciada como la nochebuena, pero olvidada luego por muchos y, lo que me desgarra el alma, una recordación tomada hoy, por tantos, como excusa para bromas.

Esta vez temo seguirte, no sé si tendré valor, pero igualmente me llevas...me llevas... y estamos nuevamente en el recinto de Belén. Vemos como José está despidiendo a tres extraños extranjeros que le habían llevado a tu hijo oro, como símbolo de su dignidad y gran valor, incienso, como símbolo de su comunión con Dios y mirra, para preparar el aceite sagrado de su unción. Tres extraños venidos de lejanas tierras siguiendo una estrella, tres extraños que, buscando al Rey de la Vida, fueron a preguntarle a un rey embriagado de poder, el camino para hallarlo.... y, sin quererlo, despertaron en él fantasmas olvidados... la profecía, la profecía de Belén...

Los extranjeros, que el mundo llamará más tarde los tres Reyes Magos, parten a su tierra por otro camino, evitando pasar cerca del palacio de Herodes, quien los aguarda como un tigre al acecho, para saltar sobre el pequeño Rey desconocido que amenaza su seguridad.

Entramos a la precaria vivienda. José nos sigue y comienza a trabajar, pues el dueño de la finca le había encargado unos arreglos y le pagaría un buen precio por ellos. José tiene los pies sobre la tierra, sabe que debe alimentar a su familia y para ello sólo conoce un modo: su trabajo.

Tu, María, te dispones a preparar la cena. José no aparta la mirada de su labor, pero es evidente que sus pensamientos están en otro sitio, quizás detrás de los muros de un palacio, tratando de leer los pensamientos de un hombre fuera de sí, mas nada te dice. La cena transcurre en paz. La presencia de esos hombres y sus obsequios han dejado más preguntas que respuestas...¿Quiénes eran? ¿Por qué habían venido? ¿Cuál era el real significado de su presencia? ... quizás representan a todos aquellos que no pertenecen al pueblo de Israel y para cuya Salvación también ha venido este niño. Demasiados acontecimientos y pocas explicaciones. La pareja se dispone a descansar pues al día siguiente deberán iniciar el camino hacia Jerusalén, para realizar la purificación de María, tal como lo establece la Ley.

Yo estoy allí, con ellos, no puedo dormir, siento miedo... conozco la historia... la he escuchado mil veces de labios de los sacerdotes. La he leído, pero no es lo mismo estar... estar... y todos, de alguna manera, alguna vez en la vida, también estamos dentro de esta historia... sólo que, enceguecidos por nuestro propio dolor, no nos damos cuenta.

A la mañana siguiente parten hacia Jerusalén, María me hace señas de que los siga. El camino es largo, el niño, pequeño aún. El animal que nos acompaña va cargado de las pocas pertenencias de los padres y, en su mayor parte, de los pañales y ropita del bebé, recibida generosamente de la esposa del dueño del pesebre.

Luego de la ceremonia del Templo volvimos a Belén, José se nota nervioso... no como quien desconfía de la protección de Dios, sino como un padre responsable que sólo desea actuar correctamente y no sabe cómo, pues presiente que Herodes no ha olvidado la presencia de los extranjeros, ni se quedará quieto ante lo que él considera una amenaza.

Durante los siguientes tres días la familia se dedica a organizar el retorno a Nazaret. José termina sus trabajos pendientes, consiguiendo de esta manera dinero para el viaje y retribuyendo, al mismo tiempo, la hospitalidad al dueño del pesebre, quien sólo pide como pago, el arreglo de una vieja mesa labrada herencia de su padre, trabajo realizado impecablemente por José.

Los planes del Señor y nuestros propios planes no van siempre por iguales caminos. La noche del tercer día no aparenta nada en especial, sólo un cielo cargado de nubarrones amenazantes. Hace frío, María amamanta a su niño y lo recuesta bien calentito en la cuna hecha por su esposo, y una blanca piel de cordero cubre las demás mantas con las que la joven madre abriga a su pequeño. El matrimonio cena al tiempo que comenta los últimos acontecimientos. José tiene largos silencios que inquietan el corazón de María quien, como esposa prudente, no pregunta. Tiran las mantas en el suelo y se disponen a dormir, yo hago lo mismo, María me besa la frente y me dice “Valor, amiga, lo necesitarás...” es la noche de la locura, pero igualmente me quedo dormida... lástima, no tuve el valor de esperar despierta, como tantas veces en la vida en las que no tengo el valor de dominar mi voluntad.

Me despiertan los gritos de José. El hombre está sentado en el suelo, empapado en sudor, su rostro está aterrado pero es sólo por un instante... enseguida se pone en pie, da vueltas en el recinto tratando de ordenar sus pensamientos, seguidamente despierta a María, la toma por los hombros al tiempo que le clama en voz baja:

- ¡María, María! Por el amor de Dios despiértate María! - y la sacude casi con violencia.

Ella abre los ojos y se asusta...

- ¿Qué pasa, José? ¡Por Dios! ¿Por qué hablas de esa forma? ¡Jesús, Jesús! ¿Le pasó algo al niño?

- No, pero le pasará si sigues allí acostada... María... he tenido un sueño, que no fue un sueño en realidad... un hombre vestido de blanco me clamaba que te tomara a ti y al niño y huyera a Egipto, pues Herodes busca al niño para matarlo.

- ¡Matarlo!...Dios mío José, que atroz pesadilla.

- María, esposa mía ¡Nos vamos a Egipto! ¡Y nos vamos ya! ¿Comprendes? ¡Ya!.

- ¿Qué dices? José... ¿Te das cuenta la distancia que nos separa de Egipto, que es medianoche, afuera arrecia el viento y el frío cala los huesos?...

- María ¿Confías en mí?

- José, confío en ti más que en nadie en esta tierra

- Entonces, amada mía, junta todo y vámonos, los soldados se aproximan cada minuto, por cada palabra que decimos ellos están un metro más cerca... y vienen a matarlo... y no están jugando, pues un loco asesino les ha ordenado deshacerse de Jesús... la pregunta es ¿Cómo lo encontraran? Mientras a ese loco no se le ocurra... ¡Dios no puedo ni pensarlo!

- Mientras no se le ocurra matarlos a todos... - y María se estremece tanto que José debe sostenerla para que no caiga.

Yo estoy inmóvil, hubiera querido traerles un vehículo, un helicóptero, sacarlos prontamente de allí, pero eso pasa en las películas y esto es la vida real. Los padres (ahora me voy dando cuenta la clase de padre que Dios eligió para Jesús, un Hombre con mayúsculas) preparan todo prontamente, llevan sólo lo indispensable, deben dejar muebles, cuna, todo lo hecho por José. El oro de los magos les permitiría establecerse en Egipto. Dios siempre tan previsor, nos manda las pruebas y los medios para enfrentarlas. Salimos, el viento me termina de despertar, tengo varias mantas puestas encima, pero tiemblo como una hoja, parece que el corazón se me saldrá del pecho en cualquier momento. Montan los animales, María me hizo un lugar en el suyo... partimos... se ve poco, pero se ve, hay luna llena, los nubarrones ya no están, José se encamina hacia Egipto a través de la desértica región, apura el paso, no hay miradas extrañas que noten nuestra presencia. El hombre anda varias horas a marcha forzada, de tanto en tanto mira hacia atrás, con angustia, casi con desesperación. Yo, yo estoy muerta de miedo... veo soldados por todas partes... sé de sobra que no nos alcanzarán... pero una cosa es leerlo y otra estar... estar...

Falta poco para el amanecer. De pronto se escucha un galope cercano, se ve la arena removida por los cascos del animal que se acerca, es un jinete solitario, pero se dirige, peligrosamente, hacia nosotros. José nos recomienda calma, y no decir el nombre del niño. Por fin llega el personaje, un hombre más bien anciano, con la mirada perdida... loco... pobre infeliz... sólo decía:

- ¡Madres, corran, corran con sus hijos! ¡Huyan!...

José baja de su asno y se acerca al pobre hombre:

- ¿Qué le ocurre, amigo? ¿Se siente usted bien?...

- ¡Huyan, huyan mujeres con sus hijos! Sangre... muerte... niños muertos, en todo Belén... niños degollados, atravesadas sus carnecitas por las espadas de los soldados... no escapó ni uno... todo Belén es un grito... solo los pequeños murieron... los menores de dos años... ¿Por qué?¿Por qué Dios?- grita desgarradoramente el infeliz mirando al cielo- Huyan mujeres... huyan... corran... corran...

El pobre desquiciado comienza a cabalgar nuevamente repitiendo el ya inútil consejo. Tanto horror le ha enloquecido. Se pierde en el paisaje, queriendo huir de los macabros recuerdos pero no hay lugar en donde uno pueda esconderse de los recuerdos.

José y María se miran, abundantes lágrimas caen por sus mejillas, se abrazan y abrazan al niño. Es la noche más larga, más atroz, más cruel, que les ha tocado vivir a ambos. Es la noche anunciada por el profeta Jeremías:

“En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen porque ya no existen”( Mt.2,18)

La travesía dura largos días, María se esconde muchas veces a llorar para que José no la vea... no quiere preocuparlo, más su corazón de madre está destrozado. Recuerda la espada anunciada por el anciano Simeón... ya ha comenzado a lastimarla. También veo a José llorar a escondidas, es el llanto de un hombre que se siente impotente ante la injusticia, es el llanto de un hombre justo clamando justicia.

Las primeras casas del poblado egipcio se divisan a la distancia. La noche larga ha terminado, el niño está a salvo, momentáneamente.

- Amiga- dices María, mirándome a los ojos,( mientras tus ropas y las mías vuelven a estos tiempos y el ruido de los automóviles nos sorprende frente la parroquia de Luján, en mi barrio) gracias por compartir conmigo esta noche, una de las más duras de mi tiempo en esta tierra. Realmente, cuesta ver a Dios detrás de tanto dolor, cuesta poder encontrarlo para que nos tome de la mano, cuesta no enloquecer como ese pobre viejo del desierto... cuesta, buena amiga, pero no es imposible, es más, es el único camino. Dios, tras el dolor que nos causan los seres humanos. Dios, sosteniendo. Dios, poniendo rosas sobre tantas espinas. Dios, transformando el dolor en camino de salvación. Dios, permitiendo que nuestra angustia ayude a otros a superar la suya. Cuando tu alma tenga más preguntas que respuestas, más dolor del que crees poder soportar, más soledad que compañía, más desilusión que sueños entonces, más que nunca, búscalo; que siempre habrá un Egipto donde puedas esconderte hasta que pase el temporal.

- Señora- y apenas si puedo contener mis lágrimas- ¡Cuánto, cuánto me amas, cuánto me cuidas, cuánto me enseñas! ¿Te dije ya cuánto te amo?- y me arrojo en tus brazos y lloro por los niños muertos, lloro por mí, lloro por la humanidad.

Mientras te alejas, y yo seco mis lágrimas, un grupo de jóvenes pasa riéndose de uno de ellos, al tiempo que le dicen “¡Qué la inocencia te valga! Ja,ja,ja” típico comentario de las bromas del Día de los Inocentes.

Tengo ganas de gritar, ganas de decirles que el origen de esa recordación es la sangre de niños pequeños derramada por Jesús, pero siento que no vale la pena; prefiero escribir este relato, escribirlo para que tú, después de leerlo, ya no rías con las bromas de los 28 de diciembre. Porque si tú no ríes, si le cuentas esta historia a un amigo y él ya tampoco ríe... entonces... entonces algo habrá cambiado en este mundo... porque recordando a nuestros mártires, los honramos.


NOTA de la autora:

"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."
Autor: Maía Susana Ratero

miércoles, 21 de diciembre de 2011

FELIZ NAVIDAD

ESTE BLOG SE DESPIDE HASTA PASADAS ESTAS ENTRAÑABLES FIESTAS DE NAVIDAD, DESEANDO LO MEJOR PARA TODOS LOS VISITANTES DEL MISMO.


lunes, 19 de diciembre de 2011

¿Qué significa para mí la Navidad?

Corramos con alegría hacia Belén, acojamos en nuestros brazos al Niño que María y José nos presentarán.
Homilía de SS Benedicto XVI, el viernes 16 de diciembre de 2011 en el rezo de Vísperas con los universitarios de los ateneos romanos en preparación a la Navidad.


"Sed contantes, hermanos, hasta la venida del Señor" (St 5,7)

Con estas palabras el Apóstol Santiago nos indica la actitud interior para prepararnos a escuchar y a acoger de nuevo el anuncio del nacimiento del Redentor en la cueva de Belén, misterio inefable de luz, de amor y de gracia.

(...)

Queridos amigos, Santiago nos exhorta a imitar al agricultor, que "espera con constancia el precioso fruto de la tierra" (St 5,7). (...)¿Pero es realmente así? La invitación a la espera de Dios ¿está fuera de nuestra época? Una vez más, podemos preguntarnos con radicalidad: ¿Qué significa para mí la Navidad?, ¿es realmente importante para mi existencia, para la construcción de la sociedad?

Son muchas, en nuestra época, las personas, que ponen voz a la pregunta de si debemos esperar algo o a alguien; si debemos esperar a otro mesías, a otro dios; si vale la pena confiar en aquel Niño que en la noche de Navidad encontramos en el pesebre entre José y María.

La exhortación del Apóstol a la constancia paciente, que en nuestro tiempo podría dejar un poco perplejo, es, en realidad, el camino para acoger en profundidad la cuestión de Dios, el sentido que tiene en la vida y en la historia, porque es en la paciencia, en la fidelidad y en la constancia de la búsqueda de Dios, de la apertura a Él, donde Él revela su rostro. No necesitamos un dios genérico, indefinido, sino un Dios vivo y verdadero, que abra el horizonte del futuro del hombre a una perspectiva de esperanza firme y segura, una esperanza rica de eternidad y que permita afrontar con valentía el presente en todos sus aspectos. Deberíamos decir entonces: ¿dónde puedo buscar el verdadero Rostro de este Dios? O mejor todavía: ¿Dónde Dios se encuentra conmigo mostrándome su Rostro, revelándome su misterio, entrando en mi historia?

Queridos amigos, la invitación de Santiago: "Sed contantes, hermanos, hasta la venida del Señor", nos recuerda que la certeza de la gran esperanza del mundo se nos da y que no estamos solos y que no construimos nuestra historia en soledad. Dios no está lejos del hombre, sino que se ha inclinado hacia él y se ha hecho carne (Jn 1,14), para que el hombre comprenda donde reside el sólido fundamento de todo, el cumplimiento de sus aspiraciones más profundas: en Cristo (cfr Exhort. ap. postsin. Verbum Domini, 10).

La paciencia es la virtud de los que se confían a esta presencia en la historia, que no se dejan vencer por la tentación de poner la esperanza en lo inmediato, en perspectivas puramente horizontales, en proyectos técnicamente perfectos, pero lejos de la realidad más profunda, la que da la dignidad más alta a la persona humana: la dimensión trascendente, el ser criatura a imagen y semejanza de Dios, el llevar en el corazón el deseo de elevarse hacia Él.

Hay otro aspecto que quisiera destacar esta tarde. Santiago nos ha dicho: "Mirad al agricultor: este espera con constancia" (5,7). Dios, en la Encarnación del Verbo, en la encarnación de su Hijo, experimentó el tiempo del hombre, de su crecimiento, de su hacer en la historia. Este Niño es el signo de la paciencia de Dios, que en primer lugar es paciente, constante, fiel a su amor hacia nosotros; Él es el verdadero "agricultor" de la historia, que sabe esperar. ¡Cuántas veces los hombres han intentado construir el mundo solos, sin o contra Dios! El resultado está marcado por el drama de las ideologías que, al final, se ha demostrado que van contra el hombre y su dignidad profunda.

La constante paciencia en la construcción de la historia, tanto a nivel personal como comunitario, no se identifica con la tradicional virtud de la prudencia, de la que ciertamente se tiene necesidad, sino que es algo más grande y complejo. Ser constantes y pacientes significa aprender a construir la historia con Dios, porque sólo edificando sobre Él y con Él la construcción está bien fundada, no instrumentalizada para fines ideológicos, sino verdaderamente digna del hombre.

Esta tarde reencendemos de una forma más luminosa la esperanza de nuestros corazones, porque la Palabra de Dios nos recuerda que la venida del Señor está cerca, incluso el Señor está con nosotros y es posible construir con Él.

En la gruta de Belén la soledad del hombre está vencida, nuestra existencia ya no está abandonada a las fuerzas impersonales de los procesos naturales e históricos, nuestra casa puede ser construida en la roca: nosotros podemos proyectar nuestra historia, la historia de la humanidad, no en la utopía sino en la certeza de que el Dios de Jesucristo está presente y nos acompaña.

Queridos amigos, corramos con alegría hacia Belén, acojamos en nuestros brazos al Niño que María y José nos presentarán. Volvamos a partir de Él y con Él, afrontando todas las dificultades.

A cada uno de vosotros el Señor os pide que colaboréis en la construcción de la ciudad del hombre, conjugando de un modo serio y apasionado la fe y la cultura.

Por esto os invito a buscar siempre, con paciente constancia, el verdadero Rostro de Dios. (...) Buscar el Rostro de Dios es la aspiración profunda de nuestro corazón y es también la respuesta a la cuestión fundamental que va emergiendo cada vez más en la sociedad contemporánea.

(...)

Queridos amigos, esta tarde nos apresuramos unidos con confianza en nuestro camino hacia Belén, llevando con nosotros las esperanzas de nuestros hermanos, para que todos podamos encontrar al Verbo de la vida y confiarnos a Él. (...) Llevar a todos el anuncio de que el verdadero rostro de Dios está en el Niño de Belén, tan cercano a cada uno de nosotros, porque Él es el Dios paciente y fiel, que sabe esperar y respetar nuestra libertad.

A Él, esta tarde, queremos confesar con confianza el deseo más profundo de nuestro corazón: "Yo busco tu rostro, Señor, ¡ven, no tardes!" Amén.
Autor: SS Benedicto XVI

domingo, 18 de diciembre de 2011

NOSTALGIA DE DIOS

Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Una lusitana, residente temporal en España, me comentaba recientemente que tenía "saudade" de Portugal. No parece una palabra de fácil traducción. Quizás nuestra morriña, añoranza o nostalgia pueden aproximarse al expresivo término  del país vecino. Pues bien, escribo estas líneas para expresar algo que, según mi parecer, todos tenemos: "saudade", nostalgia de Dios. Pueden estar en tal situación incluso los no creyentes o  poco conocedores del Creador, porque cada corazón es gemelo de todos los corazones humanos, aun cuando se niegue nuestra naturaleza y todo lo que lleva consigo: igualdad radical, idéntica dignidad y parejos derechos, justo por ser criaturas de Dios.
            San Agustín acuñó una expresión mil veces repetida y siempre veraz para todos: nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. Puede que otros afanes oculten la inquietud, quizá porque falla un punto capital, pero no siempre claro, para registrar esa nostalgia de Dios. Me refiero a la realidad de la creación pues, negada ésta, aunque continúe siendo verdadera la expresión agustiniana, queda progresivamente amortiguada en la vida de un hombre situado cómodamente en el lugar del Creador.
            En "Creación y Pecado" (1985), explicaba Ratzinger la inexistente oposición entre creación y evolución, siempre que ambas se entiendan correctamente. En relación con el hombre, la creación nos relata su origen más íntimo, el proyecto que hay detrás de él; la evolución  conoce y describe procesos biológicos que no pueden llevarse al absurdo con la única finalidad de borrar al Creador. Monod -científico evolucionista y decidido anticreacionista- señala que la vida pudo no existir, pero existió con una probabilidad matemática prácticamente cero. "El universo -dice Monod- no llevaba en sí la vida, ni la biosfera llevaba en sí a los hombres. Nuestro número de suerte salió premiado en la lotería". Todo ello, además, sin explicar la materia preexistente al big-bang y defendiendo una idea conservadora de la biología, en la que las mutaciones son puros errores, según afirma.
            De ahí que, si no aceptamos una razón creadora, si sólo una casualidad -un error- nos ha arrojado al mar de la nada, tendríamos motivos más que suficientes para considerar la vida como una desgracia, decía Ratzinger. Por el contrario, si conocemos que existe alguien que no nos ha enviado a un destino ciego, si sabemos que no somos casualidad sino que procedemos de la libertad y del amor, nuestra existencia tendrá plenitud de sentido, será reconocida como un don y dará más vivacidad a ese corazón inquieto en búsqueda del Dios amante, como menesterosos suyos.
            Pero no  sólo un evolucionismo ciego disminuye la nostalgia de Dios  dejando sin sentido  nuestras vidas. Por ejemplo, en una reunión de jóvenes desadaptados con Benedicto XVI  en Sídney (2008), hablaba de tres falsos dioses que nos distancian del verdadero: los bienes materiales, el amor posesivo y el poder. Los bienes materiales -decía- son buenos en sí mismos. Pero si somos codiciosos, si nos negamos a compartir con hambrientos y  pobres lo que poseemos, convertimos nuestras pertenencias en una falsa divinidad.
            También el amor auténtico es excelente, pero lo transformamos en ilusoria deidad cuando  denominamos amor al intento de  dominar o manipular a otra persona, considerándola como objeto de satisfacción más que como sujeto a quien donarse. De modo semejante sucede si el poder, en lugar de servicio a los demás, se torna instrumento de opresión, de utilización de otros, enriquecimientos ilícitos,  maltrato del medio ambiente  y de la propia ecología  humana por adulterar lo natural. Todo con la idea lamentable de que Dios es extraño a la vida y problemas del hombre.
            Negar la primacía de Dios, situarse en su lugar a modo de reyezuelo sin origen ni destino ciertos, desvirtúa cualquier realidad. Si el corazón del hombre no es bueno, ninguna otra cosa puede llegar a ser buena, escribió el Papa en "Jesús de Nazaret". El que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más intima, decía san Josemaría. A partir de ahí, personas y cosas se falsean en mayor o menor medida. "En realidad -ahora habla Juan Pablo II- todas las cosas, todos los acontecimientos, para quien sabe leerlos con profundidad, encierran un mensaje que, en definitiva, remite a Dios". Nada es producto de la oscuridad ni de la sinrazón. Procede del entendimiento, procede de la libertad, procede de la belleza que es Amor. Este pensamiento proporciona el valor necesario para vivir;  fortalece para guiar sin miedo la aventura de la vida.
            Una vieja letra cantaba: yo, sin tu amor, no soy nada. Se refería a la persona amada, pero es perfectamente aplicable a Dios. Ahora, cuando se acerca la Navidad -la fiesta del Dios que se hace hombre por amor a los hombres- es buen momento para encontrar en nuestro corazón la "saudade", la nostalgia de Dios, el deseo de volver si estamos lejos o de aproximarnos más si estamos cerca. El hombre creado, que encuentra sentido y orientación en el Creador, es con Cristo la criatura redimida y elevada a la dignidad de hijo de Dios,  participante de la naturaleza divina, como escribió san Pedro.

sábado, 17 de diciembre de 2011

El 18 de diciembre se celebra el Día Nacional de la Esclerosis Múltiple

El 18 de diciembre se celebra el Día Nacional de la Esclerosis Múltiple
                En España, alrededor de 46.000 personas padecen esta enfermedad crónica neurodegenerativa
                En la Provincia de Tenerife, alrededor de 1.500 personas la padecen
                Es la primera causa de discapacidad no traumática entre personas jóvenes en España
                La agilización de los procesos diagnósticos y terapéuticos así como la puesta en marcha de unidades especiales en cada centro hospitalario, mejoraría su calidad de vida
                Los servicios de rehabilitación, atención psicológica, apoyo familiar y demás terapias ofrecidas por las Asociaciones, son imprescindibles para el desarrollo en el ámbito familiar y laboral del afectado

El día, 16 de diciembre de 2011.-La Asociación Tinerfeña (ATEM) celebra el Día Nacional de la Esclerosis Múltiple que será el próximo domingo 18 de diciembre, poniendo de manifiesto la situación de las personas afectadas por esta enfermedad crónica neurodegenerativa.
Los servicios de rehabilitación, atención psicológica, apoyo familiar y otras terapias, puntualmente cubiertas por el Sistema Nacional de Salud, son imprescindibles para el proceso evolutivo personal y social de los afectados por esta patología. El diagnóstico suele darse cuando se es adulto joven y el individuo está en pleno desarrollo de su vida laboral y personal, y por ello son imprescindibles políticas de apoyo para la integración social y laboral de los afectados de Esclerosis Múltiple. Que se lleve a cabo un protocolo de actuación con los pacientes, de modo que todos reciban la atención debida y los tratamientos que necesiten de manera ambulatoria, vivan donde vivan. Que con el diagnóstico se otorgue el 33% de Discapacidad, ya que la enfermedad, en la mayoría de casos, afecta a la vida diaria del paciente.


ATEM
ASOCIACIÓN TINERFEÑA DE ESCLEROSIS MÚLTIPLE ASOCIACIÓN ADHERIDA A AEDEM­COCEMFE
Miembro de COCEMFE
C/ Dr. Salvador Pérez Luz, Edf. Munat III B Bajo CP. 38008 S/C de Tenerife TEL922201699 ­Fax922201873
CIF: G-38380556 E-mail: aedem-tenerife@aedem.org
La Esclerosis Múltiple es una enfermedad desmielinizante neurodegenerativa y crónica del sistema nervioso central. El propio sistema inmune destruye la mielina, la capa protectora que rodea las fibras del Sistema Nervioso Central, provocando un daño que interfiere en la transmisión del mensaje entre el cerebro y distintas partes del cuerpo.
La Asociación Tinerfeña de Esclerosis Múltiple (ATEM), pondrá las siguientes mesas de difusión y captación de recursos en: Plaza Weyler, frente a Capitanía General de Canarias; Entrada a El Corte Ingles, esquina Avda. Tres de Mayo; Entrada de la Tesorería de la Seguridad Social, en la Avda. José Manuel Guimerá nº 8; En el Hospital Universitario Ntra. Sra. De Candelaria y el Hospital Universitario de Canarias.
La Asociación Tinerfeña de Esclerosis Múltiple (ATEM) es una entidad sin ánimo de lucro, que agrupa a personas afectadas de Esclerosis Múltiple, sus familiares y personas sensibilizadas con la problemática de esta compleja patología. Asimismo, cuenta con la colaboración de profesionales de la salud de distintas disciplinas relacionadas con la enfermedad. Pertenece a la Asociación Española de Esclerosis Múltiple, AEDEM-COCEMFE, cuyo ámbito de actuación es estatal y de ella dependen 45 Asociaciones adheridas de la mayoría de las comunidades autónomas.
Para cualquier aclaración, estamos a vuestra entera disposición.
Los interesados en saber más acerca de la Asociación y la labor que lleva a cabo, pueden dirigirse al teléfono 922201699, 615689227 o a la dirección de correo electrónico aedem-tenerife@aedem.org.
Recibid un cordial saludo,
Mª Carmen Aleman Gonzalez
Presidenta de ATEM. 

Con María, hacia mi propia Navidad

¡Ya pronto es Navidad! María me invita a caminar hacia Belén, no la dejes sola, esperando, en un recodo del camino...
Faltan pocos días para la Navidad aquí en mi ciudad. Ya has salido, junto a José, camino de Belén, Señora mía...

Preparaste amorosamente la ropita del pequeño, llevas todo lo que imaginas podrás necesitar. José organizó la logística del viaje, por donde ir, cuando parar, cuando llegar... cada uno en lo suyo, pero juntos. En el aire se respira “aroma de parto”.
¡Cómo quisiera acompañarte, Señora mía, en ésta, la más hermosa y decisiva peregrinación de la historia! ¡Cómo quisiera haber sido tan sólo uno de los perros que seguían al asno en su camino!...

Si tanto lo deseas, hija querida ¿Por qué entonces, no vienes con nosotros? ...Vamos ... sin tanto preámbulo ¿Vienes?

Tu voz clara, tu mirada serena, tu perfume indescriptible, le preguntan a mi pobre alma aturdida por las cosas del mundo. Tantas veces te he olvidado, Señora, tantas veces te he dejado esperando y, aún así, tu amor de madre me invita a caminar hacia Belén.

- ¡Claro que sí, Madre querida!- te contesta mi voz en un hilo... quisiera llorar, reír... no sé... opto por seguirte.

Anochece. Nazaret ha quedado atrás. Se han detenido a descansar un poco. José junta un poco de leña para hacer fuego. Tú estás sentada tratando de cocinar algo... justo se cruza un animal del campo, José lo atrapa.

El Señor nos mandó una buena cena, hermosa mía te dice el esposo cuando llega con su trofeo de caza.

Él nos provee siempre, esposo mío, sabe nuestras necesidades, pero por sobre todo, nos provee el alma con fuerza de su amor.

Te recuestas un rato, estás cansada. Yo te observo a pocos pasos... José va por más leña... Miras el cielo... Le hablas a tu bebé:

“Mira amor, desde aquella estrella grande, que brilla, Papá nos mira... ¿La ves?... bueno, bueno, tranquilo, no saltes así.- te ríes, una lágrima te acaricia la mejilla y se pierde en el viento de la noche - Amor, falta poco para llegar. ¿Qué haremos cuando sea tu tiempo? ¿Dónde nacerás? Seguro Papá ya tiene todo preparado, yo no pregunto, soy su esclava, voy donde me mande. ¿Sabes amor? Ser su esclava no es como las esclavitudes del mundo, que ahogan y atan, ser su esclava es como tener alas... como... soñar sin límites. Ser su esclava es llenarse de paz, no temer, caminar confiada, saber que todo camino es trazado por sus manos, que toda circunstancia es Camino hacia el Padre. Duerme ahora, hijo mío querido ¿Sabes? Estoy impaciente por verte, por besarte, por abrazarte... pero ya habrá tiempo, ahora, hijo, ahora es tiempo de caminar...

José vuelve con más leña, prepara la cena, y te sirve una abundante y rica porción. El olor de la carne asada trepa el aire... comen alegres, riendo con recuerdos del pasado, soñando con el día del nacimiento...

De pronto, les sobresalta un ruido...

Quédate aquí quieta, veré lo que es...

Teme José a los asaltantes que podían haberse escondido entre las sombras ¿Qué podrían llevarles? Nada, pues nada tienen. El mayor de los tesoros estaba escondido en el seno purísimo de María.

No temas, querida, es sólo un animal vagabundo. Duerme, duerme ahora, hermosa mía, que el viaje aún no termina, y el día de mañana será largo.

Te recuestas, Señora mía, cerca del fuego, José te cubre delicadamente con una manta. Te quedas dormida. Él te mira con ternura infinita. ¿Qué pensamientos estarán cruzando por su mente y su corazón en estos momentos? No quiero yo moverme, pues temo me vea José.

¿Te piensas quedar toda la noche tras una piedra? - el esposo voltea hacia mí y me mira con una mirada llena de paz, aunque no exenta de cierta preocupación.

- Yo... lo siento, no quería molestar... es que...

Lo sé ¿Olvidas que me cuenta todo? Ella te invitó a venir con nosotros en este viaje del 2009.

- ¿Qué dices José? ¿Cómo del 2009? ¿No es éste una especie de sueño donde yo los acompaño en un viaje realizado hace más de 2000 años?

Pues no, querida mía. Cada año, María y yo volvemos a viajar a Belén. Cada año es como si Cristo volviera a nacer. Sólo que su nacimiento no es físico... Jesús quiere nacer en el corazón de cada uno.

- Pero... no entiendo... hay mucha gente buena en el mundo, religiosos, sacerdotes, laicos, que también quisieran acompañarlos... ¿Cómo, entonces, viajan tan solos?

Porque éste, mi querida, es TU viaje hacia Belén, nadie puede hacerlo por ti. Éste es tu camino para dejar que Jesús nazca en tu alma. Éste es el viaje que debes hacer, a través de las montañas de tu corazón, debes cruzar los ríos de tu orgullo, que, aunque torrentosos, pueden cruzarse si te acompañamos. Debes soportar los vientos de la soledad y la tristeza. Debes enfrentarlos y vencerlos por amor a Jesús. ¿Comprendes ahora? .

Me quedo sin palabras. José es un hombre sabio, me explica lo que sucede con la sencillez de los grandes hombres. Estoy en el desierto de mi corazón, cuando amanezca... ¡Oh Dios! Cuando amanezca se mostrarán todos los valles, quebradas y torrentosos ríos de mi alma... ¡Qué vergüenza!. Mi corazón está tan lleno de pecados, que... no sé... quisiera salir corriendo pero ¿Adónde?. Ni siquiera hallaré un lugar donde esconder mi rostro...

¿Por qué quieres esconderte? preguntas, María querida, despertando de tu reparador descanso.

- Es que José me ha explicado... y temo que, al amanecer, no te guste lo que veas, Señora...

¿Y que se supone que veré?

- Mi corazón, que no es como yo quisiera, que hace el mal que no quiere y no hace el bien que desea, mi torpe corazón, tan lleno de culpas y olvidos para contigo.

Creo, hija mía, que no comprendes la verdadera dimensión del amor que Jesús tiene por ti- y colocas tu pequeña mano sobre el vientre abultado -Jesús estaba esperando a que tú desearas realizar este viaje, Jesús está esperando que tú te arrepientas de tus errores, pues Él es manantial de misericordia, Jesús espera que tú quieras recibirlo en tu alma. Para ello, busca el sacramento de la Reconciliación. Allí, verás cómo el paisaje de tu corazón se transforma, como los ríos se vuelven calmos, las quebradas se transforman en fértiles valles y el desierto de tu corazón se llena del perfume de su Amor. Jesús te llama, hija, te llama siempre. Desde su lastimado corazón, parte su pedido hasta el tuyo. El llamado es de Él, la decisión, tuya... indefectiblemente tuya... Ahora descansa, el día de mañana será largo.

Me recuesto cerca del fuego. No puedo dormir, mas bien no puedo dejar de llorar. Tanto me amas Jesús mío, que haces todo esto por mí, por cada ser humano, por todos, por todos. José me cubre con una manta... por fin me duermo.

Amanece. Tu esposo ha preparado un poco de pan para comer antes de reiniciar el viaje. Pan... me tiemblan las manos, lo recibo agradecida. Tiene el sabor del pan de la mesa de mi casa, el sabor conocido de las pequeñas cosas de mi vida.

Nos ponemos en camino, hay viento, cuesta avanzar, José y yo caminamos, María viaja sobre el animal que parece muy feliz de transportar tan preciado equipaje. Hay demasiado viento, la arena casi nos ciega, apenas si podemos conservar el rumbo.

- ¡Debemos detenernos!- le grito a José.

¡Aquí no, avanzaremos hasta esas rocas y buscaremos refugio!

- ¡No lo lograremos, casi no se ve nada!

Déjate guiar, conozco el terreno, no temas, llegaremos ¿Ves? Igual actúas en las tormentas de tu alma, en lugar de dejarte guiar por Jesús, acampas en cualquier parte de tu dolor y te tapa la arena de la desesperación.

Llegamos por fin a las rocas, que ofrecían buen refugio. La tormenta pasó. José propone seguir el viaje. María está realmente agotada pero calla, sabe que no puede quedarse a la mitad del camino, ahora debe seguir, no hay regreso.

Anochece. Se pone frío. A lo lejos se divisa una fogata, José nos deja en buen resguardo y se acerca a ver si son confiables. Regresa emocionado.

¡Es Pablo, mi primo y unas familias más! Ellos también deben registrarse en Belén. Dicen que la ciudad esta atestada de gente. Eso me preocupa, pero ya veremos al llegar, ahora vamos, nos invitaron a compartir la cena.

José avanza con el animal. María prefiere caminar un poco. Le ofrezco mi brazo, y se apoya.

¿Ves hija? Muchas veces Dios nos pone buenos amigos, buenos consejeros en el camino, la decisión es nuestra, o quedarnos en la oscuridad de nuestra propia noche o arriesgarnos a avanzar un poco hacia aquellos que nos pueden ayudar.

La familia de José se muestra amable. María tiene una sonrisa encantadora y una voz tan exquisita que todos quedan muy admirados de ella y no dejan de felicitar a José por tan bella esposa.

Al amanecer seguimos caminando, José se despide de su familia, ya que ellos se quedarán en el campamento por unos días esperando a otros parientes.

Belén se dibuja nítido en el horizonte. La gente va y viene a causa del censo. Vamos llegando, cuando María le dice a José.

Esposo mío, ya es tiempo... el niño nacerá pronto...

Ayúdame a encontrar un sitio para el nacimiento me pide José- recuerda que debe ser digno de Él, no por el lujo sino por la sencillez, el amor, la generosidad y la predisposición para recibirlo

- Pero ¿Dónde encuentro ese sitio, José?

No lo sé, recuerda que estamos en tu corazón, tú lo conoces, al menos, deberías. Busca en tu corazón un lugar donde María pueda dar a luz.

El lugar que José me solicitaba debía estar libre de las espinas de mi egoísmo, protegido y al reparo de los vientos de mi ira, sin grietas, para que no le inundase la lluvia fría de mi falta de fe.

José me pide ese lugar... antes de ponerme a buscar haré caso del consejo de María, buscaré el sacramento de la Reconciliación.

María me despide...

Aquí estaremos esperando, hija querida, ve y encuentra ese lugar para Jesús. Dale esa alegría a mi Corazón Inmaculado, busca, hija, busca... estoy segura que ese lugar existe, pero debes encontrarlo por ti misma Recuerda, nadie puede hacer esa búsqueda por ti. Vamos, que Jesús espera...

Abrazo a mi Madre querida con todas mis fuerzas, beso sus hermosas manos. Abrazo a José, quien besa mi frente y murmura...

Confío en ti, sé que volverás, sé que no nos dejarás en espera. No te distraigas en el camino, no te distraigas, por fuerte que sea la tentación. Busca, hija, que el que busca encuentra.

- Gracias, gracias- y mi voz es un susurro ahogado por el llanto.

Los dejo, cada tanto giro el rostro para verlos, aún están donde les dejé, en un recodo del camino... debo encontrar el mejor lugar dentro de mi corazón. Queda poco tiempo. Debo encontrar ese lugar y venir por ellos para guiarlos...

Sé que lo hallaré, no será fácil, deberé limpiarlo, asearlo y acondicionarlo. Llenarlo de amor y de fe. Pediré al Padre incremente mi fe... haré oración, seguiré los caminos del Adviento...


Dios jamás defrauda a los que en él depositan sus mejores sueños. Recuerdo que desde setiembre vengo pensando cómo hacer de ésta una Navidad especial... Dios me escuchó, María me escuchó, me invitó a caminar hacia Belén, nos invita a todos, no la dejemos sola, esperando, en un recodo del camino...


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NOTA de la autora:Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.
Autor: María Susana Ratero.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Una invitación... de Jesús

Entre las postales o los mensajes que me lleguen durante estos días, el más importante viene del Corazón de Cristo.

Llega la Navidad. Para algunos, un tiempo de descanso. Para otros, momentos de inquietud: salen a la luz tensiones y problemas que uno, a veces, puede ocultar gracias al trabajo. Para los cristianos, un momento de fiesta: ¡nace el Salvador!

Para Dios, ¿qué es la Navidad? Dios no tiene tiempo, lo sabemos. Pero entró en el tiempo. Jesús sigue siendo Hombre en el cielo: cada Navidad “recuerda” que es su “cumpleaños”.

Ese día (lo hace todos los días, pero también en Navidad) mirará al mundo con cariño inmenso. Buscará, como hace más de 2000 años, a la oveja perdida. Pensará en su pueblo, en su raza, en quienes viven en Tierra Santa entre odios tristes, angustias profundas, lágrimas por los fallecidos y los ausentes.

Mirará el corazón de cada hombre, de cada mujer, para mendigar algo de cariño. Más aún, para ofrecer su Amor, para derramar bálsamos de ternura, para vendar heridas profundas, para animar buenos deseos que no acaban de hacerse realidad.

Me mirará también a mí, con mi historia, con mis penas, con mis esperanzas, con mis angustias, con mi generosidad. Querrá decirme que sintió frío porque quería calentar mi corazón egoísta, que pasó sed porque venía a darme agua viva, que conocerá el hambre porque se convertirá en el Pan que se inmola por el mundo.

Entre las postales o los mensajes que me lleguen durante estos días, el más importante viene del Corazón de Cristo. Me invita a abrir el Evangelio, a descubrir que los pobres son llamados al banquete, a recordar que el pecador no es condenado, a vivir en la alegría profunda del perdón divino. Me buscará, aunque tenga que pasar entre abrojos, para tomarme sobre sus hombros, para llevarme nuevamente a casa, para sentarme en un banquete eterno.

Llega la Navidad. La invitación de Dios descansa sobre mi mesa de trabajo o en lo más profundo de mi espíritu hambriento de esperanzas. Es una invitación sencilla y perfumada, amable y sugestiva, bondadosa y humilde. Como todo lo que viene de Dios, que abraza a los que se hacen como niños, a los que viven con la sencillez propia de quienes se sienten muy amados.
Autor: P Fernando Pascual LC.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Consejos de Juan Bautista para vivir el Adviento

Ya no se trata de preparar la tierra para acoger la buena semilla, sino de preparar un camino para que pueda, llegar a nuestra alma Jesús.
En el Adviento, la Iglesia nos pone la figura de san Juan Bautista, y con él otra nueva imagen. Ya no se trata de preparar una tierra capaz de acoger adecuadamente la buena semilla: se trata de preparar un camino para que pueda, por él, llegar a nuestra alma la Persona adorable del Señor.

Son cuatro las órdenes, los consejos o las consignas que san Juan Bautista -y la Iglesia con él- nos da:
·  La primera consigna de san Juan el Bautista es bajar los montes: todo monte y toda colina sea humillada, sea volteada, bajada, desmoronada. Y cada uno tiene que tomar esto con mucha seriedad y ver de qué manera y en qué forma ese orgullo -que todos tenemos- está en la propia alma y está con mayor prestancia, para tratar en el Adviento -con la ayuda de la gracia que hemos de pedir-, de reducirlo, moderarlo, vencerlo, ojalá suprimirlo en cuanto sea posible, a ese orgullo que obstaculizaría el descenso fructífero del Señor a nosotros.
·  En segundo lugar, Juan el Bautista nos habla de enderezar los senderos. Es la consigna más importante: Yo soy una voz que grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos 3. Y aquí tenemos, entonces, el llamado también obligatorio a la rectitud, es decir, a querer sincera y prácticamente sólo el bien, sólo lo que está bien, lo que es bueno, lo que quiere Dios, lo que es conforme con la ley de Dios o con la voluntad de Dios según nos conste de cualquier manera, lo que significa imitarlo a Jesús y darle gusto a El, aquello que se hace escuchando la voz interior del Espíritu Santo y de nuestra conciencia manejada por Él.

A cada uno corresponde en este momento ver qué es lo que hay que enderezar en la propia conducta, pero sobre todo en la propia actitud interior para que Jesucristo Nuestro Señor, viendo claramente nuestra buena voluntad y viéndonos humildes, esté dispuesto a venir a nuestro interior con plenitud, o por lo menos con abundancia de gracias.
·  El tercer aspecto del mensaje de san Juan el Bautista se refiere a hacer planos los caminos abruptos, los que tienen piedras o espinas, los que punzan los pies de los caminantes, los que impiden el camino tranquilo, sin dificultad. Y ese llamado hace referencia a la necesidad de ser para nuestro prójimo, precisamente, camino fácil y no obstáculo para su virtud y para su progreso espiritual: quitar de nosotros todo aquello que molesta al prójimo, que lo escandaliza, que lo irrita o que le dificulta de cualquier manera el poder marchar, directa o indirectamente, hacia el cielo.
·  El cuarto elemento del mensaje de san Juan Bautista es el de llenar toda hondonada, todo abismo, todo vacío. Los caminos no sólo se construyen bajando los montes excesivos, ni sólo enderezando los senderos torcidos, o allanando los caminos que tengan piedras: también llenando las hondonadas o cubriendo las ausencias. Este mensaje se refiere a la necesidad de llenar nuestras manos y nuestra conciencia con méritos, con oraciones, con obras buenas -como hicieron los Reyes Magos y los pastores- para poder acoger a Jesucristo con algo que le dé gusto; no sólo con la ausencia de obstáculos o de cosas que lo molesten, no sólo con ausencia de orgullo o con ausencia de falta de rectitud o de dificultades en nuestra conducta para con el prójimo, sino también positivamente con la construcción: con nuestras oraciones y con nuestras buenas obras y un pequeño -al menos- caudal, capital de méritos, que dé gusto al Señor cuando venga y que podamos depositar a sus pies.

El Adviento, además de la conmemoración y el sentido del Antiguo Testamento -de la tierra que espera la buena semilla-, además de la figura límite entre el Antiguo Testamento y el Nuevo -san Juan Bautista-, este Tiempo nos acerca más al Señor por aquélla que, en definitiva, fue quien nos entregó a Jesucristo: la Virgen. No sólo en el hemisferio sur entramos al Adviento por la puerta del Mes de María, sino que en toda la Iglesia se entra al Adviento por la fiesta de la Inmaculada Concepción.

Y la Inmaculada Concepción significa dos cosas: por una parte, ausencia de pecado original y, por otra, ausencia de pecado para y por la plenitud de la gracia. La Virgen fue eximida del pecado original y de las consecuencias del pecado original que en el orden moral fundamentalmente es la concupiscencia, es decir, la rebelión de las pasiones, la falta de orden dentro de nuestra persona, el rechazo que nuestra materia y nuestros apetitos indómitos oponen a la reyecía de la voluntad y de la razón iluminadas por la fe, por la esperanza y por la caridad; iluminadas y encendidas y sostenidas por la gracia. La Virgen, preservada del pecado original en el momento mismo de su concepción y liberada de todo obstáculo, tuvo el alma plenamente capacitada desde el primer instante para recibir la plenitud de la gracia de Jesucristo.

Por lo tanto su fiesta de la Inmaculada Concepción, con ese carácter sacramental que tienen todas las fiestas de la Iglesia, ese carácter de signo que enseña y de signo eficaz que produce lo que enseña, nos trae la gracia de liberarnos del pecado y de vencer, de moderar, de sujetar en nosotros las pasiones sueltas por la concupiscencia, a los efectos de que nos pueda llegar plenamente la gracia; y naturalmente, si estamos en Adviento, para que pueda venir la gracia del nacimiento de Jesucristo místicamente a nuestra alma, el día de Navidad.

Por lo tanto, unamos a toda la ayuda que nos pueden prestar los patriarcas del Antiguo Testamento que desde el cielo ruegan por nosotros (ellos que tanto pidieron la venida del Mesías), unamos a la intercesión y a la figura sacramental de san Juan Bautista, unamos por encima de ellos la presencia de la Santísima Virgen en su fiesta el 8 de diciembre y en todo este tiempo, pidiendo bien concretamente el poder liberarnos del pecado, de todo lo que en nosotros haya de orgullo, de falta de rectitud, de falta de caridad con el prójimo, de ausencia de virtud; liberarnos de todo ello para que, cuando venga Jesucristo el día de Navidad, no encuentre en nosotros ningún obstáculo a sus intenciones de llenar nuestra alma con su gracia.

La perspectiva de un nuevo nacimiento del Señor, en nosotros y en el mundo tan necesitado de Él, tiene que ser objeto de una preocupación, de todo un conjunto de sentimientos y de actos de voluntad que estén polarizados por el deseo de poner de nuestra parte todo lo que podamos, para que el Señor venga lo más plenamente posible sobre cada uno y sobre el mundo.

Y si esto vale siempre, se hace más exigente en las circunstancias del mundo presente que desvirtúa precisamente lo que Jesucristo trajo con su nacimiento. ¡Qué necesario es que pongamos todo de nuestra parte para que Jesús venga a nosotros con renovada fuerza el día de Navidad y, a través nuestro, sobre las personas que están cerca, sobre la Iglesia y sobre el mundo!

Quedémonos en espíritu de oración, fomentando en nuestro interior el deseo de que las cosas ocurran según las intenciones y los deseos del mismo Señor.

El Adviento es una época muy linda del año. Después de las fiestas de Navidad y de Pascua, quizá es la más linda, porque es una época de total esperanza, de seguridad alegre y confiada. En ese sentido nuestro Adviento es más lindo que el del Antiguo Testamento: se esperaba lo que todavía no había venido, en cambio nosotros sabemos que el Señor ya ha venido sobre el mundo, sobre la Iglesia, sobre cada uno y entonces tenemos mucho más apoyo para nuestra seguridad de que ha de venir nuevamente, a perfeccionar lo ya iniciado.

Por otra parte, esa presencia del Señor en la Iglesia y en nosotros nos ha hecho ir conociendo a Jesús, amándolo y tratándolo con confianza; por tanto, este esperar su nuevo nacimiento tiene que ser mucho más dulce, mucho más suave, mucho más seguro, mucho más esperanzado (con el doble elemento de seguridad y alegría de la esperanza) que lo que fue la espera de los hombres y mujeres del Antiguo Testamento.

Quedémonos, pues, unidos con Jesús, conversemos sobre estos temas, preguntémosle qué nos sugiere a cada uno en particular para que podamos, desde el comienzo, vivir el Adviento del modo más conducente para obtener la plenitud de Navidad que Él sin duda quiere darnos.
Autor: P. Luis María Etcheverry Boneo.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

LA RIQUEZA DE BELÉN

Autor Javier Muñoz-Pellin

“Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada” (Lc. 2, 6-7).

En Belén tiene lugar un gran Misterio: no se trata sólo de la unión de la naturaleza humana con la naturaleza divina en la Persona del Verbo. Esto es la quintaesencia del misterio de la Encarnación. En Belén nace Dios a la vida humana: Dios se hace hombre. No es que asuma una naturaleza humana sino que la es. Esto es lo asombroso.

La realidad humana, este mundo, es contingente, histórico, finito, concreto, etc. Y no parece que sea el ámbito propio más que para la vida de seres concretos, finitos, históricos. No parece que sea el ámbito propio de la vida para Dios.

El Misterio al que asistimos en Belén es la aparición del Hijo de Dios que vive una vida humana. El Niño de Belén es la traducción de la vida del Hijo Eterno del Padre, al idioma de la realidad humana; es como la expresión, con las categorías de este mundo, de la vida eterna del Verbo. Por lo tanto es también su introducción en la Historia

El ambiente en el que Cristo nace es fuertemente contrastante con lo que nos parecería lógico. Uno de los aspectos más llamativos es la pobreza.

Si a cualquiera de nosotros nos hubiera planteado el Padre Eterno cómo debía ser el ambiente en el que naciera el Hijo, muy probablemente hubiéramos señalado como condiciones indispensables, esenciales, exigibles por la condición del Naciente, algo muy distinto del plan de Dios.

Pero ese plan, no puede ser fruto de un descuido, nadie podría pensar que, en realidad, Dios no se ocupó de preparar las cosas para su Hijo, y así el resultado fue todo improvisado y, como consecuencias de esa improvisación, las cosas salieron muy mal.

Tampoco pude ser fruto de un deseo negativo, como si dijéramos que Dios se propone sin más hacerlo pasar mal. Dios no desea nunca el mal, ni el dolor, ni el sufrimiento, sino la felicidad, la alegría, el gozo, la vida. Ciertamente nosotros reconocemos el designio de Dios en algunos hechos que nos causan dolor, pero Dios no puede querer el mal en sí mismo. La pobreza, la privación, en cuanto tal, son negativos, no pueden surgir de Dios.

Todo esto debe ser muy ilustrativo de qué es lo que Dios valora, de cuál es su criterio de elección. Sí, nosotros debemos mirar todo este Misterio del Nacimiento; debemos reconocer que Dios lo debe tener aquí todo muy previsto y todo muy preparado. Además, como siempre, todo se realiza según sus planes pues “Deus providentia sua omnia disposuit suaviter et fortiter” (Dios en su amorosa providencia, dispone las cosas con suavidad y fortaleza). El contraste entre Belén y lo que hubiéramos hecho nosotros nos plantea qué lógica usó Dios.

Efectivamente, hay muchos posibles campos donde poner el corazón o las preferencias y .eso, lo comprobamos muchas veces en los ámbitos humanos.
El Señor nos advierte por San Pablo: “emulamini charismata meliora (aspirad a los mejores bienes). Es una advertencia llena del conocimiento de la condición humana, que puede poner el corazón y gastarse la fortuna en cosas muy diversas. Nosotros podemos invertir nuestros años, nuestro talento, nuestras cualidades en opciones distintas.

El consejo de San Pablo nos advierte de que hay diversas posibilidades, pero hay que acertar.

Esto implica un gusto por lo bueno, porque sería penoso no saber orientarse a la hora de invertir nuestra fortuna, sobre todo cuando nuestra fortuna es precisamente nuestra propia vida, nuestra propia alma. Como la gente que tiene mucho dinero e invierte en Bolsa, debe dejarse ayudar por expertos que saben por dónde va la Bolsa, así también nosotros hemos de tener una sensibilidad para elegir, para invertir bien, para que nuestros esfuerzos conduzcan efectivamente al efecto deseado.

También hemos de estar atentos para no ser “pillados” por los engaños: hay espejuelos que intentan hacerse con nuestro corazón, y sería muy penoso dejarse entrampillar de esa manera. Invertir en una entidad financiera parecía un negocio redondo; con el paso del tiempo ocurre que era un negocio ruinoso. Ahora hay auténticos propagandistas que son expertos conocedores de los resortes, de las emociones, de las tendencias; que piden que demos nuestra vida y prometen con mucha persuasión bienes que, en realidad, no pueden dar la felicidad. En concreto, está el peligro de las ataduras de los bienes temporales; su atractivo debe ser muy fuerte y su peligro debe ser muy grande, a juzgar por todo lo que dice el Señor sobre estos bienes.

Después de estas consideraciones volvemos a mirar la gruta de Belén. Mirar cómo se preparó su casa Dios cuando vino a vivir a la tierra. Son la muestra de cuáles son las riquezas que valora el Omnipotente. No se detuvo en montarse una casa muy bonita -es que eso no le importaba- o muy cómoda o con muchos medios materiales, médicos de comodidad, etc. En cambio, puso todos los cuidados, hasta los detalles más nimios, en preparar a las personas de su casa. Ahí se muestra qué es lo que Dios valora: santidad, finura interior, delicadeza, humildad. Esta es la “riqueza” de Belén.

Nuestra vida en familia debe ser un rincón de la casa de Nazareth. Esa vida ha de ser rica y fecunda, con un puchero “pobre” pero “riquísimo” y generoso. El tesoro de una Navidad en la intimidad con Dios, visitando más el Sagrario. El amor a la Virgen. Las tradiciones familiares guardadas como tesoro de gran valor: el Belén, los villancicos, el beso a los pies del Niño Jesús. Los bienes materiales vendrán por añadidura; no poner el corazón en ellos. Entender que el Señor se preparó la mejor casa del mundo: a Santa María y a San José. La riqueza de Belén no son las cosas, sino la entrega de estas dos personas. ¿Qué puedes tú ofrecer a Jesús en esta Navidad? Tu entrega para cumplir siempre y en todo la Voluntad de Dios. Esto lo entiende bien quien sabe querer, quien ha dicho alguna vez: “contigo, pan y cebolla”.

Dichosos los que saben vivir

Dichosos cuando sepan reconocer al Señor en todo los que se encuentran: habrán logrado la verdadera luz y sabiduría.
Nuestra vida muchas veces va perdiendo el brillo. Los acontecimientos, las circunstancias, más que ayudarnos a crecer, en vez de ser oportunidades de maduración para nuestra persona, nos limitan, nos hacen sufrir y por lo tanto los rechazamos.

Toma la vida con filosofía, aprende de ella y sácale el jugo, exprime de forma positiva todo lo que Dios permite y así serás una persona feliz y dichosa.

DICHOSOS los que saben reírse de sí mismos, porque no terminarán nunca de divertirse.

DICHOSOS los que saben distinguir una montaña de una piedra, porque se evitarán muchos inconvenientes.

DICHOSOS los que saben descansar y dormir sin buscarse excusas: llegarán a ser sabios.

DICHOSOS los que saben escuchar y callar: aprenderán cosas nuevas.

DICHOSOS los que son suficientemente inteligentes como para no tomarse en serio: serán apreciados por sus vecinos.

DICHOSOS los que están atentos a las exigencias de los demás, sin sentirse indispensables: serán fuente de alegría.

DICHOSOS ustedes cuando sepan mirar seriamente a las cosas pequeñas y tranquilamente a las cosas importantes: llegarán lejos en esta vida.

DICHOSOS ustedes cuando sepan apreciar una sonrisa y olvidar un desaire: vuestro camino estará lleno de sol.

DICHOSOS ustedes cuando sepan interpretar con benevolencia las actitudes de los demás, aún contra las apariencias: serán tomados por ingenuos, pero es el precio justo de la caridad.

DICHOSOS los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar: evitarán muchas tonterías.

DICHOSOS ustedes sobre todo cuando sepan reconocer al Señor en todo los que se encuentran: habrán logrado la verdadera luz y sabiduría.

Con estos consejos, Santo Tomás Moro nos da algunas pautas de cómo vivir nuestro breve paso por esta tierra llevando un mensaje, unas actitudes y un modo de ser algo diferente de lo que hoy nuestra sociedad contemporánea nos ofrece.

Marca tú la diferencia, y enséñanos con tu ejemplo a vivir...
Autor: P. Dennis Doren L.C.

martes, 13 de diciembre de 2011

¿Dios tiene que hacer algo más?

No podemos pretender que Dios deje de ser Dios, porque lo queremos someter a las categorías humanas, al modo de pensar y de sentir nuestro.
Autor: P. Fernando Pascual LC
La idea se repite hoy como en el pasado: muchos no creen en Dios porque (dicen) Dios no hace lo suficiente para darse a conocer.

En otras palabras, la falta de fe de miles de personas sería "culpa" de un Dios que no manifiesta suficientemente su presencia, su poder, su mensaje.

Algo parecido ocurrió en tiempos de Cristo. Escribas y fariseos piden un signo: "Maestro, queremos ver una señal hecha por ti" (Mt 12,38).

Al pie de la Cruz, entre burlas e insultos, los sacerdotes gritan: "A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere; ya que dijo: -Soy Hijo de Dios-" (Mt 27,42-43).

Después de dos mil años de historia, la petición reaparece. Frente a los males del mundo, ante las injusticias que padecen los más desamparados, en un mundo lleno de guerras, infidelidades, abortos, injusticias, ¿por qué no se manifiesta Dios? ¿Por qué no se hace más visible?

En su libro "Jesús de Nazaret", el Papa Benedicto XVI recoge la voz de los siglos que vuelve una y otra vez a exigir señales para poder dar el paso de la fe: "si existes, Dios, tienes que mostrarte. Debes despejar las nubes que te ocultan y darnos la claridad que nos corresponde. Si tú, Cristo, eres realmente el Hijo y no uno de tantos iluminados que han aparecido continuamente en la historia, debes demostrarlo con mayor claridad de lo que lo haces. Y, así, tienes que dar a tu Iglesia, si debe ser realmente la tuya, un grado de evidencia distinto del que en realidad posee".

No nos damos cuenta del error que cometemos con una petición como esta: pedirle a Dios pruebas según nuestro modo de pensar, según la mentalidad científica, filosófica o incluso "religiosa" de nuestro tiempo, es pretender que Dios deje de ser Dios, porque lo queremos someter a las categorías humanas, a los modos de pensar y de sentir de las personas y de los grupos.

En el libro antes citado, Benedicto XVI muestra esta idea: "La arrogancia que quiere convertir a Dios en un objeto e imponerle nuestras condiciones experimentales de laboratorio no puede encontrar a Dios. Pues, de entrada, presupone ya que nosotros negamos a Dios en cuanto Dios, pues nos ponemos por encima de Él. Porque dejamos de lado toda dimensión del amor, de la escucha interior, y sólo reconocemos como real lo que se puede experimentar, lo que podemos tener en nuestras manos. Quien piensa de este modo se convierte a sí mismo en Dios y, con ello, no sólo degrada a Dios, sino también al mundo y a sí mismo".

No podemos obligar a Dios a manifestarse según nuestras categorías. Somos nosotros los que estamos invitados a abrir el corazón y a descubrir un número incontable de señales, que van desde las maravillas del mundo creado hasta la generosidad infinita de la Muerte de Cristo para salvarnos.

Cada uno, frente a los signos que tenemos, conserva su libertad. En palabras atribuidas a Pascal, “Dios nos ha dado evidencia suficientemente clara para convencer a aquellos con un corazón abierto, pero suficientemente vaga de modo que no obligue a aquellos cuyos corazones están cerrados”.

Dios no tiene que hacer algo más para que los hombres y mujeres de nuestro tiempo lleguemos a conocerlo y amarlo. Somos nosotros los que tenemos que abrir el corazón y la mente para reconocerlo presente en el mundo y en la historia. Entonces el milagro de la fe se hará posible, hoy como en el pasado, en millones de personas. Y el paso a la caridad se convertirá en la culminación de un camino que nos lleva a repetir, como aquel pescador de Galilea: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16).

Autor: P. Fernando Pascual LC.